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Antisemitismo en Inglaterra, George Orwell abril de 1945

Hay aproximadamente cuatrocientos mil judíos en Inglaterra, además de algunos miles de refugiados que han ido llegando desde 1934. La población judía está concentrada casi por entero en media docena de grandes ciudades, y la mayor parte trabaja en pequeños comercios dedicados a la venta de alimentos, ropa y muebles. Algunos de los grandes monopolios, como el Imperial Chemical Industries (ICI), uno o dos de los principales diarios y por lo menos una gran cadena de gran cadena de grandes almacenes pertenecen, completamente o en parte, a judíos, pero sería exagerado sostener que en Inglaterra los negocios están controlados por ellos. Al contrario, parece que los judíos no han conseguido adaptarse satisfactoriamente a la tendencia moderna hacia las grandes fusiones y que siguen aferrados a los negocios que dependen de la pequeña escala y de los viejos métodos para salir adelante.

Los judíos ni son tantos ni son tan poderosos, y solo ejercen una influencia notable en eso que suele llamarse "los círculos intelectuales".

De los judíos puede decirse, con toda certeza, que se beneficiarán de la victoria de los aliados. Por consiguiente, la teoría de que "esta es una guerra judía" tiene cierta verosimilitud, sobre todo, porque rara vez se reconoce el esfuerzo realizado por los judíos en ella.

De nuevo, a los judíos se los encuentra justamente en los oficios que generan impopularidad entre la población civil en tiempos de guerra: por regla general se dedican a vender comida, ropa, muebles, y tabaco, precisamente los productos que escasean de manera cíclica, con el consiguiente sobreprecio. Asimismo, la acusación habitual según la cual los judíos se comportan de manera excepcionalmente cobarde durante los bombardeos adquirió tintes de verosimilitud en los de 1940. El barrio judío de Whitechapel fue una de las primeras zonas en ser bombardeadas, y esto provocó que enjambres de judíos lo abandonaran para refugiarse por todo Londres. Si uno juzgara el asunto solo a partir de estas anécdotas de guerra, se podría llegar a la conclusión, basada en premisas falsas, de que el antisemitismo es una pulsión casi racional. Y, naturalmente, el antisemita se considera a sí mismo racional. Siempre que toco este tema en un artículo periodístico, recibo numerosas respuestas, e invariablemente algunas de las cartas las envía gente normal y equilibrada  -doctores, por ejemplo- y sin motivos aparentes para plantear quejas de índole económica. Esta gente siempre dice (al igual que lo hacía Hitler en Mein Kampf) que al principio no albergaba ningún tipo de prejuicio antijudío , pero que se vio impulsada a cambiar de opinión por la mera observación de los hechos. Una de las características del antisemitismo es la capacidad para creer historias que en modo alguno pueden ser ciertas. Un buen ejemplo de esto en el extraño accidente ocurrido en Londres en 1942, cuando una multitud, atemorizada por el estallido de una bomba, corrió hacia la boca de una estación de metro, de resultas de los cual murieron por aplastamiento más de cien personas. El mismo día se oía por todo Londres que "los judíos habían sido los responsables". Desde luego, uno no puede esgrimir ningún argumento ante la gente que cree estas cosas. Lo único que puede hacerse es investigar por qué se da crédito a historias absurdas sobre este tema en particular y se permanece escéptico frente a otros temas.

Uno de los efectos de las persecuciones en Alemania fue el de impedir que el antisemitismo fuera estudiado con seriedad. En Inglaterra se realizó una encuesta, breve e inadecuada, hace un año o dos, y si se ha llevado a cabo otra investigación sobre el tema debe de haber sido de carácter secreto. Al mismo tiempo, toda la gente inteligente ha eliminado conscientemente cualquier cosa que pueda herir la susceptibilidad de los judíos. A partir de 1934 desaparecieron, como por arte de magia, los chistes sobre judíos en postales, los periódicos y los espectáculos, y quien incluyera un personaje judío poco simpático en una novela o un cuento era tachado al instante de antisemita. También en lo relativo al tema palestino, entre la gente culta, era de rigor aceptar la causa judía y desentenderse de las reclamaciones de los árabes; una decisión que era correcta en sí misma, pero que básicamente se adoptó porque los judíos eran perseguidos y existía la sensación de que no era correcto criticarlos. Así pues, fue gracias a Hitler que se creó una situación en la que la prensa favorecía a los judíos mientras en el ámbito privado, proliferaba el antisemitismo, incluso -con algunas excepciones- entre la gente sensible y culta. Esto fue particularmente notable en 1940, en la época de la llegada de los refugiados. Por supuesto, toda persona inteligente entendía que era su deber protestar contra el encierro de los infortunados extranjeros que, más que nada, estaban en Inglaterra por ser enemigos de Hitler. Sin embargo, en privado se expresaban sentimientos diferentes. Una minoría de los refugiados se comportaban sin demasiado tacto, y el sentimiento hacia ellos generaba una corriente antisemita subterránea. Una figura muy importante del Partido Laborista -no revelo su nombre porque es una de las personas más respetadas de Inglaterra- me dijo con cierta virulencia: "Nadie invitó a esta gente a venir a este país. Si han elegido hacerlo, tendrán que asumir las consecuencias". Y este hombre, por su puesto, apoyaba todas y cada una de las protestas contra el internamiento de los refugiados. Esta sensación de que el antisemitismo es un pecado y una vergüenza, algo que una persona civilizada no padece, no ayuda a la hora de abordar el tema desde un punto de vista científico, y de hecho mucha gente admitirá que le atemoriza profundamente demasiado en él. Es decir, les atemoriza descubrir que el antisemitismo se está expandiendo, y que también ellos han resultado infectados.

Ha habido una perceptible corriente antisemita de Chaucer en adelante, y sin necesidad de levantarme de esta mesa para consultar los libros, me vienen a la memoria pasajes, que hoy habrían sido tachados de prosa antisemita, en obras de Shakespeare, Smollett, Thackeray, Bernard Shaw, H.G. Wells, T.S. Eliot, Aldous Huxley y muchos otros. A bote pronto, los únicos escritores que recuerdo que, antes de la época de Hitler, hicieran un claro esfuerzo por defender a los judíos fueron Dickens y Charles Reade.

Si, como sugiero, los prejuicios contra los judíos siempre han estado ampliamente extendidos en Inglaterra, no hay razón para pensar que Hitler los ha atenuado. Lo que ha hecho es acentuar la división entre la persona políticamente consciente que estima que este no es momento para arremeter contra los judíos, y la persona inconsciente cuyo antisemitismo nato se ha intensificado por la tensión nerviosa que la guerra provoca.

Alguna vez he dicho que creo que el antisemitismo es esencialmente una neurosis, pero que tiene, desde luego, sus racionalizaciones, en las que se cree con sinceridad y que son en parte verdad.

No creo que exagere si digo que, si los intelectuales hubieran hecho su trabajo un poco más a fondo, Inglaterra se habría rendido en 1940... Puede decirse, con cierta certeza, que los judíos son enemigos de nuestra cultura autóctona y de nuestra moral nacional.

No tengo una teoría incontrovertible sobre los orígenes del antisemitismo. Las dos explicaciones habituales que lo atribuyen a causas económicas y a que se trata de un legado de la Edad Media no me satisfacen, aunque debo admitir que si uno las combina pueden servir al propósito de explicar los hechos. Todo lo que puedo decir sin temor a equivocarme es que el antisemitismo es parte del gran problema del nacionalismo, que todavía no ha sido examinado con seriedad y que el judío es a todas luces un chivo expiatorio, aunque no sepamos aún qué es exactamente lo que expía. Para escribir este ensayo me he basado casi exclusivamente en mi limitada experiencia, y, para otros observadores, mis experiencias quizá sean negativas.

La situación actual no ha conducido a una persecución abierta, pero sí que conlleva el efecto de insensibilizar a las personas ante el sufrimiento de los judíos en otros países.

Para estudiar científicamente cualquier tema se requiere distancia, lo cual es difícil cuando están involucrados los intereses y los sentimientos propios. Mucha de la gente que es capaz de ser objetiva sobre, por ejemplo, los erizos de mar o la raíz cuadrada de 2, pierde toda la objetividad cuando piensa en su propia economía.

El antisemitismo es solo una manifestación del nacionalismo, y la enfermedad no afecta a todos de la misma forma. Un judío, por ejemplo, no sería antisemita, pero me parece que algunos judíos sionistas son, sencillamente, antisemitas al revés, de la misma forma que muchos indios o negros muestran, de forma inversa, sus prejuicios contra el color.

El hecho es que puede sentir el empuje emocional de estos sentimientos y, sin embargo, estudiarlos desapasionadamente, que es lo que le confiere el estatus de intelectual. Entonces se verá que el punto de partida para cualquier investigación sobre el antisemitismo no debería ser "¿por qué esta pulsión obviamente irracional atrae a los demás?", sino "por qué me siento atraído por el antisemitismo?". Si uno se pregunta esto, cuando menos tiene la posibilidad de descubrir su manera de razonar sobre el tema, y con suerte descubrirá lo que en realidad subyace a esto. El antisemitismo debe ser investigado; no digo que directamente por antisemitas, sino por cualquier tipo de persona que sepa que no es inmune a esta emoción. Cuando Hitler desaparezca podrá llevarse a término una investigación real sobre este tema, y quizá lo mejor sea no empezar por desacreditar al antisemitismo, sino clasificar todas las justificaciones que podamos encontrar en el interior de cualquiera, o dentro de nosotros mismos. Con ello podríamos hallar pistas que nos conduzcan hasta sus raíces psicológicas. Pese a todo, el antisemitismo no va a curarse definitivamente si antes no curamos esa enfermedad más extendida que es el nacionalismo.



Unamuno y Millán Astray

"Millán Astray. Legionario. Luis E. Togores
La Esfera de los Libros.

¡Muera la intelectualidad traidora!

La imperturbable clase universitaria de la ciudad, en cuyo claustro de profesores se encontraban algunos de los nombres más prestigiosos de la intelectualidad española, se veía en la obligación de tomar partido en la Guerra Civil que había comenzado. El Rector de la Universidad, Miguel de Unamuno, se inclinó desde un principio por el bando sublevado, y con él una gran parte de sus profesores, como quedó demostrado al ser la primera persona que salió de su casa, nada más declararse el estado de guerra, el 19 de julio, para ir a sentarse ostensiblemente en una mesa de la terraza del café Novelty y así proclamar la tranquilidad que le inspiraba el nuevo estado de cosas. El 26 se incorporaba al nuevo ayuntamiento salmantino del que era concejal. Pronunció varios discursos y declaraciones a la prensa nacional e internacional a favor de los alzados, en los que demandaba la necesidad de luchar contra lo que se había convertido la II República, pues "hay que salvar la civilización occidental, la civilización cristiana".

En las visitas que los corresponsales extranjeros le hacían en Salamanca se manifestaba abiertamente en contra de la República: "Esta lucha no es una lucha contra una República liberal, es una lucha por la civilización". Estas declaraciones y su toma de postura provocaron su destitución de todos los cargos, incluido el de rector perpetuo por parte del gobierno Azaña, actuación administrativa carente de todo efecto al encontrarse Salamanca en manos de los nacionales.

El 20 de septiembre de 1936 se reúne bajo su dirección el claustro de la Universidad, que redacta un escrito en español y latín para todas las universidades del mundo bajo el título Mensaje de la Universidad de Salamanca a las Universidades y Academias del Mundo, acerca de la Guerra Civil Española, en el que se habla de cómo la civilización cristiana occidental, constructora de Europa, está en peligro de desaparecer a manos de un ideario oriental aniquilador. En esos mismos días, Unamuno preside una comisión depuradora del profesorado de la universidad por la que pasan docenas de expedientes que son solucionados, en algunos casos, de forma nada favorable al interesado.

Su actitud no dejaba de sorprender a muchos, y así declaró al corresponsal de Le Matin: "Yo mismo me admiro de estar de acuerdo con los militares. Antes yo decía: primero un canónigo que un teniente coronel. No lo repetiré. El Ejército es la única cosa fundamental con que puede contar España." En agosto de 1936 declaraba al International News: "Yo no estoy ni a la derecha ni a la izquierda. Yo no he cambiado. Cuando todo pase estoy seguro de que yo, como siempre, me enfrentaré a los vencedores."

A principios de siglo Unamuno es un socialista convencido, admitiendo, en 1918, haber roto con el materialismo marxista, aunque cuando se proclama la República admite, sin ser marxista, ciertas afinidades con el socialismo. En 1923 fue recluido en Fuerteventura por llamar a Primo de Rivera "fantoche real y peliculero tragicómico". Perseguido por la Dictadura, no tendrá reparos en asistir, el 10 de febrero de 1935, a un mitin falangista y luego comer con los organizadores y entrevistarse en su propia casa con el hijo del Dictador, José Antonio Primo de Rivera, mostrando su simpatía por el joven y recién nacido fascismo español, lo que, según algunos, le costó el premio Nobel de literatura, que quedó desierto en 1936.

El 18 de julio se sumó sin ningún tipo de matices al alzamiento como rector de la Universidad de Salamanca, mediante un texto redactado por Ramos Loscertales y corregido por él. Nada más llegar Franco a Salamanca, una de sus primeras audiencias fue recibir con todo afecto a Unamuno en su cuartel general, dada su calidad de máximo representante del mundo cultural salmantino y español.

Las versiones que se encuentran en los múltiples libros que reconstruyen el incidente son aparentemente coincidentes y, sin embargo, analizadas con detalle, muy distintas entre sí. Lo primero que llama la atención sobre las diversas versiones existentes dadas por historiadores radica en que prácticamente en ninguna se especifica su fuente de procedencia, el testimonio comprobado de un testigo presencial sobre la que se sustenta la misma. Así, nos encontramos que sobre algo tan aparentemente sencillo como la colocación de la mesa presidencial, existe abundante disparidad de versiones, alguna tan imaginativa como la de Paul Preston que, en su libro plagado de errores Franco Caudillo de España, sostiene en solitario que "Franco no estaba presente, pero lo representaban Varela y doña Carmen". Está claro que la mesa estaba ocupada por Carmen Polo, Unamuno, Millán Astray, el obispo Pla y Deniel y Pemán. Carmen Polo de Franco llegó tarde y, al parecer, Peman le cedió su sitio en la presidencia, y se sentó en un banco de la primera fila.

El primero que habló fue el catedrático de Historia José María Ramos Loscertales, citando El Criticón de Gracián y afirmando que los vascos eran "corpulentos sin sustancia" y los catalanes "bárbaros" por su habla. En estos momentos parece que Unamuno comienza a escribir a lápiz notas sobre esta intervención. Lo hace en el reverso de la carta sin firmar que le había enviado la mujer de Coco que llevaba dese hacía unos días en el bolsillo de su chaqueta. Mientras Pemán hablaba, siguió tomando notas, por lo que no le prestó la menor atención, como indica Vegas Latapié, gran admirador de Pemán. Las palabras que, al parecer, hicieron saltar y llevarona Unamuno a hacer uso  de la palabra fueron las del catedrático de literatura Francisco Maldonado.

Unamuno toma la palabra. En las notas que ha ido tomando se puede leer:

GUERRA INTERNACIONAL
OCCIDENTAL CRISTIANA; INDEPENDENCIA
VENCER Y CONVENCER
ODIO Y COMPASIÓN. Odio inteligencia que es crítica, y diferenciadora. 
Inquisitiva no inquisidora, que es ex...
LUCHA, UNIDAD, CATALANES Y VASCOS
CÓNCAVO Y CONVEXO
IMPERIALISMO DE LA LENGUA

Llega el momento de intentar saber qué es lo que verdaderamente dijeron cada uno de los protagonistas y valorar el ambiente en que se produjeron las palabras allí pronunciadas. De todos los testimonios existentes dejados por testigos presenciales comprobados, Carmen Polo, Unamuno, Millán Astray, Pemán, etc., el que resulta más fiable a nuestro criterio es el aportado por Eugenio Vegas.

El testimonio de Vegas resulta doblemente fiable: en primer lugar porque está probada su asistencia al acto en un lugar destacado, y, por tanto, próximo a la tribuna en la que ocurrió todo; en segundo, por ser abiertamente contrario a la figura de Millán Astray como encarnación del militarismo autoritario que impediría el regreso de la monarquía a España, encarnada en la figura de Juan de Borbón.

Salcedo, con reservas, sostiene que el discurso de Unamuno fue más o menos el siguiente:

Dije que no quería, porque me conozco; pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo he hecho otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra civil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión; el odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, más no de inquisición. Se ha hablado también de los catalanes y los vascos, llamándoles anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo, catalán, para enseñarnos la doctrina cristiana que no queréis conocer, y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis. Ese sí es Imperio el de la lengua española.

Vegas señala cómo en su interior estaba en casi todo de acuerdo con Unamuno, pero en aquel ambiente sus palabras eran explosivas. Asegura, sin la menor duda, Vegas que en la reconstrucción de Salcedo faltan dos partes de la intervención de Unamuno fundamentales. La primera referida a la fiereza y brutalidad de las masas populares en las dos zonas, con la única diferencia de que, en una de ellas, "las mujeres se ensañaban matando, mientras que en la otra acudían sólo a ver matar". La segunda, la cita al poeta y nacionalista filipino Rizal, hablando de su brutal e incivil fusilamiento por los militares en 1896. Sobre lo que acontenció, seguidamente recuerda una vez más Vegas:

Sobre todo, cuando de manera inesperada, en su característico juego de ideas y de palabras, sacó a colación el fusilamiento de Rizal, héroe de la independencia de Filipinas, como ejemplo de la brutalidad agresiva e incivil de los militares. Yo mismo sentí un cierto desasosiego al oír pronunciar con elogio el nombre de quien había luchado ferozmente contra España. Y fue exactamente en ese momento cuando Millán Astray se puso en pie y lanzó un grito, ahogado en parte por la gran ovación con que fue acogido. Pero yo le oí perfectamente decir:

- ¡MUERA LA INTELECTUALIDAD TRAIDORA!

Admito que muchos no pudieran oír la última palabra de la frase por el tumulto que se desencadenó. Entre las imprecaciones, las amenazas y los insultos, llegó a percibirse el ruido característico de algún arma que se montaba. Insisto en que me encontraba muy cerca de Millán Astray; puedo por ello negar, rotundamente, que lanzase después ningún otro grito similar, ni mucho menos el famoso ¡Viva la muerte!, que es el grito de la Legión. ¿Lo lanzó, en medio del alboroto, dirigiéndose a los legionarios de los que siempre se hacía acompañar y que se hallaban también en el paraninfo? No tengo razones para ponerlo en duda. Lo que afirmo es que, después de que lanzó aquel primer grito suyo, como réplica a ciertas palabras de Unamuno, tras unos instantes de angustiosa indecisión, él mismo, en voz muy alta y con tono imperativo, se dirigió al rector, que se mantenía erguido en pie detrás de la mesa, para ordenarle:

- ¡Unamuno, dé el brazo a la señora del jefe del Estado!

Es muy posible que esto salvara la vida del rector. Del brazo de doña Carmen salió del paraninfo, entre insultos y amenazas de muchos de los allí presentes.

El incidente es recordado por el propio Millán Astray en un texto inédito y creo que absolutamente desconocido para los historiadores, depositado en su archivo en los siguientes términos:
Conducta observada por D. Miguel de Unamuno, en su calidad de Rector Honorario de la Universidad de Salamanca, con motivo de la fiesta del día de la Raza de 12 de octubre de 1936.

 
Presenciaron el acto muchas personas que podrán corroborar lo que en este escrito se dice; entre ellas, que yo recuerde, el poeta señor Pemán. Los otros oradores figurarán en los periódicos de Salamanca de aquellos días.

  Las manifestaciones que hago de Don Víctor Ruiz Albéniz, que usa para escribir el pseudónimo de El Tebib Arrumi, están corroboradas por él ciertamente y me manifestó que estaba dispuesto, en cualquier momento y ocasión, a manifestarlo así ante quien hubiera que hacerlo. El relato es el siguiente: 


 Al acto asistió la Exma. Señora esposa del Jefe del Estado. Al entrar en el Paraninfo, el señor Unamuno, que presidía, no salió a recibirla y ella hubo de ir a ocupar un sillón en la Presidencia sin ser el señor Unamuno el que la condujese a su puesto. 

 
 El señor Unamuno, al proceder a la apertura de la sesión, dijo literalmente: "Vengo en representación del Jefe del Gobierno del Estado." Esto era la negación de que el Generalísimo Franco había sido nombrado Jefe del Estado, ya que le llamaba "Jefe del Gobierno del Estado". 

Después de hablar los oradores, tomó él la palabra y entre otras cosas dijo las siguientes (sin que yo pueda precisar el orden en que fueron dichas, pero sí afirmarme rotundamente en las que dijo). Y dijo: 
 

"Que no había antipatria" lo que quería decir que los rojos no eran antipatriotas.  


 Entonó un canto a "Vasconia y a Cataluña", regiones separatistas en aquellos momentos en poder de los rojos.  


 También dijo "que una cosa era vencer y otra convencer". Y yo estimo que con esta insidia quería seguramente decir: que venciendo con las armas no se gana la razón. 

 
 Después nombró con elogio al cabecilla filipino "RIZAL", fusilado en Filipinas en 1896, de lo que se sacó en aquel tiempo gran partido en las campañas de la masonería en contra de España y del Ejército, tomando como víctima al general Polavieja. Esto, creo yo que muy pocos alcanzarían la perversa intención del señor Unamuno al nombrar al cabecilla Rizal en el momento en el que la guerra contra España estaba dirigida por los comunistas ruso-soviéticos-judíos-masónicos. 

 
 Y terminó diciendo: "que tenía que protestar porque las mujeres españolas que estaban en nuestra zona, se recreaban asistiendo a los fusilamientos de los rojos, a pesar de llevar sobre su pecho emblemas religiosos que demostraban sentimientos bien contrarios a aquel recreo." 
 

Cuando yo quise hacer uso de la palabra no me lo concedió. entonces, me dirigí al público diciendo que quería hablar y, naturalmente, por un consentimiento natural, hablé. Pero en atención a las circunstancias, a la presencia de la alta Dama y a otros muchos razonamientos que no son del caso, me limité -a pesar de mi indignación- a decir, simplemente, a los estudiantes: 


 "Estudiantes: Cuando volváis purificados de la guerra y entréis a estudiar en las aulas, tened mucho cuidado con los hombres sutiles y engañosos que con palabras rebuscadas y falsas llevarán el veneno a vuestras almas." 


 No recuerdo exactamente mis palabras, pero el concepto fue éste.

 Al terminar, la Señora del Jefe del Estado, salía sola y entonces me dirigí al señor Unamuno y le dije: "Señor Rector: dé Vd. el brazo a la Señora del Jefe del Estado y acompáñela hasta la puerta a despedirla." Él así lo hizo. Yo fui detrás. Luego supe que los estudiantes jóvenes y principalmente falangistas, si no hubiese sido por haber ido dando el brazo a la Señora del Caudillo e ir yo detrás de ellos, quizás hubiesen tomado alguna medida violenta contra el señor Unamuno. 

 
 Mi amigo el médico y periodista D. Víctor Ruiz Albéniz me manifestó hace tiempo y recientemente me volvió a repetir: Que al terminar el acto que he relatado, salía Unamuno solo por la calle inmediata a la Universidad; que se encontró con Ruiz Albéniz y le dijo: "Acompáñeme VD., Ruiz Albéniz -¿Qué le pasa a Vd. Don Miguel? -Qué va a pasar: que llevaba dos bombas guardadas, las he tirado y han estallado." 


 Y lo dicho es la verdad. 
 

Madrid, doce de enero de mil novecientos cuarenta y dos. 


No podemos olvidar que Millán Astray era un antiguo oficial que había luchado en Filipinas durante la sublevación tagala de 1896-1897 por lo que las alusiones al independentista Rizal, que hoy nos pueden parecer carentes de importancia, se clavaron como un hierro rojo en su corazón, lo que terminó por hacerle estallar. Recordemos que el barco que le llevó a Filipinas era el mismo en que iba preso Rizal camino de Manila para ser sometido a un consejo de guerra, por lo que el tema le resultaba especialmente próximo.

A lo largo de toda su vida Millán Astray estuvo rodeado de intelectuales y artistas, muchos de ellos íntimos amigos suyos, al igual que siempre que había podido se había rodeado de hombres inteligentes y bien preparados, lo que demuestra su admiración y simpatía por la cultura, el arte y la intelectualidad.

Al salir del acto, en la puerta Millán Astray y Unamuno, dos hombres que se parecían en muchas cosas y que formaban parte de un mundo que con ellos había de desaparecer, se despidieron dándose la mano y deseándose buenas noches.

Para el rector y el general el incidente terminó en las puertas de la Universidad pues ambos compartían el mismo sentimiento trágico de la vida. Se ha querido representar en las palabras que ambos pronunciaron aquel 12 de octubre la lucha de la barbarie -el soldado-contra la inteligencia-el profesor universitario-, siendo así Millán Astray representación viva de la imagen tópica del militar bárbaro e inculto, como paradigma de la violencia y la incultura, por lo que muchos autores han sacralizado y siguen sacralizando el incidente. La disputa cobró interés e importancia años después al encarnarse curiosamente en Unamuno a los intelectuales contrarios al Régimen de Franco, atribuyéndole un supuesto antifranquismo cronológicamente imposible y falso, frente a un Millán Astray representante de la triunfante y longeva dictadura franquista. Se le atribuía al fundador de la Legión el papel de ser la encarnación del antihéroe, de la brutalidad, la incultura y el militarismo en sus peores afecciones y, en cierta forma, del fascismo, una ideología con la que compartía muchas cosas pero que indudablemente no seguía, lo que convertía a su figura en blanco perfecto de todo tipo de insultos, denostaciones y falsificaciones por la pseudointelectualidad de izquierdas de los años setenta y ochenta. Imagen conscientemente manipulada que en ciertos ambientes perdura en la actualidad.

A partir de finales de los años sesenta del siglo pasado es cuando se comienza a dar importancia al enfrentamiento de Unamuno con Millán Astray sometiéndole a una lectura e interpretación muy distinta a la realidad de lo acontecido. El incidente carece de verdadera importancia en el remolino de la Guerra Civil, salvo por su simbolismo a posteriori. No podemos olvidar que estamos en las primeras semanas de una guerra que había de durar tres años. Lo ánimos estaban exaltados y resulta incluso sorprendente la escasa represalia que recayó sobre Unamuno pues en aquellos tiempos, en los que ambos bandos hacían una represión política muy dura, sin que de la misma se librasen los intelectuales de uno u otro bando, ya que era una guerra civil intrínsecamente ideológica, nadie quedaba excluido.

El intento de muchos historiadores de rehacer la Historia resulta evidente en este caso, ya que se ha querido utilizar la pluma como arma de combate ideológico de una guerra ya terminada. Las versiones "libres" han sido muchas, en algunos casos bien intencionadas y otras conscientemente manipuladas, dándose en ocasiones como buenas las versiones de personajes que ni siquiera estaban en Salamanca cuando ocurrió todo. Por ejemplo, la versión de Serrano Súñer es una de las más citadas por los historiadores, cuando él mismo reconoce que no llegó a Salamanca hasta mucho tiempo después del incidente , lo que agrava el hecho de que cite literalmente las palabras de Unamuno, cuando ni siquiera estaba presente.

Tte. General Francisco Franco Salgado-Araujo. Mis conversaciones privadas con Franco. 

Después comentamos un artículo de Pemán publicado en el ABC de hoy y titulado "La verdad de aquel día". Se relata el episodio ocurrido en la celebración del día de la Hispanidad, el 12 de octubre de 1936, en la Universidad de Salamanca y cuyo protagonista fue don Miguel de Unamuno. Pemán contesta a un periódico americano, Prensa libre, que da una versión distinta a la realidad, asegurando que el glorioso general Millán Astray dio mueras a la inteligencia. Pemán asegura que el muera fue a los intelectuales, y luego añadió con ademán tranquilo: "Los falsos intelectuales, traidores, señores..." A Franco le ha agradado el artículo de Pemán y ha dicho:

"Se ajusta a la realidad de los hechos. Todo fue una réplica del general a la actitud bastante molesta del señor Unamuno, que no se justificaba en un acto patriótico, en un día tan señalado y en la España nacionalista que luchaba en el campo de batalla con un feroz enemigo y con grandes dificultades para vencerlo. Millán se creyó obligado a reaccionar en la forma que lo hizo a lo que consideró una provocación del ilustre catedrático." (26 de noviembre de 1964)

Eternamente Franco.  Pedro Fernández Barbadillo

Azaña destituyó a Unamuno antes que Franco

Entre los tópicos historiográficos está el de la destitución de Miguel de Unamuno del rectorado de la Universidad de Salamanca por los facciosos a finales de 1936. Es verdad, pero también lo es que el primer Gobierno que le destituyó fue el de José Giral, y lo hizo por el delito de apoyar a los alzados.

Desde joven, a Unamuno sus opiniones le causaron constantes problemas, no sólo con políticos, como los abertzales del PNV, sino también con las autoridades. En 1914, fue destituido de su cátedra; pero el Gobierno al que más combatió fue a la Dictadura de Miguel Primo de Rivera.

En 1936 Unamuno se sintió conmocionado por el comportamiento del Frente Popular y de sus masas. En junio, describió una manifestación de izquierdas en Salamanca contra los magistrados de la Audiencia Provincial y calificó a las mujeres que participaron en ella de "tiorras desgreñadas, desdentadas y desaseadas". El ABC le recordó que él fue "uno de los mayores responsables de la revolución que ahora le asquea".

Un mes más tarde, se produjo la sublevación del 18 de julio, que triunfó en Salamanca, y Unamuno la apoyó desde el primer momento. El 26 de julio participó en el nuevo Ayuntamiento constituido por los sublevados. A los periodistas extranjeros que le visitaban, dada su fama mundial, les decía que la guerra "no era una lucha contra una República liberal, sino por la civilización". También donó 5.000 pesetas, casi el sueldo anual de un catedrático de universidad, a los militares. Sus actos y sus declaraciones preocuparon al Frente Popular, cuyos dirigentes comprendieron que se trataba de un golpe propagandístico brutal para ellos.

De modo que en la Gaceta de Madrid (23-8-1936) se publicó un decreto, firmado por el presidente de la República, Manuel Azaña, y el ministro de Instrucción Pública, Francisco Barnés Salinas, por el que se destituía a Unamuno de todos sus cargos y se le reprochaba su traición, incumpliendo los deberes de "lealtad, a la que estaba obligado", con un régimen que le había reservado "siempre las máximas expresiones de respeto y devoción". También se anulaban su nombramiento como rector vitalicio de la Universidad de Salamanca y la creación en ésta de la cátedra que llevaba su nombre; y se retiraba su nombre al Instituto de Enseñanza Media de Bilbao al que se le había dado en 1934, con protesta entonces del siempre simpático Partido Nacionalista Vasco.

Pocos días después, los concejales del Ayuntamiento de Bilbao, compuesto por concejales republicanos, socialistas y peneuvistas, retiraron el busto de su paisano del salón de plenos y  los honores concedidos, por su "conducta desleal" que le hacía "indigno" de ellos.

A comienzos de octubre, hizo las siguientes declaraciones al periodista francés G. Sadoul:

"Tan pronto como se produjo el movimiento salvador del general Franco, me he unido a él... El Gobierno de Madrid  me destituyó de mi cargo de rector, pero el Gobierno de Burgos me restableció mi función... El salvajismo inaudito de las hordas marxistas sobrepasa toda descripción... bandas de malhechores, de criminales natos, sin ninguna ideología... Es el régimen del terror. España está, literalmente, espantada de sí misma... Si el miserable gobierno de Madrid no ha podido, ni ha querido resistir el empuje de la barbarie marxista, debemos tener la esperanza que el gobierno de Burgos tendrá el valor de oponerse a aquellos que quieren establecer otro régimen de terror... Insisto en el hecho de que el movimiento a cuya cabeza se encuentra el general Franco tiende a salvar la civilización occidental cristiana y a la independencia nacional."

Sin embargo, su "condición paradójica", como la definieron sus contemporáneos, y la violencia que giraba a su alrededor estallaron en el famoso acto del 12 de octubre en el paraninfo de la Universidad, al que acudió en representación de Franco y en el que se enfrentó a parte de los asistentes por un discurso especialmente virulento del general José Millán Astray -la reconstrucción más fiel del incidente la ha hecho Luis Togores en su biografía del fundador de la Legión-.

En los días siguientes, la miseria humana hizo que los mismos que le habían aplaudido le expulsasen de las instituciones en las que tenía un puesto: el Ayuntamiento, la Universidad y el Ateneo. Se trató de civiles, algunos de ellos antiguos votantes de los partidos republicanos, no de militares ni de falangistas. Sus colegas universitarios propusieron al Gobierno la expulsión de Unamuno. El 26 de octubre, le tocó ser destituido de su rectorado, en este caso por el general Francisco Franco.



Conversaciones Privadas con Franco


Tte. General Francisco Franco Salgado-Araujo. Mis conversaciones privadas con Franco. 


Comentamos un informe enviado de los Estados Unidos sobre el programa "Fin de la era de Franco" del pasado 25 de febrero, por el canal 13 de la televisión, narrado por Hugh Thomas y el profesor de Historia del City College, Briley Diffy. Este informe, que recibí de un amigo de Nueva York, también lo conocía Franco, sin duda por conducto de nuestra representación oficial en los Estados Unidos.

"Creo que la mayoría de los que escriben en los Estados Unidos sobre asuntos de España si no son rojos o izquierdistas, son unos despistados. Decir que la ayuda americana, al fortalecer al Ejército español 'solo ayudaría al régimen en la supresión de las libertades dentro de España' es desconocer por completo la realidad española. Los izquierdistas americanos aceptan como artículo de fe todo cuanto les dice la propaganda roja exiliada, que es "la voz de su amo", Moscú. En España nunca hubo las libertades de ahora; cada español hace lo que le parece y piensa lo que le da la gana, teniendo participación en la vida pública a través de las elecciones sindicales, las de concejales, las de la parte electiva de las Cortes, etcétera. La prensa tiene hoy libertad de expresión y a ningún español se le castiga por tener ideas distintas a las del régimen ni por defenderlas con sus amistades. Aquí lo que no se tolera es la violencia, como en ningún país civilizado, y la alteración del orden público, que es lo que hacen siempre los comunistas o agentes de Moscú, o los exiliados españoles. En España durante los años de la república no hubo, como tú sabes, la menor libertad, y las garantías constitucionales permanecieron casi siempre suspendidas. Las afirmaciones del señor Madariaga a Hugh Thomas de que España está sujeta a los deseos de un hombre, es apasionada como todo cuanto dice este señor. Todos los españoles saben que hoy no se gobierna a mi capricho, ni lo tolerarían si ello fuese verdad. Hoy se gobierna España a través de la voluntad popular, representada por los organismos que antes he citado, y cuyos representantes son elegidos libremente. Somos una "democracia orgánica"; esto lo saben nuestros enemigos, pero no quieren darse por enterados. De lo que no se dan cuenta los americanos de izquierdas y muchos de derechas es que si los nacionales fuéramos derrotados o el régimen español derribado, el triunfo sería del comunismo, y la Península Ibérica se convertiría en otro país satélite, como todos los países tras el telón de acero. Esta verdad no quiere verla el mundo izquierdista." 2 de marzo de 1963

"Muchos enemigos de la Iglesia y del régimen, como le sucede a la masonería, quieren interpretar la última encíclica Pacem in terris, de S.S. el Papa Juan XXIII, como favorable a ellos y contraria al régimen español; yo considero que lo hacen con intención persecutoria. No se debe mantener un régimen político contra la voluntad de los gobernados; pero en España el régimen está avalado por la victoria en la guerra contra la república que nos llevaba al comunismo. En esta guerra no luchaban los republicanos de buena fe, lo hacían, como tú has visto, las organizaciones comunistas del mundo entero, con sus brigadas internacionales, mandadas por las primeras figuras del comunismo internacional. Mi referéndum, completamente imparcial, fue ganado por la mayoría del pueblo español y estableció las bases del régimen que hoy está  vigente. En cuantas ocasiones se presentan, el pueblo exterioriza con su aplauso su complacencia y adhesión hacia mi. Es natural que los masones deseen arrimar el ascua a su sardina, y aprovechen todas las ocasiones que se presenten para arremeter contra el régimen que salió de la guerra y que seguirá gobernando a España, sometiéndose a los referéndums o plebiscitos que se consideren necesarios. Ya he dicho muchas veces que los españoles somos demasiados viriles para soportar un gobierno que creemos que está impuesto por la fuerza." 27 de abril de 1963


Matanzas en el Madrid republicano. Felix Schlayer, 1938 -7ª parte-

Lenin en la Glorieta de Bilbao; en medio,
Stalin y otros dirigentes en la Puerta de Alcalá;
abajo, Stalin hace compañía a Azaña
en el Palacio de Invierno.

Arrasadas las iglesias y sus imágenes, otras las
reemplazaron. Aquí la de La Pasionaria es llevada
en procesión. 

Los líderes soviéticos presiden, desde las calles
de Madrid, la lucha de la República por la
libertad y la democracia. En esta página:
El tirano soviético saluda a los españoles.



Crímenes monstruosos

Nos fuimos con el Delegado de la Cruz Roja a la Cárcel de mujeres, donde todo iba bien, y de allí nos dirigimos a la Dirección General, donde, en cambio, reinaba el caos. La noche anterior, el gobierno se había ido, en secreto, a Valencia y, con él, el Director General, Manuel Muñoz, un hombre que había que marcar a fuego. A mi pregunta sobre quién era ahora, en Madrid, el responsable del orden público, se me contestó que, al parecer, era Margarita Nelken (diputada socialista, judía, de origen germano-francés), ya que ésta se había instalado desde por la mañana en el despacho del Director General. Nadie, sin embargo sabía nada concreto y oficial. Pedí que me dejaran hablar con ella, pero transcurrido cierto tiempo me dijeron que se había ido. Yo lo que pienso es que no quiso dar la cara. Le dejé una tarjeta, en alemán, en la que apelaba a sus sentimientos humanitarios. En otra ocasión que, por casualidad, me la presentaron en la embajada de Francia, al dirigirle yo la palabra en mi idioma, me dijo que se le había olvidado el alemán, a pesar de que sus padres procedían de Alemania y que en su casa lo hablaban. 

El gobierno se había marchado, sin notificárselo al Cuerpo Diplomático y sin pedirle que le acompañara. ¡Esto era un “precedente” sin precedentes! Solo después se procedió a una notificación nada clara que ni siquiera aludía a la permanencia de los diplomáticos. Ante situación tan delicada se convocó una reunión de todo el Cuerpo Diplomático. 

Abandonamos, pues, la infructuosa búsqueda de la “mandamás” de la policía, Margarita Nelken, y decidimos informarnos acudiendo directamente al mando supremos recién nombrado, es decir, a Miaja, en el Ministerio de la Guerra. Miaja, con el que ya habíamos tratado con frecuencia, nos recibió enseguida. Pedimos protección segura para los presos, que nos preocupaban mucho, y le contamos cuanto habíamos observado por la mañana. Miaja nos lo prometía todo: a los presos no les tocarían ni un pelo. Le hablé más especialmente de mi abogado De la Cierva y de su liberación. Miaja aseguró que haría todo lo humanamente posible. Eran las cinco y media de la tarde, pero a Ricardo de la Cierva, ¡hacía ya dos horas que lo habían asesinado!

A la salida nos acompañó un ayudante al que yo conocía desde hacía tiempo, y nos recomendó que esperáramos un poco. Iba a empezar enseguida una reunión con representantes de los partidos del Frente Popular, en el curso de la cual se iba a nombrar la nueva “Junta de Defensa” de Madrid. Inmediatamente después de su nombramiento nos presentaría al nuevo Delegado de Orden Público. De hecho, al poco abrió la puerta de la sala, y, acto seguido, afluyó a la misma una muestra de los representantes de los actuales gobernantes, fiel reflejo de las estratos populares de donde procedían: se veía al tipo algo aburguesado, engreído en su superioridad, poco marcial en su antimilitarismo, de los republicanos de izquierdas; luego los hombres de aspecto hermético, pero fiero, de la juventud socialista-comunista y, finalmente, los típicos representantes de los “chulos” madrileños, los anarquistas de la FAI que entraban contoneándose y dándose importancia, majestuosos, todos ellos con sus chaquetones de cuero marrón y sus grandes pistolas al cinto; eran los futuros señores soberanos de Madrid, por la Gracia del Pueblo que iban pasando y desapareciendo dentro del despacho del General. 

Pasado algún tiempo apareció el ayudante con un hombre joven que tendría de veinticinco a treinta años de edad, un “camarada” robusto con un rostro de expresión más bien brutal, y nos lo presentó como nuevo Delegado de Orden Público. Pertenecía a las Juventudes Comunistas, a la más encarnizada e insensible de todas las organizaciones proletarias. Extremó su cortesía con los diplomáticos, con quienes establecía contacto por primera vez en su vida y nos citó para celebrar una entrevista en su nuevo despacho a las siete de la tarde. 

Ya no podía quedarme allí más tiempo. Tenia que recoger otra vez al Delegado de la Cruz Roja para acudir a la nueva autoridad policial, como había quedado convenido entre nosotros. Dicha autoridad se llamaba Santiago Carrillo. Tuvimos con él una conversación muy larga, en la que recibimos toda clase de promesas de buena voluntad y de intenciones humanitarias respecto a la protección de los presos y al cese de la actividad asesina. Pero la impresión final que sacamos de la entrevista fue de una total inseguridad y falta de sinceridad. Le dije lo que acababa de oír en la Moncloa y le pedí explicaciones. Carrillo pretendía no saber nada de todo aquello, lo cual me parece totalmente inverosímil, como lo demuestra el hecho de que durante la noche y el día siguiente prosiguieron, pese a sus falsas promesas, los transportes de presos sacados de las cárceles. Prosiguieron sin que Miaja ni Carrillo intervinieran para nada; y sobre todo, sin que pudieran seguir alegando desconocer unos hechos de los que les acabábamos de informar. A propósito de esta conversación convendría destacar también la categórica afirmación que, como Delegado de Orden Público, nos efectuó Santiago Carrillo, pretendiendo que Madrid se defendería mientras quedaran en la ciudad dos piedras, una encima de otra, y un hombre que pudiera sostener un fusil. Madrid, según él, solo se podría tomar cuando estuviera reducido a un montón de escombros. 

Tal es, ahora como antes, el espíritu que domina en los dirigentes rojos españoles. La destrucción constituye parte esencial de su programa, siendo la envidia y el resentimiento su móvil esencial. A menudo les decía: “Estáis todos mal del hígado”. En efecto, antes de ceder lo que no pueden mantener, prefieren destruirlo. Encuentran consuelo y satisfacción en inutilizar cualquier cosa, incluso si carece para ellos de la menor utilidad. Lo mismo me confirmaba, recreándose gustoso en tal idea, un comisario de policía madrileño: “Cuando tomen Madrid, la ciudad sólo será un montón de ruinas; todo está minado y, antes de entregarlo, volará por los aires”. Ni que decir tiene que ello no excluye, sino todo lo contrario, el que, frente al resto del mundo (cuyo horror ante hechos tan vergonzosos desconocen), atribuyan tal destrucción al enemigo. 


Lo que sí tuvo cierta gracia fue que, al separarme del Delegado de Orden Público Santiago Carrillo, en cuya mesa había depositado mis papeles, cogí sin darme cuenta la copia de una orden secreta de Largo Caballero, en la que se decía que el gobierno, “con el fin de seguir cumpliendo su principalísima misión de defensa de la causa republicana, había resuelto alejarse de Madrid y confiar a Miaja la defensa de la capital a cualquier precio. 

Al cabo de unos días ingresaron en mi Legación, en calidad de refugiados, dos presos liberados que habían actuado de escribientes en una de las galerías, por lo que, a diferencia de otros presos, gozaban de mayor libertad de movimiento y de más posibilidades de relacionarse con los milicianos. Me confirmaron todas las cifras y detalles obtenidos y añadieron que un grupo de policías habían reclutado, de entre la guardia que custodiaba la cárcel, a voluntarios para disparar sobre los presos, diciendo: “Hay poco tiempo para acabar con tanta gente y nosotros somos pocos”. Esos “voluntarios” contaban luego detalles que declaraban sus desnaturalizada crueldad, tales como que, unas veces antes y otras después de disparar contra sus víctimas, les habían quitado sus pitilleras, plumas estilográficas, botas…, desvalijándoles hasta de sus propios vestidos. 

Ahora estaba claro: habían asesinado a mil doscientas personas, a las que habían sacado de las cárceles con tal fin, ya que ni siquiera se había cursado el usual preaviso. Lo cursaron únicamente en el caso de Alcalá de Henares, siendo imposible averiguar si se hizo por error, por distracción o porque, ya en camino, la decisión de asesinarlos partiera de los acompañantes. La realidad fue que de San Antón salieron tres autobuses, uno por la mañana, otro a mediodía y otro por la tarde. El primero y el último llegaron intactos a Alcalá, mientras que los presos del segundo fueron asesinados sin excepción. 

Tal como pude sonsacarle a un miliciano, aquello había transcurrido de la siguiente manera: los autobuses que llegaban se estacionaban arriba en la pradera. Cada diez hombres atados entre sí, de dos en dos, eran desnudados -es decir, les robaban sus pertenencias-  y enseguida les hacían bajar a la fosa, donde caían tan pronto como recibían los disparos, después de lo cual tenían que bajar los otros diez siguientes, mientras los milicianos echaban tierra a los anteriores. No cabe duda alguna de que, con este bestial procedimiento asesino, quedaron sepultados gran número de heridos graves, que aún no estaban muertos, por más que en muchos casos les dieran el tiro de gracia. 

Ruego al lector que se detenga unos minutos procurando concentrarse en la imagen del tremendo suceso que caba de leer: una mayoría de hombres jóvenes, en la flor de la vida, pendientes en todas las fibras de su ser de los suyos -padres, madres, esposas, novias, hijos…-, unos hombres que no habían infringido ninguna ley humana se veían arrancados de una vida honrada, asesinados por sus compatriotas, aquí, al borde de una fosa, a pleno sol, sin haber visto nunca antes a sus verdugos y tras haber sido robados y, después, fusilados y enterrados, en tanto veían correr la misma suerte a sus amigos, parientes o camaradas; y todo esto, únicamente, por pertenecer a otra “clase”. ¿Puede uno imaginarse la desconfianza y la desesperación de estos pobres seres con respecto a la humanidad? ¿Cabe juicio condenatorio más terrible que el que merece la insensatez de semejante lucha de clases?

Dejamos atrás el aeropuerto de tráfico civil de Barajas y cruzamos el Jarama hacia Paracuellos. Este pueblo está maravillosamente situado sobre una elevación perpendicular al valle de dicho río, desde el que se disfruta de una vista espléndida de Madrid y su meseta, así como de la sierra de Guadarrama, más al fondo. Al llegar yo, había en un lugar, entre las casas de aquel pueblo y el declive abrupto de la meseta del valle, un considerable grupo de hombres con escopetas de caza y fusiles al hombro. 

Retrocedimos para tratar de averiguar algún indicio que nos proporcionara nuevas posibilidades de información. Tuve suerte. Ya en el viaje de regreso, al no ver señales de lo que buscaba, había dado orden de regresar a Madrid, cuando me encontré en el puente del Jarana con un joven de unos dieciocho años que volvía al pueblo después de haber estado arando con sus dos mulas. Lo paré y le pregunté con aire inocente dónde habían fusilado a tanta gente el domingo anterior. Señaló hacia la parte del otro lado del río, detrás de nosotros, y dijo: “Más allá, al otro lado, bajo los Cuatro Pinos. Pero no fue el domingo, “¡era sábado!”. Hice que me señalara cuales eran los Cuatro Pinos entre los muchos que se veían, y le pregunté: “¿Y cuántos vendrían a ser?”. “Muchos”, me contestó. A lo que añadí: “¿Seiscientos?”. “¡Más!”, me replicó. “¡Todo el día estuvieron viniendo autobuses y todo el día estuvimos oyendo las ametralladoras!”

Eternamente Franco - Pedro Fernández Barbadillo


Franco, su régimen y los símbolos de este se ha convertido en la medida del Mal. La reductio ad Hitlerum que corta todo debate en las universidades, las tertulias o las redes sociales con el efecto de la guillotina revolucionaria, en España es una reductio ad Francum. Todo lo malo se atribuye a Franco y todo lo relacionado con Franco es malo. 

Ahora son los "muertos de las cunetas" -los de un solo bando, por supuesto, que los otros parece que fueron bien muertos- y los "niños robados"; dentro de poco, se les pasará la cuneta a los descendientes de los que financiaron el alzamiento o hicieron negocios en el franquismo. 

El franquismo incluyó a Federico García Lorca y a Miguel Hernández en sus libros de texto de los que excluyó a Rafael Sánchez Mazas, Agustín de Foxá y Manuel Machado. 

El Parlamento español es el único del mundo en el que no hay un partido que se califique de derecha.

Las cajas de ahorros desaparecieron por culpa de los políticos, que se apoderaron de sus fondos con la misma lujuria que los romanos de las sabinas. Nos decían que ya no iban a ser necesarias ni la caridad, ni la beneficiencia, porque iban a ser sustituidas por la justicia. ¡Menudo engaño!

Los sindicalistas delante de los micrófonos repiten una y otra vez las  muletillas políticamente correctas de "compañeros y compañeras" y "trabajadores y trabajadoras", hasta que, concluida la rueda de prensa y mezclados con los "plumillas", recuperan la gramática.

En el vestíbulo de la embajada de Rusia en Madrid, hay una serie de frescos que resumen la historia del país, una de las más brutales de entre las europeas, y en ellos aparecían tanto el Zar Nicolás como Lenin. Semejante aceptación del pasado es una ejemplo que deberíamos imitar. 

Enterremos a Franco ya. Por sensatez. Por racionalidad. Por la paz.

Una de las consecuencias de la época de las ideologías es que deja de existir vida privada. Todo acto, toda conducta, todo gesto, toda vestimenta, toda palabra, incluso todo pensamiento, se convierten en públicos y políticos, y deben adaptarse al discurso dominante.

En una revolución, como demostraban Rusia y México, no hay neutrales ni adversarios, sino sólo enemigos que merecen la aniquilación. Si el Gobierno, en vez de protegerte, te ataca, sueles saltar.

Francisco Franco, que, como han aconsejado las abuelas españolas de todo tiempo, escarmentadas por la experiencia del sectarismo nacional, no se había metido nunca en política desde que saliera de la Academia de Infantería, se vio forzado a hacerlo debido a la República. Primero, por Azaña y su purga en el Ejército; y luego por el golpe de Estado de la izquierda. Azaña, ministro de la Guerra en el primer bienio, le marcó como enemigo del régimen en sus diarios: entre los generales españoles, Franco era el "único temible". ¿Y qué hizo Franco para justificar ese juicio? Durante cuatro años, nada. Franco no se implicó en las conspiraciones de ciertos círculos de derecha; estuvo ausente del golpe de agosto de 1932, aunque Sanjurjo trató de persuadirle.

La izquierda, organizada en torno al Frente Popular, demostraba que estaba dispuesta a todo para alcanzar un poder que consideraba suyo y, una vez ocupado, hacer imposible su desalojo.

Por medio de la censura de prensa, el Gobierno de Casares prohibió que los periódicos calificasen de "asesinato" la muerte de Calvo-Sotelo y en un comunicado equiparó su asesinato con el del teniente José Castillo, que había sido expulsado del cuerpo por haber participado en la revolución de octubre y era instructor de las milicias socialistas en el uso de armas.

El periódico Claridad publicó el 15 unas declaraciones del socialista Francisco Largo Caballero, que estaba en Londres:

"¿No quieren este Gobierno? Pues que se sustituya por un Gobierno dictatorial de izquierdas. ¿No quieren el estado de alarma? Pues que haya guerra civil a fondo".

Melquiades Álvarez, político liberal, republicano y masón, expresidente del Congreso, era decano del Colegio de Abogados de Madrid desde 1932. Había aceptado ejercer la defensa legal de José Antonio Primo de Rivera y había asistido al entierro de Calvo-Sotelo. La lucha de Álvarez contra la dictadura del general Primo de Rivera, su republicanismo y su edad -había nacido en 1864- no le protegieron de las "hordas marxistas". El nuevo director general de Seguridad, Manuel Muñoz Martínez, de Izquierda Republicana -el partido de Azaña-, ordenó su detención el 4 de agosto. La noche del 21 al 22 de agosto fue asesinado en una de las "sacas" cometidas contra presos de la cárcel Modelo.

El 25 de julio un grupo de milicianos socialistas irrumpió en el Tribunal Supremo y robó el sumario abierto por el asesinato. Las investigaciones judiciales las realizaron los nacionales al concluir la guerra y constan en la Causa General.

El magnicidio de Calvo Sotelo colmó el profundo vaso de la paciencia de las derechas... De esta manera, Franco se preparó para participar en la sublevación. Como ha dicho Pío Moa en una de las frases más acertadas para comprender ese período de nuestra historia del que ahora se prepara una versión oficial impuesta por el Estado para blindar las mentiras, Franco "fue el último en sublevarse contra la República", cuando ya había arremetido contra la Constitución y el régimen una larga lista de políticos civiles -Azaña, Prieto, Largo Caballero, Companys y todos sus correligionarios-, a los que les gustaban más las violencias que el aburrido juego parlamentario.

Para Stanley Payne (El camino al 18 de julio) lo asombroso fue el aguante de la derecha, que, en mi opinión, se explica por su veneración por la legalidad y las instituciones, así como su patológica despreocupación por la "cosa pública", salvo para colocar a sus hijos en la Administración.

"Lo que llama la atención es lo contrario, es decir, la extraordinaria paciencia de las derechas en España, incluida la del propio Franco. En muchos países no se hubiese soportado ni la mitad de lo que se venía soportando desde hacía meses en España. Cualquier persona que dude de esta afirmación, debe primero hacer la comparación con las tres grandes guerras civiles de la época moderna en los países de habla inglesa -en 1640, en 1775 y en 1861- y verá inmediatamente que la situación en España era bastante más atroz."


Matanzas en el Madrid republicano. Felix Schlayer, 1938 -6ª parte-


Relato de un preso

Lo que ocurría por entonces en las prisiones puede deducirse de la descripción de dos jornadas carcelarias en Ventas, escrita por uno de los presos. Éste nos facilitó una visión de conjunto de sus vivencias mediante un álbum ilustrado con dibujos, que nos entregó después de salir de la prisión y cuando ya estaba refugiado en la Legación de Noruega. Decía así:

“Nunca se me olvidará. Eran las doce del medio día del 30 de noviembre de 1936. En nuestra celda, como en las demás, se presentaron “un grupo de individuos” acompañados de algunos jóvenes con pistolas y, con ellos, uno que se presentaba como Jefe, y que debía de ser un comisario de la Checa de Fomento 9, comunista. Con ellos entraron en las celdas dormitorio dos vigilantes de los presos, así como un jefe de milicianos llamado Díaz, cuya presencia en relación con este ‘episodio’ nadie podía explicarse, aunque más adelante pude experimentar, de modo directo, cuál era la razón de su aparición entre nosotros”.

Una vez efectuado el recorrido, hicieron formar a los presos como para pasar lista en el centro de la galería, donde con gestos extraños se reunió junto a nosotros y entonces comenzó a hablar el comisario: “¡Salud a todos! (“Salud” es el saludo bolchevique, con el puño cerrado y en alto). La República se ve amenazada por el fascismo, que ha intentado suprimir la libertad del pueblo e imponerle su yugo. El gobierno legítimo de la República reclama de vosotros que, en la medida de vuestras fuerzas, la defendáis con el fusil, con el pico o con la pala, llenando sacos terreros o abriendo trincheras. El que esté dispuesto, ¡que de un paso adelante!”

Se produjo un silencio impresionante, un cruce rapidísimo de miradas. Unos ochenta dieron el paso adelante; otros veinte se quedaron donde estaban, entre ellos yo. En ese momento mi vida pendía de un hilo. Entonces, el ya mencionado Díaz, con ademanes medrosos y procurando pasar inadvertido, se puso discretamente de mi y me susurro: “¡Da el paso, de ello depende tu vida!”. Di ese paso al frente y, al verlo también lo dio el teniente B.F; y tuvo suerte, pero cuando otro quiso hacer lo mismo ya no pudo, porque le observaban. En medio del horror de todo lo ocurrido, tenía yo al menos la satisfacción de haber salvado la vida a uno, que se guió por lo que yo hice. 

Anotaron los nombres de aquellos que no habían dado el paso adelante, y el grupo de milicianos se trasladó a las oficinas de la cárcel, donde establecieron siete tribunales ilegales para sentenciarnos. Bajábamos, en cada ocasión, veinte para cada tribunal. El mío lo formaban un robusto joven que llevaba un jersey gris y una jovencita que, según dijeron algunos, se llamaba N.M., y era mecanógrafa de la Dirección General de Seguridad. Estaba sentada frente a una máquina de escribir, pero no la usaba y el joven estaba también sentado, con una mesa delante. Éste me hizo las siguientes preguntas (aún las estoy oyendo): “Siéntate” (todo ello con gran grosería). Me senté a la mesa y me apoyé en ella. “No, sin apoyarte.” “¡Cuánto tiempo has estado afiliado a la Falange?” “¿Qué hiciste en octubre de 1934?” (durante el “levantamiento social comunista de Asturias”) “¿Cuántos periódicos vendiste entonces por la calle? (durante la huelga de la prensa de derechas). “¿Cuántos años tienes?” “¿Cuál es tu oficio?” “¿Estás diciendo la verdad?” “¿Qué quieres, jurar o prometer?” “¿Eres cristiano?” “¿Qué es lo que harías si te dejáramos en libertad?” “¿Cuándo te cogieron preso?” “¿Qué harías si te dejáramos en libertad y vieras a la República amenazada por los fascistas?” “¡Ah!, ¿no la defenderías?” “¿Quién responde por ti?” “¿Tu nombre?” Finalmente, se opuso a mi intento de apoyar documentalmente una de mis respuestas, de la que él dudaba. Escribió mi nombre, y junto a éste: “Evacuación”. Se confeccionaron tres listas, a saber: “Traslado a otra prisión”, “Evacuación” (?) y “Libertad”. 

En la prisión de Ventas, los dormitorios estaban clasificados por profesiones; uno estaba ocupado por oficiales, otro por clérigos. A los oficiales se les planteó también la alternativa antes descrita, pero ni uno solo dio el paso adelante. A ellos, junto a todos los que no lo habían dado, los sacaron de la cárcel la noche siguiente a las dos de la madrugada, sin más trámites y sin más ropa que la de dormir. Los condujeron en camiones y con las manos atadas a la espalda al cercano cementerio principal de Madrid, situado al este de la ciudad, donde los fusilaron contra la tapia. En conjunto, corrieron esa suerte en aquella noche ciento ochenta hombres, todos procedentes de esta prisión. 

El relato de mi informador continúa y lo transcribo para hacer pasar a la historia, con toda su desnudez, los hechos reales de aquella época:

Son las cinco y media de la mañana del 2 de diciembre de 1936. En la galería reina una calma absoluta, aunque no duerme nadie. De repente, se oye un ruido de llaves y dos voces. Una de ellas llama: “¡Ordenanza!”, y le dice al preso que desempeña ese cargo: “Abre las celdas de aquellos a quienes yo llame”. Llevaba once papeletas y las alumbraba con una linterna eléctrica. Daba muestras de tener mucha prisa por llevarse a la gene a la que había venido a buscar. Todo ello iba acompañado de palabrotas. Los desgraciados a quienes habían llamado salieron afuera, y con ellos un suboficial de la Policía Militar, que era el que hacía de jefe de dormitorio. Todos se portaban como valientes, porque ya preveían la suerte que les esperaba. Para ocupar el puesto del suboficial, me eligieron a mí, que resulté ser el más joven entre los jefes de la sala de la prisión, teniendo que responder de ciento un hombres, y hacer por ellos lo que buenamente podía frente a los abusos de los milicianos, al tiempo que intentaba levantar el abatimiento de mis camaradas. 

¡Y además tenía que cumplir los últimos deseos y encargos de los desgraciados que partían!

¡Qué día aquel!, ¡y qué noche a la espera de que amaneciera! Y con la inesperada responsabilidad que se me había venido encima. Eran las cinco y media de la mañana del día 2 de diciembre. Llevábamos hora y media oyendo entrar a los camiones que venían a recoger más gente que el día anterior. Oigo dar vueltas a la llave en la cerradura de la verja de hierro y pasos en la galería. Una voz me llama: “¡Responsable!”. Salgo y me veo al celador de la CNT, el peor de todos, con su linterna y la papeleta amarilla en la mano para llevarse a otros diecisiete. Cojo la papeleta y me quedo sin voz al verme obligado a llamar a mis compañeros para ir al matadero. Con el pretexto de meterles prisa entro en las celdas de los que había llamado, evitando que entre el celador. Así pude hacerme cargo de sus últimos deseos y encargos; me entregaban cartas, fotos, anillos. De lo que más les costaba deshacerse era de las cartas de sus madres y de sus novias… Sin embargo, en medio de mi dolor, tenía la satisfacción de poder hacer llegar todo ello a sus familias y de ser yo quien les comunicara la suerte corrida por los suyos.

A uno de los llamados no podía levantarlo del colchón, porque era víctima de un ataque en el que había perdido el conocimiento. Aún me parece ver su mirada errante de un lado para otro, sin un punto en que fijarla: parecía la de un débil mental. Solo a mí me miraba, como si quisiera que le dijera la verdad. Le alcé un poquito, pero volvió a caer pesadamente sobre el colchón. El celador le puso su linterna ante los ojos, pero la impresión que daba era que no veía la luz. El celador estaba furioso por el retraso, pues tenían mucho interés en acabar con esa expedición antes del amanecer. Entretanto bajaron los dieciséis, y como el decimoséptimo no volvía en sí, tuve que bajar a la enfermería a llamar a un médico, también preso, que le puso debajo de la nariz no sé qué sustancia de fuerte olor. No volvió, sin embargo, en sí, pero entonces el celador, irritado al máximo, dijo que había que sacarlo, aunque fuera a rastras. Con otros tres camaradas levanté aquel cuerpo sin vida, lo vestí y lo llevé donde ya estaban reunidos los demás compañeros. 

¡Qué horror! ¡Ese momento no se me olvidará en la vida! ¡En la sala de reunión de la cárcel, cuarenta hombres, mejor diría bandidos, armados con fusiles con bayoneta y uniformados con abrigos de cuero, gorros rusos y otros aditamentos de cuero, mandados por un individuo que llevaba el capote azul claro correspondiente a un oficial de Caballería, vigilaban a los desgraciados de los que anteriormente me había despedido. Pude ver que, además del jabón, la pasta de dientes, los peines, etc., les habían quitado las mantas de la cama, que eran de su propiedad, pero lo peor era la retirada de sus documentos, que junto con otros objetos habrían servido para identificarlos. Los ataron, no como otras veces, es decir, de dos en dos, codo con codo, sino individualmente, juntas las manos a la espalda, con cordeles muy finos que les hacían un daño horrible. Ni el directos ni ningún oficial de prisiones se dejaron ver en ninguna parte. 

Al entrar con mi propio compañero enfermo, sin sentido, y querer llevarlo a uno de los coches, me gritó uno de los camaradas: “¿A dónde vas con él?” “Lo llevo al auto”, respondí. “No, déjalo ahí, qué pasa?” “Que le ha dado un ataque y está como un pelele, no se tiene en pie.” “¡Déjalo ahí!”, exclamó señalando el montón de mantas. Y allí lo dejé tumbado, sin sentido como antes. Recuerdo las palabras llenas de crueldad, pronunciadas por uno de esos tipos, señalándolo: “¡A éste ya no le da otro ataque!”.

Aquella mañana se llevaron en total a veintitrés. Nunca se me olvidará la despedida de esos desgraciados destinados a encararse con la muerte. Estaban convencidos de ello, pero andaban con paso firme, valientes, como si no fuera con ellos. Me abrazaban, y cuando yo caía en sus brazos, también en mí crecía un espíritu de valentía. “¡Adiós, hasta que Dios quiera!”, les decía al oído. ¡Qué dolor, sentir el ruido cada vez más lejano de los motores de esos camiones, en los que unos honorables patriotas españoles iban al encuentro de la muerte por manos asesinas!

El Valle de los Caídos - Mis conversaciones privadas con Franco.

Tte. General Francisco Franco Salgado-Araujo

El Valle de los Caídos

Me informan que el almirante Carnegie y demás marinos americanos al visitar el Valle de los Caídos dijeron que era una obra demasiado suntuosa para un país pobre que necesita gastarse el dinero en cosas más necesarias, como la preparación para la guerra, construcción de viviendas, obras de riego, un sinfín de cosas necesarias. Los americanos, que no creo que sean muy religiosos, por lo visto encuentran superflua una obra romántica y espiritual en la que se refleja una gran religiosidad y el deseo de rendir culto a los caídos en la guerra de liberación. (6 diciembre 1954)

Yo respeto lo que hizo el Generalísimo gastando muchos millones en el Valle de los Caídos para conmemorar la Cruzada, pero considero que hubiera sido más positivo y práctico haber hecho una gran fundación para recoger en ella a todos los hijos de las víctimas de la guerra, sin distinción de blancos o rojos; si eran blancos, en premio al sacrificio de sus padres, si eran hijos de rojos para demostrar falta de rencor con los hijos sin culpa de los que a nuestro juicio estaban equivocados. Una fundación que tuviese medios para ser sostenida durante muchos años y así recordar a las generaciones venideras que los que nos alzamos por una España mejor no somos rencorosos ni queremos que el odio y la intransigencia separen siempre a los que somos hijos de la misma Patria y deseamos para ella la mayor grandeza.  (17 junio 1955)

Con ocasión de mi estancia en El Escorial, estuve hace dos días en el Valle de los Caídos, visitando el magnífico monumento creado por Franco para conmemorar la Cruzada y enterrar allí a los caídos de la misma. 

La prensa extranjera se ocupa mucho de esta obra de Franco y dicen que éste desea que guarde sus restos mortales. Aunque seguramente le enterrarán allí, no creo que él lo hiciera pensando en esto, sino para perpetuar la victoria sobre el comunismo; tal vez haya querido limitar a Felipe II, que levantó el monasterio de El Escorial para conmemorar la batalla de San Quintín. 

Según mis noticias las obras se pagaron con el sobrante del importe de la suscripción nacional que se hizo a raíz de la Cruzada y que administra el ministro de la Gobernación, y se terminaron con el beneficio de un sorteo especial de la lotería. El antiguo ministro don Blas Pérez debe estar perfectamente enterado de todo este asunto, la forma de administrar los fondos, comprobantes, etc.

Esta obra está exclusivamente inspirada por Franco hasta en los más mínimos detalles. Él fue quien hizo los diseños de los adornos de los altares, de los relieves del pórtico con escenas de la Pasión, etc., etc.

En España no hay ambiente para ese monumento, pues aunque dure el miedo a otra guerra civil, gran parte de la población tiende a perdonar y a olvidar. No creo que ni los familiares de los blancos ni de los rojos sientan deseos de que sus deudos vayan a la cripta, que si solo es para los blancos establecerá para siempre una eterna desunión entre los españoles. (30 julio 1957)

Hablamos después del Valle de los Caídos y le digo que en algunos sectores había sentado mal que se pudieran enterrar en la cripta lo mismo los que cayeron defendiendo la Cruzada que los rojos, que para eso aquellos están bien donde están. Y que también había oído elogios suyos diciendo que estaba inspirado por la Iglesia Católica. Franco me dice:

“En efecto, es verdad que ha habido alguna insinuación muy correcta sobre el olvido de la procedencia de bandos en los muertos católicos. Me parece bien, pues hubo muchos en el bando rojo que lucharon porque creían cumplir un deber con la república, y otros por haber sido movilizados forzosamente. El monumento no se hizo para seguir dividiendo a los españoles en dos bandos irreconciliables. Se hizo, y esa fue siempre mi intención, como recuerdo de una victoria sobre el comunismo que trataba de dominar a España. Así se justifica mi deseo de que se pueda enterrar a los caídos católicos de los dos bandos.
Nosotros no luchamos contra un régimen republicano, luchamos para frenar la anarquía que reinaba en España y que sin remedio conducía a una dictadura comunista. Con el alzamiento del Ejército y la guerra se cortó el paso al comunismo.”

Franco sobre Lorca

"En efecto, era un gran poeta y se le fusiló en los primeros días en que estalló el Movimiento, cuando Granada estaba casi sitiada y en situación difícil. En esos momentos no se podía ejercer allí ningún control y las autoridades tenían que prever cualquier reacción en contra del Movimiento por elementos izquierdistas. Por esto fusilaron a los más caracterizados, y entre ellos a García Lorca. En la España nacional no había aun un gobierno establecido que pudiera ejercer de hecho el control y mando de toda la nación. Las autoridades estaban ocupadas por la guerra y defendiéndose de los ataques que podían venir del interior. Para juzgar aquel fusilamiento hay que ponerse en la época en que se efectuó y recordar el peligro que corría la guarnición de Granada, atacada e incomunicada del resto de España nacional. Para probar mi imparcialidad, no obstante haber sido muy izquierdista García Lorca autoricé que se editaran sus obras y que se hiciese el reclamo de las mismas."

Matanzas en el Madrid republicano. Felix Schlayer, 1938 -5ª parte-



Cuando el farmacéutico Giral, en la noche del 10 al 11 de julio, asumió la presidencia recibida de manos del acobardado Gran Oriente de la Masonería, Martínez Barrio, no solo entregó a la plebe todas las armas disponibles, sino que al mismo tiempo la estimuló a que realizara cualquier acto delictivo con el único fin de eliminar a sus enemigos. 

Así fue, pues, como se llenaron las celdas de la cárcel Modelo tan deprisa que, ya desde los primeros días, hubo que preparar más espacio para poder hacer frente a esa afluencia continua. De momento, las reclusas de la nueva Cárcel de Mujeres fueron llevadas a un convento situado en el centro de Madrid, en la plaza de Conde de Toreno, y a cuyas monjas se las puso, sin más, en la calle. En esta cárcel “conventual” pronto se encontraron señoras pertenecientes a la élite del mundo femenino, de la buena sociedad de Madrid, junto con mujeres de la vida que aún tenían delitos pasados por expiar. A las vigilantes les divertía mucho mezclar a las primeras con las últimas en una estrecha celda.

La orgía de las detenciones seguía su curso, y el número de tribunales secretos, carentes de todo control o intervención estatal, iba creciendo de día en día con su secuela de asesinatos. Poco a poco se iban conociendo numerosas “checas”, como las llamaban los españoles. En calidad de jueces actuaban, en parte, golfillos de dieciocho a veinte años. Fue entonces cuando una primera catástrofe carcelaria provocó una protesta extranjera. La siguiente descripción proviene del informe de una testigo visual de toda confianza, y a la vez, interesado en los hechos.

El 22 de agosto de 1936, una “tropa” de delincuentes comunes, vestidos de milicianos, irrumpió en la Cárcel Modelo con el pretexto de efectuar un registro en busca de armas; despojaron a cada uno de los presos de todos sus objetos de valor: relojes, alianzas matrimoniales, plumas estilográficas, así como recibos de dinero depositado, llevándoselo todo en sacos. En las oficinas de la cárcel también se apropiaron de todo el dinero existente, y quemaron los libros para evitar cualquier posible reclamación por parte de los despojados. Dado que éstos sumaban más de cuatro mil, puede uno hacerse a la idea del brillante éxito de la “meritísima operación anticapitalista”. 



De repente, los presos, que se hallaban concentrados en los cinco patios del establecimiento, mirando con preocupación cómo el fuego avanzaba rápidamente a su alrededor, fueron objeto de un tiroteo procedente de los tejados y balcones de las casas circundantes, así como del tejado de la propia cárcel. No podían escapar de los patios hacia el interior del edificio, porque las puertas sólo permitían el paso de una sola persona a la vez, de modo que el amontonamiento que se producía entrañaba grave peligro de muerte por aplastamiento o asfixia. Los pobres hombres procuraban protegerse de los disparos, apretándose contra los muros situados en los ángulos muertos. A pesar de todo, buen número de ellos murieron; unos sesenta de los más importantes políticos y militares fueron arrasados afuera por los milicianos y muertos a tiros en los jardines próximos a la prisión. Habían sido entregados por el gobierno a las milicias marxistas y anarquistas para que les dieran muerte y quedaran así satisfechas las pretensiones de reducir el excesivo número de los detenidos que abarrotaba las prisiones. 

Una verdadera ansia de matar había embriagado y dominado al populacho. Los “funcionarios” no aparecían por ninguna parte. El directos había desaparecido, permitiendo con esta actitud que los acontecimientos siguieran su curso. Las mujeres y los niños andaban por los alrededores haciendo comentarios soeces acerca de los cadáveres de los ex ministros asesinados. 

Al cerrarse la noche, los “animosos” tiradores del tejado gritaron a sus indefensas víctimas de los patios de la prisión: “¡Mañana por la mañana continuaremos hasta que no quede uno vivo!”. Puede uno imaginarse el estado de ánimo con que aquellos hombres medio muertos de hambre pasaron la noche tumbados, pegados a las paredes. Los sacerdotes que había entre ellos les daban la absolución y los preparaban para la muerte que les llegaría por la mañana. Uno tras otro se aventuraban, en el transcurso de la noche, a llegar hasta una fuente para beber; reinaba el calor ardiente típico de Madrid, y hacía ya treinta y seis horas que no habían probado nada. Y así esperaban que llegara la mañana y continuara el tiroteo. 

El señor Giral y sus ministros podrían mostrar semblantes preocupados, pero les faltaba valor para tomar una decisión. Tenían demasiado miedo al fantasma que ellos mismos habían conjurado. En estas circunstancias, en plena noche se presentó el Encargado de Negocios de Gran Bretaña en el Ministerio de Marina (donde se había reunido el Consejo de Ministros a deliberar tras los sacos terreros con que se protegían) y exigió enérgicamente en nombre de la humanidad el cese sin demora de semejante monstruosidad. 

Tan pronto como el gobierno se atrevió a dar señales de vida, se redujo el alboroto, lo que prueba que había estado muy en su mano evitar tales sucesos.

Se constituyó un Tribunal semioficial con miembros de diferentes partidos, pero sin ningún juez estatal de carrera, en el domicilio social de un club distinguido de la calle Alcalá que, a partir de entonces se denominó la “Checa de Bellas Artes”. El procedimiento se abreviaba muchísimo y terminaba, cuando no podían mediar influencias de los partidos “populares”, cuanto más brutalmente mejor y, en la mayoría de los casos con el “paseo” nocturno. Esta checa no se ocupaba de las personas ya encarceladas, sino de los nuevos detenidos que se producían a diario y que desde allí salían, la mayor parte de las veces, dentro de las veinticuatro horas siguientes, volviendo a la libertad o a las cunetas de los alrededores, y solo en pocas ocasiones a una prisión. La policía estaba confabulada con esa checa y ocasionalmente con otras, ya que sucedía a veces que les entregaban detenidos en lugar de conducirlos a las cárceles estatales. 

La famosa “Checa de Fomento 9”

La checa de la calle de Alcalá se mantuvo en servicio sólo durante poco tiempo. En cierto modo estaba allí algo así como para exhibir “la justicia del pueblo”. 

De allí pasó a la calle Fomento nº 9, al palacio de un conde, en un rincón del viejo Madrid. Durante el otoño de 1936, esta expresión -“Fomento 9”- alcanzó en Madrid resonancias tan terribles que a cualquier madrileño se le ponía la carne de gallina con solo oírla. Quienes ahí iban a parar, solo en casos excepcionales salían con vida. Aquello era una auténtica “leonera”,  y conste que no quisiera con ello insultar a los leones. Quienes eran conducidos a Fomento 9, quedaban encerrados en celdas, en el sótano, y al cabo de cuarenta horas como máximo eran llevados ante el “tribunal”. Éste celebraba sesión cada noche. De madrugada se daba a conocer y se ejecutaba la sentencia. Al condenado lo “cargaban” en uno de los automóviles ya dispuestos para el caso y, en cualquier carretera de los alrededores, lo “invitaban” a bajar y lo mataban a tiros. A otros, les “ponían” en “libertad”, a saber; en plena oscuridad de la noche, a la salida del edificio, unos milicianos muy serviciales les invitaban a montar en su vehículo, para llevarlos a casa, y ya no se les volvía a ver. 

A petición de las organizaciones políticas y, probablemente, también de otros elementos de la peor ralea, la policía facilitaba “cédulas” o “certificados de libertad”. Con dichos “documentos”, cada noche los milicianos sacaban presos, de uno u otro establecimiento penitenciario, y les daban el “paseo”. En la cárcel correspondiente se registraba en la ficha del desgraciado así “liberado” la palabra: “Libertad”, de modo que, al efectuar nuestras comprobaciones, teníamos que averiguar la distinción entre la libertad “terrena” o la “eterna”. 

En los primeros días de noviembre de 1936, se me presentó la ocasión de visitar la famosa “Checa de Fomento 9”. Me acompañó el Delegado el Comité Internacional de la Cruz Roja. Habían detenido y llevado a esa checa a un miembro del servicio doméstico de la embajada del Japón, y una vez en ella peligraba su vida como la de quienquiera que la pisara. El embajador del Japón había dirigido al gobierno varias reclamaciones por telégrafo sin fruto alguno. Se dirigieron a mí con el ruego de que lo sacara, y yo me decidí a agarrar el toro por los cuernos y contemplar personalmente semejante antro. 

Cuando llegamos, nuestro coche produjo enorme sensación entre el personal de guardia de la puerta. No daban crédito a sus ojos, no concebían la posibilidad de ver un auto del Cuerpo Diplomático aparcado donde solamente lo hacían los destinados a “dar los paseos”. Dentro estaban las estancias, descuidadas, llenas de milicianos que corrían de un lado para otro y cuyo aspecto patibulario  no inspiraba confianza alguna. La atmósfera estaba a tono; el terror en cierto modo estaban en el aire, y el miedo a la muerte que habían experimentado innumerables víctimas continuaba “palpándose” y cortando el aliento. 

Era muy difícil para los miembros de un partido sacar de la prisión durante la noche a las personas que querían con el fin de tomarse sobre ellas la justicia por su mano. Una mañana de octubre visitaba yo a algunos señores en San Antón; uno de ellos me describía la terrible situación en que se encontraba un teniente coronel, antiguo preceptor de uno de los hijos de Alfonso XIII. Aquella misma mañana le habían amenazado gentes del pueblo del que era originario con irle a recoger la noche siguiente a la cárcel para darle el “paseo”. Pretendían con ello darle la ocasión de “saborear” anticipadamente durante muchas horas el triste fin que le esperaba. Pedí poder ver a ese hombre y le prometí mi ayuda para evitar su asesinato. Primeros cedí al ministro vasco Irujo, que en una visita anterior me había prometido apoyar mis esfuerzos humanitarios. Pero ya se había trasladado a Barcelona con el presidente Azaña. Me fui luego, por la tarde, a ver al ministro de Aviación Indalecio Prieto. Era el hombre clave del Partido Socialista. Su orientación moderada, frente a la extremista de Largo Caballero, había quedado como en la retaguardia de  la vorágine  del proceso revolucionario. 

Seis mujeres desaparecen sin dejar rastro

La Guardia Civil había sido “politizada” en la zona roja, poco después de estallar la Guerra Civil, y quedó rebautizara como “Guardia Nacional”, ya que los padres del nuevo desorden odiaban hasta su venerable nombre. 

En su lugar llenaron el Cuerpo de bolcheviques asiduos que no necesitaban cumplir las condiciones antes indispensables, sino únicamente acreditar con su pasado que llevaban en la sangre los “nuevos conceptos del servicio y del derecho”. Esta gente había tenido ya relaciones con la Guardia Civil de antes, en muchas ocasiones, pero como “objeto”, es decir, como delincuentes y no como “sujeto”, no como guardias. 

En realidad, la policía procuraba no entorpecer el entramado de las checas secretas, y hasta en muchos casos  participaba en sus manejos, como luego tuve, con frecuencia, la ocasión de comprobar.


En el fondo, el gobierno aprobaba los horrores de las “bandas”, pero creía salvar su responsabilidad haciendo como que no podía dominarlas.