Pedidos: Ediciones Fides
- Quería fundar su saber más en los viajes que en los libros; decía que era visual (ein Augenmensch).
- Todo su bagaje intelectual lo obtiene esencialmente como autodidacta. Sus universidades fueron los cafés literarios, las premieres teatrales, los talleres de los pintores de vanguardia, las exposiciones e innumerables noches blancas en las cuales acumula extraordinarios conocimientos sobre literatura e historia del arte.
- “Nietzsche se volvió nuestro Rousseau y la ciencia natural moderna y la técnica , nuestra Revolución”.
- Manifestará su simpatía por el expresionismo, y después por el futurismo italiano.
- Al igual que muchos intelectuales del fin de siglo -observa Clemens von Klemperer- Moeller había padecido la influencia de la tesis de Burckhardt, según la cual un pueblo no puede tener una gran cultura y una significación política al mismo tiempo.
Para él, esto deriva en una supremacía de la estética: así, un proyecto de sociedad es, por principio, un proyecto artístico. Siguiendo a Richard Dehmel, reafirma con fuerza su fe en la misión de su arte, y llega incluso a sugerir que esto puede servir de religión: “Tenemos el arte -escribe Moeller- un arte que vuelve superflua la religión y proporciona a los ciudadanos del mundo moderno una seguridad que, de otra manera, sólo les podría conferir la creencia en Dios”.
- La verdadera libertad - ya lo decía Hegel- consiste en comprender la naturaleza de las necesidades del momento. Moeller, a su vez, declara que el hombre es tanto más creador en la medida en que sienta en su ser los imperativos del tiempo presente, es decir, que sólo se puede ser libre asignándose una finalidad, la cual depende estrechamente de la época que determina su misión.
- Prusia es para él el elemento que debe permitir a Alemania apegarse a ese otro “pueblo joven” que es el pueblo ruso. Paralelamente, el papel de Prusia es dar una nueva forma a Alemania. “Prusia es lo que Alemania habría debido ser” -escribe Moeller- quien además añade que Alemania debía volverse prusiana para que Prusia pudiera volverse alemana. La nación alemana, heredera de la vieja Mutterland germánica, debe así recibir la “forma prusiana”. El estilo prusiano debe volverse el “clásico” alemán, así como hubo un “clásico” italiano expresado por el arte toscano de la Edad Media.
- Al finalizar la guerra aparece un nuevo Moeller van den Bruck. Pero en realidad, es menos el hombre que la época quien realmente ha cambiado. Como lo señala Ger-Klaus Kaltenbrunner, “son las ideas las que, en la crisis ideológica, adquirieron desde 1914 un carácter de marcada actualidad”. Se podría incluso, junto con Clemens von Klemperer, aventurar un paralelo con Marx: éste escribió el Manifiesto Comunista después de la derrota social de 1848, así como Moeller va a producir sus más importantes textos teóricos después de la derrota nacional de 1918. Ambos, además, critican la explotación capitalista y burguesa -y el papel del proletariado de Marx, como factor de renovación política, recuerda el que Moeller atribuye a los “pueblos jóvenes”. La comparación, de cualquier manera, no podría llevar muy lejos. Sea lo que fuere, lo que es cierto es que, al final de la Gran Guerra, el antiguo esteta de fin de siglo, el contestatario de “pues ligeros”, el “Plutarco alemán” de los cafés literarios se convirtió en un verdadero teórico político , que ya nunca abandonará Alemania y que rápidamente se volverá uno de los autores más sobresalientes de la Revolución Conservadora.
- Es probablemente de Dostoievski de quien Moeller descubrió la idea del contra-movimiento “conservador-revolucionario”, al que luego se le dará el nombre de “Revolución Conservadora”.
- “Con Moeller van den Bruck -escribe Günther- entendemos por principio conservador no la defensa de lo que era ayer, sino una vida fundada en lo que siempre ha tenido valor”.
Esto quiere decir que el conservador no vive solamente en el futuro, como lo hace el progresista, ni solamente en el pasado, como el reaccionario -vive en el presente en el que, en tanto portador de sentido, se unen el pasado y el futuro. La metáfora del Gran Mediodía subyacía bajo estas frases…
- Moeller pretende demostrar que el solo sufragio universal no basta para fundar una democracia, porque no hay una verdadera democracia más que cuando existe para cada ciudadano la posibilidad de participar en la vida pública sin consideraciones de clase, fortuna o rango. La misma idea es explicada igualmente por Edgar J. Jung: “Una verdadera democracia existe cuando el circulo en cuyo seno se reclutan los dirigentes es lo más amplio posible, y no cuando el mayor número de gente posible tiene voz en la decisión”. Los neoconservadores ponen el acento, pues, sobre todo en el principio, no en las instituciones.
- Moeller demuestra cómo Lenin remplazó a Cristo en la imaginería popular.
- Rusia es, ante todo, una potencia terrestre y continental: “Un marino ruso es una contradicción en sí”.
- Fiel a su método, Moeller percibe primeramente en la idea del Tercer Reich un principio con valor de mito, el “pensamiento de una concepción del mundo” a la que añade una puesta en perspectiva histórica. El Primer Reich fue el del renacimiento carolingio -pero los emperadores romano-germánicos se suicidaron políticamente para beneficio exclusivo de los papas y de Roma. El Segundo Reich, el de Bismarck, cae en las mismas dificultades: se dedica a fundar un “Estado alemán de raza alemana” en lugar de empeñarse en hacer hacer un “Imperio alemán de estilo prusiano”. El Tercer Reich, cuyo advenimiento anhela Moeller, no se relaciona con los anteriores en el sentido de su continuidad o discontinuidad, de su reversibilidad o irreversibilidad. Tampoco representa una particular culminación, pues su rango no prejuzga su valor. En cambio, al igual que los anteriores, se aprecia a través de sus opuestos: El Tercer Reich se opone a la “civilización” occidental, de la misma manera en que el primero se opuso a la “cultura” antigua y el segundo a la “belleza” italiana desde el instante mismo en que perdieron su potencia creadora. Obra de la voluntad de un “pueblo joven”, el Tercer Reich será una realidad esencialmente dinámica, rica en nuevas posibilidades y, por consiguiente, siempre inacabada.
- Para Moeller, igual que para Dostoievski, el enemigo número uno es, evidentemente, el liberalismo.
- “El liberalismo ha minado las culturas; ha destruido las religiones; ha arruinado las patrias”. Con el liberalismo, los pueblos marchan “a su ruina”.
- “La sospecha que pesa sobre el liberalismo está basada en el engaño que consiste en justificar los intereses por las ideas”. Moeller considera también el carácter “abstracto” y “disolvente” del liberalismo, por la manera en que disgrega las identidades colectivas y los cuerpos intermedios. Al liberal le basta, escribe, que una generación de los que disfrutaron pueda suceder a otra para que la salvación de la humanidad, según él, esté asegurada -y en todo caso, su bienestar personal, que es lo que, ante todo, importa. El conservador no se deja engañar por esta charlatanería. No vacila en decirle al liberal que, cualquiera que sea, eso depende de las condiciones de vida de una comunidad determinada. Tampoco duda en decirle que él, que podría pasar por encima de todas las relaciones obligatorias, no hace más que disfrutar lo que otros le han preparado. No vacila en decirle que el liberalismo sólo es el que usufructúa el conservadurismo que le antecedió.
- El liberalismo pretende asumir que todo lo hace por el pueblo; en realidad, elimina al pueblo y lo remplaza por el yo. El liberalismo es la expresión de una sociedad que ya no es más una comunidad… El liberalismo no explica ya a una sociedad organizada sino a una sociedad disuelta… Cualquier hombre que ya no se siente miembro de una comunidad es, en cierta forma, un liberal.
- La naturaleza del liberalismo es la humanidad promedio, y lo que quiere conquistar no es otra cosa que la libertad de cada uno para tener el derecho de ser un hombre promedio. Su ideal es el aburguesamiento en lugar del ennoblecimiento, la vida banal en lugar de la vida excepcional. En la vida física, desea dejar-hacer-lo-que-sea; en la vida moral, comprender todo y perdonarlo todo; en la vida económica, sufrir el perjuicio debido al principio de libertad comercial; en la vida internacional, predicar -mediante frases cosmopolitas- la fraternidad de los pueblos y la guerra defensiva exclusivamente.
- Marx se detiene en las “condiciones de producción” sin cuestionarse acerca del sentido mismo de dicha producción. No comprendió que la burguesía, antes de despojar a la gente de la plusvalía de su trabajo, le robaba su alma. Para Moeller, por el contrario, es en el dominio espiritual donde reside el fundamento de la cuestión social, así como las premisas de su solución. No solamente -nos dice- la economía es inferior a lo espiritual, sino que la economía misma depende de lo espiritual. “Algún día se reconocerá que la gran indignidad del siglo XIX habrá sido haber hecho del estómago la única medida de lo que es humano”. La transposición mecánica, en las sociedades humanas, del concepto darwiniano de “selección natural” es por sí misma un error. Pero el valor operativo de la teoría marxista de la lucha de clases es aún más débil. Le impidió a Marx comprender que un pueblo (Volk) entero puede también ser oprimido por otro pueblo y es por ello que se mantiene mudo ante los grandes conflictos nacionales.
- Moeller no abjura por lo tanto del socialismo. Incluso reafirma enfáticamente que “cada pueblo tiene su propio socialismo”. ¿Qué es, en efecto, el socialismo, si no “el hecho de que la nación entera siente que viva junta”? Al Marx que declara que los trabajadores no tienen patria, Moeller le responde lo contrario, que ya solamente les queda eso: su patria. La resolución de la cuestión social es, pues, indisociable de la cuestión nacional. Por una parte, la “socialización” es una con la “nacionalización”. Por la otra, no puede haber justicia entre las clases, en el interior de la nación, si no existe primero justicia entre las naciones. Moeller repite que el pueblo entero puede ser víctima de una alineación impuesta por otros. No es, entonces, profesando el internacionalismo que se pondrá fin a la opresión, sino permitiendo que cada pueblo disponga libremente de sí mismo.
- El reaccionario es peor incluso que el revolucionario, pues mientras este último siempre es susceptible de salir de su error cuando su proyecto se topa con la sanción de los hechos, el primero, al situarse de golpe fuera del campo de la experiencia, puede mantenerse indefinidamente en su punto de vista. Lo que hace más falta al reaccionario es la conciencia de la historia. El reaccionario “cree que no tenemos que renovar las formas antiguas para que todas las cosas vuelvan a ser como estaban”. Y mientras que el conservatista adquiere conciencia de lo inmutable viendo el futuro, el reaccionario no experimenta este sentimiento, al que contempla en el pasado:
El reaccionario se representa el mundo tal y como siempre ha sido. El conservador lo ve como será en adelante; tiene la experiencia de su época y la experiencia de la eternidad. Lo que fue no volverá a ser jamás. Pero lo que siempre es puede, por lo tanto, emerger de nuevo a la superficie.
Esta es la razón por la cual, en el fondo, el reaccionario no comprende nada de política: “La política reaccionaria no es una política. La política conservadora es la gran política. La política no se vuelve grande más que cuando crea la historia: entonces no sabría perderse”.
- Para que la revolución pueda ser “ganada” para que entre en su “fase conservatista”, Moeller pregona una actitud que se podría resumir en la formula de Julius Evola: “cabalgar el tigre”.
- Lo que hoy es revolucionario, escribe Moeller, mañana será conservador.
- Moeller van den Bruck era de la raza de los que prefieren la muerte a la victoria y, muriendo, pretenden asegurar la victoria de los suyos. No concibo su suicidio como una renuncia, sino como una preparación; no como un fin, sino como un germen; quiso que fuera una provocación a la esperanza y a la revuelta..