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El Valle de los Caídos


                                        
                       
El vigésimo aniversario de su victoria –1 de abril de 1959- Franco inauguró el gran mausoleo el Valle de los Caídos, en Cuelgamuros, cerca de El Escorial, a 50 kilómetros al noroeste de Madrid. Había costado algo más de 1.000 millones de pesetas, que se invirtieron a lo largo de dos décadas, y parte de ese dinero procedía de donaciones privadas, como los fondos que Gil Robles y la CEDA habían entregado para la insurgencia militar de 1936, justo antes de que esta comenzara. El monumento se excavó en granito, y se construyó una basílica de 262 metros de largo y 41 de alto. La gran cruz que domina la colina sobre la basílica es visible desde muchos kilómetros a la redonda, tiene 150 metros de alto, sus brazos miden 46 metros y pesa 181.000 toneladas. Cuenta con tallas de los cuatro evangelistas y otras muchas figuras del famoso escultor figurativo Juan de Avalós, que consiguió una combinación única de austeridad y grandiosidad. Sobre la basílica, cerca de la base de la gran cruz, se construyó una abadía u una hospedería de la orden benedictina. El propósito del monumento era conmemorar a los caídos de ambos bandos durante la Guerra Civil y enterrar los restos de las miles de víctimas que murieron en el campo de batalla o fueron ejecutadas. Sin embargo, la idea de Franco  era que solo los católicos republicanos pudieran ser enterrados en dicho lugar (Nota: Su primo lo cita así: “Hubo muchos muertos en el bando rojo que lucharon porque creían cumplir con un deber con la República, y otros por haber sido movidos forzosamente. El monumento no se hizo para seguir dividiendo a los españoles en dos bandos irreconciliables. Se hizo, y ésta fue siempre mi intención, como recuerdo, como una victoria sobre el comunismo que trataba de dominar a España. Así se justifica mi deseo de que se pueda enterrar a los caídos políticos de ambos bandos”, Conversaciones privadas, página 239)  ,  aunque no está claro qué tipo de comprobaciones se realizaron para esto. La víspera  de la inauguración grupos de falangistas portaron los restos de José Antonio Primo de Rivera desde el monasterio de El Escorial hasta el Valle de los Caídos, donde fueron enterrados frete al altar mayor de la basílica. Años después, cuando se produjo la muerte de Franco, el gobierno y el rey Juan Carlos decidieron que fuera enterrado frente a la tumba de José Antonio, en la parte posterior del altar, fuera o no esa la intención del Caudillo. (Nota: No existe ninguna certeza en este punto. Carmen nunca oyó que su padre expresara ese deseo: “No, el único que dijo que mi padre deseaba estar enterrado allí fue el arquitecto. Los demás no teníamos, yo no tenía ni idea de dónde quería ser enterrado, pero por lo visto al arquitecto sí se lo dijo, porque mi padre visitaba muchas veces el Valle de los Caídos cuando estaba en obras”. Puede que Franco también se lo comentara a su sucesor, el rey Juan Carlos. “Yo creo que sí. Como estuvo mucho tiempo enfermo, porque fue muy larga su agonía, pues seguramente hablarían unas personas y otras, y les pareció que era el lugar apropiado”).  Franco se había implicado en la planificación y desarrollo del monumento, puesto que en esencia era una idea suya, como también fue el responsable de algunas de sus principales características.
                          
                Tan extraordinario monumento, quizá el mayor de su clase construido en el siglo XX, sería años después motivo de controversia, ya que los críticos de izquierdas de la siguiente generación han propalado que constituye otro más de los crímenes del franquismo.  Para ello han afirmado que se utilizaron prisioneros para trabajar en su construcción, asegurando que fue edificado por esclavos. Tales acusaciones son exageradas. Entre 1943 y 1950 trabajaron allí algo más de 2.000 prisioneros condenados por tribunales militares, pero recibieron pagas –aunque modestas-, algunos beneficios para sus familias y una buena reducción de las condenas, que iban de dos a seis días por día trabajado. Todos fueron voluntarios y rara vez hubo más de 300 o 400 prisioneros trabajando al mismo tiempo. Lo hacían en las mismas condiciones que los trabajadores normales, y algunos, después de cumplir sus condenas, regresaron para formar parte de las cuadrillas de trabajo. Algunos prisioneros huyeron, lo cual resultaba bastante sencillo, pues la vigilancia era mínima. El grueso de la construcción corrió a cargo de trabajadores asalariados externos. Durante los veinte años que tardó en construirse, murieron catorce trabajadores en accidentes, la gran mayoría obreros regulares con salario.

La muerte de Franco

                Concluida la misa, el armón con los restos de Franco fue trasladado hasta Cuelgamuros, en el Valle de los Caídos, donde le esperaban varios miles de excombatientes con José Antonio Girón a la cabeza. En la puerta de la basílica recibió el féretro el abad Luis María de Lojendio.  El sepulcro se había abierto entre el altar mayor y el coro de la basílica, frente a la tumba de José Antonio Primo de Rivera. El de Franco tenía unos tres metros de profundidad. En su interior las paredes habían sido revestidas en bronce con relieves del escudo nacional, de jefe nacional del Movimiento, de capitán general de los ejércitos y con el distintivo de su Casa. De ese modo los símbolos de su poder  quedaban bajo tierra cubiertos por una sencilla losa de granito de 1.500 kilos. Y sobre la lápida, simplemente, “Francisco Franco”. Allí quedó el último gran representante de la ideología nacional-católica tradicional española. Y con él se enterraba una milenaria tradición que hundía sus raíces en un pasado de trece siglos.

                Carmen afirma que la familia no sabía dónde quería ser enterrado Franco, pero que el primer arquitecto del Valle de los Caídos, Diego Méndez, había comentado que Franco había dicho en alguna ocasión que quería ser enterrado allí, y el gobierno estuvo de acuerdo. Fran Anselmo, prior del monasterio benedictino que hay en la parte posterior del monumento, dijo en 2012 que no se habían hecho preparativos para el enterramiento y que hubo que excavar la tumba precipitadamente entre el día 20 y el día 22.

                “Pronto empiezan a recibirse en la Abadía del Valle (…) numerosas cartas, tanto de España como del extranjero, que proclaman santo al que quedó allí enterrado y piden objetos que haya tocado su tumba para guardarlos a modo de reliquias” (D.Sueiro, La verdadera historia del Valle de los Caídos, Madrid, 1976)

                Siguió siendo un lugar de interés para los admiradores más fervientes de Franco, pero en general quedó como atractivo turístico para gentes de España y del extranjero. El gobierno socialista de Zapatero (2004-2012) finalmente restringió el acceso a la basílica. Aunque, como lugar de culto, pertenecía a la Iglesia católica, oficialmente la estructura formaba parte el Patrimonio Nacional de España.

                El rey Juan Carlos, casi de inmediato, concedió a Carmen Polo de Martínez-Bordiú el título hereditario de duquesa de Franco, con la categoría de Grande de España, y un título menor se le entregó también a su madre. Doña Carmen no abandonó El Pardo hasta el 31 de enero de 1976. Entonces el lugar fue declarado lugar histórico nacional y ella misma sería enterrada allí tras su muerte, acaecida en 1988. Su gran pena de los últimos años fue que ella y su marido no pudieran ser enterrados juntos. El epitafio más sencillo y apropiado, redactado por su cuñado Serrano Súñer, decía así: “Fue la mujer más absolutamente incondicional, más adicta a su marido”.


Fuente, Franco, una biografía personal y política, Stanley G. Payne - Jesús Palacios

El Valle de los Caídos - Mis conversaciones privadas con Franco.

Tte. General Francisco Franco Salgado-Araujo

El Valle de los Caídos

Me informan que el almirante Carnegie y demás marinos americanos al visitar el Valle de los Caídos dijeron que era una obra demasiado suntuosa para un país pobre que necesita gastarse el dinero en cosas más necesarias, como la preparación para la guerra, construcción de viviendas, obras de riego, un sinfín de cosas necesarias. Los americanos, que no creo que sean muy religiosos, por lo visto encuentran superflua una obra romántica y espiritual en la que se refleja una gran religiosidad y el deseo de rendir culto a los caídos en la guerra de liberación. (6 diciembre 1954)

Yo respeto lo que hizo el Generalísimo gastando muchos millones en el Valle de los Caídos para conmemorar la Cruzada, pero considero que hubiera sido más positivo y práctico haber hecho una gran fundación para recoger en ella a todos los hijos de las víctimas de la guerra, sin distinción de blancos o rojos; si eran blancos, en premio al sacrificio de sus padres, si eran hijos de rojos para demostrar falta de rencor con los hijos sin culpa de los que a nuestro juicio estaban equivocados. Una fundación que tuviese medios para ser sostenida durante muchos años y así recordar a las generaciones venideras que los que nos alzamos por una España mejor no somos rencorosos ni queremos que el odio y la intransigencia separen siempre a los que somos hijos de la misma Patria y deseamos para ella la mayor grandeza.  (17 junio 1955)

Con ocasión de mi estancia en El Escorial, estuve hace dos días en el Valle de los Caídos, visitando el magnífico monumento creado por Franco para conmemorar la Cruzada y enterrar allí a los caídos de la misma. 

La prensa extranjera se ocupa mucho de esta obra de Franco y dicen que éste desea que guarde sus restos mortales. Aunque seguramente le enterrarán allí, no creo que él lo hiciera pensando en esto, sino para perpetuar la victoria sobre el comunismo; tal vez haya querido limitar a Felipe II, que levantó el monasterio de El Escorial para conmemorar la batalla de San Quintín. 

Según mis noticias las obras se pagaron con el sobrante del importe de la suscripción nacional que se hizo a raíz de la Cruzada y que administra el ministro de la Gobernación, y se terminaron con el beneficio de un sorteo especial de la lotería. El antiguo ministro don Blas Pérez debe estar perfectamente enterado de todo este asunto, la forma de administrar los fondos, comprobantes, etc.

Esta obra está exclusivamente inspirada por Franco hasta en los más mínimos detalles. Él fue quien hizo los diseños de los adornos de los altares, de los relieves del pórtico con escenas de la Pasión, etc., etc.

En España no hay ambiente para ese monumento, pues aunque dure el miedo a otra guerra civil, gran parte de la población tiende a perdonar y a olvidar. No creo que ni los familiares de los blancos ni de los rojos sientan deseos de que sus deudos vayan a la cripta, que si solo es para los blancos establecerá para siempre una eterna desunión entre los españoles. (30 julio 1957)

Hablamos después del Valle de los Caídos y le digo que en algunos sectores había sentado mal que se pudieran enterrar en la cripta lo mismo los que cayeron defendiendo la Cruzada que los rojos, que para eso aquellos están bien donde están. Y que también había oído elogios suyos diciendo que estaba inspirado por la Iglesia Católica. Franco me dice:

“En efecto, es verdad que ha habido alguna insinuación muy correcta sobre el olvido de la procedencia de bandos en los muertos católicos. Me parece bien, pues hubo muchos en el bando rojo que lucharon porque creían cumplir un deber con la república, y otros por haber sido movilizados forzosamente. El monumento no se hizo para seguir dividiendo a los españoles en dos bandos irreconciliables. Se hizo, y esa fue siempre mi intención, como recuerdo de una victoria sobre el comunismo que trataba de dominar a España. Así se justifica mi deseo de que se pueda enterrar a los caídos católicos de los dos bandos.
Nosotros no luchamos contra un régimen republicano, luchamos para frenar la anarquía que reinaba en España y que sin remedio conducía a una dictadura comunista. Con el alzamiento del Ejército y la guerra se cortó el paso al comunismo.”

Los presos del Valle de los Caídos - Alberto Bárcena Pérez


La finca en cuestión era un proindiviso originado por la represión republicana: había pertenecido a los tres hermanos Padierna de Villapadierna y erice; Felipe, II conde de Villapadierna, Manuel, marquesa de Padierna; y Gabriel, marqués de Muñiz. El primero había muerto en 1928, pero los otros dos fueron asesinados en Paracuellos en las sacas del 36. La misma suerte corrió su sobrina, María Padierna de Villapadierna y Avecilla, hija del primogénito, y hermana del tercer conde de Villapadierna, famoso ya en aquellas fechas por sus hazañas deportivas. Detenida junto a sus tíos, en su domicilio de la madrileña calle de O'Donnel, por tratar de impedir la detención de aquellos dos ancianos, los acompañaría hasta el final. En realidad, el marqués de Muñiz fue detenido dos veces por las milicias y encerrado las dos en la terrorífica checa de Fomento; antes de matarlo "tomaron la precaución" de llevarle a El Escorial para que entregara la propiedad de Cuelgamuros junto con 250.000 pesetas destinadas a su explotación. Antes de matarle le robaban, como hicieron por entonces con otros nobles y propietarios. Por fin, el 10 de noviembre terminaba aquel calvario con su fusilamiento, junto a su hermana y su sobrina. Cuatro años más tarde, sus herederos no estuvieron de acuerdo con la valoración de Cuelgamuros, realizada al objeto de expropiarla. También con esta cuestión se ha especulado , queriendo presentar dicha expropiación como un vulgar latrocinio que Franco -¿cómo no?- habría perpetrado contra sus legítimos dueños. Se ha llegado a decir que fue tan simbólica que no pasó de una peseta la cantidad abonada a sus propietarios. Se les pagó un precio más que razonable, resultante de una peritación del Cuerpo Nacional de Ingenieros. Estamos ante otro de los mitos urdidos por sus adversarios para transmitir una imagen negativa de Franco y del Valle en cualquier aspecto que se quisiera considerar.

Por muy altos que hubieran sido los gastos generados por la tramitación, es innegable que los herederos del marqués de Muñiz percibirían, como mínimo, unas 600.000 pesetas. Un capital nada despreciable para la época; no puede decirse que fuera precisamente simbólica la expropiación de Cuelgamuros.

Se ha criticado acerbamente la calificación de la Guerra como cruzada, pero no puede negarse que tuvo ese componente. Y no fue el Generalísimo el único que lo vio así; la propia Iglesia Católica, víctima central del holocausto, la calificó del mismo modo.

Es desconcertante, por no calificarlo de otro modo, que la llamada Comisión de Expertos nombrada por el Gobierno de Zapatero, supuestamente para tratar de buscarle alguna nueva finalidad al monumento, llegase a la conclusión de que debería respetarse literalmente el espíritu de este decreto dado por Franco, hacía más de medio siglo. Es decir, que en el Valle de los Caídos debería convertirse en monumento a los caídos de uno y otro bando. ¡Como si no lo fuera antes! Era exactamente eso lo que había quedado establecido -y con fuerza de ley- en 1957. Cabe preguntarse si lo desconocían los llamados expertos, en cuyo caso de ningún modo seles podría considerar tales.

Franco quiso dejar bien claro a quién debía honrarse en el Valle de los Caídos en un Decreto-Ley: el monumento se levantaba a todos los caídos. Por eso lo dejó escrito, firmado y promulgado.

Indudablemente, Franco quiso enterrar en el Valle a todos los caídos que fuera posible encontrar. Previa autorización escrita de sus familias. Allí irían a parar combatientes republicanos y nacionales de cualquier ideología, pero también víctimas de la represión -incluyendo mártires- tanto como sus verdugos en algunos casos. A nadie en toda España le quedó la menor duda en aquella época de que el Valle era para todos.

Los gastos de construcción del Valle de los Caídos alcanzaron los mil millones de pesetas, a lo largo de los casi veinte años que duraron las obras. En 1954 se habían invertido ya 428.646.685 pesetas con 59 céntimos, como informaba al Consejo de las Obras el consejero-interventor. Dos años antes, el Gobierno había arbitrado un sistema que garantizase el buen fin de la empresa, asignando a la misma, los beneficios del sorteo de lotería de 5 de mayo. Así lo establecía el decreto de 19 de Noviembre de 1952. El Tesoro adelantaría las cantidades necesarias a cuenta.

Es imposible explicar la presencia de presos en la construcción del Valle de los Caídos, sin empezar exponiendo la causa de su participación en aquellas obras: la redención de penas por el trabajo, pieza clave del sistema penitenciario español durante el primer franquismo, diferenciando muy claramente los trabajos forzados de la redención de penas por el trabajo, para evitar confusiones. Un sistema cuyos orígenes se encuentran en las conversaciones mantenidas, en plena Guerra Civil, entre un sacerdote jesuita, el padre Pérez del Pulgar, y un militar, el futuro general Cuervo, que le darán forma a una idea del propio Franco.

Se redimía condena por cualquier cosa; es indiscutible. Lo reconocen muchos autores antifranquistas. Pero, aparte de estos supuestos, se consideraban también los derivados de la nueva legislación social de la época. Se redimía condena sin trabajar cuando la inactividad del preso estaba originada por accidentes de trabajo. Seguía cobrando un salario -como cualquier trabajador libre en la misma situación- pero también redimía su condena durante el tiempo que durase su baja laboral.

Desde cualquier punto de vista que quiera considerarse, la redención de penas solo presentaba ventajas considerables para el penado. Por eso atrajo a un alto porcentaje de los presos españoles. En 1941 los acogidos al sistema oscilaban entre los 16.356 del mes de enero y los 18.427 de septiembre, para disminuir levemente en diciembre cuando se registraban 18.375. Si tantos los solicitaban fue porque no dudaban de su conveniencia; no fueron "esclavos de Franco". Ni ellos se consideraron nunca así.

En 1941 se puso en marcha un proyecto tan complicado como ambicioso: integrar a los hijos de los presos en el sistema educativo en pie de igualdad con el resto de los escolares españoles. No se trataba solamente de escolarizarlos, sino de eliminar cualquier discriminación que pudiera estigmatizarles a causa de su situación familiar.

Los niños eran colocados en una amplísima red de colegios repartidos por toda España, desde Melilla hasta Guipúzcoa, y desde Galicia hasta Valencia. En todos ellos, se cuidó de que sus compañeros ignorasen sus circunstancias familiares, con el fin de evitarles "complejos de inferioridad y amargura", sin exagerar lo más mínimo. Los hijos de los presos "políticos", a los dos años de acabarse una guerra civil, podrían encontrarse en situaciones verdaderamente difíciles en cualquier país que se encontrase en aquellas circunstancias. No se trataba solamente de instruirles; los colegios se hacían cargo de la manutención y el vestido de aquellos niños. Y, por supuesto, de todo su material escolar.

En junio de 1952, el que fuera "mecánico del grupo electrógeno", Valentín Martín, recibía una ayuda que le permitió llevar a uno de sus hijos "a una consulta médica de especialista de garganta en Madrid". Meses más tarde, se otorgó como "gratificación" otra de esas ayudas al llavero de la abadía, el famoso "Matacuras". Se trataba de cubrir el importe de un medicamento verdaderamente caro; superaba el de la operación de amigdalitis que se le practicó al hijo del mecánico en Madrid. El "Matacuras", que padecía úlcera de estómago, estuvo tomando aquella mediación "que venía de Holanda" -durante mucho tiempo; años más tarde, le regalaría alguna caja a su amigo el carnicero de Peguerinos, como recordaba su sobrino hablando del insólito personaje. Mucho más elevada fue la ayuda recibida por otro de los más famosos presos del Valle, el doctor Lausín, para que hiciera frente a los gastos de una operación de su mujer. Naturalmente, todos percibían sus nóminas y no eran ni mucho menos insignificantes.

En 1950 llegaría Huarte que construyó la cruz monumental. Comenzaba a levantarse la mayor cruz del mundo; esa cruz asombrosa que no goza de ninguna protección oficial a causa de la pasión política.

Los penados llegaron dispuestos a sacarle partido a la oportunidad que se les ofrecía de cambiar su destino, gracias a la redención de penas. Y, en general, trabajaron con el mayor entusiasmo, dando lo mejor de sí mismos en aquellas obras; llegando a considerar el Monumento de los Caídos, en muchos casos, como algo de lo que podían sentirse orgullosos; una obra suya -que en buena parte lo fue- y símbolo de reconciliación, tal como estaba previsto.

La llegada de los presos al Valle y su trabajo allí, a partir de 1943, se organizó mediante la colaboración entre las empresas, el COMNC, y el Patronato de Nuestra Señora de la Merced a quien las constructoras debían solicitar los trabajadores penados. El Patronato los seleccionaba y controlaba las condiciones en las que se desarrollaban su trabajo, introduciendo, en ocasiones, mejoras sociales que solo a ellos afectaban, hasta llegar a la plena equiparación con los trabajadores libres.

En un principio, estaba previsto que los que hubiesen cometido delitos más graves no pudieran acogerse al sistema, pero muy pronto dicho requisito desapareció en la práctica y al Valle llegaron condenados a las penas más graves; muy frecuentemente la de muerte, conmutada por la de treinta años de prisión.

De los casi veinte años que duraron las obras, solamente durante siete participaron presos en ellas; y cuando lo hicieron se juntaron con los trabajadores, libres que ya estaban antes, además de los que se contratarían después.

Entre unos y otros, a finales de 1943 y principios de 1944, no pasaban de 815, de los que 615 eran reclusos. Cifra escandalosamente lejana de la mítica y machaconamente repetida de los 20.000.

Poniéndonos en el supuesto más favorable para los autores de la leyenda, que sería considerar que todos los destacamentos se renovaron anualmente, podríamos llegar a "calcular" que fueron unos 3500, lo que sigue estando muy lejos del mito.

El número total de empleados siguió descendiendo para aumentar ligeramente en noviembre de 1952, cuando llegaron a ser 722. Pero ya no había ningún penado entre los obreros del Valle; los destacamentos penales, como sabemos, se habían disuelto en 1950.

Ya sabemos que el régimen hacía, por entonces, lo posible por vaciar las cárceles sin exceptuar a casi nadie.

16.300 condenados a muerte se libraban de ella in extremis solamente porque los nuevos gobernantes se negaban a ejecutarlos. Un número considerable de aquellos condenados fueron llegando en esos años al Valle.

Al Valle no llegaron deficientes ni perturbados mentales. Eran responsables de sus actos. Por eso fueron juzgados. El poder redimir sus condenas trabajando era un inmenso beneficio que se les otorgaba entonces. Conseguir hacerlo, en las especiales condiciones que encontraron en el Valle de los Caídos, representaba una ventaja añadida de la que fueron plenamente conscientes.

La mayoría de las veces, los presos del Valle fueron juzgados y condenados por graves delitos. Aparte de los que fueron autores materiales de asesinatos, había otros que los facilitaron: algunos estaban allí por haber puesto sobre la pista de sus presas a los verdugos de víctimas inocentes. Tal era el caso del comunista de Piedralaves, Crescencio Sánchez Carrasco. Fue él quien informó del paradero del diputado de la CEDA, Dimas Madariaga, al grupo de milicianos llegado desde Toledo, el 27 de julio de 1936, para "mantener el orden". Como en una verdadera cacería del hombre por el hombre, Crescencio les guió para por un pinar, cercano a la casa del diputado y secretario de las Cortes, donde este trató de esconderse sabiéndose delatado. Alcanzado por sus perseguidores, fue asesinado inmediatamente, sin el menor simulacro de juicio, en aquel mismo lugar. Le acusaron de "fascista y católico". Murió como un mártir, dando testimonio de la fe que le hacía culpable a los ojos de sus verdugos. Sus últimas palabras fueron: "Soy de los que nunca niegan al Divino Maestro". Sánchez Carrasco fue detenido en abril de 1939 y condenado a diez y ocho años de prisión, al entender sus jueces que su responsabilidad se limitaba "tan solo" a la del "colaborador necesario" en aquel asesinato. Y lo había sido, indudablemente, a pesar de lo cual no le condenaron a una de las penas más altas -como sí tenían tantos otros presos del Valle- lo que permite valorar la severidad de aquellos tribunales, descritos como implacables tan frecuentemente. Tras pasar por la prisión de Yeserías, Crescencio llegó al Valle de los Caídos en 1943. Dos años más tarde ya era libre, habiendo cumplido solamente un tercio de su condena. Un ejemplo más de los beneficios de la redención de penas; un nuevo alegato a favor del sistema penitenciario del primer franquismo.

Las remuneraciones de los obreros de Cuelgamuros no dependían del arbitrio del empresario ni tampoco del COMNC. Fueron las que percibían los que trabajaban entonces en cualquier lugar de España. Con la oportuna puntualización de siempre estuvieron sujetas a lo establecido "para cada oficio y categoría". No caben simplificaciones. El tema de los jornales pagados en el Valle de los Caídos es muy amplio.

En realidad estaba por encima de muchos de los jornales de entonces. En cuanto a beneficios sociales, dos comentarios. El primero, que jamás antes el obrero había llegado a tener tales coberturas en España. En cualquiera de los periodos históricos que queramos considerar. El segundo es que aquellas conquistas sociales, producto de una verdadera revolución desde arriba, alcanzaron a los reclusos que redimían sus condenas. Y, por último, destacar también que se buscara, a través de la redención de penas, que los presos puestos en libertad se encontraran con algún dinero al salir de prisión. Algo que tampoco antes de había contemplado y que dejó de contemplarse al desaparecer aquel sistema, presentado como perverso por la sencilla razón de que su legislador, ideólogo y promotor fuese Francisco Franco.

La equiparación en cuanto a salarios no obedeció a una concesión generosa de los empresarios sino a una imposición del Ministerio de Trabajo; fue una medida procedente del Gobierno que no podía interpretarse discrecionalmente.

Indudablemente, una de las mayores ventajas que disfrutaron los penados del Valle fue la de llevar allí a sus familias.

Las chabolas no surgieron solamente allí, sino también en Madrid y otras ciudades. En cuanto a las viviendas que ocuparon en Cuelgamuros ellos y sus familias, ofrecían unas condiciones de habitabilidad que miles de españoles libres, en cualquier punto de la geografía nacional, estaban muy lejos de poder alcanzar.

El Valle llegó a considerarse, por extraño que resulte, lugar de veraneo. Y no precisamente para personajes del régimen o los contratistas que lo construían, sino para los propios trabajadores. Cuando se trató de controlar, ya en 1950, la entrada de visitantes o las estancias de los mismos en los poblados, se puso de manifiesto que realmente, desde hacía años, había sido lugar de vacaciones para muchos familiares de los residentes en Cuelgamuros. Y lo seguía siendo.

Una vez más aparece, por cierto, la advertencia de las autoridades de castigar las faltas de los trabajadores con la expulsión, como en el caso de los trabajadores que no informen sobre la identidad de las personas que alojasen en sus viviendas: la expulsión del Valle como suprema amenaza. Y otra vez surge la misma reflexión: la enorme distancia entre el recinto de Cuelgamuros y los campos de concentración con los que se ha comparado. A nadie le amenazaron con ser expulsado de Dachau o del gulag soviético. Hubiera sido el más cruel de los sarcasmos.

Resulta impensable que un abuelo quisiera llevar a sus nietos a veranear en algo parecido a un "campo de concentración".

A los obreros del Valle se les buscaron colocaciones a medida que iban cesando los trabajos. Y se les facilitaron viviendas. Sobre todo en los barrios madrileños de San Blas, La Elipa, San Cristóbal de los Ángeles y Pan Bendito, en plena construcción en aquellos años. Pero también se les entregaron en otros lugares, como el Poblado Virgen de Begoña, al final de la recién abierta Avenida del Generalísimo, que perdió su nombre para tomar el de Paseo de La Castellana, como si fuera solamente una prolongación del mismo; como si no se hubiera construido enteramente durante el franquismo. Aquel cambio de nombre, ocurrido en plena Transición, presagiaba lo que estaba a punto de comenzar; la permanente denigración de Franco y el ocultamiento sistemático de todos sus logros. Pero, allí mismo, frente a la clínica de La Paz, donde el Generalísimo llegó para morir en 1975, se les concedieron viviendas a los trabajadores del Valle.

Uno de los falsos argumentos, más frecuentemente, en contra del Valle, es del elevado número de muertes de trabajadores durante su construcción. Se empeñan los autores adversos en sostener las cifras más descabelladas, para poder mantener la comparación -ya tópica- entre la construcción del monumento y la de las pirámides de Egipto. O más frecuentemente con lo sucedido en los campos de exterminio nazis. No lo comparan, curiosamente, con algo más cercano en el tiempo; algo que sí estaba sucediendo todavía mientras el Valle estaba en construcción: el gulag soviético.

Allí no reposan los restos de quienes lo construyeron; ninguno de los fallecidos en accidente laboral fue enterrado en Cuelgamuros. Y además, como sabemos, tampoco eran trabajadores forzados sino algo tan diferente como penados acogidos al sistema de la redención de penas. Por no hablar de los trabajadores libres, que trabajaron allí durante mucho más tiempo que los otros. Más inexacto es aún presentar el Valle como cementerio de los "asesinados por Franco" en no se sabe qué otros lugares, para ser convertidos nada menos que en "escombro".

Frente a estas especulaciones, cabe señalar que la cifra más aceptable, desde la objetividad, es la que dio el doctor Lausín a Sueiro en 1976: catorce muertos en total durante los diecinueve años que duraron las obras. A la pregunta del escritor; "¿Hubo muchos accidentes mortales?", el médico respondió: "Sí, hubo catorce muertos, en todo el tiempo de la obra, porque yo he estado allí prácticamente todo el tiempo."