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Regreso de la URSS. André Gide

 - Cuando digo la URSS me refiero al hombre que la dirige.

- La URSS está “en construcción”, es importante repetírselo continuamente. 

- Ocurre demasiado que los amigos de la URSS se nieguen a ver lo malo, o cuando menos a reconocerlo; de ahí que, con excesiva frecuencia, la verdad sobre la URSS se diga con odio, y la mentira con amor.

- Lo que me importa en este país es el hombre, los hombres, lo que se puede hacer con ellos y lo que se hace. El bosque que me atrae, terriblemente tupido y en el que me pierdo, es el bosque de las cuestiones sociales. En la URSS estas cuestiones le solicitan a uno, lo acucian, lo oprimen por doquier. 

- Dejemos de mirar las cosas: lo que me interesa aquí es la gente… Durante los meses de verano casi todo el mundo va de blanco… una sociedad sin clases, en la que cada miembro parece tener las mismas necesidades… Una extraordinaria uniformidad domina la vestimenta… De ahí también que cada uno es y parece alegre. (Han carecido de todo durante tanto tiempo que se alegran por poca cosa. Cuando el vecino no goza de más, uno se conforma con lo que tiene.)

- ¿Qué hace esta gente, delante de esta tienda? Hace cola; una cola que llega hasta la calle siguiente. Hay aquí entre dos y trescientas personas, muy tranquilas, pacientes, expectantes. Todavía es muy temprano; la tienda no ha abierto sus puertas. Tres cuartos de hora más tarde, vuelvo a pasar; la misma muchedumbre aún sigue ahí. Me extraño: ¿de qué sirve llegar antes?, ¿qué se consigue con eso?… ¿cómo que qué se consigue? .. Los primeros son los únicos servidos. 

- Abriéndome paso entre la multitud o llevado por ella, visité la tienda de arriba abajo, de punta a punta. Las mercancías son, con muy pocas salvedades, repelentes. Hasta se podría pensar que para refrenar los apetitos:  telas, objetos, etc., han sido despojados de todo el atractivo posible a fin de que la gente compre no por apetencia, sino por apremio de la necesidad. Hubiera querido llevar unos recuerdos a algunos amigos; todo es horroroso. 

- El gusto, por otra parte, se afina únicamente si se puede comparar; y nada había para elegir. Ningún “Fulanito viste mejor”. Aquí no queda más remedio que preferir lo que a uno le ofrecen: se toma o se deja. Desde el momento en que el Estado es a la vez fabricante, comprador y vendedor, el aumento de la calidad permanece superdotado al progreso de la cultura. 

- Pienso entonces (pese a mi anticapitalismo) en todos aquellos en nuestro país que, desde el gran industrial hasta el pequeño comerciante, se desviven y se las ingenian para dar con aquello que halagaría el gusto del público. ¡Con qué sutil astucia intenta cada uno descubrir el refinamiento que le permitirá suplantar a un rival! Nada de eso, le importa al Estado: el Estado no tiene rival. ¿La calidad? -“Para qué, si no hay competencia”, se nos dijo- De esta manera excesivamente fácil explican la mala calidad de todo en la URSS, así como la ausencia de gusto en el público. Y aun teniendo “gusto” no podría satisfacerlo. 

- Con todo, un interrogante subsiste: cada Estado soviético tenía su arte popular; ¿qué ha sido de él? Una importante tendencia igualitaria se negó durante mucho tiempo a tomarlo en consideración. Pero estas artes regionales vuelven a ser apreciadas; ahora las protegen, las restauran, y parece que entienden su irremplazable valor. ¿No sería tarea de una dirección inteligente volver a apropiarse antiguos modelos, para imprimir telas por ejemplo, e imponerlos al menos ofrecerlos al público? Nada tan tontamente burgués, pequeñoburgués, como las producciones de hoy en día. El muestrario que exhiben los escaparates de las tiendas es consternan. En cambio, las telas de antaño, estarcidas, eran muy hermosas. Y era arte popular; pero era artesanía. 

- En una de las fábricas que visitamos y que funciona perfectamente (yo no tiendo nada de esto; admiro, confiado, las máquinas; pero me quedo totalmente extasiado ante el comedor, el club de los obreros, sus viviendas, todo lo que se ha hecho para su bienestar, su educación, su placer), me presentan a un estajanovista cuyo enorme retrato había colgado en la pared. Ha conseguido, me dicen, hacer en cinco horas el trabajo de ocho días (a no ser en ocho horas el trabajo de cinco días; ya no sé). Me atrevo a preguntar si eso no equivale a decir que antes tardaba ocho días en hacer el trabajo de cinco horas. Pero mi pregunta cae bastante mal y prefieren no contestarme. 

- Acaba preguntándose uno cuánto no daría de sí el régimen soviético con el temperamento francés, el celo, la conciencia y la educación de nuestros trabajadores.

- La felicidad de todos no se alcanza sino por la desindividualización de cada uno. La felicidad de todos no se alcanza sino a expensas de cada uno. Para ser felices, confórmense. 

- En la URSS se admite por anticipado y una vez para siempre que, en todo y sobre cualquier tema, no puede haber más de una opinión. El espíritu de la gente, además, está moldeado de tal suerte que su conformismo le resultaría fácil, natural, insensible, hasta el extremo -a mi modo de ver- de que no encierra hipocresía. ¿Es esta la gente que hizo la revolución? No; esta es la que se beneficia de ella. Cada mañana, Pravda los alecciona sobre lo que es oportuno saber, pensar, creer. ¡Y no es recomendable salirse de ahí! De resultas, siempre que se habla con un ruso es como si se hablara con todos. No porque cada uno obedezca de manera precisa una consigna, sino porque todo está dispuesto de modo tal que nadie pueda diferenciarse. 

- Te compadeces de ellos por hacer cola durante horas; ellos, en cambio, encuentran tan natural esperar. El pan, la verdura, la fruta te parecen malos; pero no hay otros. Esas telas, esos objetos que te presentan, tú los encuentras feos; pero no hay donde escoger. Sin más posibilidad de comparación que un pasado poco añorable, te conformarás gozoso con lo que te ofrecen. Lo importante aquí es convencer a la gente de que es todo lo feliz que se puede ser, en espera de días mejores; convencerla de que los demás, en el resto del mundo, no son tan felices. El único camino, para ello, es impedir cuidadosamente cualquier comunicación con el exterior (me refiero a lo que está más allá de las fronteras). Con lo cual, en igualdad, o incluso en sensible inferioridad, de condiciones de vida, el obrero ruso se considera feliz, es más feliz, mucho más feliz que el obrero de Francia. Su felicidad está hecha de esperanza, de confianza y de ignorancia. 

- El ciudadano soviético vive en una extraordinaria ignorancia del extranjero. Más aún: lo han convencido de que todo, en el extranjero, y en todos los campos, iba mucho peor que en la URSS. Esta ilusión está hábilmente alimentada, pues lo importante es que cada cual , aun sintiéndose poco satisfecho, celebre el régimen que lo resguarda de males peores. 

- Cada estudiante tiene por obligación estudiar un idioma extranjero. El francés está totalmente abandonado. El inglés, y sobre todo el alemán, estos son los idiomas que supuestamente conocen. Me sorprende oírlos hablan tan mal; un alumno de segundo en nuestro país sabe más. 

- Si pese a todo les llega a inquietar lo que ocurre en el extranjero, se preocupan mucho más por lo que el extranjero piensa de ellos. El punto importante para ellos es saber si los admiramos bastante. Su temor es que no estemos suficientemente informados sobre sus méritos. Su deseo respecto a nosotros no es tanto que los informemos, sino que los felicitemos. 

- Me temo que dentro de poco vuelva a formarse un nuevo tipo de burguesía obrera satisfecha (y , por ende, conservadora, ¡cómo no!) de sobra comparable con la pequeña burguesía nuestra. 

- La reciente ley contra el aborto ha causado consternación en todos aquellos que, por causa de su insuficiente salario, se veían incapaces de fundar un hogar, de mantener una familia. 

- El restablecimiento de la familia (como “cédula social”), de la herencia y del legado, el amor al lucro, a la posesión particular, vuelven a desplazar el deseo de compañerismo, de solidaridad y de vida en común. 

- ¿Qué pensar, desde un punto de vista marxista, de la ley, más antigua, contra los homosexuales, la cual, asimilándolos a contrarrevolucionarios (pues se persigue el anticonformismo hasta en las cuestiones sexuales), los condena a cinco años de deportación, renovables si no se han enmendado con el exilio?

- Ya no existen clases en la URSS, de acuerdo. Pero hay pobres. Los hay en abundancia; en excesiva abundancia. Yo, en cambio, abrigaba la clara esperanza de que ya no vería pobres, o para ser más exacto: para dejar de verlos es por lo que fui a la URSS. 

- Por añadidura, la filantropía ya no se estila, como tampoco la simple caridad. El Estado se encarga de ello. Se encarga de todo y la necesidad de socorrer, claro está, desaparece. 

- Lo que se pretende y exige es una aprobación de todo lo que se está haciendo en la URSS; lo que se intenta alcanzar es que esta aprobación no sea resignada, sino sincera y hasta entusiasta. Lo más asombroso es que se consigue tal cosa. Por otra parte, la mínima protesta, la mínima crítica, ya expuesta a las penas mayores, se ve además inmediatamente ahogada. Y dudo que en ningún otro país hoy por hoy, ni siquiera en la Alemania de Hitler, exista espíritu menos libre, más doblegado, más temeroso (aterrorizado), más avasallado. 

- Nos extraña que en la sección “Socorro Rojo”, destinada en principio a todas las informaciones extranjeras, no aparezca ninguna alusión a España, cuyas recientes noticias no dejan de preocuparnos. No disimulamos nuestra sorpresa un tanto apenada. De resultas, sigue cierto malestar. Nos agradecen la observación: por supuesto, no dejaran de tenerla en cuenta. 

- Acto seguido, brindis por Stalin otra vez. La clave de estas reacciones está que en que frente a las víctimas del fascismo, en Alemania y en otras partes, la actitud a adoptar era sabida. En relación con los disturbios y la lucha en España, en cambio, la opinión general y particular estaba a la espera de las directrices de Pravda que aún no se había pronunciado. Nadie se atrevía a aventurarse antes de saber qué convenía pensar. Solo pasados uno días (habíamos llegado a Sebastopol), empezó a inundar los periódicos una inmensa ola de simpatía, iniciada en la Plaza Roja, y por doquier se organizaron suscripciones voluntarias para ayudar a los republicanos. 

- En Georgia, especialmente, no he conseguido estar en una habitación ocupada, por humilde, por sórdida que fuera, sin advertir un retrato de Stalin colgado en la pared, en el lugar donde probablemente  se encontraba antes el icono. Adoración, amor o recelo, ignoro qué será; siempre y por todas partes está presente. 

- … pasamos por Gori, la pequeña ciudad donde nació Stalin. Se me ocurrió que probablemente sería un gesto de cortesía enviarle un mensaje, respondiendo al recibimiento de la URSS, en donde, por todos lados, nos han aclamado, festejado, atendido… Hago parar el coche delante de correos y entrego el texto de un despacho. Dice más o menos lo siguiente: “Al pasar por Gori en el transcurso de nuestro maravilloso viaje, siento la cordial necesidad de dirigirle a usted…”. Pero aquí el traductor se detiene; no puedo hablar de esta forma. No basta con el “usted” cuando dicho “usted” es Stalin. No sería correcto. Conviene añadirle algo. Pero al ver que manifiesto cierto estupor, se entabla una consulta. Proponen: “Usted, jefe de los trabajadores”, o “padre de los pueblos”. Lo encuentro absurdo; protesto que Stalin está por encima de tales zalamerías. Forcejeo en vano. No hay nada que hacer. Mi despacho será aceptado solo si acepto el añadido.

- Otro temor que recorre la URSS, el del “trotskismo” y del actualmente llamado “espíritu contrarrevolucionario”. Hay hombres, en efecto, que se niegan a pensar que esa transigencia fue necesaria; consideran todos esos amoldamiento como otras tantas derrotas. Tal vez la desviación de las primeras directrices tenga sus explicaciones, sus excusas: pero a ellos lo único que les importa es la desviación en sí. Hoy día, sin embargo, el espíritu de sumisión, el conformismo, eso es lo que se exige. Serán tachados de “trotskistas” todos aquello que no se dan por satisfechos. Tanto es así que uno acaba preguntándose qué ocurriría si resucitara hoy el propio Lenin… Afirmar que Stalin tiene razón en todo equivale a decir que Stalin acaba con todo. 

- Dictadura del proletariado, nos prometían. Nada más lejos de la realidad. Sí, dictadura, por supuesto; pero la de un hombre, no ya la de los proletarios unidos, de los sóviets. Es capital no dejarse ilusionar, y no hay más salida que reconocer muy claramente: no es esto lo queríamos. Un poco más y hasta diremos: es exactamente esto lo que no queríamos. 

- No cabe duda de que si todos los ciudadanos de un Estado pensaran lo mismo resultaría más cómodo para los gobernantes. Ahora bien, ¿quién, ante semejante empobrecimiento, se atrevería aún a hablar de “cultura”? Sin contrapeso, ¿cómo no iba a caer el espíritu en un sentido único? Es dar prueba de gran sabiduría, considero yo, el escuchar a los partidos contrarios; cuidarlos incluso si es preciso, a la vez que se les impide hacer daño: luchar contra ellos, pero no suprimirlos. 

- En la URSS, una obra, por hermosa que llegue a ser, se ve denigrada si no está en la línea. Se considera la belleza como un valor burgués. Por más genio que demuestre un artista, la atención es derivada, de su trabajo, si este no sigue la línea: conformidad es lo que se le pide al artista, al escritor; todo lo demás le será dado por añadidura. 


- Como siempre resulta, además, que no reconocemos el valor de determinadas ventajas hasta no haberlas perdido, nada mejor que una estancia en la URSS (o en Alemania, desde luego) para ayudarnos a apreciar la inapreciable libertad de pensamiento de la que gozamos aún en Francia y de la que abusamos a veces.