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Mariscal Keitel - Memorias



(Referente a España y Gibraltar)

El Führer planeaba apoderarse de Gibraltar, con el consentimiento de España, por supuesto-algo que ocultaba a Italia y mantenía en absoluto secreto-. Los sondeos diplomáticos e investigaciones militares aún estaban por resolver, pero se iba a empezar a trabajar en breve en ellos.

Fue probablemente al hilo de sus ambiciones en el este -y también sus ansiedades en el este- que Hitler decidió en septiembre reunirse con Pétain y con Franco. 

Continuamos nuestro viaje hasta la frontera española, pasando por Burdeos hacia la estación fronteriza en Hendaya. Franco llegó poco después con su ministro de Exteriores y sus lugartenientes. Además de yo mismo, Brauchitsch estaba allí también junto con una guardia de honor del Ejército para recibir a nuestros invitados con el protocolo habitual. Por supuesto, nosotros los militares no participamos en las muy largas discusiones en el vagón del Führer. En lugar de cenar, ambas partes se tomaron un descanso de las consultas, y después de que al defensor español del Alcázar, el general Moscardó, que estaba entre los acompañantes de Franco, se le agotaran las historias con las que entretenernos, nos aburrimos mortalmente. Hablé con el Führer durante unos breves instantes. Estaba muy descontento con la actitud de los españoles y apostaba por romper las conversaciones allí y en aquel mismo momento. Estaba muy irritado con Franco, y particularmente molesto con el papel que había tenido Suñer, el ministro de Exteriores. Suñer, alegaba Hitler, tenía a Franco en el bolsillo. En cualquier caso, el resultado final fue muy pobre. 

Desde inicios de diciembre de 1940 nos habíamos lanzado a planear un ataque combinado por tierra y por aire en la Roca de Gibraltar, desde el interior español. Los españoles, y especialmente el general español Vigón -un amigo cercano del mariscal de campo Von Richthofen) y del almirante Canaris -un general que gozaba tanto de la confianza de Franco como de la autoridad real de un mariscal de campo, no solo había dado el permiso para proceder a un reconocimiento táctico de la Roca desde el lado español de la frontera, sino que nos había concedido la mayor ayuda para hacerlo. El plan de ataque fue elaborado con todas las florituras y en profundo detalle por un general de nuestras tropas de combate de montaña y resumido a Hitler en mi presencia a principios de diciembre. 

Las tropas necesarias para la operación ya estaban preparadas en Francia; la Fuerza Aérea alemana había preparado bases aéreas avanzadas en el sur de Francia; la cuestión crítica era la de persuadir a la neutral España -nerviosa como estaba y con razón por Gran Bretaña- para que hiciera la vista gorda ante el paso por el territorio español de tropas alemanas con un Cuerpo de Ejército, junto con su artillería pesada y baterías antiaéreas, como preliminares del ataque. Siguiendo mi propia sugerencia, el almirante Canaris fue enviado para ver a su amigo Vigón a principios de diciembre, para negociar el consentimiento de Franco a la ejecución de la operación. El general Franco se había hecho el tonto hasta ese momento con respecto a los diversos preliminares de la Inteligencia y del Estado Mayor. Habíamos acordado naturalmente que, una vez que hubiéramos conseguido apoderarnos de Gibraltar, devolveríamos la Roca a España tan pronto como la guerra ya no nos obligara a bloquear el Estrecho de Gibraltar al tráfico naval británico, una responsabilidad militar de la que nosotros mismos nos haríamos cargo. 

Canaris volvió algunos días después a informar al Führer, quien personalmente le había confiado la misión e instruido para ella; Franco se había negado a cooperar, indicando que tal ruptura de la neutralidad podría traer como consecuencia que Gran Bretaña le declarara la guerra a España. El Führer escuchó con tranquilidad y entonces anunció que, en ese caso, él abandonaría la idea, dado que no le atraía la alternativa de transportar sus tropas por España a la fuerza, con Franco entonces mostrando su ira al respecto. Temía que esto diera lugar a un nuevo teatro de operaciones, porque, con igual justificación, podía Gran Bretaña llevar tropas a España, quizás a través de Lisboa, como en el caso de Noruega. 

Ahora me sentiría inclinado a preguntarme si Canaris era el hombre apropiado para aquella misión, en vista de la traición que ha parecido tolerar durante años. Ahora doy por sentado que no se esforzó en serio para convencer a España de la operación, sino que, en realidad, aconsejó a sus amigos españoles en contra de la misma. Yo mismo no tengo duda alguna de que habríamos conseguido apoderarnos de Gibraltar, si España lo hubiese permitido, vista la vulnerabilidad de la fortaleza desde el lado de tierra, y que, en consecuencia, el Mediterráneo hubiera quedado bloqueado para los británicos: merecería la pena dedicar especial consideración en otro lugar a las consecuencias de esto para el resto de la guerra en el Mediterráneo. Fue Hitler quien reconoció el impacto que tendría no solo para los canales de comunicación de Gran Bretaña con el cercano y lejano Oriente, sino, sobre todo, para la afligida Italia. 

Después de que se hubiese dado por perdida la operación de Gibraltar, todos los pensamientos se volvieron de nuevo hacia la cuestión del Este.

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