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Milagros de vida, J.G. Ballard




- Supongo que los dirigentes japoneses habían decidido que Shanghai les resultaba más valioso como próspero centro comercial e industrial, y todavía no estaban preparados para exponerse a un enfrentamiento con las potencias occidentales. La mayor parte de mis primeros recuerdos datan de este periodo. La vida en Shanghai parecía una sucesión interminable de fiestas, bodas suntuosas, galas en el club de natación, proyecciones de películas en la embajada británica, espectáculos militares representados en el hipódromo, elegantes estrenos cinematográficos, todo ello bajo las bayonetas de los soldados japoneses que vigilaban los puntos de control dispuestos alrededor de la colonia. 

- A pesar de mis heroicos viajes en bicicleta, mi aislamiento de la vida china era casi total. Viví en Shanghai durante quince años y no aprendí una sola palabra de chino. Aunque mi padre contaba con numerosos empleados chinos y había recibido lecciones de chino, jamás pronunció una sílaba de aquella lengua a ninguno de nuestros criados. Yo nunca tomé comida china, ni en casa ni durante las múltiples visitas a hoteles y restaurantes que hice con mis padres y sus amigos. 

- Admiraba a todo el que tuviera la capacidad de poner nerviosa a la gente. 

- Los británicos tardarían años en recuperarse de lo ocurrido en Dunkerque, y los ejércitos alemanes ya se habían adentrado en el corazón de Rusia. Pese a mi admiración por los soldados y pilotos japoneses, era profundamente patriótico, pero me daba cuenta de que el Imperio británico había fracasado. 

- Había visto a los soldados japoneses de cerca y sabía que eran más fuertes, estaban más disciplinados y contaban con un mando mejor que los soldados británicos y estadounidenses de Shanghai, que parecían aburridos y únicamente interesados en volver a casa. 

- La sensación de que la realidad era un decorado que se podía desmontar en cualquier momento, y de que, por muy espléndido que algo pareciera, podía ser barrido con los restos del pasado. 

- En la primavera de 1943 yo estaba encantado de poder disfrutar al máximo de mi nuevo mundo. 

- Tengo la impresión de que durante el primer año de internamiento, la vida en el campo fue tolerable para mis padres y la mayoría del resto de adultos.

- Yo también hice amistad con varios jóvenes guardias japoneses. Cuando estaban fuera de servicio, los visitaba en los bungalows del personal, a cincuenta metros del bloque G, y me dejaban meterme en sus bañeras de agua caliente y ponerme sus trajes de kendo.

- Yo sabía que podían ser brutales, sobre todo cuando actuaban bajo las órdenes de sus suboficiales, pero por separado eran relajados y simpáticos.

- La consecuencia más importante que el internamiento tuvo para mí fue que por primera vez en mi vida estaba muy unido a mis padres. Dormía, comía, leía, me vestía y desnudaba a escasos centímetros de ellos en la misma habitación pequeña, como las familias chinas más pobres que tanta lástima me daban en Shanghai. Pero disfrutaba de aquella proximidad, que imagino ha constituido una parte central del comportamiento humano a lo largo de la evolución. Cuando estaba tumbado en la cama por la noche podía alargar el brazo y coger la mano de mi madre, aunque nunca lo hice. 


- Puede que el campo de Lunghua fuera una especie de cárcel, pero era una cárcel en la que yo encontré la libertad. Mis padres siempre estaban cerca para contestar cualquier pregunta que me pasara por la cabeza… De ninguna manera me consideraba un inadaptado (lo que sin duda ocurrió cuando fui a Inglaterra en 1946).

- A pesar de la escasez de comida del último año, los inviernos glaciales (vivíamos en edificios de hormigón sin calefacción) y la incertidumbre del futuro, fui más feliz en el campo de lo que lo fui hasta que me casé y tuve hijos.

- No recuerdo que mis padres me dieran nunca comida, y estoy seguro de que ningún padre compartía su ración con sus hijos. Todas las madres que se encuentran en campamentos para prisioneros o zonas asoladas por la hambruna saben que su salud es crucial para la supervivencia de sus hijos.

- Afortunadamente, las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki pusieron un fin repentino a la guerra. Al igual que mis padres y el resto de personas que sobrevivieron a Lunghua, he defendido desde hace mucho tiempo el lanzamiento de las bombas estadounidenses. 

- Por muy valientes que fueran, los soldados y pilotos japoneses pertenecían al pasado. Yo sabía que Estados Unidos era el futuro que ya había llegado. Me pasaba todo el tiempo libre mirando al cielo. 

- Shanghai no tardó en abrir todas sus puertas y encender dos sus luces, y recibió a sus nuevos visitantes estadounidenses como era tradicional en ella, con miles de bares, prostitutas y casas de juego.

- La familia alemana que vivía en la casa de enfrente fue expulsada, y dos oficiales de inteligencia estadounidenses muy simpáticos ocuparon su lugar.

- Los estadounidenses formaban parte de la administración de Shanghai y me llevaban con ellos en sus trayectos por la ciudad, durante los que visitaban las prisiones militares donde estaban encarcelados los soldados japoneses y los colaboradores chinos en las condiciones más espantosas. 

- La sensación de poder de Estados Unidos era abrumadora. 

- Nadie podía imaginar que las luces de Shanghai permanecerían apagadas durante décadas cuando los comunistas liderados por Mao Tse-tung se hicieron con el control.

- Al mirar a los ingleses que me rodeaban resultaba imposible creer que hubieran ganado la guerra… hablaban como si hubieran ganado la guerra, pero actuaban como si la hubieran perdido. Era evidente que estaban agotados por la guerra y que esperan poco del futuro.

- La esperanza también se racionaba, y la gente tenía la moral baja.

- Me di cuenta muy rápidamente de que la Inglaterra en cuya creencia me habían educado era una fantasía total. La clase media inglesa había perdido la seguridad. Incluso las personas relativamente adineradas, como los amigos de mis padres  - doctores, abogados, directores generales-, llevaban un estilo de vida muy modesto, con casas grandes pero poco calientes y una dieta insulsa muy escasa. Pocos viajaban al extranjero, y la mayoría de los privilegios de los que gozaban antes de la guerra, como los criados y un nivel de vida acomodado que les había otorgado por derecho, se veían ahora amenazados.



- ¿Deberíamos haber ido a la guerra en 1939, teniendo en cuenta lo mal preparados que estábamos y lo poco que hicimos para auxiliar a Polonia, a la que Neville Chamberlain nos había obligado a ayudar al declarar la guerra a Alemania? Pese a todos nuestros esfuerzos, la pérdida de muchas vidas audaces y la destrucción de nuestras ciudades, Polonia fue rápidamente invadida por los alemanes y se convirtió en el escenario de la mayor carnicería de la historia. ¿Deberían haber esperado unos años Gran Bretaña y Francia hasta que los rusos hubieran sufrido la peor parte del poder militar alemán? Y, lo que es más importante desde mi punto de vista, ¿deberían haber atacado Pearl Harbor los japoneses si hubieran sabido que no solo se enfrentaban a los ejércitos, la armada y las fuerzas aéreas estadounidenses, sino también a los de Francia, Gran Bretaña y Holanda? La imagen de las tres potencias coloniales derrotadas o eliminadas por los alemanes habría inclinado la balanza en los cálculos de los japoneses. 

- ¿Pagaron los ingleses un terrible precio por el sistema de autoengaños en el que se sustentaron casi todos los aspectos de sus vidas?

- Actualmente la ciencia ficción es el único rincón en el que sobrevive el futuro, del mismo modo que los dramas de época televisivos son el único rincón en el que sobrevive el pasado. 

- Tal vez yo pertenezca a la primera generación para la cual la salud y la felicidad de sus familias es un indicador significativo de su bienestar mental. La familia y todas las emociones que alberga son un modo de poner a prueba las mejores cualidades de una persona, un trampolín en el que uno puede saltar cada vez más alto, cogido de la mano de su mujer y sus hijos.

- Los sesenta fueron una época mucho más revolucionaria de lo que los más jóvenes comprenden actualmente, y la mayoría se imagina que la vida en Inglaterra siempre ha sido muy parecida a la de hoy día, salvo por los teléfonos móviles, los correos electrónicos y los ordenadores. Pero entonces tuvo lugar una revolución social, tan importante en muchos aspectos como la del gobierno laborista de la posguerra. La música pop y la era espacial, las drogas y Vietnam, la moda y el consumismo se confundieron en una mezcla estimulante y volátil. 

- Uno de los principales motores  de cambios en los sesenta fue el uso totalmente informal de las drogas, una cultura generacional por derecho propio. Muchas drogas, encabezadas por el cannabis y las anfetaminas, eran de tipo recreativo, pero otras, principalmente la heroína, estaban destinadas a su uso en unidades de cuidados intensivos y pabellones de cáncer terminal y eran muy peligrosas. El tema generó un gran escándalo moral, mientras se hacían reivindicaciones absurdas por la transformación de la imaginación inducida por el LSD. La generación de los padres luchaba tras una barricada de gin-tonics, mientras los jóvenes proclaman que el alcohol era el verdadero enemigo del futuro. 

- Constituye un ejemplo de la fusión de ciencia y pornografía que La exhibición de las atrocidades pronosticaba para el futuro próximo. Muchos de los “experimentos” imaginarios descritos en el libo, en el que grupos de amas de casa voluntarias son expuestas al visionado de horas de películas pornográficas y luego sometidas a pruebas para comprobar sus reacciones (!), se han llevado a cabo desde entonces en institutos de investigación de Estados Unidos.