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El Búnker. Julio Rebollo Montes




¿Para qué estamos aquí? Esta pregunta es más peliaguda. Mejor será no contestarla. Estas grandes empresas humanas tienen siempre móviles oscuros, que se agazapan tras los bastidores de la propaganda. Todo parece transparente como el cristal, pero, una vez puesto en marcha el mecanismo, atisba uno sus complejidades. Ignoro si tendrá trascendencia lo que estamos haciendo. Probablemente, no. Pero es un tema heroico y a mí, decididamente, los temas heroicos me entusiasman, aun ahora los veo del derecho y del revés. 

El centro de la cuestión radica, si bien lo miramos, en salvar la piel. Y no es cosa fácil. Cuando llegamos a Puchkin, mi compañía contaba con ciento ochenta hombres. Más o menos, son con los que cuenta hoy, pero han variado mucho las caras. En diez meses ochenta y seis muertos. Algunos buenos amigos míos están enterrados en un bosquecillo carcomido de metralla, a espaldas del Palacio Catalina. No todos sucumbieron al hierro, hubo quién murió revolcándose, destrozado por la disentería, otros congelados, más de uno envenenado por un sorbo de agua ponzoñosa. Pocos contaban más de los veinte años. Es una aventura de juventud la nuestra. Podrá ser un fracaso y comienzo a temerlo así, pero me gustaría que surgiese un poeta para cantar en sonetos, o en romances -da lo mismo- lo que en ella hubo de hermoso. 

Como en otras muchas ocasiones hemos escogido el local de la escuela para alojamiento de nuestra sección, entre otros motivos, por ser el único capaz de albergar un puñado de hombres con sólo relativa estrechez. Pero surge un inconveniente: aquí residen desde hace meses tres o cuatro familias de refugiados que perdieron sus hogares y se han colocado en donde han podido. La ley militar nos autoriza a lanzarles fuera, con sus mujeres y sus niños, pero los españoles aun tenemos corazón. No es posible mostrarse rígidos con una pobre gente aterrorizada, que ha abandonado temblando sus lechos y nos contempla, encogida, segura de ser otra vez -¡una más!- humillada, herida y expulsada. No, que se queden. Nos apretaremos todos un poco. Alrededor de treinta hombres nos distribuimos en tres salas de la planta baja, reservando la cuarta para uso de una de las familias rusas, compuesta por un joven matrimonio con dos niños y la hermana de la esposa, linda por cierto. El piso superior, salvo una habitación, continuará siendo utilizado por los refugiados. 

Estaba en Rusia, a miles de kilómetros de mi tierra, de mi hogar, de mi auténtica vida. No era frecuente entre nosotros darse cuenta de un hecho tan simple y tan concreto. La División, íntegramente española, nos parecía como una prolongación de la patria. Diariamente, la bandera, el lenguaje, la fe, las costumbres tan familiares, tan arraigadas en cada individuo y en la totalidad del grupo, nos engañaban, piadosas. 

Un grupo de españoles arañando con sus botas en la piel nevada y correosa del gigante. Una aventura fantástica, atrevida, con perfiles alucinantes y raíces humanas… Una grande, una emocionante, una divina aventura. 

Yo soy un soldado, no un mercenario. He venido a combatir por algo que creía justo y, con razón o sin ella, combatiré hasta el último minuto. 

Hay opiniones para todos los gustos, pero agruparles en dos corrientes definidas: la de aquellos que esperan el retorno a España como una liberación y la de quienes, por motivos más o menos transparentes, consideran como una vergüenza tal medida y afirman hallarse dispuestos a cumplir su juramento de voluntarios y morir, si es preciso, en el empeño. Por extraño que parezca, la idea de lucha y resistencia a ultranza cuenta con  mucho mayor número de simpatizantes que la de la retirada prudente y previsora. Unos y otros se ponen de acuerdo en lamentar que, en tanto se llega a una decisión, hayamos de permanecer mano sobre mano. 

Entre los dimisionarios, el que más y el que menos lleva en sus pies mil kilómetros de marchas y ha roto ya una docena de pares de botas. 

Una marcha en este tiempo y por esta llanura nevada le recuerda a uno el lamentable desfile de las huestes napoleónicas. Nosotros no estamos batidos, pero en rigor, tampoco lo estuvo la Grande Armée. Es el país, su vastedad infinita, su alma gigante en su cuerpo gigante, lo que vence y aniquila al invasor. 

No me atrevo a decir si odiamos o amamos a este mundo terrible, melancólico y cruel que amenaza convertirse en sudario nuestro a cada paso que damos sobre su piel estirada y blanca. Llácer, a veces, habla de “nuestra Rusia”. No puedo saber si siente lo que dice o es una simple expresión. Pero creo que, si nosotros hemos recibido -aun a nuestro pesar- algo del país, el país recibe a su vez la impronta de nuestro espíritu y el vaho de nuestro aliento, que perdurará años y años adherido a las casuchas miserables, prendido entre los bosques, aprisionado en las nubes de su cielo color pizarra. Quiero creer que esta aventura va a tener una trascendencia humana. Para críos como Buowa hemos dejado un recuerdo que el transcurso de los años difuminará, pero sin llegar a borrarse del todo. Españoles en Rusia: es algo demasiado chocante para que lo olviden quienes lo conocieron. Puede ocurrir que algún día  se cuenten en las casas de labradores rusos leyendas fantásticas acerca de los hombres del sur…

Sin saber por qué me he desceñido el cinturón y he contemplado su chapa. En torno al águila altiva, hay una leyenda: “Gott mil uns”. Dios con nosotros. ¡Dios con nosotros! Esto debía estar grabado en las almas, no en los cintos. 

La División Azul en sus perspectivas históricas - Carlos Caballero Jurado



La División Azul, de 1941 a la actualidad. Carlos Caballero Jurado


“¡Rusia es culpable!” La División Azul en sus perspectivas históricas



“Hay países europeos donde la rusofobia es muy débil, como España. Cuarenta años predicando contra la URSS no han servido de mucho. En realidad, la propaganda franquista no iba contra Rusia y los rusos, sino contra el comunismo. Antes de la Guerra Civil no había ni juicios ni perjuicios contra Rusia en España.”

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y Leyenda Negra


En nombre de la “memoria histórica” el callejero de Madrid se había purgado de nombres “franquistas” hace ya mucho tiempo. Pero cuando en la capital entró a gobernar el equipo de Manuela Carmena, con el apoyo de la formación de izquierda radical Podemos, y del PSOE, consideraron que aún había demasiadas calles cuyos nombres les parecieron intolerables. Una de ellas fue la Calle “Caídos de la División Azul”. Para sorpresa de los nuevos gobernantes municipales, su idea de retirar el nombre de la calle despertó la abierta oposición de un grupo de familiares de esos caídos, que desde el 2015 protestaron una y otra vez, en diferentes formas contra la medida. Una de sus vías de acción fue la judicial. Y en los primeros días de abril de 2018 los medios de comunicación se hicieron eco de algo que sorprendió: un juzgado de Madrid dio la razón al Colectivo de Familiares de Caídos de la División Azul, negando que fuera necesario cambiar el nombre de la calle, porque era su decisión el borrar a la DA del callejero. 

No era la primera vez que un cambio de nombre desencadenaba una polémica de ámbito nacional. Decenas de ciudades y pueblos han borrado de sus callejeros el nombre “División Azul”, y también el de aquellos miembros que fueron honrados con calles en otros tiempos (en general se trató de caídos en combate). Pero en Alicante se dio un caso llamativo. Ya en 1981 un gobierno municipal de izquierdas quiso cambiar el nombre de la Plaza de la División Azul existente en la ciudad, encontrando la oposición vecinal. Se optó por enterrar el tema, pero cuando recientemente la izquierda volvió de nuevo al poder, se planteó de nuevo cambiar una amplia lista de nombres de calles y plazas. Esta incluía la de la División Azul, pero también la plaza dedicada a Calvo Sotelo, asesinado por activistas del Frente Popular en julio de 1936, apenas días antes del inicio de la Guerra Civil. Para sustituir a los nombres que se querían borrar se optó por personajes de perfil izquierdista, y ajenos a la ciudad de Alicante, como Clara Zetkin o Rosa Luxembourg. El PP, en la oposición, se opuso al proyecto, al entender que Calvo Sotelo no podía ser acusado de “franquista”, ni de haber estado implicado en actividad represora alguna, pero también por lo que llegaron a calificar como una “sovietización” del callejero. En sus argumentos jamas hicieron referencia a la DA. 

El caso es que, dado el complicado equilibrio de fuerzas políticas en el consistorio alicantino, en 2017 el gobierno de izquierdas optó por saltarse el procedimiento reglamentario -un pleno del ayuntamiento- y decidió proceder al cambio de nombre de las calles en reunión restringida del equipo de gobierno municipal. Ante tal irregularidad, el PP presentó recurso en un juzgado, pero antes de que este dictara sentencia, en una operación propagandística bien diseñada, con presencia de medios informativos, el consistorio retiró  la placa de la Plaza de la División Azul. Se escamoteaba así el hecho de que la protesta de la oposición venía motivada por nombres muy concretos, como la Plaza de Calvo Sotelo, trasladando el foco a la DA, y presentando así al PP como defensores de una “unidad nazi”. Este juego de prestidigitación informativa permitió incluso realizar alusiones al Holocausto. 

El procedimiento usado era tan burdo que, sin entrar en el fondo de la polémica, sino solo en las formas, el juzgado dictó que el ayuntamiento no podía tomar esa medida sin haber esperado la resolución judicial, por lo que le impuso el que repusiera las placas con los nombres que se querían suprimir. En otra operación propagandística no menos minuciosamente planteada, convocando a todos los medios de comunicación, y también a autoridades de la Comunidad Valenciana, se repusieron las placas de la Plaza de la División Azul, entre airadas protestas de un minúsculo grupo de activistas “antifascistas”, y de nuevo el PP fue tildado directamente de neonazi. Periódicos y televisiones nacionales ofrecieron reportajes sobre el hecho. En cambio, de la reposición de la placa en la Plaza de Calvo Sotelo no se habló para nada. Nadie invitó a los medios. Hablar de Calvo Sotelo y de su alevoso asesinato en julio de 1936 no figuraba entre los temas que le interesaran al ayuntamiento de izquierdas. Por cierto, una crisis municipal llevó de nuevo al PP al poder municipal poco tiempo después, y ese partido aseguró que del callejero alicantino desaparecía el nombre de la División Azul. Y así ocurrió, en efecto: lo que un ayuntamiento del PSOE no había hecho en 1981 lo acabó haciendo un ayuntamiento del PP en 2018. Los nombres de algunos divisionarios caídos en Rusia, que también figuraban en el callejero alicantino, fueron igualmente suprimidos. 

Nada de esto era casual. En la nueva formación política de la izquierda radical española, Podemos, alguno de sus ideólogos, como J.C. Monedero, no se recataban de hacer en público este “razonamiento”: el PP había sido fundado por un ministro de Franco, Fraga; Franco había colaborado con Hitler enviando a la DA a Rusia, lo que le hacía “cómplice del Holocausto”; y en consecuencia, dado el “ADN franquista” del PP, este podía ser tildado de neonazi. La DA era así pieza clave en el proceso de tratar de desacreditar al PP, deslegitimándolo como demócrata, aunque el citado partido jamás haya dicho una palabra a favor de la presencia de voluntarios españoles en la campaña contra la URSS.