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El pueblo inglés, George Orwell


(Escrito a principios de 1944 pero inédito hasta 1947)

Inglaterra a primera vista

Casi todas las generalizaciones sobre Inglaterra se basan en la clase proletaria e ignoran a los otros cuarenta y cinco millones de personas.

Los miembros de la clase obrera, por norma, son bastante bajos, de extremidades cortas y movimientos rápidos, y con una tendencia entre las mujeres a ponerse rechonchas al principio de la mediana edad.

Casi con seguridad, consideraría que las características principales del común de los ingleses son la falta de sensibilidad artística, la cortesía, el respeto por la ley, el recelo hacia los extranjeros, el sentimentalismo con los animales, la hipocresía, unas diferencias de clase exageradas y la obsesión por el deporte.

Un inglés no tiene la sensación, como la tiene un campesino español o italiano, de que la ley no es más que un fraude.

La típica xenofobia inglesa es más intensa entre la clase obrera que entre la clase media. Fue en parte la resistencia de los sindicatos la que impidió una entrada realmente cuantiosa de refugiados procedentes de los países fascistas antes de la guerra, y cuando se internó a los refugiados alemanes en 1940, no fue la clase obrera la que protestó.

Las peculiaridades del idioma inglés hacen prácticamente imposible que cualquiera que haya dejado el colegio a los catorce aprenda una lengua extranjera de mayor. En la Legión Extranjera francesa, por ejemplo, los legionarios británicos y estadounidenses rara vez suben de rango, porque son incapaces de aprender francés, mientras que un alemán lo hace en pocos meses. A los obreros ingleses, por lo general, les parece amanerado incluso pronunciar correctamente una palabra extranjera.

Es posible que los espectáculos más horribles que haya en Inglaterra sean los cementerios de perros de  Kensington Gardens, el de Stoke Poges (que linda, de hecho, con el camposanto en el que Gray escribió su famosa Elegía) y otros lugares. Y también estaban los centros de Precauciones frente a Ataques Aéreos para animales, con camillas en miniatura para gatos, y en el primer año de la guerra tuvo lugar el espectáculo del Día de los Animales, que se celebró con toda la pompa habitual en plena evacuación de Dunkerque. Aunque las mayores locuras las cometen las mujeres de clase alta, el culto a los animales es característico de toda la nación, y seguramente esté relacionado con el declive de la agricultura y la baja tasa de natalidad. Los varios años de racionamiento estricto no han conseguido reducir la población de perros y gatos, e incluso en los barrios pobres de las ciudades las tiendas para entusiastas de los pájaros exhiben alpiste de canario a precios que llegan a los veinticinco chelines la pinta.

Los miembros de las clases altas son por término medio varios centímetros más altos que los de la clase obrera.

Los ingleses fueron los inventores de varios de los juegos más populares del mundo, y los han difundido de forma más amplia que cualquier producto de su cultura.

No hace mucho más de cien años, la seña distintiva de la vida inglesa era la brutalidad. El pueblo llano, a juzgar por los periódicos, se veía arrastrado a una espiral prácticamente incesante de peleas, prostitución, borracheras y hostigamientos de toros.

Cuando se cree en unos mitos, estos tienden a hacerse realidad, porque establecen un estereotipo, o "imagen", al que la gente corriente intenta parecerse lo mejor que puede.

Tienen una notable disposición a admitir que los extranjeros son más "listos" que ellos, y aun así les parecería un ultraje a las leyes de Dios y la Naturaleza que Inglaterra estuviese gobernada por extranjeros.

La perspectiva moral del pueblo inglés

Durante tal vez ciento cincuenta años, la religión organizada, o las creencias religiosas conscientes de cualquier clase, han tenido muy poca influencia en el conjunto del pueblo inglés. Solo alrededor del 10 por ciento de la población se acerca alguna vez a un lugar de culto si no es para casarse o para que lo entierren. Es probable que un leve teísmo y una creencia intermitente en la vida después de la muerte estén bastante extendidos, pero las principales doctrinas cristianas hace mucho que cayeron en el olvido.

Todos los cultos que han estado de moda en los últimos doce años -el comunismo, el fascismo y el pacifismo- son en el fondo formas de adoración al poder.

El sentimiento popular de simpatía hacia la Unión Soviética llevaba algún tiempo creciendo, pero Finlandia era un país pequeño atacado por uno grande, y ese era el factor decisivo para la mayoría de la gente.

Las pequeñas nacionalidades oprimidas por los turcos hallaron a sus simpatizantes en el Partido Liberal, en aquel momento el de la clase obrera y de la clase media-baja. Y en la medida en que se preocupó por esos asuntos, el sentimiento popular británico estuvo a favor de los abisinios contra los italianos, de los chinos contra los japoneses y de los republicanos españoles contra Franco. y también simpatizó con Alemania en el periodo en que esta era débil y estaba desarmada, y no es de sorprender que veamos un movimiento parecido después de la guerra.

No sabemos, en realidad, qué postura adoptaría la gente corriente del país respecto a la India si la decisión fuera suya. Todos los partidos políticos y todos los periódicos, sea cual sea su tendencia, han conspirado para evitar que los ciudadanos vean el asunto con claridad.

No es como para sentirse orgullosos que Inglaterra siga tolerando suplicios como la flagelación, que se sigue practicando en parte por una ignorancia psicológica generalizada y, en parte, porque los hombres solo son flagelados por crímenes que los despojan de la comprensión de casi todo el mundo.

La practica desaparición del alcoholismo de entre los vicios ingleses no se ha debido al fanatismo antialcohol, sino a la competencia de otros entretenimientos, a la educación, a la mejora de las condiciones industriales y al precio elevado de la propia bebida. Los fanáticos se han encargado de que el inglés se beba un vaso de cerveza entre dificultades y con un leve sentimiento de estar haciendo algo malo, pero no han conseguido evitar que lo beba.

La perspectiva política del pueblo inglés

Si le pidiésemos a un grupo de gente elegida al azar de cualquier estrato social que definiera el capitalismo, el socialismo, el comunismo, el anarquismo, el trotskismo o el fascismo, nos darían respuestas en su mayoría vagas, y algunas serían increíblemente estúpidas.

A pesar de las muchas subdivisiones, en la práctica Gran Bretaña solo tiene dos partidos políticos, el conservador y el laborista, que entre ambos representan ampliamente los principales intereses de la nación. Sin embargo, a lo largo de los últimos veinte años la tendencia de estos dos partidos ha sido la de irse pareciendo cada vez más el uno al otro. Todo el mundo sabe de antemano que puede confiar en que ningún gobierno, sean cuales sean sus principios políticos, hará ciertas cosas.

Las diferencias entre partidos se están difuminando en casi todos los países, en parte porque, en general, salvo quizá Estados Unidos, todo deriva hacia una economía planificada.

La prosperidad del país depende en parte del imperio, al tiempo que todos los partidos de izquierda son en teoría antiimperialistas.

Una vez en el poder, tienen que escoger entre abandonar algunos de sus principios o reducir el nivel de vida de los ingleses.

Un gobierno británico puede ser injusto, pero no puede ser del todo arbitrario. No puede hacer el tipo de cosas que en un gobierno totalitario hace sistemáticamente. Un ejemplo, de los miles que podrían ponerse, es el ataque alemán contra la Unión Soviética. Lo significativo no es que se lanzara sin una declaración previa de guerra -eso es bastante natural-, sino que se lanzara sin ningún tipo de propaganda elaborada de antemano. El pueblo alemán se levantó y descubrió que estaba en guerra contra un país con el que la noche antes mantenía buenas relaciones. Nuestro gobierno no se atrevería a hacer algo semejante, y el pueblo inglés es bastante consciente de ello. El pensamiento político en Inglaterra está muy gobernado por la palabra "Ellos". "Ellos" son los de arriba, los poderes misteriosos que te hacen cosas contra tu voluntad. Pero hay un sentimiento generalizado de que "Ellos, si bien tiránicos, no son omnipotentes. "Ellos" responderán ante las presiones si nos tomamos la molestia de aplicarlas; "Ellos" pueden incluso ser depuestos.

El sistema de clases inglés

En tiempos de guerra, el sistema de clases inglés es el mejor argumento de la propaganda enemiga. A la acusación del doctor Goebbels de que Inglaterra son todavía "dos naciones", la única respuesta veraz que podría haberse dado es que, de hecho, son tres naciones. Pero la peculiaridad de las diferencias de clase en Inglaterra no es que sean injustas -a fin de cuentas, la riqueza y la pobreza coexisten en casi todos los países- sino anacrónicas. No se corresponden exactamente con diferencias económicas, y el fantasma del sistema de castas merodea, por lo que es, en esencia, un país industrial y capitalista.

Es significativo que, en pleno desastre, el hombre más capaz de unir a la nación fuese Churchill, un conservador de orígenes aristocráticos.

Entre las dos guerras, la mayor parte del realojamiento estuvo a cargo de las autoridades locales, que crearon un tipo de casa (la casa de protección oficial, con su baño, su jardín, su cocina independiente y su inodoro en el interior) que está más cerca del chalet de un corredor de bolsa que de la casita de un campesino.

Hace treinta años, en Inglaterra se podía determinar el estatus social de prácticamente cualquier persona por su aspecto, incluso a doscientos metros de distancia. Toda la clase obrera vestía con ropa preconfeccionada, que no solo no se ajustaba bien sino que a menudo seguía las modas de la clase alta con diez o quince años de retraso. La gorra de paño era prácticamente un distintivo del estatus social. Era de uso universal entre la clase obrera, mientras que la clase alta solo la llevaba para jugar al golf o para el tiro al blanco. Este estado de coas está cambiando rápidamente. Ahora la ropa preconfeccionada sigue las modas muy de cerca, se fabrica en muchas tallas diferentes para adaptarse a todo tipo de figura e, incluso cuando está hecha con tejidos muy baratos, a simple vista no es muy diferente de la ropa cara. Así pues, cada año es más difícil, especialmente en el caso de las mujeres, determinar de un vistazo el estatus social.

Cualquiera que sea el destino último de los más ricos, la tendencia de la clase obrera y de la clase media es a todas luces la de fusionarse. Puede ocurrir más rápido o más despacio, en función de las circunstancias. La guerra aceleró el proceso, y puede que otros diez años de racionamiento general, ropa funcional, impuestos elevados y servicios  militar obligatorio lo completen de una vez por todas. Los efectos finales no podemos preverlos. Hay observadores, tanto nacionales como extranjeros, que creen que el nivel considerable de libertad del que se goza en Inglaterra depende de un sistema de clases bien definido. La libertad, según algunos, es incompatible con la igualdad. Pero al menos es seguro que la tendencia actual es hacia una mayor igualdad social, y que eso es lo que desea la inmensa mayoría del pueblo inglés.

El futuro del pueblo inglés

Si hubiera algún lugar donde fuese posible abolir la pobreza sin destruir las libertades, ese sería Inglaterra.

En el periodo de entreguerras, Inglaterra toleró la existencia de periódicos, películas y programas de radio de una necedad inaudita, y estos, cegando los ojos del público ante problemas de vital importancia, generaron en él un alelamiento aún mayor.

En los círculos "progresistas", expresar sentimientos probritánicos requiere un coraje moral considerable. Por otra parte, durante los últimos doce años ha habido una fuerte tendencia a desarrollar una lealtad nacionalista furibunda hacia algún país extranjero, normalmente la Rusia soviética.

Liberación animal - Peter Singer

El término “animal” mezcla seres tan diferentes como las ostras y los chimpancés, al tiempo que interpone un abismo entre los chimpancés y los humanos, a pesar de que nuestra relación con estos simios sea mucho más estrecha que la de éstos con las ostras. 

Si cesara la cría de animales y su sacrificio como fuente de alimento, quedaría disponible una cantidad mucho mayor de alimentos para los humanos que, distribuida adecuadamente, eliminaría del planeta la muerte por hambre y desnutrición. La liberación de los animales es, también, la liberación de los humanos. 

El principio básico de la igualdad no exige un tratamiento igual o idéntico, sino una misma consideración. 

Nos guste o no, tenemos que reconocer el hecho de que los humanos tienen formas y tamaños diversos, capacidades morales y facultades intelectuales diferentes…. Si cuando exigimos igualdad nos basáramos en la igualdad real de todos los seres humanos, tendríamos que dejar de exigirla. 

Si un ser sufre, no puede haber justificación moral alguna para negarse a tener en cuenta este sufrimiento. El principio de igualdad exige que su sufrimiento cuente tanto como el mismo sufrimiento de cualquier otro ser. 

Casi todos los seres humanos son especistas. Los siguientes capítulos muestran que los seres humanos corrientes -no sólo unos cuantos excepcionalmente crueles o despiadados, sino la gran mayoría- participan activamente, dan su consentimiento y permiten que sus impuestos se utilicen para financiar un tipo de actividades que requieren el sacrificio de los intereses más vitales de miembros de otra especie para promover los intereses más triviales de la nuestra. 

Lo que necesitamos es una postura intermedia que evite el especismo pero que no convierta las vidas de los retrasados mentales y de los ancianos con demencia senil en algo tan despreciable como lo son ahora las de los cerdos y los perros, ni tampoco hacer de las vidas de los cerdos y los perros algo tan sacrosanto que creamos que está mal poner fin a su sufrimiento aunque no tenga remedio. 

En tanto que recordemos que debemos respetar por igual las vidas de los animales y las de los humanos con un nivel mental similar, no andaremos muy desencaminados. 

Herramientas de investigación

Si el ejército dejara de hacer experimentos con perros y usara en su lugar ratas, también deberíamos preocuparnos. 

El investigador que fuerza a unas ratas a escoger entre morirse de hambre o el electrochoque para ver si desarrollan úlceras (y sí las desarrollan), lo hace porque sabe que la rata tiene un sistema nervioso muy parecido al del ser humano, y se supone que siente un electrochoque de manera similar. 

Los resultados de los experimentos no parecen tener la suficiente importancia como para justificar el sufrimiento que han causado, recuérdese que todos estos ejemplos proceden de la pequeña porción de experimentos que los editores consideraron lo bastante significativa como para publicarse. 

Muchos experimentos de los que se llevan a cabo con ratas solo pueden aplicarse si asumimos que sus autores están realmente interesados en la conducta de la rata en sí, sin ninguna idea de aprender nada sobre los seres humanos. 

Los toxicólogos saben desde hace ya mucho tiempo que extrapolar de una especie a otra es una empresa muy arriesgada. 

El Opren fue retirado del mercado en Inglaterra después de más de 61 muertes y más de 3500 informes de reacciones adversas. 

Como dijo un tóxicólogo: “Si la penicilina hubiera sido juzgada por su toxicidad para las cobayas, quizá nunca se hubiera aplicado en humanos”. 

Es difícil tomarse en serio la sugerencia de que unos pequeños animales peludos drogados con atropine y que se envuelven en orina cuando tienen calor constituyen un modelo. 

Muchos experimentos parecen triviales o mal pensados, y algunos ni siquiera se concibieron para obtener resultados importantes. 

Tras décadas de experimentos proyectados para producir el shock en perros mediante la provocación de hemorragias, estudios más recientes indican que (¡sorpresa!) este tipo de shock no es igual en los perros y en los humanos. 

¿Cómo pueden unas personas que no son sádicas pasar su jornada laboral provocando depresiones de por vida a los monos, calentando perros hasta la muerte o volviendo drogadictos a gatos? ¿Cómo, después de todo esto, puede alguien quitarse su bata blanca, lavarse las manos e irse a casa a cenar con su mujer e hijos? ¿Cómo pueden permitir los contribuyentes que su dinero se use para financiar estos experimentos? ¿Cómo pudieron los estudiantes realizar protestas contra la injusticia, la discriminación y la opresión de todo tipo, sin importar los límites territoriales de su país, mientras ignoraban las crueldades que se cometían -y aún se cometen- en sus propias universidades?

Toleramos crueldades con miembros de otras especies que nos enfurecerían si se hicieran con miembros de la nuestra. El especismo hace que los investigadores consideren a los animales con los que experimentan como una parte más del instrumental, útiles de laboratorio y no criaturas vivas que sufren. 

Hay factores especiales que contribuyen a hacer posibles los experimentos. El que más cuenta, sin duda, es el inmenso respeto que todavía sentimos por los científicos. 

El mito generalizado de que todos los veterinarios son personas que quieren a los animales y no permiten que se les haga sufrir innecesariamente…. Pero a alguien que realmente aprecie a los animales tiene que resultarle difícil completar los estudios de veterinaria sin que se le adormezca la sensibilidad ante el sufrimiento animal, y quizá los más sensibles no sean capaces de terminarlos.

La raison d’etre de la profesión veterinaria es el bienestar total del hombre, y no el de los animales inferiores. 

No es de extrañar que en la respetada revista científica británica New Scientist un escritor describiera Estados Unidos como “un país que, según queda reflejado en su legislación de protección animal, parece una nación de bárbaros”. 

Vieron animales retorciéndose, aparentemente despertando de la anestesia mientras los cirujanos operaban en sus cerebros expuestos. También oyeron a los cirujanos mofándose y riéndose de animales asustados y sufrientes. 

¿Cuándo están justificados los experimentos con animales? Al enterarse de la naturaleza de muchos experimentos realizados, algunas personas reaccionan diciendo que deben prohibirse todos inmediatamente. Pero si formulamos nuestras exigencias de una manera tan absoluta, los experimentadores disponen de una rápida respuesta: ¿Estaríamos dispuestos a dejar morir a cientos de humanos si se pudieran salvar mediante un solo experimento con un solo animal?


Desde luego, esta pregunta es puramente hipotética. Nunca ha habido, ni podrá haberlo, un solo experimento que salve miles de vidas. La respuesta adecuada a esta pregunta hipotética es otra pregunta: ¿Estarían dispuestos los experimentadores a realizar el experimento con un huérfano humano menor de seis meses si ése fuera el único modo de salvar miles de vidas?

Si los experimentadores no estuvieran dispuestos a utilizar una criatura humana, su disposición a utilizar animales no humanos revela una forma injustificable de discriminación sobre la base de la especie, ya que los gorilas adultos, monos, perros, gatos, ratas y otros animales son más conscientes  de lo que les sucede, más capaces de autodirigirse y, por lo que sabemos, al menos igual de sensibles al dolor, que una criatura humana. (He especificado que el niño fuera huérfano para evitar las complicaciones de los sentimientos de los padres. Plantear el caso de esta manera es, si acaso condescendiente  cara a quienes defienden el uso de animales no humanos en experimentos, ya que los mamíferos destinados a uso experimental suelen ser separados de sus madres a muy temprana edad, cuando la separación causa aflicción tanto en la madre como en el hijo.)

Si realmente fuera posible salvar muchas vidas con un experimento que sólo acabara con una y no hubiera ningún otro modo de salvarlas, ese experimento estaría justificado. Pero se trataría de un caso extremadamente raro. 

No debe pensarse, sin embargo, que la investigación médica pararía en seco o que un torrente de productos no probados inundaría el mercado. Por lo que respecta a nuevos productos es cierto, como ya dije antes, que tendríamos que arreglarnos con una cantidad menor, utilizando ingredientes que ya sabemos que no son peligrosos. 

Aunque decenas de miles de animales han sido forzados a inhalar el humo del tabaco durante meses e incluso años, la prueba de la conexión entre el uso del tabaco y el cáncer de pulmón se basó en datos de observaciones clínicas en humanos. 

¿Podemos justificar que se fuerce a miles de animales a inhalar humo de tabaco para que desarrollen cáncer de pulmón, cuando sabemos que prácticamente podríamos acabar con la enfermedad eliminando el uso del tabaco? Si las personas deciden continuar fumando, sabiendo que así se arriesgan a un cáncer de pulmón, ¿es correcto hacer sufrir a los animales el coste de esta decisión?

Cada vez más científicos se están dando cuenta de que la experimentación con animales a menudo frena el avance de nuestra comprensión de las enfermedades de los humanos y su tratamiento. 

¿Por qué han de estar muriéndose personas por una enfermedad invariablemente fatal mientras se prueba una posible cura en animales que no suelen desarrollar el SIDA?

En la granja industrial

Para la mayoría de los seres humanos, especialmente los de las modernas comunidades urbanas o de la periferia, la forma de contacto más directa con los animales no humanos se produce a la hora de las comidas: nos los comemos. 

Es aquí, cuando nos sentamos a la mesa y en el supermercado o carnicería de nuestro barrio, donde nos ponemos en contacto directo con la mayor explotación que jamás haya existido de otras especies. 

Jamás se expone a las aves a la luz natural, excepto el día en que se las saca para sacrificarlas,  el aire que respiran está fuertemente impregnado del amoníaco de sus propios excrementos. Tienen una ventilación adecuada para mantenerlas vivas en circunstancias normales, pero, si hubiera un fallo mecánico, pronto se asfixiarían. Incluso una posibilidad tan básica como un fallo eléctrico podría ocasionar un desastre, ya que no todas las granjas avícolas poseen un grupo generador autónomo auxiliar. 

El rápido ritmo de crecimiento también causa lesiones y deformidades que fuerzan a los productores a sacrificar entre un 1 y un 2% de los pollos -y puesto que sólo se retiran los casos más severos, la cantidad de aves que sufren deformidades tiene que ser mucho más alta-. 

Los investigadores alertaron a los granjeros para que pasaran el menor tiempo posible en sus naves y usaran un respirador al entrar. Pero el estudio no decía nada sobre respiraderos para los pollos. 

Las puertas se abrirán de par en par y las aves, llevadas boca abajo y violentamente introducidas en cajas que se amontonan en la trasera de un camión. Finalmente son sacados de las cajas y colgados boca abajo de la cinta transportadora que los conduce hasta el cuchillo que acabará con su infeliz existencia. 

Los cuerpos de los pollos, desplumados y preparados, se venderán entonces a millones de familias que chuparán sus huesos sin detenerse a pensar por un instante que se están comiendo el cuerpo muerto de una criatura que estuvo viva, ni lo que se le hizo a esa criatura para que ellos pudieran comprar y comer su cuerpo.

Algunas compañías gasean a los pequeños polluelos, pero es más frecuente que se les arroje vivos a un saco de plástico donde acaban asfixiados por el peso de los otros polluelos que caen encima de ellos. … para los criadores, la muerte de estos polluelos machos es como para nosotros sacar la basura. 

La situación de las gallinas en estas condiciones es similar a la de tres personas que intentan pasar la noche cómodamente en una cama estrecha, con la diferencia de que las primeras están condenadas a esa infructuosa lucha por un año entero. 

En los mamíferos, la temprana separación de madre e hijo causa desazón en ambos. Respecto a las propias jaulas, un ciudadano normal que mantuviera perros en condiciones similares durante todas sus vidas se arriesgaría a que le denunciasen por crueldad. Sin embargo, a un porquero que trate así a un animal de inteligencia comparable es más probable que se le recompense con una concesión fiscal o, en algunos países, con un subsidio directo del Gobierno. 

Los humanos dan a luz, pero los cerdos paren. 

Las cerdas se tiraban violentamente hacia atrás tensando la cadena. Daban cabezazos mientras se retorcían y daban vueltas luchando por liberarse. A menudo emitían fuertes gritos y de cuando en cuando algunas se chocaban contra las paredes laterales de los establos. En ocasiones, esto terminaba provocando que las cerdas se colapsaran sobre el suelo. 

Estos violentos intentos de escapar pueden durar hasta tres horas. Cuando disminuyen, las cerdas permanecen tumbadas por largos periodos de tiempo, a menudo con el morro metido bajo los barrotes y emitiendo de cuando en cuando suaves gruñidos y quejidos. 

Los beneficios del productor y los intereses del animal están en conflicto. 

De todas las formas de producción animal intensiva que hoy se practican, la que mayor repugnancia moral provoca es la de la carne de ternera. 

Un día o dos después de nacer salían en camiones hacia el mercado, donde, hambrientos y asustados por el extraño ambiente y por la ausencia de sus madres, se vendían para entregarlos inmediatamente al matadero. 

La carne rosa pálido es, de hecho, carne anémica, y la demanda de carne de este color es una cuestión de esnobismo ya que el color no afecta al sabor ni, por supuesto, la vuelve más nutritiva, sino más bien todo lo contrario, solo significa que le falta hierro. 



Para asegurarse de que el ternero destinado a carne come todo lo que puede, no se le da agua. El único líquido al que tiene acceso es su comida: un sustituto enriquecido de la leche, compuesto de leche en polvo y grasa añadida. Puesto que los establos que los albergan se mantienen cálidos, los sedientos animales ingieren más alimento del que tragarían si pudieran beber agua. Como consecuencia del exceso de comida es habitual que rompan a sudar, de modo similar a como dijimos que le ocurre a un ejecutivo que ha comido demasiado y muy deprisa. Al sudar, el ternero elimina humedad; esto le produce sed de nuevo, de modo que la próxima vez vuelve a comer en exceso. Este procedimiento es insalubre según los criterios generalmente admitidos, pero el productor de carne de ternera, cuya finalidad es producir el animal más pesado en el menor tiempo posible, no se inquieta por su salud futura mientras sobreviva para llevarlo al mercado; así, Provimi advierte que el sudor es una muestra de que “el ternero está sano y creciendo lo máximo posible”. 

La industria de la ternera es una rama de la industria lechera. Se les apartan de los hijos cuando nacen, experiencia ésta que es tan dolorosa para la madre como aterrorizante para el ternero. 

Después de que le retiren su primer ternero, comienza el ciclo de la producción de la vaca. Se le ordeña dos veces al día, en ocasiones tres, durante diez meses. Después del tercer mes, será preñada de nuevo. Será ordeñada hasta unas seis o siete semanas antes del siguiente parto, y otra vez de nuevo tan pronto como se le priva del ternero. Normalmente, este ciclo intensivo de gestación e hiparlactación puede durar tan solo unos cinco años, tras los cuales la vaca “gastada” se envía al matadero para convertirse en hamburguesa o comida para perros. 

El sufrimiento se les ha provocado a los animales para el beneficio del hombre, ya sea con los métodos modernos o con los tradicionales. Parte de este sufrimiento ha sido una práctica normal durante siglos, y aunque esto podría inclinarnos a pensar que no existe motivo de preocupación, no es ningún consuelo para el animal que lo padece. 

Casi todos los ganaderos quitan los cuernos, marcan y castran a sus animales. 

Cuando se quieran los cuernos se cortan también arterias y otros tejidos, lo que hace correr la sangre. 

Aunque la castración, el marcado y la separación de las madres de sus crías han causado sufrimiento a los animales de la granja durante siglos, la crueldad del transporte y del matadero despertó en el siglo XIX las más angustiosas súplicas por parte del movimiento humanitario. En Estados Unidos, los animales eran conducidos desde pastos cercanos las Rocosas hasta las estaciones de ferrocarril; ahí se les embutía en vagones de tren y se les negaba el alimento durante varios días, hasta su llegada a Chicago. Allí, en gigantescos depósitos con olor a sangre y carne putrefacta, los que habían sobrevivido al viaje tenían que esperar a que les tocara el turno de ser arrastrados y aguijoneados para que subieran la rampa, donde les esperaba el matarife. Si la puntería era buena, podían considerarse afortunados, pero no siempre tenían suerte. 

Es frecuente que el ganado vacuno se pase 48 o incluso 72 horas dentro de un camión, sin ser descargado. 

El animal que tenemos ante nosotros en el plato a la hora de comer tal vez no murió de ninguna de éstas formas, pero estas muertes son y han sido siempre una parte de la totalidad del proceso que nos proporciona la carne que comemos. 

Dar muerte a un animal es un acto que produce cierto malestar. Se ha dicho que si tuviéramos que sacrificar nosotros mismos a la carne que nos sirve de alimento, todos seríamos vegetarianos. 

El público puede tener la esperanza de que la carne que compra proviene de un animal que murió sin dolor, pero en realidad no quiere enterarse. Sin embargo, aquellos que con sus compras convierten en un hecho inevitable que se mate a los animales no tienen derecho a que se les dispense del conocimiento de éste o de cualquier otro aspecto de la producción de la carne que compran. 

Gran parte del sufrimiento que tiene lugar en los mataderos es el resultado del frenético ritmo que debe seguir la cadena de la matanza. La competencia económica significa que los mataderos tratan de sacrificar más animales por hora que sus competidores. 

Muchos países, incluidos Gran Bretaña y Estados Unidos, hacen una excepción en la aplicación de las leyes al respetar los ritos judíos y musulmanes que requieren que los animales estén completamente conscientes cuando se les sacrifica. 

En lugar de darles un golpe seco y rápido que les tira al suelo al instante y les mata casi al mismo tiempo que caen, a los animales sacrificados ritualmente en Estados Unidos se les ajusta un grillete a una de las patas traseras, se les eleva del suelo y después, completamente conscientes, se les cuelga boca abajo de la correa de suspensión entre dos y cinco minutos -y ocasionalmente mucho más tiempo si algo no funciona en la “fila de la muerte”- antes de que el matarife les haga un corte. 

El tema “libertad religiosa” y la acusación de que los que atacan este modo ritualista de sacrificar a los animales están motivados por un sentimiento antisemita han bastado para impedir cualquier interferencia legislativa con esta práctica en Estados Unidos, Gran Bretaña y muchos otros países. 

Hacerse vegetariano

Nadie que tenga el hábito de comerse a un animal queda completamente libre de todo prejuicio a la hora de juzgar si las condiciones en que fue criado le causaron sufrimiento. 

En la práctica, es imposible criar animales a gran escala para que nos sirvan de alimento sin hacerles sufrir bastante. 

La carne que se vende en carnicerías y supermercados proviene de unos animales a los que no se trató con ninguna consideración real mientras se les criaba. Por tanto, no debemos preguntarnos: ¿Es en general correcto comer carne?, sino: ¿es correcto comer esta carne?

Las personas que se benefician de la explotación de grandes cantidades de animales no necesitan de nuestra aprobación. Necesitan nuestro dinero. 

El vegetarianismo es una forma de boicot. 

Protestar por las corridas de toros en España, por que coman perros en Corea del Sur o por la matanza de crías de focas en Canadá, a la vez que seguimos comiendo huevos de gallinas que han pasado toda su vida hacinadas en jaulas o terneros a los que se ha privado de sus madres de una alimentación adecuada y de libertad para tumbarse con las patas estiradas, se parece a denunciar el apartheid en Sudáfrica mientras pedimos a nuestros vecinos que no vendan sus casas a personas negras. 

Se necesita dar a un ternero 9 kg de proteínas para que produzca tan solo medio kg de proteína animal destinada a los humanos. Recibimos menos del 5% de lo que invertimos. ¡No es extraño que Frances Moore Lappé haya denominado a este tipo de explotación “una fábrica de proteínas a la inversa”!

Aunque la producción de leche rinde más calcio que acre que la avena, el brócoli rinde todavía más, proporcionando cinco veces más calcio que la leche. 

En 1974 Lester Brown, miembro del Oversas Development Council, calculó que si los americanos redujeran solamente en un 10% su consumo de carne durante un año quedarían disponibles para el consumo humano por lo menos 12 millones de toneladas de grano, o, dicho de otra forma, una cantidad suficiente de toneladas para alimentar a 60 millones de personas. 

La comida desperdiciada por la producción de animales en las naciones ricas sería suficiente, si se distribuyera de modo adecuado, para acabar tanto con el hambre como con la desnutrición en el mundo. La respuesta simple a nuestra pregunta, entonces es que criar animales para comerlos con los métodos usados en las naciones industrializadas no contribuye a solucionar el problema del hambre. 

En el agua que usa un buey de 450 kg podría flotar un destructor. Las necesidades de la producción de animales están secando las vastas reservas subterráneas de agua de las que dependen tantas regiones secas de América, Australia y otros países. 

En Costa Rica, Colombia, Brasil, Malasia, Tailandia e Indonesia se están talando las selvas húmedas para proporcionar pastos al ganado. Pero la carne que produce este ganado no beneficia a los pobres de esos países. En cambio, se vende a los ricos en las grandes ciudades o se exporta. 

La carne de ternera es un tipo de carne que, simplemente, no se puede producir de manera humanitaria. 

Los expertos en nutrición ya no discuten sobre si la carne animal es o no esencial. Hoy en día, todos están de acuerdo en que no lo es. Si las personas normales recelan todavía de una alimentación que no la incluya, se deberá sin duda a la ignorancia. 

Al principio, los mejores reformadores -los que se opusieron antes que nadie al comercio de esclavos, las guerras nacionalistas y la explotación de los niños que trabajaban catorce horas al día en las fábricas de la Revolución Industrial- fueron tildados de locos por aquellos cuyos intereses eran inseparables de los abusos a los que se oponían. 

El dominio del hombre… una breve historia del especismo

Las actitudes de generaciones anteriores ante los animales ya no son convincentes porque giran en torno a unos presupuestos -religiosos, morales, metafísicos- que se han quedado obsoletos. 

El especismo, hoy…

Solo mediante una ruptura radical con dos mil años de pensamiento occidental sobre los animales lograremos construir una base sólida para abolir esta explotación. 

Cualquiera que sea la reacción inicial del niño, sin embargo, lo que hay que destacar es que comemos carne animal antes de estar capacitados para entender que lo que comemos es el cadáver de un animal. 

Las páginas dedicadas a los animales no-humanos están dominadas por suceso de “interés humano”, como el nacimiento de un gorila en el zoológico, o por las amenazas a una especie en peligro; pero el desarrollo de las técnicas agropecuarias que privan de libertad de movimiento a millones de animales nunca salen a la luz. 

La ignorancia es la primera línea de defensa del especista, aunque cualquiera puede superarla fácilmente si dispone de tiempo y está decidido a enterarse de la verdad. La ignorancia ha durado tanto sólo porque la gente no quiere enterarse de la verdad. 

Entre los factores que dificultan la tarea de provocar el interés público por los animales destaca, como uno de primer orden, el supuesto de que “los humanos están primero” y que cualquier problema relativo a los animales no puede ser comparable a los problemas de los hombres, tanto por su seriedad moral como por la importancia política del tema. 

Si se obligara a un millar de seres humanos a sufrir el tipo de pruebas que padecen los animales para probar la tóxicidad de los productos domésticos, habría una conmoción nacional. La utilización de millones de animales para el mismo fin debería causar, al menos, una preocupación similar, sobre todo cuando este sufrimiento es tan innecesario y podría detenerse fácilmente si así lo deseáramos. 

Cuando los no vegetarianos dicen que “los problemas humanos están primero”, no puedo evitar preguntarme qué es exactamente lo que están haciendo por los humanos que les obliga a continuar apoyando la cruel e innecesaria explotación de los animales de granja. 

Decir que una persona es “humana” equivale a decir que es bondadosa; decir que es “un bestia”, “brutal”, o simplemente que se comporta “como un animal”, es sufrir que es cruel e intratable. Raramente nos detenemos a pensar que el animal que mata con menos razón es el animal humano. 

Los humanos matan a otros animales por deporte, para satisfacer su curiosidad, para embellecer sus cuerpos y para dar gusto a su paladar. 

A través de la historia han mostrado una tendencia a atormentar y torturar, antes de darles muerte, tanto a sus iguales los humanos como a sus iguales los no-humanos. Ningún otro animal muestra demasiado interés por hacer esto. 

Cuando otros animales se emparejan para toda la vida, decimos que el instinto es lo único que les mueve a esa conducta, y si un cazador o trampero mata o captura a un animal para la investigación, o para el zoológico, no se nos ocurre pensar o considerar que pueda tener una “esposa o esposo” que vaya a sufrir por la desaparición repentina del animal muerto o capturado. 

Mientras que los humanos pueden vivir sin matar, al resto de los animales no les queda otra opción que la de matar para sobrevivir. 

Es extraño que los humanos, que se suelen considerar tan por encima del resto de los animales, estén dispuestos, si ello les favorece en sus preferencias alimenticias, a utilizar un argumento que implica que debemos considerar a los otros animales como inspiración moral y guía. 

En octubre de 1988, los telespectadores de todo el mundo aplaudieron el éxito de los esfuerzos de americanos y rusos para liberar dos ballenas grises atrapadas en el hielo de Alaska. Algunos críticos señalaron la ironía de realizar esfuerzos tan intensos para salvar a dos ballenas mientras unas dos mil ballenas mueren al año en manos de cazadores humanos, sin mencionar los aproximadamente 125000 delfines que se ahogan anualmente en las redes de la industria atunera. 

“¿Cómo sabemos que las plantas no sufren?” Esta objeción pude proceder de un auténtico interés por el bienestar de las plantas, pero la mayoría de las veces quienes la plantean no piensan seriamente en ampliar la esfera de nuestra consideración para que incluya a las plantas, en caso de que pudiera demostrarse que sufren. 

Resulta difícil imaginar  por qué unas especies que son incapaces de alejarse de una fuente de dolor o de utilizar la percepción del mismo para evitar la muerte deberían haber generado la capacidad de sentirlo. Así pues, parece que la creencia de que las plantas sienten dolor está bastante injustificada. 

Las frases bonitas son el último recurso de quienes se quedan sin argumentos. 

¿Pueden ser felices los socialistas?, George Orwell


- El cielo es un fiasco tan grande como la utopía.

- Las versiones paganas del paraíso no son mucho mejores. Uno tiene la sensación de que en los Campos Elíseos siempre está atardeciendo. El Olimpo, donde vivían los dioses, con su néctar y su ambrosía, sus ninfas y Hebe -las "furcias inmortales", como las llamó D.H. Lawrence-, puede que resulte un poco más acogedor que el cielo cristiano, pero tampoco querríamos pasar mucho tiempo allí. Y en cuanto al paraíso musulmán, con sus setenta y siete huríes por cada hombre -todas ellas, es de suponer, exigiendo atención al mismo tiempo-, es sencillamente una pesadilla. Y tampoco los espiritualistas, pese a asegurarnos sin cesar que "todo es hermoso y brillante", son capaces de describir ninguna actividad en el más allá que una persona racional considere soportable, no hablemos ya de que le resulte atractiva.

- La incapacidad de la humanidad para imaginar la felicidad más que como una forma de alivio, ya sea del esfuerzo o del dolor, les plantea a los socialistas un grave problema.

- A riesgo de decir algo que los editores del Tribune tal vez no aprueben, sugiero que el verdadero objetivo del socialismo no es la felicidad. Hasta ahora la felicidad ha sido un efecto derivado, y, por lo que sabemos, puede que siga siéndolo siempre. El verdadero objetivo del socialismo es la fraternidad humana. Ese es el sentimiento generalizado, aunque no acostumbre a decirse, o no se diga lo bastante alto. Los hombres entregan sus vidas a luchas políticas desgarradoras, o los matan en guerras civiles, o los torturan en las cárceles de la Gestapo, no con el fin de instaurar un paraíso con calefacción central, aire acondicionado y luz de fluorescentes, sino porque quieren un mundo en el que los seres humanos se amen los unos a los otros en lugar de engañarse y matarse los unos a los otros. Y quieren ese mundo como un primer paso. Qué harán llegados a ese punto no está tan claro, y tratar de pronosticarlo en detalle no hace más que confundir el asunto.

- Casi todos los creadores de utopías han sido como ese hombre que tiene dolor de muelas y, por tanto, cree que la felicidad consiste en no tenerlo. Quieren forjar una sociedad perfecta mediante la prolongación sin fin de algo que solo era valioso porque era provisional.

- Todo aquel que intenta imaginar la perfección no hace más que delatar su propio vacío.


Recuerdos de la guerra de España, ¿1942?, George Orwell


Nota: Este artículo de Orwell, se encuentra traducido al español en el volumen "Ensayos" y en el libro "Orwell en España" bajo el título de "Recordando la Guerra Civil Española", también con interrogantes "¿enero de 1942?". Ambas traducciones difieren ligeramente. Los extractos de esta entrada pertenecen al volumen "Ensayos". 

Una de las experiencias esenciales de la guerra es la imposibilidad absoluta de eludir los repugnantes olores de origen humano. Las letrinas son un tema recurrente en la literatura bélica, y no las mencionaría  si no fuera porque la letrina de nuestros barracones desempeñó un papel importante en el desvanecimiento de mis ilusiones sobre la Guerra Civil española. La letrina de tipo latino, en la que uno tiene que acuclillarse, es en el mejor de los casos bastante mala, pero aquellas estaban hechas de alguna clase de piedra pulida, tan resbaladiza que lo más que podía hacerse era intentar mantenerse en pie. Para colmo, siempre estaban atascadas. A estas alturas, guardo muchos otros recuerdos repugnantes en la memoria, pero creo que esas letrinas fueron lo primero que inspiró en mí una idea que después se volvería recurrente:

"Henos aquí, soldados de un ejército revolucionario, defendiendo la democracia contra el fascismo, peleando en una guerra con un objetivo claro, y los detalles de nuestras vidas son tan sórdidos y degradantes como podían serlo en una prisión, por no decir un ejército burgués."

La imagen de la guerra plasmada en libros como Sin novedad en el frente es sustancialmente verdadera. Las balas hieren, los cadáveres apestan y, bajo el fuego enemigo, los hombres a menudo se atemorizan hasta el punto de orinarse encima. Es verdad que la procedencia social de los miembros de un ejército tiñe de un color determinado su entrenamiento, sus tácticas e incluso su eficacia, y también que la conciencia de llevar la razón puede elevar la moral, aunque esto último vale más para la población civil que para las tropas. (La gente suele olvidar que, cerca del frente, un soldado está por lo común demasiado hambriento, asustado o muerto de frío, o sobre todo demasiado cansado, para preocuparse por las causas políticas de la guerra.) Pero las leyes de la naturaleza son las mismas para un ejército "rojo" que para uno "blanco". Un piojo es un piojo y una bomba es una bomba, incluso si uno pelea por una causa justa.

Por lo que respecta a las masas, los extraordinarios cambios de opinión que se producen a cada instante, las emociones que pueden avivar y sofocar como un fuego, son el resultado de la hipnosis a que las someten los periódicos y la radio. Los intelectuales, a mi juicio, dependen más bien del dinero y de la seguridad física. En función de las circunstancias, pueden estar a favor o en contra de la guerra, pero en ningún caso poseen una imagen realista de esta.

La verdad es muy simple: para sobrevivir, a menudo, debemos pelear, y para hacerlo hay que ensuciarse. La guerra es el mal, y en ocasiones es el mal menor. Aquellos que toman la espada perecen por la espada, y los que no, mueren de enfermedades apestosas. El hecho de que valga la pena escribir tales verdades de Perogrullo demuestra en qué nos han convertido todos estos años de capitalismo durante los cuales hemos vivido de rentas.

Tengo pocas pruebas de primera mano sobre las atrocidades de la Guerra Civil española. Sé que algunas las cometieron los republicanos, y muchas más (que continúan) los fascistas. Pero lo que me impresionó  entonces, y sigue haciéndolo ahora, es que se dé o no crédito a las atrocidades únicamente en función de las preferencias políticas. Todo el mundo se cree las atrocidades del enemigo y descree de las que  hayan cometido los de su propio bando, sin preocuparse siquiera por tener en cuenta las pruebas. Recientemente redacté una lista de atrocidades cometidas durante el periodo transcurrido entre 1918 y el presente; no ha habido un solo año en que no se haya cometido una atrocidad en un lugar u otro, y es difícil dar con un caso en que la derecha y la izquierda dieran crédito a la misma historia. Y lo que es más extraño; la situación puede invertirse de pronto y las atrocidades probadas "más allá de toda duda" pueden convertirse en mentiras ridículas, simplemente porque el horizonte político ha cambiado.

En la guerra actual nos encontramos ante la curiosa situación de que nuestra "campaña de difusión de atrocidades" tuvo lugar mucho tiempo antes de que la propia guerra empezara, y corrió a cargo de la izquierda, gente que normalmente se enorgullece de su incredulidad. En el mismo periodo, la derecha, los principales responsables de las atrocidades de 1914-1918, miraba hacia Alemania y simplemente se negaba a reconocer allí ninguna maldad. Luego, tan pronto como la guerra estalló, eran los pronazis del día anterior los que no paraban de repetir historias horribles, mientras los antinazis se descubrían a sí mismos dudando de si la Gestapo existía de veras.

La propaganda oficial de guerra, con su hipocresía repugnante y sus pretensiones de superioridad moral, tiende siempre a hacer que la gente que piensa simpatice con el enemigo. Parte del precio que pagamos por las mentiras sistemáticas del periodo que va de 1914 a 1918 fue la exagerada reacción progermana que vino a continuación.

La verdad -esa es la sensación general- deviene mentira si es tu enemigo quien la dice.

La lucha por el poder entre los distintos partidos republicanos españoles es un asunto triste y lejano que, a estas alturas, no tengo deseos de revivir. Si lo menciono, es solamente para lanzar una advertencia: no se crean nada, o casi nada, de lo que lean acerca de los asuntos internos en el bando del gobierno. Sin importar la fuente, no será más que mera propaganda partidaria, es decir, mentiras. La pura verdad sobre la guerra es más simple: la burguesía española vio la ocasión de aplastar al movimiento obrero y la aprovechó, con la ayuda de los nazis y de las fuerzas reaccionarias del mundo entero. Dudo que algo distinto pueda sacarse en claro jamás.

En mi juventud ya me di cuenta de que los periódicos jamás informan correctamente sobre evento alguno, pero en España, por primera vez, vi reportajes periodísticos que no guardaban la menor relación con los hechos, ni siquiera el tipo de relación con la realidad que se espera de las mentiras comunes y corrientes.

¿Cómo se escribirá la historia de la guerra de España? Si Franco continúa en el poder, serán sus acólitos los que escriban los libros de historia, y aquel inexistente ejército ruso se convertirá en un hecho histórico, y los niños de las generaciones venideras lo estudiarán en las escuelas. Pero supongamos que el fascismo es finalmente derrotado y que en un futuro próximo se restablece algún tipo de gobierno democrático en España. Aun en ese caso, ¿cómo se escribirá la historia de España? ¿Qué clase de documentos dejará Franco? Supongamos que los archivos del bando del gobierno pueden recuperarse; aun así, ¿cómo podrá escribirse la verdadera historia de la guerra?

A todos los efectos, y desde un punto de vista práctico, la mentira se habrá vuelto verdad.

Sé muy bien que hoy se estila decir que, en cualquier caso, tal como está escrita, la mayor parte de las historia es mentira. Estoy dispuesto a creer que la historia es en gran parte imprecisa y sesgada; lo peculiar de nuestra época, sin embargo, es el completo abandono de la idea de que es posible escribir la historia con veracidad. En el pasado se mentía deliberadamente, o se coloreaba inconscientemente lo escrito, o se hacían esfuerzos por hallar la verdad, a sabiendas de que se cometerían muchos errores. En cualquier caso, sin embargo, los historiadores creían en la existencia de los "hechos", y en que estos eran más o menos determinables. En la práctica, existía un corpus considerable de hechos en los que casi todos estaban de acuerdo. Si uno repasa, por ejemplo, la historia de la última guerra publicada por la Enciclopedia Británica, descubrirá que una cantidad considerable de material se ha tomado de fuentes alemanas. Sin duda, un historiador británico y uno alemán estarían en completo desacuerdo en muchos aspectos, incluso en asuntos fundamentales, pero aun en ese caso podían contar con ese corpus de, por así llamarlos, hechos neutrales acerca de los cuales ninguno se atrevería a recusar seriamente al otro. Es justamente esa base común, que implica que los seres humanos pertenecen a la misma especie animal, lo que el totalitarismo destruye.

Si sobre tal o cual acontecimiento el líder dictamina que "jamás tuvo lugar"... pues: no tuvo lugar jamás. Si dice que dos más dos son cinco, así tendrá que ser. Esta posibilidad me atemoriza mucho más que las bombas. Y conste que, tras nuestras experiencias de los últimos años, una declaración así no puede hacerse frívolamente.

Una particularidad de la conquista nazi de Francia fueron las pasmosas defecciones de miembros de la intelectualidad, incluidos algunos de izquierdas. Los intelectuales son quienes más alzan la voz contra el fascismo, pero una buena parte de ellos se abandonan al derrotismo en cuanto comienzan las dificultades.

El desenlace de la guerra de España se fraguó en Londres, París, Roma y Berlín; en ningún caso en España.

Los fascistas ganaron porque eran más fuertes; poseían armas modernas, y los otros no. Ninguna estrategia política podría haber contrarrestado algo así.

La clase dirigente británica, del modo más malvado, cobarde e hipócrita, hizo todo lo posible para entregar España, sin más, a Franco y los nazis. ¿Por qué? Porque eran profascistas; esa es la respuesta obvia. Aun así, aunque sin duda lo eran, a la hora de la verdad decidieron plantarle cara a Alemania.

Determinar si la clase dirigente británica es malévola o meramente estúpida es una de las cuestiones más complejas de nuestro tiempo, si bien en determinados momentos resulte de suma importancia.

Creo que en el futuro llegaremos al convencimiento de que la política exterior de Stalin, en vez de ser tan diabólicamente lúcida, como se presume, ha sido meramente oportunista y estúpida. En cualquier caso, sin embargo, la Guerra Civil española demostró que los nazis sabían lo que estaban haciendo y sus oponentes no. La guerra se libró a un nivel técnicamente muy bajo, y en general siguiendo una estrategia muy simple. El bando capaz de hacerse con armas estaba destinado a ganar. Los nazis y los italianos se las proporcionaron a sus amigos fascistas de España, mientras que las democracias occidentales y los rusos no hicieron lo mismo con aquellos que deberían haber sido sus amigos. Como resultado de todo ello, la República española sucumbió habiendo "ganado lo que a república alguna faltó". 

Ensayos, George Orwell


T.S. Eliot , 1942

El problema es que la futilidad consciente está hecha solo para los jóvenes. Uno no puede "despertarse con la vida" cuando es viejo. Uno no puede ser siempre "decadente", porque decaer quiere decir estar cayendo, y uno solo puede decir que está cayendo si va a llegar al fondo en un tiempo razonable. Uno está obligado, tarde o temprano, a adoptar una actitud positiva frente a la sociedad y frente a la vida. Sería una crueldad sostener que todos los poetas de nuestro tiempo deben morir en la juventud, pertenecer a la Iglesia Católica o militar en el Partido Comunista, pero es en realidad así como se puede escapar a la conciencia de la futilidad. Hay otras muertes además de las físicas, y hay otras sectas y credos además de la Iglesia Católica y del Partido Comunista; pero sigue siendo verdad que después de cierta edad uno debe, o bien dejar de escribir, o bien dedicarse a un quehacer no totalmente estético, y dicha dedicación significa necesariamente una ruptura con el pasado.