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Soy Yo, Édichka - Eduard Limónov




  • Amenizo la ingesta de alimentos con música, y prefiero la emisora española. 
  • Un gran retrato de Mao Tse Tung, motivo de espanto de todo aquel que pasa por mi casa. 
  • Recibo una prestación social. Vivo a vuestra costa, vosotros pagáis impuestos y yo no hago una mierda, voy un par de veces al mes a una oficina espaciosa y limpia en Broadway 1515 y me dan mis cheques. Me considero un canalla, un despojo de la sociedad, no tengo vergüenza ni conciencia porque no me martiriza, no tengo intención de buscar trabajo, quiero recibir vuestro dinero hasta el fin de mis días. 
  • ¿Que no os gusto? ¿Que no queréis pagar? Es muy poco dinero: 278 dólares al mes. No queréis pagar. ¿Y para qué mierda me habéis llamado, para qué me habéis arrancado de Rusia para venir aquí junto con un montón de judíos? Presentad vuestras reclamaciones ante vuestra propaganda, porque es demasiado fuerte. Es ella, y no yo, la que os vacía los bolsillos. 
  • Yo no divido a las personas procedentes de la URSS en rusos y judíos. Todos somos rusos. Las costumbres, los hábitos tan dispares de mi pueblo han arraigado en ellos, y tal vez los han destrozado. En cualquier caso, tristemente sé por experiencia que las costumbres rusas no dan la felicidad. 
  • Cuando uno se encuentra en una situación de mierda no tiene muchas ganas de tener amigos y desconocidos desgraciados, y casi todos los rusos llevan marcado el sello de la infelicidad. Se les reconoce de espaldas por una especie de abatimiento reprimido que impregna toda su figura. Sin apenas tener trato con ellos, siempre los reconozco en el ascensor. El abatimiento es su principal seña de identidad. Entre la primera y la decimosexta planta aprovechan para hablar contigo, para enterarse de si esa América de doscientos años de historia dará la nacionalidad estadounidense a todos los nuevos emigrantes; tal vez exijan redactar una solicitud al presidente. Ni ellos mismos saben para qué necesitan la nacionalidad. 
  • Durante un tiempo trabajé en el periódico Russkoe Rielo de Nueva York, por aquel entonces me interesaban los problemas de la inmigración. Después de un artículo titulado “Desengaño” me despidieron del periódico: del mal, cuanto más lejos, mejor. 
  • Me aburrían esas comidas familiares judías a las que me invitaban, no me convenían. Me encanta el pescado relleno y el picadillo de arenque, pero soy más de explosivos, congresos y emblemas rellenos, como veréis más adelante. A Édichka le aburre la vida normal, ya se apartó de ella en Rusia, no iba a dejarme llevar aquí por el sueño y el trabajo. Y una mierda. 
  • Un día comprendí que no llegaría más lejos que eso, está bien, en Moscú me leen, y en Leningrado, y mis poemarios llegaron a una decena más de ciudades grandes, la gente me aceptó, pero no el gobierno. Lo que yo hago se puede difundir por todos los medios artesanos que quieras pero así nunca se llega al pueblo. 
  • Ahora veo que aquí o allá es la misma mierda, cada sitio tiene sus pandillas. Pero aquí pierdo por partida doble porque soy escritor ruso, escribo palabras en ruso, y resulta que estoy malacostumbrado a la fama en la clandestinidad, a la atención del Moscú clandestino, a la Rusia creativa donde el poeta no es un poeta como en Nueva York. En Rusia, desde tiempos inmemoriales, un poeta es una especia de líder espiritual; allí, por ejemplo, conocer a un poeta es un gran honor. Aquí el poeta es una mierda, por eso incluso Joseph Brodsky se entristece en vuestro país. 
  • Los otros chicos, mis amigos, los que se fueron a Israel, eran unos nacionalistas, cuando se fueron pensaban que en Israel encontrarían el modo de aplicar su inteligencia, su talento, sus ideas, pues lo consideraban su Estado. ¡Pero qué iba a serlo! No es su Estado. Israel no necesita sus ideas, su talento o su capacidad de razonamiento, no, Israel necesita soldados, lo mismo que en la URSS, ¡uno, dos y a callar! Pero si eres judío tienes que defender tu patria. Ya estamos hartos de defender vuestras viejas banderas descoloridas, vuestros valores que hace tiempo dejaron de serlo, estamos hartos de defender “lo vuestro”. 
  • El ser humano no tiene tranquilidad en este mundo. Tiran de él por todas partes y le obligan a ganar dinero.
  • No tengo madera de esclavo, no sé servir bien. 
  • En general, esta huída a otro país no me ha aportado nada bueno de momento; en la URSS me relacionaba con poetas, pintores, académicos, embajadores y mujeres rusas fascinantes, mientras que aquí, como veis, mis amigos son bocones, auxiliares de camarero, electricistas, porteros y friegaplatos. Aunque ya no me jode pensar en mi vida anterior, me esfuerzo tanto en olvidarla que creo que al final lo conseguiré. Tiene que ser así, si no uno está siempre en decadencia. 
  • En mi país los homosexuales son muy infelices, les pueden espiar si quieren y enviarlos a la cárcel por amor antinatural, según la ley soviética… yo era poeta, y me deleitaba con las Canciones alejandrinas de Mijaíl Kuzmin, donde elogiaba a un amante varón y se hablaba del amor masculino. 
  • Los jóvenes vivían con los viejos, aprendían de ellos, cuando un joven y un viejo se quieren y viven juntos es algo noble. El joven a menudo necesita un sostén, el apoyo de una mente experimentada y madura. Era una buena tradición. Por desgracia, ahora ya no es así. Ahora los jóvenes prefieren vivir con otros jóvenes, y de ahí no sale nada más que un folleteo brutal. 
  • Los hechos hablan por sí solos, estábamos igual que en Rusia, no podíamos publicar nuestros artículos en America, es decir, expresar nuestra opinión, solo que aquí teníamos prohibida otra cosa: escribir en tono crítico sobre el mundo occidental. 
  • El ser humano es débil, así que a menudo lo aderezábamos con cerveza y vodka. Pero mientras que un hombre de Estado trajeado no se atreve a decir que ha tomado esta o aquella decisión gubernamental en el intervalo que media entre dos vasos de vodka o de whisky, o estando en el lavabo, a mí esa especia de extemporaneidad, de inoportunidad de la manifestación del talento y el genio humanos siempre me ha admirado.  No pretendo ocultarlo. Esconder significa torcer y permitir que se tuerza la naturaleza humana. 
  • En algún lugar está escrito que El pensador de Rodin es una falacia. Estoy de acuerdo. La idea de esa frente alta y los músculos faciales en tensión, ese desprendimiento ajado de todos los pliegues del rostro, la inclinación de la cara hacia abajo, cuando en realidad debería reflejar la debilidad y el absurdo. Cualquiera que sea un poco observador lo habrá notado más de una vez en sí mismo. Así que Rodin es un capullo. En el arte hay muchos capullos, como en todos los ámbitos. Si hubiera llamado a su escultura “Idea”, todo hubiera sido fidedigno: en el interior del ser humano el pensamiento está en tensión, pero precisamente por eso externamente el aspecto es de descuido. La persona que sabe pensar, durante el proceso de desarrollo del pensamiento parece una ameba amorfa. 
  • Tengo debilidad por la ropa excéntrica y circense, y aunque por mi extrema pobreza no puedo permitirme nada especial, todas mis camisas son de encaje, tengo una chaqueta de terciopelo lila, un maravilloso traje blanco (mi orgullo), mis zapatos son siempre de tacón alto, tengo hasta unos rosas, los compro en el mismo sitio que todos esos chicos, en dos de las mejores tiendas de Broadway, en la esquina de la Cuarenta y cinco con la Cuarenta y seis, unas tiendecitas adorables muy atrevidas donde todo lleva tacones y es provocador y absurdo para la gente gris. Quiero que incluso mis zapatos sean una fiesta, ¿por qué no?
  • Llevo en la sangre el amor por las armas, recuerdo que desde niño me quedaba helado al ver la pistola de mi padre. Aquel metal oscuro tenía un halo sagrado. De hecho, todavía hoy un arma me parece un símbolo sagrado y misterioso, un objeto que se utiliza para quitar la vida a las personas no puede dejar de ser sagrado y misterioso. El propio contorno del revólver, con todos los detalles, trasmite cierto terror wagneriano, aunque las armas frías con otro contorno tampoco son una excepción. Sin embargo, mi cuchillo parecía amodorrado y perezoso. Era evidente que sabía que no le esperaba nada interesante en un futuro próximo, no tenía un buen trabajo en perspectiva, así que estaba aburrido y apático. 
  • Yo vivía en Rusia, como escritor en ruso, ¿y qué tenía? Durante diez años no me publicaron ni una obra. La cuestión no es conseguir la independencia de todos los pueblos, sino refundar las bases de la vida humana para liberar al mundo de las guerras, evitar la desigualdad de propiedades, impedir la matanza universal de la vida laboral, instruir al mundo en el amor y no en la maldad y el odio, que es a lo que conducen inevitablemente las separaciones nacionales. 
  • Utilizaban mi artículo para sus propios fines, pero así es como funciona, todo el mundo nos utiliza para su propio interés. En cambio nosotros, las personas, no los utilizamos a ellos, los gobiernos. Entonces no se para qué los necesitamos, si no solo no escuchan a las personas sino que actúan en su contra. 
  • Con mi temperamento no tenía nada que elegir. Automáticamente acabé en el bando de los que protestaban, los insatisfechos, los insurgentes, los guerrilleros, los sublevados, los rojos, los homosexuales, los árabes, los comunistas, los negros, los puertorriqueños. 
  • Siento aversión hacia las organizaciones de intelectuales, los viejos partidos que considero faltos de sangre. Yo sigo buscando, quiero algo vivo, no burocracia y recolectas de dinero en una canastilla pata luego publicar los importes, a ver quién da más. No quiero asistir a reuniones y que luego todos se dispersen a sus casas y por la mañana vayan tranquilamente al trabajo. 
  • Lo que se compara con la infancia no puede ser mentira. 
  • ¡Qué repugnante es el pasado, y cuánto espacio ocupa. Yo especialmente tengo mucho, pero no he acumulado objetos. Tampoco preveo cosas materiales en un futuro. Nunca tendré todas esas cajitas, pegatinas, etiquetas… estoy seguro, nunca. Yo acumulo lo inmaterial. 
  • Desde el punto de vista del amor en este mundo, en Rusia hay más que aquí, por supuesto. Se ve a simple vista. Que me perdonen, a mí, a Édichka, que digan que conozco poco América, pero aquí hay menos amor, caballeros, mucho menos…
  • Me habría gustado mucho más estudiar español. Me resulta más pintoresco y cercano, igual que siento más próximo a todos los hispanohablantes que esos estirados oficinistas de corbata o esas flacas secretarias con tacones.
  • ¿Y qué pasa con Rusia?, os preguntaréis. Pues que Rusia y sus sistema social son también un producto de esta civilización, y aunque allí se han introducido algunos cambios, no sirven de mucho. El amor también huye de Rusia. Y este mundo necesita amor, lo pide a gritos. Yo veo que lo que el mundo necesita no es la autodeterminación nacional, ni gobiernos de esta u otra índole, ni el cambio de una burocracia por otra, la capitalista por la socialista, ni a los poderosos capitalistas o comunistas, unos y otros vestidos de traje, el mundo necesita destruir los cimientos de esta civilización misantrópica, crear nuevas normas de conducta y relaciones sociales, el mundo necesita una auténtica igualdad en la propiedad, igualdad de una vez, y no esa mentira que en su momento escribieron en las banderas de la revolución francesa. Se necesita amor entre las personas para que todos vivamos queridos por otros, y para tener sosiego y felicidad en el alma. Y el amor llegará al mundo si se eliminan las causas del desamor. Entonces no habrá una Elena horrible porque Édichka no esperará nada de Elena, la naturaleza de Édichka será otra, y Elena será otra, y nadie podrá compara ninguna Elena porque no tendrá nada con que comprarla, unas personas no tendrán propiedades materiales por encima de otras…
  • Los americanos, con sangre fría, putos listos, nos aconsejan a la gente como yo que cambiemos de profesión. Lo que no entiendo es por qué no lo hacen ellos. Los hombres de negocios que han perdido media fortuna se tiran de la planta 45 de su oficina, pero no se ponen a trabajar de guardia. En la URSS también podía deslomarme trabajando, para eso no tenía ninguna puta necesidad de venir aquí. Lo único que quería de mí el poder soviético era que cambiara de profesión. 
  • A nosotros también ya nos vale, sigo pensando, somos la emigración más frívola. Normalmente es el miedo al hambre o a la muerte lo que impulsa a la gente a cambiar de lugar, a abandonar su país a sabiendas de que probablemente nunca podrán volver. El yugoslavo que se va a América para ganarse la vida puede regresar a su país, nosotros no. Yo jamás volveré a ver a mi padre y a mi madre, yo, Édichka, soy consciente de ello, con firmeza y serenidad.
  • Nuestros propios cabecillas nos pusieron en contra del mundo soviético, los señores Sájarov, Solzhenitsyn y sus esbirros, que no han visto con sus ojos el mundo occidental. Los impulsaban causas concretas, la intelectualidad exigía participar en la administración del país, reclamaba su parte, llevada por la soberbia, por el deseo de darse importancia. Como siempre en Rusia, no había respeto por la moderación. Probablemente se sentían sinceramente engañados, Sájarov y Solzhenitsyn, pero también nos estaban engañando a nosotros. En cierto modo eran los que “dictaban la conciencia”. Era tan poderoso el movimiento de la intelectualidad contra su país y sus reglas que ni siquiera los fuertes pudieron resistirse, ellos también se vieron arrastrados. Nosotros también nos largamos al mundo occidental en cuanto se presentó la posibilidad. Vinimos, pero cuando vimos qué tipo de vida había aquí muchos habríamos vuelto, si no todos, pero no podemos. El gobierno soviético está plagado de mala gente…
  • Me eduqué en el culto a la locura. “Esquizo”, “esquiz” son abreviaturas de esquizofrénico, así llamábamos a la gente rara, y se consideraba un elogio, la más alta valoración que se podía hacer de una persona. La rareza era un estímulo. Decir de una persona que era normal significaba ofenderla. Marcábamos una distancia radical con los montones de gente “normal”. ¿De dónde sacamos nosotros, unos jóvenes rusos de provincias, ese culto surrealista a la locura? Por supuesto, del arte. En aquella época alguien que no hubiera estado en un manicomio no se consideraba una persona digna. Mis antecedentes por ejemplo eran mi tentativa de suicidio en el pasado, casi en la infancia, y gracias a eso podía entrar en ese grupo. Era la mejor recomendación posible. 
  • Racista es un insulto para un profesor liberal americano, pero para una persona del campo bielorruso, marino de un pesquero, racista no es un insulto. 
  • ¿Qué busco? Tal vez la hermandad de los rudos hombres revolucionarios y terroristas, para que por fin mi alma pueda descansar en el amor y devoción hacia ellos, o tal vez busco una secta religiosa, un amor que me adoctrine, el amor de ellas personas entre sí, pero cueste lo que cueste: amor. 
  • Aquellos a los que se ama siempre se van. 
  • Los rusos dirigentes han aprendido de sus colegas americanos el arte de matar con medios más modernos, a saber: si quieres matar a un artista, cómpralo…
  • En quedes ha convertido Salvador Dalí. Antes era un pintor con talento, ahora es un viejo bufón que solo es capaz de decorar con su momia los salones ricos. Lo conocí en uno de esos salones. 
  • Las litografías y aguafuertes que se vendían en todas las tiendas de viejos chochos como Picasso, Miró, el propio Dalí y otros han convertido el arte en un enorme bazar sucio. 
  • Dinero, el dinero y la codicia de dinero es lo que mueve a esos viejos. Han pasado de ser traviesos a ser sucios hombres de negocios. Lo mismo les espera a los jóvenes de hoy en día, por eso he dejado de amar el arte. 


Modernismo y fascismo. Roger Griffin



Lo que ha logrado Griffin es situar el fascismo dentro de sus plenas dimensiones históricas con mucha mayor claridad de lo que habían hecho los análisis reduccionistas anteriores. Nos ha brindado tanto un gran estudio del modernismo propiamente dicho como de la amplia variedad del carácter modernista del fascismo. Ésta es la nueva obra sobre el fascismo más importante que ha parecido en bastantes años y merece sobradamente la atención de los lectores españoles. (Stanley G. Payne)


Lejos de ser antimoderno en esencia, el fascismo únicamente rechaza “los elementos presuntamente degenerados de la época moderna”, y que su “defensa de un nuevo tipo de sociedad” significa que representa un modernismo alternativo más que un rechazo del modernismo. 

Como se desprende de las alusiones a Nietzsche y a Marinetti, la premisa en la que se basa este estudio es que las “visiones del mundo” (Weltanschauung o visione del mondo) que condicionaron las políticas de los dos regímenes fascistas, bien distintos, que surgieron en la Europa de entreguerras, estaban íntimamente relacionadas con el modernismo artístico y cultural de un modo que escapa a las ecuaciones simplistas o a las fórmulas reduccionistas. 

Para sus más fieles partidarios el fascismo era una promesa de cambio, un movimiento que literalmente haría época. 

La tesis de nuestra interpretación sinóptica es que la Italia fascista y la Alemania nazi no sólo fueron manifestaciones concretas de una ideología política genérica y de una praxis que se ha dado en llamar “fascismo” sino que además se puede considerar que el propio fascismo es una variante del modernismo.

En sus distintas combinaciones el fascismo no sólo se impuso la tarea de cambiar el sistema estatal, sino también la de depurar de decadencia la civilización y promover la aparición de una nueva estirpe de seres humanos, que no se definía mediante categorías universales sino a través de mitos nacionales y raciales. Los activistas fascistas acometieron la tarea imbuidos del espíritu iconoclasta de la “destrucción creadora”, que no estaba legitimado por la voluntad divina, ni por la razón, las leyes naturales o la teoría socioeconómica, sino por la convicción de que la historia se encontraba en un punto de inflexión y de que los humanos podían determinar su curso, redimir a su nación y rescatar a Occidente de un ocaso que parecía inminente. 

Existen profundas afinidades entre comunismo y el nacionalismo en cuanto ideologías totalitarias. Es más, los Estados comunistas promovieron en la práctica fuertes corrientes de nacionalismo y de etnocrentrismo. En este sentido, existen elementos de parentesco entre comunismo y fascismo que contradicen la teoría marxista. La polarización entre derecha e izquierda que se hace de este pasaje es por tanto una simplificación. 

Nada más terminar la Primera Guerra Mundial, no sólo los vanguardistas sino millones de “personas corrientes” pensaban que asistían a los dolores del parto de un nuevo mundo bajo un régimen ideológico y político cuya naturaleza todavía estaba por decidir. 

Julius Evola fue uno de los representantes más destacados del dadaísmo, una corriente artística que se supone que es intrínsecamente incompatible con cualquier forma de compromiso político, sobre todo con las formas extremas de nacionalismo y y de racismo.

Por regla general, el fascismo todavía se relaciona con las fuerzas reaccionarias y con la huída del “mundo moderno”, no es de extrañar que exista una percepción alterada según la cual su relación con la modernidad estaría plagada de aporías. En la Italia de Mussolini, por ejemplo, ¿cómo pudo un régimen dedicado a la destrucción de las fuerzas “progresistas” del socialismo y a la renovación de la herencia de la Roma clásica atraer a tantos artistas, arquitectos, diseñadores y tecnócratas importantes de vanguardia? ¿Qué condujo a Mussolini -que, a pesar de la megalomanía y la falta de compromiso ideológico auténtico que demostró cuando lideraba un régimen reaccionario en sus años de Duce, en sus orígenes había sido un político activista e intelectual socialista- a sucumbir a la ruidosa campaña en favor del resurgir de la nación que lanzaron desde las páginas de La Voce algunos de los artistas e intelectuales florentinos más destacados -todos ellos apasionados partidarios de lo moderno- en la década anterior a la Primera Guerra Mundial? ¿Por qué Filippo Marinetti, el fundador de uno de los movimientos más radicales de la estética modernista, pensó que el peculiar nacionalismo de Mussolini era el vehículo ideal para la guerra futurista contra la decadencia del “culto al pasado”? ¿Por qué otras figuras prominentes de la cultura italiana como Grabriele D’Annunzio, Giuseppe Prezzolini o Giovanni Papini traicionaron su revolución “auténtica” de la izquierda, a la que se supone que suelen ser leales los artistas de vanguardia, y apoyaron en cambio la “pseudorrevolución” que promovía la derecha?

Italo Balbo partió de Italia el 30 de junio de 1933 en compañía de un escuadrón de veinticuatro hidroaviones SM. 55X Savoia-Marchetti, que eran el no va más de la tecnología de la aviación. Seis semanas después aterrizó en el Lago Michigan, cerca del lugar donde se había instalado la exposición “Un siglo de progreso” que se estaba celebrando en Chicago, un acontecimiento que, a pesar de los terribles efectos de la Gran Depresión- o quizá precisamente gracias a ellos- atrajo a 39 millones de visitantes de todo el mundo. Para conmemorar esta proeza que el público estadounidense acogió con verdadero entusiasmo, Mussolini ordenó quitar una columna de 1.700 años de antigüedad que pertenecía a un pórtico levantado en un lugar cercano a la bahía de Ostica Antica, el antiguo puerto de Roma, y enviarla a Chicago. La colocaron frente al pabellón de Italia. Se utilizaba así un monumento antiguo para celebrar el triunfo de la modernidad. 

Cada vez que recurrimos a los especialistas para explicar la enrevesada relación ente fascismo y modernismo, más que encontrar un coro armonioso topamos con una cacofonía. 

Setenta años después de la caída del Tercer Reich habría resultado inconcebible organizar una exposición equivalente en Alemania que llevara el lacónico título de “Los años treinta: Arte y cultura en Alemania” sin provocar la ira de los revisionistas. Los organizadores habrían tenido que andarse con pies de plomo para evitar que les acusaran de “normalizar” el nazismo subrepticiamente al utilizar la exposición y el texto del catálogo para hacer hincapié en la modernidad de la vida bajo el régimen nazi pasando por alto los horrores intrínsecos que padecieron los alemanes excluidos de la “comunidad nacional”. Lo que ha quedado grabado en la memoria colectiva es la condena que los nazis realizaron de la estética modernista en la “Exposición de arte degenerado”, celebrada en Múnich en 1937 -si atendemos al número oficial de visitantes, la exposición de arte contemporáneo que “más éxito” ha tenido en la historia-. 

La imagen del Reichsminister de Ilustración y Propaganda Joseph Goebbels animando a Mies van Der Rohe a concursar en los proyectos más prestigiosos del régimen, nos anima a nosotros a “revisar” a fondo la cuestión de la famosa yihad que los nazis emprendieron contra el modernismo.

Un ejemplo todavía más sorprendente, si cabe, de las incongruencias que aparecen de manera recurrente en la interacción entre el nazismo y la modernidad occidental es la debilidad que tenía Goebbels por el jazz, un género musical fustigado oficialmente en cuanto epítome de la “música degenerada”. Teniendo en cuenta esta afición, no es de extrañar que l anoche del 15 de febrero de 1938 Goebbels visitara los camerinos del Teatro de la Scala de Berlín, en compañía de Hermann Goering, para felicitar por su actuación a Jack Hylton, un músico de jazz inglés de fama internacional cuya gira por Alemania había batido todos los récords de taquilla la primavera anterior. (Al parecer, Hitler también asistió al concierto, pero una vez terminado se fue directamente a su casa.) Esta visita no fue ningún lapsus. El espectáculo había sido previamente “purificado”. Los propios censores de Goebbels habían suprimido el número de Maureen Potter, que hacía de Shirley Temple, por juzgarlo “demasiado americano”, y se habían asegurado de que no había ningún judío en la orquesta de Hylton. Además, oficialmente, el estilo musical que defendía Goebbels no era el jazz, clasificado como “decadente”, sino el swing, que era una “afirmación de la vida”. 

Tanto los fascistas como los nazis, cada uno en su estilo, no rechazaban la modernidad, sino que utilizaban el entorno para echar los cimentos de una modernidad alternativa y, por tanto, pretendían desarrollar un modernismo alternativo. 

Si el fascismo dio cabida a algunas expresiones de la estética modernista que se avenían a la causa revolucionaria por la que ellos luchaban y tachó a otras de decadentes fue precisamente porque era un fenómeno intrínsecamente modernista. 

Sostenemos que existe una matriz psicocultural homogénea e intrínsecamente uniforme que no solo provocó la asombrosa proliferación de formas heterogéneas de estética, de cultura y de formas modernistas, sino que además condicionó, sin llegar a determinarla, la ideología, la política y también la praxis general del fascismo. En resumidas cuentas, afirmamos que, aunque no sea el único que se debe hacer, se puede llevar a cabo un análisis fructífero del fascismo en cuanto forma de modernismo. Con suerte, incluso los historiadores atormentados por el abismo insondable del relativista encontrarán que nuestra tesis es lo suficientemente atractiva, que sus pruebas empíricas son suficientemente rigurosas y que su valor heurístico es suficientemente sólido para justificar la escala épica pasada de moda de su metanarrativa.

Los marxistas intentarían, como es natural, centrarse en el nacimiento del capitalismo y en sus consecuencias sociales y materiales como la principal fuerza impulsora del cambio y del modernismo en sí. El capitalismo sería, además, el progenitor del fascismo. De hecho, los historiadores marxistas se encuentran enzarzados en una discusión interminable con los no marxistas acerca del discurso más adecuado para la construcción de una narrativa de la modernidad y de los conceptos relacionados con ella. 

Se postula que el modernismo nace como fenómeno cultural específico de la modernidad cuando un grupo crítico de artistas e intelectuales empiezan a experimentar y a expresar (a construir) que la época en la que viven no es un periodo de progreso y de evolución, sino que se caracteriza por la regresión y la involución. En una palabra, es un periodo decadente. 

Después de todo, mientras las amas de casa italianas donaban sus alianzas a la causa sanguinaria de la ocupación fascista de Abisinia, en la Rusia soviética ya se organizaban desde hacía bastante tiempo desfiles para conmemorar el Primero de Mayo, cada vez más elaborados, belicosos y cargados de simbolismo. Estos desfiles se celebraban en Moscú y su finalidad era establecer relaciones primordiales entre la primavera y la renovación cíclica y la fuerza, y tenían la misma energía que los del Tercer Reich. Las purgas de Stalin y los procesos organizados con fines propagandísticos, además de ofrecer espectáculo, también tenían su parte ritual y espectacular. 

Los seres humanos modernos siguen ofreciendo sacrificios y peregrinando, pero la mayoría de los sacrificios se ofrecen a “deidades humanas” y se peregrina a “ciudades terrenales”. 

Todos los países europeos seguían su Sonderweg particular y tenían sus propias versiones de darwinismo social, de antropología física y cultural, de genética, de demografía, de higiene racial, de nacionalismo orgánico, de antisemitismo, de ocultismo y, sobre todo, proyectos políticos particulares, tanto de izquierdas como de derechas. En Gran Bretaña, por ejemplo, hasta 1914 la derecha radical abrazó la teoría eugenésica, preocupada por el impacto que la decadencia racial pudiera ejercer sobre el Imperio, pero también simpatizaron con ella intelectuales de izquierdas como H.G. Wells y George Bernard Shaw…


La conclusión que extrae Peter Osborne, una conclusión que aplica a la clasificación de fascismo, es sorprendentemente conocida: “Desde el punto de vista de la estructura temporal de su proyecto, el fascismo es una forma especialmente radical de revolución conservadora”. En cuanto tal, “no es ni una reliquia ni un arcaísmo”, sino una “forma de modernismo político”. 

Con su rebelión contra la decadencia, los fascistas pretendían regenerar una Europa cuya “moral” se encontraba “en declive”, cuya “fe” estaba “degradada”. Querían imponer “el culto al cuerpo, a la salud y a la vida en la naturaleza” y acabar así con “una civilización que no quería salir de casa”. 

Los rasgos peculiares del fascismo se pueden resumir en la siguiente definición esquemática: “El fascismo es una forma de poder programático cuya intención es hacerse con el poder político para llevar a la práctica una visión totalizadora del renacimiento nacional o étnico. Su meta última es acabar con la decadencia que ha destruido la sensación de pertenencia a una comunidad y que ha despojado a la modernidad de significado y de trascendencia, y dar comienzo a una nueva era de homogeneidad cultural y de salud”. 

La Italia fascista fue un régimen mucho más contenido que la Rusia de Stalin o la Alemania de Hitler. La utopía que pretendían hacer realidad era tan radical y la destrucción masiva necesaria tan desproporcionada que da la sensación de que tanto los dictadores como sus seguidores sufrieron un proceso de “depuración” de la conciencia “normal” basada en valores que ellos relacionaban con la decadencia, un proceso que les situó en una órbita moral que se encontraba, fieles al legado nietzscheano, “más allá del bien y del mal”. 


El fascismo es una forma de modernismo programático cuya intención es hacerse con el poder político para llevar a la práctica una visión totalizadora del renacimiento nacional o étnico. Su meta última es acabar con la decadencia que ha destruido la sensación de pertenencia a una comunidad y que ha despojado a la modernidad de significado y de trascendencia, y dar comienzo a una nueva era de homogeneidad cultural y de salud. 

Emilio Gentile afirma que “el modernismo fascista intentó efectuar una nueva síntesis entre tradición y modernidad sin renunciar a la modernización con el fin de cumplir los objetivos de poder de la nación”.

Bajo a Mussolini se animó a los italianos a sentir que vivían en el umbral de una “nueva civilización”, de un “ciclo”. 

La aplicación de un nuevo calendario que discurriría paralelamente al gregoriano, según el cual el año 1922, el de la Marcha sobre Roma, sería el año I de la era fascista, es un gesto cargado de significado simbólico. Se puede comparar con la adopción del año y el día decimales del calendario de la Revolución francesa (o “calendario republicano”), asumido el 24 de octubre de 1793 y abolido el 1 de enero de 1806 por el emperador Napoleón I, pero que, en un gesto simbólico y elocuente, se recuperó brevemente en la Comuna de París en 1871. La manipulación matemática de la medida del tiempo bajo Mussolini indica una profunda voluntad mítica de crear un nuevo tipo de Estado capaz de llevar a cabo un nuevo orden en el que Crono quedara suspendido y el tiempo histórico volviera a comenzar literalmente. Se trata de una voluntad que ya hemos analizado en el contexto de la obsesión que la decadencia de principios del siglo XX, una obsesión que es la quintaesencia del modernismo. 

En la ciudad que aparece en Metropolis (1927), de Fritz Lang, una descripción profundamente modernista de un futuro utópico y distópico a la vez, un reloj decimal que marca una cuenta atrás a la vista de todos regula las vidas de los trabajadores. En la anécdota apócrifa que afirma que Goebbels le ofreció a Lang el cargo de director de la industria debido a la fuerza que observó en su película se intuye el modernismo del nazismo. 

Desde 1945 las políticas y las acciones que el régimen fascista emprendió en el ámbito cultural, social y político que han sido estudiadas de forma exhaustiva por muchos historiadores que han legado a los investigadores una enorme cantidad de datos empíricos relacionados con el desmantelamiento del régimen liberal y su sustitución por un “Estado totalitario”. Sin embargo, en esta profusión de datos que dan cuenta de qué hicieron los fascistas na vez en el poder se suele pasar por alto por qué lo hicieron. Se trata de una cuestión que casi nunca se aborda, y si se hace se suelen limitar las causas a los caprichos de un dictador, a la guerra reaccionaria contra el socialismo o a la obtención del monopolio del poder por parte de una elite corrupta en su propio beneficio. Sin embargo, espero que estas alturas haya quedado claro que, a diferencia de las interpretaciones que acabo de mencionar, según nuestra perspectiva debe interpretare el régimen fascista en cuanto Estado modernista equiparable al Estado modernista que se fundó en la Rusia bolchevique en la misma época y con el que se instauraría más tarde en la Alemania del Tercer Reich. 

Durante los primeros años de su existencia, el Estado modernista creado por el fascismo representó para sus partidarios más fanáticos, no sólo para Mussolini, una tentativa heroica de completar la unificación italiana que integrara a todos los italianos en una gran Italia modernizada, dinámica, en plena expansión demográfica y territorial, poderosa desde el punto de vista tecnológico, y con una cultura viva. 

Lo que define a Goebbels como modernista no son sus preferencias estéticas, sino la convicción profundamente asentada de que se podía emplear la fuerza institucional y organizativa del Estado moderno para crear una nueva cultura nacional y una nueva era histórica. 

Aunque Mein Kampf no es una obra en absoluto modernista, ni en su estilo ni en su forma, se la puede considerar con todo derecho como uno de los manifiestos más importantes del modernismo político del siglo XX. 

“¿Pueden pensar las máquinas?”, era la misteriosa pregunta que aparecía en el número del 18 de mayo de 1941 de la revista semanal de “Conocimiento, entretenimiento y Lebensfreude (alegría de vivir)” Koralle, una publicación nazi dirigida a las familias “arias” que se publicó durante los años que el Tercer Reich se mantuvo en el poder. En el artículo que se podía leer a continuación se describían los rápidos avances que se habían producido en el campo de la robótica. Se habían creado máquinas capaces de realizar funciones humanas. Una de ellas era una calculadora que resolvía en segundos problemas de electrónica y de física cuántica que un cerebro humano habría tardado meses en solucionar. 

En 1945 las tropas británicas descubrieron escondido en el sótano de una casa del pueblecito bávaro de Hinterstein un enorme aparato cuyo nombre en clave era “V4”. Al final resultó que ese armatoste mecánico no era la cuarta de las prodigiosas armas secretas de Hitler, sino el Versuchsmodell 4 (Prototipo 4), una calculadora programada con una memoria electromecánica y una unidad aritmética construida en 1941 por Konrad Zuse con una subvenciono del Instituto Aerodinámico del Tercer Reich. Era el primer ordenador moderno que se había conseguido poner en funcionamiento con éxito, gracias a un mecanismo basado en una serie de armazones tensados que vibraban. 

En 1936 algunos alemanes una podían incluso ver cómo Hitler asistía a los Juegos Olímpicos de Berlín a través del último triunfo de la tecnología alemana de la comunicación: la televisión. En la decimosexta Grosse Deutsche Rundfunkausstellung (Exposición de la Radio de la Gran Alemania) de 1939, se mostró por primera vez el Fernseh-Volksempfänger -el equivalente al aparato de radio diseñado para el consumo de masas que tanto éxito había tenido, el Volksempfänger-, con un precio indicativo de 650 marcos. Dos años antes, entra edición de esta misma exposición se había demostrado que las transmisiones de televisión en color eran posibles. De no ser por la guerra, la televisión se habría desarrollado hasta convertirse  en un medio de comunicación de masas… Hitler estaba absolutamente convencido de que los alemanes “arios”, equipados con ese aparato de grabación, documentarían de forma espontánea los logros de la nación renacido, el propio proceso de “hacer historia” que se estaba llevando a cabo en la intimidad de las vidas de la Volkgemeinschaft. 

“Los alemanes” nunca fueron colectivamente “los verdugos voluntarios de Hitler”, tal como postula la teoría simplista de Goldhagen, pero lo cierto es que millones de alemanes fueron cómplices en la creación y el mantenimiento de la modernidad alternativa del régimen durante los años cruciales de su formación. 

A Adolf Hitler le apasionaba sinceramente Wagner, uno de los compositores más modernistas de la época. Ademas, el Führer estaba personalmente interesado en construir una red de Autobahn, una de las expresiones más destacadas de los principios de la estética, del diseño, de la ingeniería -tanto social como civil-, de la planificación -tanto regional como a gran escala-, de la tecnología de la construcción, y del Estado jardinero modernistas: el símbolo de una “modernidad alternativa” en construcción. La tecnología del coche que se diseño para convertir las autopistas en medios de transporte a gran escala, el Volkswagen, era tan avanzada, y su línea tan pura, que se incluyó en la exposición “Modernism: Designing a New World”, celebrada en Londres en 2006. Tanto Mies van Der Rohe como Walter Gropius, dos luminarias de la escuela de tendencia izquierdista de la Bauhaus, presentaron proyectos arquitectónicos bajo el Tercer Reich. El arquitecto que proyectó junto a Van Der Rohe el edificio de Nueva York fue Philip Johnson, un hombre que colaboró en la fundación de un partido fascista de los Estados Unidos  en los años treinta y que formó parte del ejército nazi que invadió Polonia. En 1978 Albert Speer le regaló a Johnson un ejemplar de su nuevo libro de arquitectura con la siguiente dedicatoria: “A Philip Johnson, compañero arquitecto. De un colega que admira sinceramente sus últimos proyectos. Saludos. Albert Speer”. Speer creó “catedrales de luz” inspiradas en la estética modernista setenta años antes de que se utilizaran reflectores con una finalidad parecida para marcar el lugar donde se encontraban las Torres Gemelas del World Trade Center hasta la mañana del 11-S. Ezra Sound, uno de los poetas modernistas más  importantes, interrumpió su labor creativa para difundir propaganda pro fascista entre los americanos y los ingleses, y para añadir un homenaje a la República de Saló a sus Cantos. Si los lectores no encuentran nada desconcertante o anómalo en esta relación de faits divers es porque (ahora) son conscientes de la poderosa afinidad electiva que existe entre el impulso del modernismo cultural de crear un nuevo nomos de ficción, las aspiraciones de los modernistas sociales a trascender una época de decadencia y de enfermedad, y la estricta misión de futuro de los políticos modernistas de derechas de construir una sociedad revolucionaria, pero firmemente arraigada, enmarcada una vez más en un horizonte mítico fijo. 

En defensa de España, Stanley G. Payne -4ª parte-


La transición, ¿un modelo?

La dictadura de Franco había evolucionado enormemente, pasando por distintas fases cada vez más flexibles y moderadas. Después del periodo caracterizado por el estado de guerra (1936-1947), se había instaurado en el país una especie de “autoritarismo legal” con cierto respeto por las normas jurídicas. Por eso, cuando en los últimos momentos del régimen Alexander Solzhenitsyn visitó España, declaró que había encontrado un país bastante libre excepto en el terreno político. El desarrollo y la modernización del país se produjeron esencialmente durante el último cuarto de la dictadura y, en efecto, España ya tenía casi todos los requisitos necesarios para ser un régimen democrático -los niveles de educación, de prosperidad y de bienestar eran más altos que nunca-, salvo que no cumplía con un aspecto clave: carecía de libertad política. 


Sabemos ahora que Carrero no se creía capaz de mantener el régimen sin realizar algún cambio después de la muerte de Franco, por lo que, cuando esta se produjera, presentaría su dimisión al rey. De la Cierva reconoce que durante el breve Gobierno de Carrero él mismo le informaba regularmente de los cambios de corte liberal que se estaban aplicando en la política de información y que el almirante siempre los aprobaba. Por ello es dudoso que su asesinato significara el cierre a la continuidad del régimen, como pensaban los asesinos. Pero las iniciativas e intenciones de Carrero Blanco, más complejas de lo que se ha supuesto, nunca se han esclarecido del todo. Tenía la costumbre de escribir sus reflexiones, pero los papeles que están a nuestro alcance no han aclarado estas dudas. 

Es probable que el asesinato del presidente del Gobierno tuviera más efecto sobre el propio Franco que sobre los destinos del país. 

Vale la pena añadir que uno de los tópicos de la literatura sobre la Transición es el desprecio hacia el Gobierno de Arias, a quien se ha tildado de franquista, retrógrado, inepto y de ser un obstáculo para las reformas. Es cierto que Arias fue un político bastante torpe y obsesivo, pero nunca se opuso frontalmente a la apertura, si bien es verdad que habría sido imposible llegar a la completa democratización bajo su mandato. 


Tanto el presidente Ford como su secretario de Estado, Henry Kissinger, habían tratado de alentar una intervención militar española en Portugal. Franco respondió que semejante acción era imposible, además de innecesaria, y poco después de comprobó que su decisión fue la acertada. En Washington existía el temor de que en España pudiera producirse una revolución como la del país vecino, aunque la situación del Ejército -la institución que había puesto en marcha la revolución en Portugal- era absolutamente diferente. De hecho, era el Ejército lo que más preocupaba a las izquierdas españolas, lo contrario de lo que había sucedido en Portugal. 

En todo Occidente se deseaba la democracia para España, y muchos países, como la República Federal de Alemania, la apoyaron con gran cantidad de recursos. 

Muchas veces se ha planteado la pregunta de por qué los procuradores de las últimas Cortes franquistas se hicieron el harakiri. Probablemente, la razón más importante es que el país había cambiado tanto que a la mayoría de los procuradores no les parecía posible que el franquismo sobreviviera sin Franco, sobre todo teniendo en cuenta que el jefe del Estado designado por el propio dictador apoyaba el cambio. Por lo general, se puede alargar la vida de una dictadura durante cierto tiempo si sus líderes tienen el estómago necesario para seguir reprimiendo y, si hace falta, fusilando, pero en España muy pocos estaban por la labor. Y, aun más había una minoría franquista que verdaderamente estaba a favor de la reforma. Los más irreductibles fueron enviados en misión parlamentaria a Hispanoamérica, con los gastos pagados. No cabe duda de que Suárez y los reformistas fueron muy astutos a la hora de manejar la situación. 

Suárez fue el líder político más importante durante tres años decisivos, desde mediados de 1976 hasta mediados de 1979, pero, posteriormente, sus cualidades no le sirvieron para mantenerse posteriormente en el poder. No sabía dirigir un partido político al uso, ni solucionar problemas complejos. No entendía demasiado de cuestiones técnicas y era poco hábil en el ámbito de las relaciones internacionales. 

La Constitución de 1978 es la primera Carta en la Historia de España plenamente consensuada. Las anteriores habían sido impuestas por el sector político dominante excluyendo a los demás, salvo, en cierto modo, la de 1876. La Constitución de 1931 fue democrática en la forma y, pese a sus defectos, habría permitido el desarrollo de un sistema democrático si los republicanos la hubieran respetado. Por supuesto, era reformable, pero solo sirvió para que las izquierdas la usaran como arma arrojadiza y la manipularan a su antojo, como ocurrió en las fraudulentas elecciones de 1936. 


En el siglo XXI la extrema izquierda parece pecar de falta de “memoria” al afirmar que la Transición se basó en un supuesto “pacto de olvido”, cuando lo que ocurrió fue exactamente lo contrario y, precisamente, debido a que la historia no se olvidó, el proceso se cimentó en la negociación, el consenso y la tolerancia. Nadie deseaba repetir los errores de la Segunda República, que es lo que pretende hacer la extrema izquierda actual con su ausencia total de sentido de la historia y su “presentismo”. 

Hasta la última etapa del franquismo, el PSOE tuvo una vida bastante lánguida. Los socialistas “históricos”, exiliados en Toulouse y México, estaban agotados por la autoimpuesta “bolchevización” de 1933-1937, que había desembocado en la Guerra Civil, y, posteriormente, por el abuso de los comunistas durante la contienda. Era una generación de políticos que había vivido numerosas transformaciones, y cuando Felipe González asumió el liderazgo del partido, se impuso un aire nuevo. 

Que el PSOE se posicionara a la izquierda del PCE irritó bastante a los socialdemócratas alemanes, que aportaban importantes cantidades de dinero para que el socialismo español creciera y se convirtiera en una organización más unida y responsable. Finalmente, Felipe González y otros miembros del PSOE lograron que el partido fuera la verdadera alternativa política. Aunque las izquierdas habían demandado la ruptura en lugar de una reforma, no tuvieron una fuerza suficiente para imponer sus criterios y aceptaron una semirruptura negociada y pactada. A largo plazo, los socialistas serían los grandes beneficiados. Años después se forjó la idea de que se había producido una gran movilización popular durante la Transición, pero en realidad, no es más que otro de los grandes mitos de la Historia de España. La movilización popular sí llegó a ser importante en Portugal, en el verano de 1975, para estabilizar democráticamente la revolución portuguesa, pero en España fue casi al revés. 

En 1982 los socialistas ganaron las elecciones por una mayoría absoluta abrumadora, un hecho sin precedentes en la Historia de España. Casi todos los observadores internacionales esperaban cambios importantes después de la muerte de Franco, pero la arrolladora victoria del PSOE fue una sorpresa. Y aquí es donde surge la pregunta de por qué la derecha era tan débil en aquellos momentos. Los conservadores tuvieron más problemas que los socialistas a la hora de superar sus divisiones internas y presentar una alternativa convincente; Alianza Popular languidecía en el desierto y hubo que esperar hasta finales del siglo XX para que apareciera un líder conservador capaz de triunfar en España. Durante mucho tiempo, la derecha española había dependido en exceso de la religión, ya fuera directa o indirectamente, y con una sociedad cada vez más secularizada el país carecía de una cultura de valores adecuada para crear un conservadurismo capaz de funcionar. A esto se añade que la pobreza dialéctica de la derecha española contemporánea ha siso y es extraordinaria. 

El mayor peligro de inestabilidad llegó finalmente tarde, con los dramáticos sucesos del 23 de febrero de 1981. Habitualmente se denomina “golpe de Estado” a cualquier intervención militar, y así se han calificado los acontecimientos de 1923 y 1936, aunque el primero fue, en realidad, el último de los pronunciamientos clásicos y el segundo, una insurrección militar generalizada. Sin embargo, lo que ocurrió el 23-F, con la ocupación militar del Parlamento, ciertamente tuvo todo el aspecto de un golpe de Estado, precipitado no tanto por una crisis absoluta o por la amenaza de colapso del sistema como por la confusión, la ineficacia y la debilidad del Gobierno ante el terrorismo. Fue una respuesta a un problema político, no a una crisis nacional de envergadura, pero su razón de ser ya había desaparecido en parte tras la dimisión de Suárez y la inminente formación de un nuevo Gobierno dirigido por Leopoldo Calvo-Sotelo, cuya investidura se votaba ese mismo día. 

Por lo general, el comportamiento de los militares durante la Transición fue correcto. La táctica diseñada por Fernández-Miranda de ir “por la ley a la ley” redujo enormemente la disidencia. Sí se promovieron diversos intentos de conspiración por parte de algunos oficiales y mandos, pero, en general, reinaba la disciplina. Los militares soportaron con estoicismo la larga serie de atentados terroristas, dirigidos principalmente contra militares y policías, así como una política del Gobierno a menudo débil y errática. 


La Transición española fue un caso único en la historia por haber logrado la democratización de una dictadura institucionalizada mediante sus propias leyes. En este sentido, las transiciones posteriores de los países poscomunistas fueron más convulsas y debieron enfrentarse a mayores dificultades, ya que los cambios no afectaban solo a las estructuras políticas, sino a la economía, a la sociedad y a la cultura, y en casi todos los casos se trataba, además, de recuperar la independencia nacional. Algunos de esos procesos de transición siguen inacabados en el siglo XXI, y otros casos, como Rusia y Bielorrusia, han evolucionado de un postotalitarismo a un neoautoritasimo. 

La época de la euforia duró más de un cuarto de siglo, hasta que, ya en el siglo XXI, la Transición comenzó a ser cuestionada desde dos perspectivas diferentes: la de los reformistas moderados y la de la extrema izquierda. Los primeros, que suelen ser personas políticamente razonables en la mayoría de los casos, buscan una reforma para rectificar ciertas deficiencias respecto a la ley electoral y a la estructura autonómica. La crítica revolucionaria de extrema izquierda es muy distinta, porque rechaza realizar una reforma mediante el consenso de todos los sectores sociales y promueve un cambio dominado exclusivamente por las izquierdas. Es decir, se critica a la Transición por sus aciertos, no por sus errores, y los que más invocan la “memoria histórica” parecen no saber nada de historia: de esos cambios que promueven ha habido varios en la historia del país y todos han acabado en desastre. 

En la Transición no se “olvidó” nada. Fueron años muy ricos en investigaciones, publicaciones y trabajos sobre la República, la Guerra Civil y el franquismo, que aparecían en todos los medios de comunicación. En ningún momento, ni antes ni después, se le prestó tanta atención a la historia y nunca antes había sido tan asequible. Lo que no se hizo fue utilizar la historia de forma partidista y como arma de propaganda política. González nunca llamó a Suárez “fascista” o “falangista”, y este no tildaba al líder socialista de “rojo”. Ni siquiera Santiago Carrillo fue recriminado por su pasado -al menos en las relaciones políticas formales-, sino que se le respetaba por su nuevo papel en la democracia. Y las cosas se mantuvieron así durante años.

¿Cuándo cambiaron? El primer momento decisivo tuvo lugar durante la campaña electoral socialista de 1993. Hasta entonces, el éxito político de Felipe González había sido extraordinario. Nadie en la historia parlamentaria del país había ganado tres elecciones consecutivas. En este contexto, los socialistas volvieron a su antigua idea de la “hiperlegitimidad”, es decir, empezaron a olvidar la historia. Ya no contemplaban la posibilidad de una derrota, posibilidad perfectamente normal en la vida política democrática. En 1993, González comenzó a emplear una nueva retórica al enfrentarse a Jose María Aznar y al Partido Popular, alegando que un voto a favor de este sería un voto para que volviera el franquismo. Después del tono blandengue empleado por Aznar en el segundo debate de televisión, González ganó los comicios de 1993 -no con una victoria tan abrumadora como en ocasiones anteriores-, pero a costa de haber transgredido una de las normas de la Transición. El empleo de la historia como arma política se repetiría en las elecciones siguientes, pero el efecto fue mucho menor. 

El uso masivo de Internet alienta una disposición a vivir en el instante, recopilando algunos datos, pero sin profundizar. Los jóvenes parecen estar dominados por el “presentismo” y apenas hay interés real por el conocimiento del pasado, ni lejano ni cercano. 

Igualmente importantes son las consecuencias de ciertos cambios culturales y de algunas doctrinas tan significativas como el posmodernismo y el nuevo progresismo de pensamiento único -también denominado “corrección política”-, que desde la década de 1980 tienen una influencia cada vez más destacada en la vida política española. 

Una singularidad de la corrección política es que se trata de la primera nueva ideología radical de izquierdas que tiene su origen en Estados Unidos. Además, es la primera ideología importante de izquierdas que no posee ni un nombre oficial ni una definición canónica… su objetivo no es derrocar el sistema político, sino transformarlo desde dentro de la democracia por medio de la manipulación. 

El igualitarismo es un concepto y un objetivo que no se encuentra reflejado en la realidad: los seres humanos no son iguales ni en el plano físico ni en el intelectual ni en el moral. 

Su más clara expresión en Estados Unidos y en España se produjo durante los Gobiernos de Obama y de Rodríguez Zapatero. Este último es el campeón de lo políticamente correcto y de la doctrina del igualitarismo, pero Obama lo superó en su tendencia a gobernar por decreto ignorando la legislación. 

El mayor impacto de la cultura de la corrección política en el campo de la historia ha surgido con la doctrina del victimismo, concepto fundamental en esta ideología. La victimización ha caracterizado la historia humana, que sobre todo es una historia de la opresión y de la ausencia de la igualdad. Por eso, como en la Unión Soviética, la función de la historia es “desenmascarar” y denunciar esta opresión, y reclamar la igualdad, criticando las deficiencias de cualquier situación histórica. Se rechazan las interpretaciones del historicismo, según el cual cualquier época ha de estudiarse e interpretarse según sus propias mentalidades. Por el contrario, la nueva doctrina impone un “presentismo” cuyas normas, por recientes e inciertas que sean, tienen que ser consideradas válidas universalmente y para cualquier época. En las facultades de historia, el resultado ha sido la imposición de la santísima trinidad de “raza-clase-género”, entendidos como los factores básicos de la opresión y de la ausencia de igualdad. 

Al ser producto de la “cultura del adversario”, característica de las izquierdas en Occidente durante los últimos cincuenta años, esta doctrina rechaza especialmente la civilización occidental, que ha pasado a ser el enemigo número uno. Y así se configura otro aspecto de esta ideología, el “multiculturalismo”, que no es más que un nuevo oxímororn, ya que cualquier sociedad tiene su propia cultura, pues de lo contrario no sobreviviría como sociedad. El rechazo a los valores de la civilización tradicional provoca una primera contradicción, al no ser occidentales, se presuponen aliadas. El multiculturalismo se convierte, así, en un aspecto clave para desmontar la cultura occidental, porque no busca imponerse en otras culturas. 

El público del siglo XXI es “presentista”, y parece que tanto en las librerías como en Internet, los libros de historia que más se venden son los que tratan la Edad Contemporánea. 

España es el único país occidental, y probablemente del mundo, en el que una parte considerable de sus escritores, políticos y activistas niegan la existencia misma de sus escritores, políticos y activistas niegan la existencia misma del país, declarando que “la nación española” sencillamente “no existe”. 

La Asociación para la Memoria Histórica que dirige Emilio Silva, tienen como principal objetivo satisfacer las demandas de un sector de la población que desea localizar a sus antepasados, víctimas de las represiones que tuvieron lugar durante la Guerra Civil y la posguerra. La versión más extremista reivindica el reconocimiento oficial de que los represalias de izquierdas dieron su vida “por la democracia”, así como la condena de Franco y de su régimen. 

Una posición crítica sobresaliente ha sido la del filósofo Gustavo Bueno, para quien el concepto de “memoria histórica” no es más que “una invención de la izquierda” y una maniobra de manipulación política. Para él, la memoria es una construcción subjetiva y la memoria histórica es una elaboración social, cultural y política. 

En la campaña electoral del invierno de 2004, Rodríguez Zapatero no la utilizó como arma, pero le dio prioridad cuando fue investido presidente del Gobierno. Al verano siguiente anunció que se preparaba una nueva legislación sobre el tema, mientras la agitación social aumentaba día a día. La primera ley fue aprobada el 7 de julio de 2006 y era muy sencilla en su contenido: “En España se declara el año 2006 como Año de Memoria Histórica”, en honor de “las víctimas” que defendieron “valores democráticos”, así como de los que contribuyeron a la creación de la Constitución de 1978. La ley proveía fondos y medios para las conmemoraciones. En esas mismas fechas, el Ministerio de Educación habló de la necesidad de estudiar “las políticas reformistas realizadas en el transcurso de la Segunda República” en la asignatura de Ciencias Sociales, Geografía e Historia del cuarto curso de Secundaria y se anunciaba la preparación de una ley de mayor envergadura sobre la memoria. 

Dijo Santos Juliá: “Imponer una memoria colectiva o histórica es propio de regímenes totalitarios o de utopías totalitarias. Las guerras civiles solo pueden terminar en una amnistía general”.

Incluso Paul Preston, un historiador nada sospechoso para la izquierda, ya había expresado su ambivalencia cuando criticó “la retirada de símbolos franquistas. El Valle de los Caídos no debe desaparecer… En España hay gente que confunde olvido con reconciliación y memoria con venganza… Si de mí dependiese, yo no había hecho nunca esa Ley, pero yo soy un extranjero sin voz ni voto. A mi personalmente me resulta muy incómodo que se empiecen a hacer leyes sobre estas cosas”. 

En términos históricos, el Partido Popular dejó todo el discurso sobre la historia a las izquierdas, pese a que la historia del partido está del todo asociada a la democracia. Como ya hemos señalado, la pobreza dialéctica del PP es patente; a Rajoy y a sus colegas parece que solo les interesan el presente y la gestión de la economía. En realidad, han adoptado las directrices de la corrección política en casi todas las cuestiones culturales y sociales, poniendo de manifiesto la hegemonía de esta nueva religión política. 

En algunas comunidades autónomas se encuentran algunas de las distorsiones más graves de la historia que se enseña en las escuelas. Entre los eufemismos utilizados, por ejemplo, no se dice que los árabes protagonizaron una invasión violenta, sino que “entraron en la Península”, como si fuesen turistas. La Reconquista ha de ser ignorada o rechazada, porque en al-Ándalus se vivía “un paraíso multicultural”, y los conquistadores del siglo XVI son “expedicionarios” en busca de un “encuentro”. 

Quizá lo mejor sea que no se ha impuesto del todo el pensamiento único y, en general, existe más libertad de expresión que en muchos otros países europeos. Siguen publicándose libros excelentes, y los que deseen conocer la verdadera historia del país siempre podrán hacerlo.