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Conclusiones sobre Franco y la Guerra Civil Española - Stanley G. Payne - Jesús Palacios

    

     Cuando por fin dio comienzo la "Ofensiva de la Victoria" sobre el frente de Madrid, el 27 de marzo de 1939, la resistencia se desvaneció, y el 1 de abril el Generalísimo, aquejado de una fuerte gripe, anunció que la Guerra Civil había concluido. ¿En qué medida contribuyó Franco a la victoria nacional? Sus críticos y los republicanos han venido insistiendo machaconamente en que la guerra la ganaron los alemanes y los italianos. Tal interpretación ha sido la contrapartida izquierdista a la idée fixe de la derecha: la Guerra Civil fue el resultado de una conspiración comunista, y sus principales responsables fueron los soviéticos. Ninguna de las dos versiones  -aunque útiles- responde totalmente a la realidad. Es cierto que la izquierda acabó dependiendo de los soviéticos, y puede que los nacionales no hubieran ganado sin la ayuda extranjera, pero fueron las propias tropas nacionales las que cargaron con el mayor peso de la guerra. Y la observación de Queipo de Llano de que con un comandante en jefe distinto los nacionales habrían perdido la guerra es probablemente cierta. Franco no fue un genio de la estrategia ni de la operatividad militar, y sus iniciativas a veces fueron demasiado lentas y simplistas, pero era un general metódico, organizado y efectivo. Se dice que los aficionados se entregan a la estrategia, mientras que los profesionales se ocupan de la logística, y Franco, como profesional, conocía la logística. Cada operación que llevaba a cabo estaba bien preparada y ningún ataque acabó en retirada. Franco se dio cuenta de que sus tropas estaban mejor equipadas en todos los sentidos. No fue solo una cuestión de mando militar, sino de mantener una eficaz administración civil y un frente interno que subiera la moral, movilizara a la población y fomentara unos niveles de producción económica superiores a los del otro bando, cuya economía fue hundiéndose progresivamente por los estragos de la revolución. Y no menos importante fue su actividad diplomática durante la guerra, que le garantizó la neutralidad de Gran Bretaña, que Francia solo prestara un apoyo limitado a la República y que contara con el refuerzo prácticamente ininterrumpido de los abastecimientos de Italia y Alemania.


        Alrededor de un tercio de los buques de guerra de la armada española se unieron a los nacionales, pero los oficiales que los mandaron fueron más efectivos. En 1937 se hicieron con el control de la costa norte, y luego del Mediterráneo, tras una ofensiva durante la segunda mitad de la guerra. La revolución había aniquilado a la mayor parte de los oficiales de la flota republicana, dejando a los buques sin mandos profesionales, lo que obligó a una estrategia defensiva cada vez más pasiva bajo la supervisión de los asesores soviéticos. Y pese a tener menos barcos, la armada de los nacionales atacó con determinación y firmeza a la republicana, de modo que el 2 de septiembre de 1937 consiguió bloquear la vía de abastecimiento de combustible soviética por el Mediterráneo.


    En el espacio aéreo, el bando nacional apenas si pudo disponer inicialmente de la cuarta parte de la obsoleta fuerza aérea española, pero con la ayuda inmediata de alemanes e italianos consiguió tener algunos recursos más. Sin embargo, el envío desde la Unión Soviética de un considerable número de pilotos y aviones modernos en el otoño de 1936 hizo que los republicanos pasaran a ser la fuerza dominante durante varios meses, algo que se equilibró con los nuevos envíos de aviones italianos y, sobre todo, con la Legión Cóndor alemana. Desde mediados de 1937, Franco fue haciéndose paulatinamente con el control aéreo hasta el final de la guerra. El bando nacional llegó a disponer de más de 1.600 aviones de toda clase, y los republicanos, de un centenar menos. A partir de 1937, algunos de los aviones alemanes eran de los más modernos que se fabricaban entonces en aquel país, y los aviadores españoles, italianos y alemanes eran mejores pilotos que los soviéticos, españoles y otros del bando republicano.


    La fuerza aérea nacional fue más efectiva en las operaciones de bombardeo y en la cobertura aire-tierra, donde la Legión Cóndor demostró su habilidad y competencia. A pesar de la resonancia de Guernica y del énfasis que puso la propaganda republicana en el bombardeo de las ciudades, lo cierto es que hubo muy pocos bombardeos de terror importantes por cada lado. Los ataques indiscriminados sobre las ciudades fueron de baja escala y hubo más por el lado republicano. El bombardeo estratégico como el que luego se vio en la Segunda  Guerra Mundial nunca fue utilizado por ninguno de los dos bandos, entre otras razones porque no dispusieron de bombarderos pesados. El más destructivo no fue sobre Guernica, sino sobre Barcelona, que fue bombardeada durante tres días en marzo de 1938 por orden expresa de Mussolini. Los aviones italianos con base en Mallorca mataron a casi un millar de personas, casi todas civiles. Aquella fue la única vez que Mussolini intervino personalmente en la dirección de las operaciones. Franco no fue informado inicialmente, y después se sintió disgustado porque Pío XI trasladó su protesta al bando nacional, en lugar de dirigirla al dictador italiano. Pero Franco tuvo que refrenar su disgusto e incomodidad por la dependencia de la ayuda italiana. En términos generales, y con la excepción de varias incursiones aéreas sobre Madrid en noviembre de 1936, la política de bombardeos de Franco se limitó a objetivos militares y de abastecimientos, y fue muchísimo más selectiva que la de los británicos y los estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial.


    Hubo diversos factores que contribuyeron a la victoria de Franco y a la derrota de los republicanos. Los más importantes fueron los siguientes:


1. La política irresponsable del gobierno de Azaña/Casares Quiroga durante las semanas previas al conflicto, que despreciaron a la oposición sin valorar las graves consecuencias que tendría un conflicto armado, y mantuvieron una política de hostigamiento y provocación que incitó a la oposición a rebelarse.


2. La superior cohesión del bando nacional durante la guerra.


3. El liderazgo de Franco, que mostró una gran iniciativa durante los difíciles primeros meses de la contienda, y luego supo imponer y mantener una fuerte unidad que eliminó los conflictos políticos, concentrando los recursos en el esfuerzo de la guerra. Y además, su acción diplomática para obtener el apoyo de Hitler y Mussolini, manteniendo unas relaciones adecuadas con las democracias occidentales.


4. Una mayor asistencia militar a los nacionales desde el exterior, al menos durante los dos últimos años de la guerra. Y un uso mucho más eficaz que el de los republicanos de la ayuda soviética. Además, los nacionales incrementaron sus recursos con las armas y los prisioneros capturados a los republicanos, por lo que en la última fase de la guerra, al menos una cuarta parte de sus armas habían sido arrebatadas al enemigo.


5. Una eficiente movilización social y económica de la población y de los recursos de la zona nacional, utilizados de manera más efectiva que en la zona republicana.


6. La importante desunión de los republicanos, que impidió una plena movilización y concentración de sus fuerzas, lo que para Negrín y otros líderes fue su principal debilidad. Ello implicó numerosas divisiones internas: desde la desunión de los socialistas a la disidencia de los anarquistas y los nacionalistas vascos y catalanes, e incluso las políticas sectarias de los comunistas.


7. Las consecuencias destructivas de la revolución violenta en la zona republicana, que dividió a la izquierda y perjudicó gravemente la movilización e indispuso, en un principio, a la opinión pública de las democracias occidentales, al tiempo que se for talecía la resistencia de los nacionales. Quizá el aspecto más contraproducente fue iniciar una persecución contra la religión, que cristalizó en el apoyo total y constante de la Iglesia a los nacionales, elemento determinante en el mantenimiento de la moral y el compromiso.


    El conflicto español fue único, desde el punto de vista militar, entre todas las guerras civiles europeas de la primera mitad del siglo XX. Proporcionalmente, fue el que movilizó más efectivos y el más avanzado en operaciones y armamento, aunque ambos bandos emplearon una enorme variedad de armas importadas. En su transcurso, los soviéticos, alemanes e italianos introdujeron en España su armamento más moderno, como los aviones soviéticos y alemanes, los tanques soviéticos y las baterías antiaéreas alemanas. Hasta cierto punto, las tres potencias utilizaron la guerra como un campo de pruebas para armas y tácticas, aunque esa no fuera la razón principal de su intervención. La nueva táctica más importante fue el empleo de las armas combinadas: el intento de coordinar la infantería y la artillería, los tanques y, sobre todo, el apoyo aire-tierra, incluido el bombardeo en picado de los alemanes. Dicho empleo táctico se convertiría en una nueva doctrina en las fuerzas soviéticas y alemanas, pero en la Guerra Civil española solo pudieron aplicarse de manera muy elemental. No obstante, el uso táctico de las armas combinadas se desarrolló con una mayor eficacia entre los nacionales y tuvo un destacado papel en todas las grandes ofensivas del bando nacional a partir de la primavera de 1937. Los pilotos españoles del bando nacional crearon innovaciones propias, como el ametrallamiento de las posiciones enemigas "en cadena", una sucesión de pasadas de los cazas atacando el objetivo una y otra vez. 


    De todos modos, el uso táctico de las armas combinadas se desarrollaría completamente en la Segunda Guerra Mundial y no en la guerra española. Por ello la afirmación de que los alemanes probaron en España la Blitzkrieg es una exageración y forma parte de la fantasía, ya que ni la doctrina ni las armas estaban suficientemente desarrolladas entre 1936-1938. Los tanques alemanes que se enviaron a España eran pequeños y con escaso armamento, nada que ver con los grandes y potentes vehículos de la Unión Soviética. Además, la mayor parte de la guerra en España se desarrolló en un terreno escarpado y montañoso, muy diferente a los campos y las carreteras de Polonia, Francia o la Unión Soviética, donde las operaciones con tanques fueron mucho más abiertas. Los soviéticos en raras ocasiones hicieron un uso eficaz de sus blindados, mientras que los pequeños tanques alemanes e ita lianos se utilizaron de un modo bastante limitado.


    Hacia el final de la guerra, los mejores tanques del bando nacional fueron los 80 blindados soviéticos capturados a los republicanos, con los que se crearon dos pequeñas unidades de carros en el ejército nacional. Este fue uno de los muchos ejemplos del uso que hicieron los nacionales del armamento arrebatado al enemigo, indicativo de la su perioridad de sus armas en 1938. Lo mismo sucedió con los cazas soviéticos Polykarpov, fabricados en la zona republicana. Los que fueron capturados y reparados por el bando nacional volarían en la fuerza aérea de Franco durante casi quince años, y los blindados soviéticos formarían parte de sus brigadas de carros durante casi dos décadas, aunque se fueran quedando bastante obsoletos.


    En su aspecto militar, la Guerra Civil no fue un conflicto típico ni de la Primera ni de la Segunda Guerra Mundial, pero supuso una transición entre ambas, combinando elementos de una y de otra. Gran parte del armamento procedía de la Primera Guerra Mundial, pero su utilización, al igual que la aparición de los últimos modelos de artillería y de la aviación, fue un anticipo de la Segunda Guerra Mundial.


    Desde el inicio de la guerra, los republicanos afirmaron que la suya era una lucha contra el fascismo en un combate amplio que conduciría a una guerra mayor. Poco después, cuando Alemania y la Unión Sovié tica invadieron Polonia, declararon que el conflicto español había sido la «primera batalla» o «preludio» de la «primera ronda» de una guerra europea.  Pero el problema de este enfoque está en que los contendiendientes de la  guerra española entre 1936 y 1939 no fueron los mismos que los de la guerra europea de 1939-1940. La guerra española fue una clara lucha revolucionaria/contrarrevolucionaria entre la derecha y la izquierda, con las potencias fascistas apoyando a la derecha, y el poder totalitario soviético, a la izquierda. La guerra europea solo se inició tras el pacto de no agresión nazi-soviético de la entente pan-totalitaria. Todo lo contrario del conflicto español.


    Y fue solo posteriormente, después de que Hitler se volviera contra Stalin e invadiera la Unión Soviética, cuando el bando de los aliados empezó a parecerse a la alianza antifascista en España, y aún así, con notables diferencias. La «grand alliance» contra Hitler de 1941-1945 no fue un Frente Popular izquierdista, sino una amplia coalición internacional que iba desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha. El conservador y radical anticomunista británico Winston Churchill sería uno de los grandes líderes de la causa aliada, y siempre reconoció que si hubiera sido ciudadano español habría apoyado a Franco.


    Sin embargo, también hay que aceptar que la guerra de España desempeñó un importante papel en el desarrollo de las relaciones de poder europeas durante los últimos años de la década de los treinta. Fue un catalizador -aunque no el único- para la formación del eje Roma-Berlín en octubre de 1936, y su resultado representó, entre otras cosas, una victoria de la política exterior del Eje. La guerra de España no fue el principio de la Segunda Guerra Mundial, pero sí la más larga de la serie de crisis del periodo 1935-1938, en las las potencias que fascistas actuaron agresivamente y las democracias occidentales lo hicieron con pasividad, aunque los objetivos y las características fueran diferentes en cada caso. La política de Hitler de utilizar y desear que el conflicto español se prolongara después de 1936, para desviar la atención de su rearme y expansión en Europa central, tuvo éxito. Calculó correctamente que la guerra dividiría aún más a Francia internamente, y desviaría su atención sobre la política de rearme de Alemania, que como consecuencia del Tratado de Versalles aún no había alcanzado su nivel de paridad. En contraposición, la intervención soviética en España fue contraproducente para la URSS, que en abril de 1939 quedó más aislada de lo que estaba en julio de 1936.


    El estallido de la guerra europea no dependió del conflicto español, y habría tenido lugar aunque este no se hubiera producido. Incluso si la Guerra Civil se hubiera prolongado hasta el otoño de 1939, es dudoso que esto hubiera detenido la invasión alemana de Polonia. Como es más que improbable que el gobierno francés, cuya estrategia entonces era estrictamente defensiva, hubiera acudido en auxilio de la República de una manera significativa. Sin embargo, sin las complicaciones derivadas del conflicto en España, las democracias occidentales podrían haber tomado una posición de mayor firmeza frente a Hitler en otros asuntos, y es posible que Mussolini hubiera retrasado e incluso evitado un acuerdo con el Führer, pese a que lo lógico era que ambos dictadores se uniesen, dada su identidad ideológica. Sin las ventajas que proporcionaron a Hitler estos hechos, quizá no habría sido capaz de moverse tan rápido como lo hizo en 1938. 


     La Guerra Civil fue la experiencia más destructiva de la historia moderna de España, solo comparable con la invasión napoleónica de 1808. Dio lugar a una gran pérdida de vidas humanas, mucho sufrimiento, el desequilibrio en la sociedad y la economía, la distorsión y la represión en los asuntos culturales, y la mutilación del desarrollo político del país. Es imposible citar estadísticas precisas, pero el coste en muertes militares no fue tan grande, comparativamente hablando, como el de la primera guerra carlista de la década de 1830 o la guerra civil americana. Fue una guerra de baja intensidad con batallas de alta intensidad, y los combatientes muertos en ambos bandos fueron aproximadamente 150.000, y puede que menos, a las que añadir los cerca de 25.000 muertos extranjeros que participaron en la contienda. 


    El número de víctimas de la represión política en cada bando pudo ser similar, la cifra exacta seguirá siendo motivo de debate. Se produjeron alrededor de 56.000 ejecuciones por parte de los republicanos y un número algo mayor por parte de los nacionales. Además, hubo entre los dos bandos unos 12.000 civiles muertos, victimas de acciones militares (la mayor parte en la zona republicana), a las que deben añadirse las miles de muertes por estrés, enfermedades o malnutrición. 


    El total de víctimas por la violencia supuso aproximadamente el 1,1 por ciento de la población. Y si se suman todas las víctimas civiles con los caídos en los frentes de batalla, el número de muertes a causa de la Guerra Civil ascendería a cerca de 344.000, casi el 1,4 por ciento del total de la población. Y las defunciones como consecuencia de las heridas de guerra, la extrema dureza de la situación social y de las condiciones económicas durante los primeros años de la posguerra pudieron ser entre 200.000 y 300.000. Más de medio millón de personas huyó del país, la mayor parte de la zona republicana en los últimos meses de la guerra, pero la mayoría regresó pronto, por lo que la cifra neta fue de unas 160.000 personas, de las cuales la mayor parte se refugió en el sur de Francia. Es de destacar que comparativamente hubo menos españoles que escogieron el exilio permanente tras la Guerra Civil que americanos, franceses o rusos después de sus respectivas revoluciones. Quizá esto pueda explicarse porque los sectores sociales contrarrevolucionarios con mayores medios fueron los más proclives a emigrar después de la derrota final.


    Las consecuencias demográficas resultaron menores de lo que cabría esperar, retrasándose ligeramente el crecimiento de la población. El censo registrado en 1930 era de 23.564.000 habitantes, y en los años siguientes se produjo el regreso de cientos de miles de emigrantes temporales (que se habían marchado por razones económicas), por lo que pese a las pérdidas de la guerra, el nuevo censo de 1940 registró una población residente de 25.878.000 ciudadanos, que sería confirmado por el censo siguiente, realizado una década después. La tasa de crecimiento de la población fue casi tan alta como durante la década de los años veinte, pero estas cifras generales ocultan el hecho de que muchos habían emigrado durante esa década, mientras que un gran número de ciudadanos regresó en la siguiente. Tampoco parece que hubiera una deterioración general en la alimentación y el bienestar de la población, a pesar de la desnutrición en la zona republicana durante la segunda mitad de la guerra. La altura media de los reclutas en 1940 era de medio centímetro más que en 1935. 


"La victoria en la Guerra Civil (1936-1939)"


Carta de Santiago Carrillo a su padre


El 15 de mayo de 1939, Santiago Carrillo escribió a su padre Wenceslao una carta desde París de extraordinaria dureza, llena de resentimiento y odio, en respuesta a la carta de su padre en la que le explicaba las razones de su apoyo a Casado y a la Junta de Defensa nacional:

 "Vuestro golpe contrarrevolucionario ha sido un gran servicio, no solamente a Francia, sino también a la reacción y al fascismo internacional [...] Todos los enemigos del pueblo os habéis conjurado para ir contra mi partido y sus hombres. Oficiales de familias fascistas, como Casado; agentes de la reacción internacional, como el pro-fascista Besteiro; militares ambiciosos, como Miaja; aventureros de la FAI, caballeristas troskystas. Y entre estos, tú [...] Unos y otros sentís el mismo odio al gran país del socialismo, la Unión Soviética, y al jefe de la clase obrera mundial, el gran Stalin, porque son la salvaguardia y el amigo fiel de todos los pueblos que luchan por la libertad [...] Y yo soy un militante fiel del Partido Comunista de España y de la gloriosa Internacional Comunista [...] Cada día es mayor mi amor a la Unión Soviética y al gran Stalin, a los que vosotros odiáis y calumniáis porque han ayudado a España de una manera constante a través de toda nuestra lucha. Entre un comunista y un traidor no puede haber relaciones de ningún género".


Fuente: "Franco", de Stanley G. Payne - Jesús Palacios