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Ensayos, George Orwell


El arte de Donald Mcgill (Septiembre 1941)

El impulso de aferrarse a la juventud a toda costa, de mantener intacto el propio atractivo sexual, de ver incluso en la edad madura un futuro para sí mismo, y no solo un futuro para los hijos, es algo de reciente invención y desarrollo, que se ha establecido aún de un modo muy precario. Probablemente desaparezca cuando nuestro nivel de vida se reduzca, cuando aumente la tasa de natalidad.

La sociedad tiene siempre que demandar de los seres humanos un poco más de lo que obtendrá en la práctica.

Cuando la cosa se pone fea, el ser humano demuestra su heroísmo. Las mujeres afrontan el parto y las tareas del hogar, los revolucionarios callan en las cámaras de tortura, los barcos se van a pique sin dejar de disparar contra el enemigo cuando el puente de mando está anegado. Pero el otro elemento que está presente en el hombre, ese perezoso, cobarde, adúltero y moroso que reside en todos nosotros, nunca será suprimido del todo, y en ocasiones necesita que se le escuche.



Dinero y armas (Enero de 1942)

Nos reíamos del mariscal Goering cuando decía, unos años antes de la guerra, que Alemania tendría que elegir entre armas o mantequilla, pero solo se equivocaba en el sentido de que su país no necesitaba preparar una agresión contra sus vecinos y, por tanto, arrastrar al mundo entero a la guerra.

Leer es una de las diversiones más baratas que existen y no genera desperdicios. La publicación de diez mil ejemplares de un libro no usa más papel, ni más mano de obra, que la impresión del periódico del día, y cada ejemplar puede ir pasando por cientos de manos antes de llegar a la trituradora para reciclar el papel.

Antes de la guerra, el pueblo tenía muchos incentivos para derrochar, al menos hasta donde se lo permitían sus medios económicos. Todos trataban de venderle algo a alguien y el hombre de éxito, tal como se lo concebía entonces, era el que vendía más bienes y recibía a cambio más dinero. Sin embargo, ahora hemos aprendido que el dinero en sí carece de valor y que solo los bienes cuentan. Al aprender esto hemos tenido que simplificar nuestras vidas y recurrir cada vez más a los recursos de nuestra imaginación, en lugar de a los placeres sintéticos manufacturados para nosotros en Hollywood o por los fabricantes de prendas de seda, alcohol y chocolate. Y, bajo la presión de esta necesidad, hemos redescubierto los placeres simples -leer, caminar, la jardinería, nadar, bailar, cantar- que casi habíamos olvidado antes de la guerra, durante los años del dispendio.

Rudyrad Kipling (Febrero de 1942)

Como Kipling se identifica plenamente con la clase oficial, posee una cualidad que las personas "ilustradas" rara vez poseen, y es el sentido de la responsabilidad. La izquierda de la clase media lo odiaba tanto por esto como por su crueldad y su vulgaridad. Todos los partidos de izquierdas de los países altamente industrializados son en el fondo una falacia, ya que se dedican a luchar contra algo que en realidad no desean destruir. Tienen objetivos internacionalistas y, al mismo tiempo, pugnan por mantener un nivel de vida con el cual esos objetivos son incompatibles. Todos nosotros vivimos de robar a los culis asiáticos, y quienes son "ilustrados" entre nosotros sostienen que habría que concederles la libertad a esos culis, si bien nuestro nivel de vida, y por tanto nuestra "ilustración", exigen que esos robos no dejen de producirse. Una persona humanitaria es siempre un hipócrita, y el modo en que Kipling entendía esta realidad es tal vez el secreto central de su poderosa capacidad para crear frases reveladoras. Sería difícil dar en el clavo del pacifismo tuerto de los ingleses con menos palabras: "Burlándoos de los uniformes que velan por nuestro descanso". Es cierto que Kipling no comprende los aspectos económicos de la relación entre los culis y los reaccionarios.... Capta con toda claridad que los hombres solo pueden ser sumamente civilizados mientras otros hombres, ineludiblemente menos civilizados, velen por su descanso y les den de comer.

Es aleccionador tomar un mapa de Asia y comparar la red de ferrocarriles de la India con la de los países vecinos.

Resulta extraño, por ejemplo, oír a los locutores de las emisoras de radio nazis referirse a los soldados rusos llamándolos "robots", tomando de ese modo prestada, de manera inconsciente, una palabra acuñada por un demócrata checoslovaco al que hubieran matado sin dudarlo en caso de haber podido echarle el guante.

También es posible que fuera Kipling quien por vez primera pusiera en circulación el uso de la palabra "hunos" para hacer referencia a los alemanes.


George Orwell o el horror a la política, Simon Leys


Orwell aceptó "llevar el ascetismo" hasta un punto algunas veces rayano en el masoquismo y que, si no provocó exactamente la huida de sus amigos, sí contribuyó al menos a terminar con su propia vida.

Pese a algunos altibajos, Sin blanca en París y Londres tiene una importancia capital. Orwell creó en ella una nueva forma que llevaría más adelante a su perfección (en dos libros, El camino de Wigan Pier y Homenaje a Cataluña, así como en ensayos cortos como Matar a un elefante y Un ahorcamiento) y que sigue siendo, en el plano puramente literario, su contribución estilística más original: la transmutación del periodismo en arte, la recreación de la realidad bajo el disfraz de un reportaje objetivo, minuciosamente apegado a los hechos (un buen cuarto de siglo después, Truman Capote y Norman Mailer malgastaron mucho tiempo peleándose por saber quién de los dos había creado la novela sin ficción: ¡olvidaban que Orwell inventó el género mucho antes que ellos!)

No ahorró nunca sarcasmos hacia cierta mística socialista que, según sus palabras, tenía el don de atraer "con fuerza magnética a todo bebedor de zumos de fruta, nudista, maníaco sexual, cuáquero, curandero naturista, pacifista y feminista de Inglaterra.

Parece ser que Orwell resolvió de una vez para siempre el problema religioso en su adolescencia optando por un ateísmo tranquilo y categórico. Pero si bien negaba los artículos de la fe cristiana, también seguía profundamente apegado a los valores éticos de la religión: "La actitud del creyente que considera esa existencia como una simple preparación para la vida eterna es una solución de facilidad. Pero pocos hombres razonables siguen creyendo hoy en una vida después de la muerte. Probablemente las Iglesias cristianas no podrían sobrevivir por sí mismas si se destruyese su base económica. El verdadero problema es cómo restablecer una actitud de vida religiosa al mismo tiempo que se acepta el hecho definitivo de la muerte.

En el campo socialista, Orwell fue una de las rarísimas cabezas que rechazó desde el principio el dogma simplificador que quería ver en el fascismo "una forma avanzada de capitalismo". Él había percibido claramente que el fascismo era, bien al contrario, una perversión del socialismo y que pese al elitismo de su ideología se trataba de un auténtico movimiento de masas que contaba con una vasta audiencia popular. Es más, en el ámbito psicológico llegó a decir: "Sólo hay dos tipos de personas que comprenden verdaderamente el fascismo: las que lo han sufrido y las que poseen en sí mismas una fibra fascista".

Orwell todo lo llevaba a la política. No podía sonarse la nariz sin hacer un discurso sobre las condiciones laborales en la industria del pañuelo.

Fue en España donde Orwell descubrió toda la ferocidad de la bestia: después de haber sido gravemente herido por una bala fascista, apenas había sido retirado de la retaguardia cuando empezó a verse acorralado por los asesinos estalinistas, menos deseosos de defender la república contra el enemigo fascista que de aniquilar a sus aliados anarquistas. De vuelta a Inglaterra, cuando quiso dar testimonio de la forma en que los comunistas habían traicionado la causa republicana en España, se tuvo que enfrentar inmediatamente, y de forma duradera, con la conspiración del silencio y la calumnia.

"Lo que vi en España y lo que he visto desde entonces del funcionamiento interno de los partidos de izquierda me han provocado HORROR A LA POLÍTICA".  (George Orwell)

Vivir en un régimen totalitario es una experiencia orwelliana; vivir, a secas, una experiencia kafkiana.

Autorretrato

Solo se puede crear cuando uno se siente afectado.

Desde la guerra de España no puedo decir, honestamente, que haya hecho gran cosa, salvo escribir libros, criar gallinas y cultivar legumbres. Lo que vi en España y lo que he visto desde entonces del funcionamiento interno de los partidos de izquierda me ha provocado horror a la política... Desde un punto de vista sentimental soy definitivamente de "izquierdas", pero estoy convencido de que un escritor solo puede seguir siendo honesto si se preserva de cualquier etiqueta partidaria.

Aparte de mi trabajo, la cosa que más en serio me tomo es la jardinería y, sobre todo, el cuidado de mi huerto. Amo la cocina y la cerveza inglesas, los vinos rojos franceses y los blancos españoles, el té indio, el tabaco negro, las estufas de carbón, la luz de las velas y los sillones confortables. Detesto las ciudades grandes, el ruido, los coches, la radio, la comida enlatada, la calefacción central y el mobiliario "moderno". Los gustos de mi mujer están en una armonía casi perfecta con los míos. Mi salud es muy mala, lo cual no me impide en absoluto hacer lo que quiero.

Literatura

Lo que la gente espera de un novelista famoso es que reescriba indefinidamente el mismo libro. Lo que olvidan es que un hombre capaz de escribir dos veces el mismo libro no habría sido ni siquiera capaz de escribirlo una primera vez.

Mi punto de partida siempre es una necesidad de tomar partido, un sentimiento de injusticia. Cuando me dispongo a escribir un libro no me digo: "Voy a crear una obra de arte". Escribo un libro porque quiero denunciar una mentira, quiero llamar la atención sobre un problema y mi prioridad es hacerme entender. Pero me sería imposible proseguir la redacción de un libro, o simplemente la de un artículo largo, si esta tarea no constituyese asimismo una experiencia estética. Mi deseo más preciado siempre ha sido llegar a transformar el ensayo político en una forma de arte. Y soy consciente de que cuando no he estado motivado políticamente he escrito libros carentes de vida.

Uno no puede aceptar una disciplina política, sea la que fuere, y conservar su integridad como escritor.

Cuando un escritor se compromete políticamente debe hacerlo en calidad de ciudadano, de ser humano, y no en calidad de escritor.

El pecado mortal es decir: "X... es un enemigo político y, por lo tanto, un mal escritor".

Psicología

Hay personas, como los vegetarianos o los comunistas, con las que es imposible discutir.

A los cincuenta años uno tiene la cara que se merece.

La muerte no tiene nada de espantoso cuando las cosas a las que tenemos apego nos van a sobrevivir.

La actitud del creyente que considera esta existencia como una simple preparación para la vida eterna es una solución de facilidad. Pero pocos hombres razonables siguen creyendo hoy en una vida después de la muerte. El verdadero problema es cómo restablecer una actitud de vida religiosa al mismo tiempo que se acepta el hecho definitivo de la muerte.

Siempre he pensado que es mejor morir de muerte violenta y no demasiado viejo. Se habla de los horrores de la guerra, pero ¿qué arma cabría concebir que igualara en crueldad a algunas de las enfermedades más corrientes? Una muerte "natural" significa, casi por definición, algo lento, nauseabundo y atroz.

Política

Recuerden que la deshonestidad y la vileza siempre terminan pagándose. No imaginen poder hacer de propagandistas lameculos del régimen soviético o de cualquier otro régimen durante años, y poder recuperar después, de repente, un estado de decencia mental. Puta un día, puta toda la vida.

La mayoría de nosotros persistimos en creer que todas las elecciones, incluso las elecciones políticas, se hacen entre el bien y el mal, y que desde el momento en que una cosa es necesaria también debe de ser buena. A mi juicio sería preciso analizar esta creencia más propia de un jardín de infancia.

Pacifismo

Es un hecho que el pacifismo sólo existe en comunidades cuyos miembros no creen en la posibilidad real de una invasión y una conquista extranjeras... Ningún gobierno podría operar conforme a unos principios puramente pacifistas, ya que un gobierno que se niegue a recurrir a la fuerza en cualquier circunstancia puede ser derribado por quienquiera esté dispuesto a utilizar la fuerza.

Algunas actitudes como el pacifismo o el anarquismo que deberían implicar una voluntad de renuncia completa al poder sólo sirven, por el contrario, para fomentar el gusto por el mismo. En efecto, si os adherís a una causa exenta, en apariencia, de la cuidad habitual de la política, a una fe de la que no saquéis ningún beneficio material, esto os confirmará, seguramente, como poseedores de la verdad. Y si poseéis la verdad os parecerá muy natural forzar a los demás a pensar como vosotros.

Si alguien deja caer una bomba sobre vuestra madre, dejad caer dos bombas sobre la suya. No hay otra alternativa: o bien pulverizáis viviendas, destripáis gente y quemáis niños, o bien os dejáis someter como esclavos por un adversario más dispuesto aún que vosotros a cometer ese tipo de actos. Hasta el momento, nadie ha sugerido ninguna solución concreta capaz de superar este dilema.

Totalitarismo

Los intelectuales son mucho más propensos al totalitarismo que la gente ordinaria.

Sería perfectamente posible que, de la misma forma que podríamos crear una raza de vacas sin cuernos, llegáramos a producir una nueva raza de hombres despojada de toda aspiración de libertad.






Literatura y totalitarismo, George Orwell

(Emisión, 21 de mayo de 1941)

Si el totalitarismo se convierte en algo mundial y permanente, lo que conocemos como literatura desaparecerá.

La buena literatura puede crearse dentro un marco rígido de pensamiento.

La peculiaridad del Estado totalitario es que, si bien controla el pensamiento, no lo fija. Establece dogmas, pues precisa una obediencia absoluta por parte de sus súbditos, pero no puede evitar los cambios, que vienen dictados por las necesidades de la política del poder. Se afirma infalible y, al mismo tiempo, ataca el propio concepto de verdad objetiva. Por poner un ejemplo obvio y radical, hasta septiembre de 1939 todo alemán tenía que contemplar el bolchevismo ruso con horror y aversión, y desde septiembre de 1939 tiene que contemplarlo con admiración y afecto. Si Rusia y Alemania entran en guerra, como bien podría ocurrir en los próximos años, tendrá lugar otro cambio igualmente violento. La vida emocional de los alemanes, sus afinidades y odios, tiene que revertirse de la noche a la mañana cuando ello sea necesario. No hace falta señalar el efecto que tienen este tipo de cosas en la literatura. Y es que escribir es en gran medida una cuestión de sentimiento, el cual no siempre se puede controlar desde fuera. Es fácil defender de boquilla la ortodoxia del momento, pero la escritura de cierta trascendencia solo es posible cuando un hombre siente la verdad de lo que está diciendo; sin eso, falta el impulso creativo. Todas las pruebas que tenemos indican que los repentinos cambios emocionales que el totalitarismo exige a su seguidores son psicológicamente imposibles. Y ese es el motivo principal por el que sugiero que, en caso de que el totalitarismo triunfe en todo el mundo, la literatura tal como la conocemos estará a un paso del fin. Y, de hecho, parece que el totalitarismo ha tenido ya ese efecto. En Italia la literatura ha quedado imposibilitada, y en Alemania parece casi haberse detenido.

Cualquiera que sienta el valor de la literatura, que sea consciente del papel central que desempeña en el desarrollo de la historia humana, debe ver también que es una cuestión de vida o muerte oponerse al totalitarismo, tanto si nos viene impuesto desde fuera como desde dentro. 

Diario de un exquisito, Pierre Drieu La Rochelle

Un hombre cobarde piensa que podría ser valiente. ¿Piensa un hombre valiente -al menos a partir del día en que se ha dado al vicio del valor- que podría ser cobarde? No, y esto es todo cuanto les diferencia.

Cada mañana, cuando despierto, sonrío forzadamente, asegurándome a mí mismo que aquélla será mi última jornada de trabajo. Me repito: "No es posible, yo no soy un trabajador, un hombre que va a su oficina, por hermosa que sea." Pues mi oficina es hermosa.

Nuestros cristianos permanecen atrapados para siempre en la trampa que tanto tiempo atrás les tendieron los judíos y según la cual todo cuanto creen proviene de los judíos. Mientras que los dos tercios de cuanto creen  los mismos judíos les viene de los arios. Los judíos se desarrollaron entre los egipcios, los sumerios, que no eran semitas, los asirios y los caldeos, que eran semitas muy distintos a los que ahora conocemos, así como entre los fenicios, que tal vez, no eran semitas, filisteos, hititas, egeos, asiánicos de todas las especies.

El cristianismo proviene del pensamiento ario, como todo lo indio y, de rebote, todo lo chino, lo japonés. Y también a que los arios de hoy, que han debido volverse antisemitas, no tienen motivos para rechazar el cristianismo por semita.

Mi soledad se hace miedo, y el miedo angustia. Sin ningún motivo una angustia repentina me hiere como si me cerrara lentamente una puerta sobre un dedo; yo soy quien cierra la puerta. Busco esa angustia. Cuando más avanzo en mis días, más sé que las causas inmediatas que elijo para mi angustia son absurdas, risibles: recoger en mi carne la palabra de un enemigo, sentirme sin ganas de pensar, tener miedo a morir viejo.

Voy a encarar mi vejez con un vivo deseo de goce espiritual. Y es sin duda porque estoy saturado de voluptuosidad.

El hijo, aunque más tarde sea una persona fea y estúpida, es la vida renaciente que justifica el común suicidio de los padres.

Un hijo es un monumento de carne que, aun fracasado, puede engendrar otro monumento más feliz. Si eso no es un partenón, es una promesa de partenón. Es la matriz renovada de la arquitectura sempiterna que es ahora el Partenón, mañana será Chartres, pasado mañana aquel palacio florentino, aquella música de Bach y Mozart (pues los alemanes son por su música tan grandes arquitectos como los griegos, los italianos y los franceses).

No puedo evitar mirar continuamente la gente que me rodea y eso es un gran pecado, pues cuanto más la miro más odio. Con un odio tranquilo, dulce, jovial, que tal vez no les hiera nunca pero que sin duda me hiere. ¿No sería más sano odiarles activamente, invadiéndoles, explotándoles?

¿Si no tengo hijos, qué diferencia hay entre un pederasta y yo? ¿Qué diferencia entre mis amores y los de un pederasta? Además, tengo amigos pederastas que tienen hijos.

He entrado en la iglesia, que es moderna y, por tanto, tan fea por dentro como por fuera. ¿Cómo nos hiere todo en nuestro tiempo! Y, sin embargo, existe la belleza de las máquinas. Intenté una vez recogerme y -me atreveré a decirlo- rogar en la paz de una central eléctrica en la que había más orden y armonía que en una iglesia llena de sillas y de grotescos San José, con los labios pintados, la barba rizada y teatralmente togados, cuando deberían llevar pantalones como todo el mundo.

En verdad el paso por la tierra es efímero, el mundo es sólo una pequeña polvareda. Pero la fealdad sigue siendo un crimen a los ojos del instante como lo es a los ojos de la eternidad. Sólo algunos santos tienen derecho a ser feos.

¿Por qué se dice historia del arte o historia de las religiones? No hay, sin embargo, más que una religión, la misma en Egipto y en la América precolombina, la misma en la India y en China, la misma en Grecia y en la Europa medieval. Siempre un Dios por encima de los dioses, los héroes, los santos, los demonios. Siempre el misterio de la creación del mundo. Siempre un alma inmortal. Siempre la redención de esa alma. Siempre un dios salvador que muere y renace.  Siempre un paraíso y un infierno. Siempre el Espíritu Santo que envuelve, aniquila y lo sobrepasa todo e incluso la noción del Dios creador y la del Dios salvador.

Antes de escribir no reflexiono bastante y siempre me ha parecido que sólo pienso con la pluma en la mano.

El ateísmo no ha logrado nada: expulsad a san Pablo por la puerta y Freud entra por la ventana. Expulsad a Freud, quedan Esquilo y Sófocles. 

Oscar Wilde, De profundis


¿Que eras “muy joven” cuando empezó nuestra amistad? Tu defecto no era que conocieras poco de la vida, sino que conocías demasiado. 

No es lo mismo ser un loco para los dioses que serlo para los hombres.

El verdadero loco, aquel de quien se burlan o al que echan a perder los dioses, es quien no se conoce a sí mismo. 

Todo lo que llega a comprenderse está bien.

Mi vida, cuando estabas a mi lado, fue totalmente estéril y en absoluto creativa. 

Cuando comparo mi amistad contigo con la que profesé a hombres aún más jóvenes, como John Gray y Pierre Louÿs, siento vergüenza. Mi vida verdadera estaba con ellos y con otros parecidos. 

Cuando no estabas, todo iba bien.

Mientras estuviste conmigo echaste a perder mi arte por completo, y me avergüenzo y me culpo de haber permitido que te interpusieras de manera tan persistente entre el arte y yo. 

Tus intereses se reducían a las comidas y tus caprichos. Solo deseabas diversión y placeres más o menos vulgares. 

Me culpo sin reservas por mi debilidad.

Media hora en compañía del arte significó siempre más para mí que un día contigo. 

En el caso de un artista, la debilidad es un crimen cuando paraliza la imaginación. 

Las virtudes del ahorro y la parquedad no son típicos de mi naturaleza ni de mi estirpe. 

De vez en cuando es agradable cubrir la mesa de vino y rosas, pero tú no tenías ni gusto ni templanza. Exigías sin elegancia y tomabas sin agradecimiento. 

La base del carácter es la fuerza de la voluntad y mi voluntad quedó totalmente sometida a la tuya. Parece grotesco, pero no por eso es menos cierto. Esas escenas incesantes que en tu caso parecían una necesidad física y en las que tu cuerpo y tu espíritu se deformaban hasta que resultaba terrible mirarte o escucharte. 

Tras haberte adueñado de mi genio, mi voluntad y mi fortuna, deseabas, en la ceguera de tu inagotable codicia, apoderarte también de toda mi existencia.

La carta que recibí la mañana del día que permití que me llevaras a comisaría con la ridícula pretensión de pedir una orden de detención contra tu padre fue la peor que me escribiste jamás por la razón más vergonzosa. Entre los dos me hicisteis perder la cabeza. Me abandonó la sensatez.

En la vida no hay cosas grandes o pequeñas. Todas tienen el mismo tamaño y el mismo valor. 

Te interesaba más cualquier marca nueva de champan que alguien pudiera recomendarnos. 

La conversación debe tener una base común, y entre dos personas de nivel cultural muy diferente la única base posible se encuentra a niveles muy bajos. Lo trivial en el pensamiento y en la acción resulta encantador. 

Por muy fascinante y terrible que fuese el único tema del que hablabas siempre, al final terminaba resultándome monótono. 

La devoción me parecía, y sigue pareciéndome, algo maravilloso que no debe despreciarse a la ligera. 

El sufrimiento -por extraño que parezca- es nuestro medio de existencia, porque es la única forma que tenemos de saber que existimos, y el recuerdo del sufrimiento pasado nos resulta necesario como prueba y garantía de la persistencia de nuestra identidad. 

Los dioses son extraños. No solo nos fustigan con nuestros vicios. También aprovechan lo que hay de bueno, amable y humano en nosotros para buscar nuestra ruina. De no haber sido por la piedad y el afecto que yo sentía por ti y los tuyos, no lloraría ahora en este terrible lugar. 

Pensaba que la vida iba a ser una comedia brillante, y que tú serías uno de sus muchos personajes encantadores. Resultó ser una tragedia repulsiva y repelente. 

En ti, el odio siempre ha sido más fuerte que el amor. 

El amor se alimenta de la imaginación, nos hace más sabios de lo que nos sabemos, mejores de lo que nos sentimos y más nobles de lo que somos, nos permite ver la vida como un todo y entender a los demás tanto en sus relaciones reales como ideales. . Solo puede nutrirse de lo bello y bien concebido. En cambio, el odio se alimenta de cualquier cosa. 

Los errores más funestos de la vida no los cometemos al actuar de forma poco razonable. Un momento poco razonable puede ser la mejor de nuestra vida. Los cometemos al actuar de manera lógica. 

Ahora hace más de cuatro años que nos conocemos. La mitad de ese tiempo lo hemos pasado juntos, la otra mitad he tenido que pasarla en la cárcel a consecuencia de nuestra amistad. 

El vicio supremo es la superficialidad. Todo lo que llega a comprenderse está bien. 

Todo debe emanar de nuestra propia naturaleza. De nada sirve decirle a alguien algo que no siente y no puede entender. 

Desde el punto de vista intelectual, el odio es la negación eterna. Desde el punto de vista de las emociones, es una forma de atrofia y lo mata todo, menos a sí mismo. Escribir a los periódicos para decir que uno odia a alguien es como escribir para contar que padece una enfermedad venérea. 

Los pecados de la carne no son nada. Son enfermedades que, en todo caso, deben curar los médicos. Solo los pecados del alma son vergonzosos. 

Tú fuiste mi enemigo. Un enemigo como nadie ha tenido jamás. 

El sufrimiento es un instante muy largo. 

Pasan tres meses y muere mi madre. Sabes mejor que nadie cuánto la amaba y reverenciaba. Su muerte fue tan terrible que, aunque fui un maestro del lenguaje, me faltan las palabras para expresar mi sufrimiento y mi vergüenza. 

Las hojas del laurel se marchitan si las arranca una mano envejecida. Solo los jóvenes tienen derecho a coronar a un artista. 

Ese hermoso mundo irreal del arte donde una vez reiné y donde hoy seguiría reinando de no haberme dejado tentar por el mundo imperfecto de las pasiones vulgares e incompletas. 

Los pobres son más sabios, más caritativos, más amables y más sensibles que nosotros. Para ellos la cárcel es una tragedia de la vida, una desgracia, un contratiempo, algo que inspira compasión. Cuando hablan de alguien que está en la cárcel dicen que “se ha metido en un aprieto”. Siempre usan esa frase, que encierra una perfecta comprensión del amor. Entre la gente de nuestro rango las cosas son distintas. Entre nosotros la cárcel convierte a un hombre en un paria. Yo y los que son como yo apenas tenemos derecho al aire y el sol. Nuestra presencia contamina a los demás. Cuando regresamos, no somos bien recibidos. 

Solo quienes llevan una vida intachable pueden perdonar los pecados. 

Por terrible que sea lo que hiciste, más lo fue el daño que me causé a mí mismo. 

Me dejé tentar por la insensatez y la sensualidad. 

Cansado de estar en las alturas bajé adrede a las profundidades en busca de nuevas sensaciones.

Dejaron de importarme las vidas ajenas. 

Lo que uno hace en secreto acaba teniendo que proclamarlo un día desde las azoteas. 

Permití que me dominaras. 

Quienes tienen mucho suelen ser codiciosos. Quienes tienen poco siempre están dispuestos a compartir. 

La religión no me ayuda. La fe que los demás tienen en lo invisible yo la tengo en lo que puedo ver y tocar. Mis dioses habitan en templos construidos con las manos. 

Cualquier cosa, para ser cierta, necesita convertirse en religión. Y el agnosticismo tendría que tener sus rituales igual que la fe. 

Los dos momentos cruciales de mi vida fueron cuando mi padre me envió a estudiar a Oxford y cuando la sociedad me envió a la cárcel. 

La superficialidad es el vicio supremo. Todo lo que llega a comprenderse está bien. 

Por mi parte, exijo que, si llego a comprender lo que he sufrido, la sociedad comprenda el daño que me ha causado, y que ambas partes renunciemos a cualquier odio o amargura. 

La gente tendrá que adoptar alguna actitud conmigo y emitir un juicio sobre mí y sobre ella misma. No hace falta que te diga que no hablo de personas concretas. Solo frecuentaré a artistas y a gente que haya sufrido: a quienes saben lo que es la belleza y a quienes conocen el dolor; nadie más me interesa. 

Soy muy imperfecto. 

Tengo verdaderas ganas de vivir. 

Me queda tanto por hacer que me parecería una tragedia morir antes de haber podido completar siquiera una pequeña parte. 

Detrás de la risa y de la alegría puede haber un temperamento insensible, vulgar y endurecido. En cambio, detrás del dolor siempre hay dolor. El sufrimiento, a diferencia del placer, no lleva máscara. 

Recuerdo haberle dicho a André Gide en un café parisino que, aunque la metafísica no me interesaba demasiado y la moralidad no me interesaba lo más mínimo, no había nada que hubieran dicho Platón o Cristo que no pudiera trasladarse directamente a la esfera del arte para encontrar allí su plenitud más completa. 

Cuando uno entra en contacto con el alma se vuelve sencillo como un niño, como Cristo dijo que debíamos ser. 

Últimamente he estado estudiando con detalle los cuatro poemas en prosa sobre Cristo. En Navidad logré hacerme con un Nuevo Testamento en griego, y cada mañana, después de limpiar la celda y lustrar mi plato y mi vaso, leo un poco los Evangelios, apenas una docena de versículos tomados al azar. Es una manera deliciosa de empezar el día. 

Siempre se pensó que Cristo hablaba en arameo. Incluso Renan lo creyó. Pero ahora sabemos que los campesinos galileos, igual que los campesinos irlandeses de nuestra época, eran bilingües, y que el griego era el idioma corriente en toda Palestina y, de hecho, en todo el mundo oriental. Nunca me había gustado la idea de que solo conociéramos las palabras de Cristo a través de la traducción de una traducción. 

Cada vez que alguien nos demuestre su amor deberíamos darnos cuenta de que no nos lo merecemos. 

“¿Acaso no es más el alma que el alimento? ¿No es el cuerpo más que el vestido?”. Esta última frase podría haberla dicho un griego. Pero solo Cristo podría haber dicho las dos, y así resumió perfectamente la vida para nosotros. 

El judío de Jerusalén en época de Cristo era, en su obtusa inaccesibilidad a las ideas, su tediosa ortodoxia, su adoración del éxito vulgar, su preocupación por el aspecto más grosero y materialista de la vida y su ridícula apreciación de su propia importancia, el paralelo exacto de filisteo británico de nuestros días. 

Considero el pecado y el sufrimiento como si fueran bellos en sí mismos, cosas sagradas y modos de perfección. 

El pecador debe arrepentirse. Pero ¿por qué? Sencillamente porque de otro modo no podría comprender lo que ha hecho. El momento del arrepentimiento es el momento de la iniciación. Más aún. Es el modo en que uno altera su pasado. Los griegos pensaban que era imposible. Cristo demostró que hasta el más vulgar de los pecadores podía hacerlo. Era lo único que podía hacer. 

Quienes eligen llevar una máscara luego tienen que ponérsela. 

La gente cuyo único deseo es realizarse nunca sabe adónde va. Es imposible saberlo. 

Dos de las vidas más perfectas que he conocido son las de Verlain y el príncipe Kropotkin y ambos pasaron años en la cárcel. 

He tenido que pasar en la cárcel un año más, pero la humanidad nos ha acompañado a todos, y ahora cuando salga recordaré la bondad con que me ha tratado aquí casi todo el mundo, y el día en que recupere mi libertad daré gracias a mucha gente y les pediré que me recuerden. 

El sistema de prisiones es totalmente injusto. Daría cualquier cosa por poder cambiarlo cuando salga. Tengo pensando intentarlo. Pero no hay nada tan injusto como que el espíritu de la humanidad -que es el espíritu del amor, el espíritu de Cristo que no está en las Iglesias- no pueda, si no enderezar, al menos ayudar a sobrellevarlo sin demasiada amargura en el corazón. 

Si hiciera una lista de todo lo que me queda un, no sé cuándo acabaría, pues Dios hizo el mundo tanto para mí como para cualquiera. Es posible que salga de aquí con algo que antes no poseía. 

Soy totalmente feliz cuando estoy solo. ¿Cómo no serlo teniendo libertad, libros, flores y la luna? Además, las fiestas ya no son para mi. He dado demasiadas para que sigan interesándome. Esta faceta de la vida se ha terminado, por suerte diría yo. 

Hoy media un abismo entre mi arte y el mundo, pero entre mi arte y yo no hay ninguno. 

Todo lo que ha rodeado mi tragedia ha sido feo, mezquino, repulsivo y sin estilo. Nuestro propio uniforme nos vuelve grotescos. Somos los bufones del dolor, payasos con el corazón destrozado. Estamos especialmente concebidos para mover a risa. El 13 de noviembre de 1895 me trasladaron aquí desde Londres. Desde las dos en punto hasta las dos y media de ese día, tuve que esperar en el andén principal de Clapham Junction, esposado y con el uniforme de preso, a la vista de todos. Me habían sacado de la enfermería sin previo aviso. No cabe imaginar nada más grotesco. Cuando la gente me veía, se reía. Cada vez que llegaba un tren, aumentaba el público. Su diversión no tenía límites. Eso, claro, fue antes de que supusieran que era yo. En cuando les informaron, aún se rieron más. Pasé media hora bajo la lluvia gris de noviembre rodeado de una turba burlona. 

El año siguiente lloré todos los días a la misma hora y por ese mismo espacio de tiempo. No creas que es tan trágico. Para quienes estamos en la cárcel, las lágrimas forman parte de la vida cotidiana. El día en que no lloramos es porque nuestro corazón se ha endurecido, no porque haya sido feliz. 

Hay que ser muy poco imaginativo para interesarse solo por la gente cuando está en un pedestal. 

El único acto deshonroso, imperdonable y despreciable de mi vida fue dejar que me convencieras de que pidiese ayuda y protección a la sociedad contra tu padre. 

¿Has vivido todo este tiempo desafiando mis leyes y ahora apelas a ellas para que te protejan?

El modo en que me apremiase y me obligaste a pedir auxilio a la sociedad es uno de los motivos por los que te desprecio tanto y por los que me desprecio a mi mismo por hacerte caso. 

El peligro formaba parte de la diversión. 

En el arte, las buenas intenciones no sirven para nada. Todo arte malo es producto de las buenas intenciones. 

El primer deber de una madre es no tener miedo de hablar seriamente con su hijo. 

Todos los días yo tenía que pagar hasta la última cosa que hacías. Solo una persona con una naturaleza absurdamente bondadosa o dominado por una estupidez sin límites lo habría hecho. Por desgracia, en mi se daba la combinación de las dos cosas. 

Los sentimentales son sencillamente gente que quiere disfrutar del lujo de las emociones sin tener que pagar por ello. 

El sentimentalismo no es más que el cinismo que se ha tomado un día de vacaciones. 


Las grandes pasiones están reservadas a quienes tienen grandeza en el alma, y los grandes acontecimientos solo los ven quienes están a su misma altura. 

Frases y aforismos de El Retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde

  • Solo hay una cosa peor en el mundo que el que hablen de nosotros, y es que no hablen.
  • La Belleza, la verdadera Belleza, termina donde empieza una expresión intelectual. El intelecto es en sí mismo una exageración, y destruye la armonía de cualquier rostro.
  • Un obispo sigue diciendo a los ochenta años lo mismo que le dijeron a él cuando era un muchacho de dieciocho, y en consecuencia su aspecto es siempre absolutamente encantador. 
  • Es mejor no diferenciarse de los que nos rodean. 
  • Cuando alguien me gusta desmesuradamente nunca le digo a nadie su nombre. Me parece como entregar una parte de él.
  • La cosa más común se hace exquisita y deliciosa tan solo con que la ocultemos. 
  • El único encanto del matrimonio consiste en hacer necesaria para ambas partes una vida de desengaño. 
  • Conciencia y cobardía son en realidad lo mismo. 
  • La risa no es un mal comienzo para una amistad, y es el mejor final de todas. 
  • Elijo a mis amigos por su belleza; a mis conocidos por su carácter y a mis enemigos por su inteligencia. 
  • Solo los intelectualmente perdidos discuten siempre. 
  • No hay duda de que el Genio perdura más que la Belleza. Eso explica que todos nos tomemos tantas molestias por cultivarnos demasiado. 
  • Lo peor de tener un romance es lo antirrománticos que nos deja después. 
  • Los que son fieles solo conocen del amor los placeres; son los infieles quienes conocen las tragedias del amor. 
  • Las mujeres no aprecian el atractivo. No las buenas mujeres, por lo menos. 
  • La única manera de librarnos de una tentación es rendirnos a ella.
  • La juventud es la única cosa en el mundo que merece la pena poseer.
  • La Belleza es una forma de Genio; en realidad, más elevada que el Genio, pues no necesita explicación. 
  • Solo la gente superficial no juzga por las apariencias. El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible. 
  • ¡Siempre! Terrible palabra esa. Me hace templar cada vez que la oigo. Las mujeres son tan aficionadas a usarla…
  • La única diferencia entre el capricho y la pasión de toda una vida es que el capricho dura un poco más. 
  • No me gustan los placeres sencillos… Me pregunto quién fue el que definió al hombre como un animal de raciocinio. Fue la definición más apresurada que se haya dado jamás. El hombre es muchas cosas, pero no racional. 
  • El pecado es el único elemento de color que le queda a la vida moderna.
  • Los jóvenes quieren ser fieles y no lo son. Los viejos quieren ser infieles y no pueden. 
  • Cuando uno oye mala música, es su deber ahogarla con la conversación. 
  • Hoy en día la gente conoce el precio de todo y el valor de nada.
  • Los hombres se casan por cansancio; las mujeres, por curiosidad. Unos y otras acaban decepcionados. 
  • Las mujeres son un sexo decorativo. Nunca tienen nada que decir, aunque lo digan de una forma encantadora. 
  • Cuando uno está enamorado, siempre empieza por engañarse a sí mismo y termina por engañar a otros. 
  • La gente es muy aficionada a regalar a otros lo que más necesita para sí. 
  • Las clases medias no son modernas. 
  • Solo hay dos clases de personas en verdad fascinantes; la gente que lo sabe absolutamente todo y la gente que no sabe absolutamente nada. 
  • Siempre hay algo ridículo en los sufrimientos de quienes hemos dejado de amar. 
  • Cuando nosotros mismos nos culpamos, sentimos que nadie más tiene derecho a hacerlo.
  • ¡Esa terrible memoria de las mujeres! ¡Qué cosa tan aterradora! ¡Y qué absoluto estancamiento intelectual revela! Uno debería absorber el color de la vida, pero nunca recordar sus detalles. Los detalles son vulgares siempre. 
  • El único encanto del pasado consiste en estar en el pasado. 
  • Las mujeres son encantadoramente artificiales, pero carecen de sentido alguno del arte. 
  • Las mujeres aprecian la crueldad más que ninguna otra cosa. Poseen instintos maravillosamente primitivos. Las hemos liberado, pero siguen siendo esclavas en busca de dueño, aun así. Les encanta ser dominadas. 
  • Los cánones de la buena sociedad son, o deberían ser, los mismos que los cánones del arte. La forma es absolutamente esencial. Debería tener la dignidad de una ceremonia, así como también su irrealidad, y debería combinar la falta de veracidad de una obra dramática romántica con el ingenio y la belleza que hacen encantadoras esas obras. ¿Es la falta de veracidad una cosa tan terrible? No lo creo. No es sino un método por el que podemos multiplicar nuestras personalidades. 
  • Me encantan los escándalos de otros, pero no me interesan los que tratan sobre mí. Carecen del encanto de la novedad. 
  • Los jóvenes sonríen sin razón alguna. Es uno de sus principales encantos. 
  • La muerte y la vulgaridad son los únicos hechos que uno no puede explicar en el siglo XIX. 
  • Por recuperar mi juventud haría cualquier cosa salvo ejercicio, madrugar o ser respetable. 
  • La tragedia de la vejez no es que uno sea viejo, sino seguir siendo joven. 



Regreso de la URSS. André Gide

 - Cuando digo la URSS me refiero al hombre que la dirige.

- La URSS está “en construcción”, es importante repetírselo continuamente. 

- Ocurre demasiado que los amigos de la URSS se nieguen a ver lo malo, o cuando menos a reconocerlo; de ahí que, con excesiva frecuencia, la verdad sobre la URSS se diga con odio, y la mentira con amor.

- Lo que me importa en este país es el hombre, los hombres, lo que se puede hacer con ellos y lo que se hace. El bosque que me atrae, terriblemente tupido y en el que me pierdo, es el bosque de las cuestiones sociales. En la URSS estas cuestiones le solicitan a uno, lo acucian, lo oprimen por doquier. 

- Dejemos de mirar las cosas: lo que me interesa aquí es la gente… Durante los meses de verano casi todo el mundo va de blanco… una sociedad sin clases, en la que cada miembro parece tener las mismas necesidades… Una extraordinaria uniformidad domina la vestimenta… De ahí también que cada uno es y parece alegre. (Han carecido de todo durante tanto tiempo que se alegran por poca cosa. Cuando el vecino no goza de más, uno se conforma con lo que tiene.)

- ¿Qué hace esta gente, delante de esta tienda? Hace cola; una cola que llega hasta la calle siguiente. Hay aquí entre dos y trescientas personas, muy tranquilas, pacientes, expectantes. Todavía es muy temprano; la tienda no ha abierto sus puertas. Tres cuartos de hora más tarde, vuelvo a pasar; la misma muchedumbre aún sigue ahí. Me extraño: ¿de qué sirve llegar antes?, ¿qué se consigue con eso?… ¿cómo que qué se consigue? .. Los primeros son los únicos servidos. 

- Abriéndome paso entre la multitud o llevado por ella, visité la tienda de arriba abajo, de punta a punta. Las mercancías son, con muy pocas salvedades, repelentes. Hasta se podría pensar que para refrenar los apetitos:  telas, objetos, etc., han sido despojados de todo el atractivo posible a fin de que la gente compre no por apetencia, sino por apremio de la necesidad. Hubiera querido llevar unos recuerdos a algunos amigos; todo es horroroso. 

- El gusto, por otra parte, se afina únicamente si se puede comparar; y nada había para elegir. Ningún “Fulanito viste mejor”. Aquí no queda más remedio que preferir lo que a uno le ofrecen: se toma o se deja. Desde el momento en que el Estado es a la vez fabricante, comprador y vendedor, el aumento de la calidad permanece superdotado al progreso de la cultura. 

- Pienso entonces (pese a mi anticapitalismo) en todos aquellos en nuestro país que, desde el gran industrial hasta el pequeño comerciante, se desviven y se las ingenian para dar con aquello que halagaría el gusto del público. ¡Con qué sutil astucia intenta cada uno descubrir el refinamiento que le permitirá suplantar a un rival! Nada de eso, le importa al Estado: el Estado no tiene rival. ¿La calidad? -“Para qué, si no hay competencia”, se nos dijo- De esta manera excesivamente fácil explican la mala calidad de todo en la URSS, así como la ausencia de gusto en el público. Y aun teniendo “gusto” no podría satisfacerlo. 

- Con todo, un interrogante subsiste: cada Estado soviético tenía su arte popular; ¿qué ha sido de él? Una importante tendencia igualitaria se negó durante mucho tiempo a tomarlo en consideración. Pero estas artes regionales vuelven a ser apreciadas; ahora las protegen, las restauran, y parece que entienden su irremplazable valor. ¿No sería tarea de una dirección inteligente volver a apropiarse antiguos modelos, para imprimir telas por ejemplo, e imponerlos al menos ofrecerlos al público? Nada tan tontamente burgués, pequeñoburgués, como las producciones de hoy en día. El muestrario que exhiben los escaparates de las tiendas es consternan. En cambio, las telas de antaño, estarcidas, eran muy hermosas. Y era arte popular; pero era artesanía. 

- En una de las fábricas que visitamos y que funciona perfectamente (yo no tiendo nada de esto; admiro, confiado, las máquinas; pero me quedo totalmente extasiado ante el comedor, el club de los obreros, sus viviendas, todo lo que se ha hecho para su bienestar, su educación, su placer), me presentan a un estajanovista cuyo enorme retrato había colgado en la pared. Ha conseguido, me dicen, hacer en cinco horas el trabajo de ocho días (a no ser en ocho horas el trabajo de cinco días; ya no sé). Me atrevo a preguntar si eso no equivale a decir que antes tardaba ocho días en hacer el trabajo de cinco horas. Pero mi pregunta cae bastante mal y prefieren no contestarme. 

- Acaba preguntándose uno cuánto no daría de sí el régimen soviético con el temperamento francés, el celo, la conciencia y la educación de nuestros trabajadores.

- La felicidad de todos no se alcanza sino por la desindividualización de cada uno. La felicidad de todos no se alcanza sino a expensas de cada uno. Para ser felices, confórmense. 

- En la URSS se admite por anticipado y una vez para siempre que, en todo y sobre cualquier tema, no puede haber más de una opinión. El espíritu de la gente, además, está moldeado de tal suerte que su conformismo le resultaría fácil, natural, insensible, hasta el extremo -a mi modo de ver- de que no encierra hipocresía. ¿Es esta la gente que hizo la revolución? No; esta es la que se beneficia de ella. Cada mañana, Pravda los alecciona sobre lo que es oportuno saber, pensar, creer. ¡Y no es recomendable salirse de ahí! De resultas, siempre que se habla con un ruso es como si se hablara con todos. No porque cada uno obedezca de manera precisa una consigna, sino porque todo está dispuesto de modo tal que nadie pueda diferenciarse. 

- Te compadeces de ellos por hacer cola durante horas; ellos, en cambio, encuentran tan natural esperar. El pan, la verdura, la fruta te parecen malos; pero no hay otros. Esas telas, esos objetos que te presentan, tú los encuentras feos; pero no hay donde escoger. Sin más posibilidad de comparación que un pasado poco añorable, te conformarás gozoso con lo que te ofrecen. Lo importante aquí es convencer a la gente de que es todo lo feliz que se puede ser, en espera de días mejores; convencerla de que los demás, en el resto del mundo, no son tan felices. El único camino, para ello, es impedir cuidadosamente cualquier comunicación con el exterior (me refiero a lo que está más allá de las fronteras). Con lo cual, en igualdad, o incluso en sensible inferioridad, de condiciones de vida, el obrero ruso se considera feliz, es más feliz, mucho más feliz que el obrero de Francia. Su felicidad está hecha de esperanza, de confianza y de ignorancia. 

- El ciudadano soviético vive en una extraordinaria ignorancia del extranjero. Más aún: lo han convencido de que todo, en el extranjero, y en todos los campos, iba mucho peor que en la URSS. Esta ilusión está hábilmente alimentada, pues lo importante es que cada cual , aun sintiéndose poco satisfecho, celebre el régimen que lo resguarda de males peores. 

- Cada estudiante tiene por obligación estudiar un idioma extranjero. El francés está totalmente abandonado. El inglés, y sobre todo el alemán, estos son los idiomas que supuestamente conocen. Me sorprende oírlos hablan tan mal; un alumno de segundo en nuestro país sabe más. 

- Si pese a todo les llega a inquietar lo que ocurre en el extranjero, se preocupan mucho más por lo que el extranjero piensa de ellos. El punto importante para ellos es saber si los admiramos bastante. Su temor es que no estemos suficientemente informados sobre sus méritos. Su deseo respecto a nosotros no es tanto que los informemos, sino que los felicitemos. 

- Me temo que dentro de poco vuelva a formarse un nuevo tipo de burguesía obrera satisfecha (y , por ende, conservadora, ¡cómo no!) de sobra comparable con la pequeña burguesía nuestra. 

- La reciente ley contra el aborto ha causado consternación en todos aquellos que, por causa de su insuficiente salario, se veían incapaces de fundar un hogar, de mantener una familia. 

- El restablecimiento de la familia (como “cédula social”), de la herencia y del legado, el amor al lucro, a la posesión particular, vuelven a desplazar el deseo de compañerismo, de solidaridad y de vida en común. 

- ¿Qué pensar, desde un punto de vista marxista, de la ley, más antigua, contra los homosexuales, la cual, asimilándolos a contrarrevolucionarios (pues se persigue el anticonformismo hasta en las cuestiones sexuales), los condena a cinco años de deportación, renovables si no se han enmendado con el exilio?

- Ya no existen clases en la URSS, de acuerdo. Pero hay pobres. Los hay en abundancia; en excesiva abundancia. Yo, en cambio, abrigaba la clara esperanza de que ya no vería pobres, o para ser más exacto: para dejar de verlos es por lo que fui a la URSS. 

- Por añadidura, la filantropía ya no se estila, como tampoco la simple caridad. El Estado se encarga de ello. Se encarga de todo y la necesidad de socorrer, claro está, desaparece. 

- Lo que se pretende y exige es una aprobación de todo lo que se está haciendo en la URSS; lo que se intenta alcanzar es que esta aprobación no sea resignada, sino sincera y hasta entusiasta. Lo más asombroso es que se consigue tal cosa. Por otra parte, la mínima protesta, la mínima crítica, ya expuesta a las penas mayores, se ve además inmediatamente ahogada. Y dudo que en ningún otro país hoy por hoy, ni siquiera en la Alemania de Hitler, exista espíritu menos libre, más doblegado, más temeroso (aterrorizado), más avasallado. 

- Nos extraña que en la sección “Socorro Rojo”, destinada en principio a todas las informaciones extranjeras, no aparezca ninguna alusión a España, cuyas recientes noticias no dejan de preocuparnos. No disimulamos nuestra sorpresa un tanto apenada. De resultas, sigue cierto malestar. Nos agradecen la observación: por supuesto, no dejaran de tenerla en cuenta. 

- Acto seguido, brindis por Stalin otra vez. La clave de estas reacciones está que en que frente a las víctimas del fascismo, en Alemania y en otras partes, la actitud a adoptar era sabida. En relación con los disturbios y la lucha en España, en cambio, la opinión general y particular estaba a la espera de las directrices de Pravda que aún no se había pronunciado. Nadie se atrevía a aventurarse antes de saber qué convenía pensar. Solo pasados uno días (habíamos llegado a Sebastopol), empezó a inundar los periódicos una inmensa ola de simpatía, iniciada en la Plaza Roja, y por doquier se organizaron suscripciones voluntarias para ayudar a los republicanos. 

- En Georgia, especialmente, no he conseguido estar en una habitación ocupada, por humilde, por sórdida que fuera, sin advertir un retrato de Stalin colgado en la pared, en el lugar donde probablemente  se encontraba antes el icono. Adoración, amor o recelo, ignoro qué será; siempre y por todas partes está presente. 

- … pasamos por Gori, la pequeña ciudad donde nació Stalin. Se me ocurrió que probablemente sería un gesto de cortesía enviarle un mensaje, respondiendo al recibimiento de la URSS, en donde, por todos lados, nos han aclamado, festejado, atendido… Hago parar el coche delante de correos y entrego el texto de un despacho. Dice más o menos lo siguiente: “Al pasar por Gori en el transcurso de nuestro maravilloso viaje, siento la cordial necesidad de dirigirle a usted…”. Pero aquí el traductor se detiene; no puedo hablar de esta forma. No basta con el “usted” cuando dicho “usted” es Stalin. No sería correcto. Conviene añadirle algo. Pero al ver que manifiesto cierto estupor, se entabla una consulta. Proponen: “Usted, jefe de los trabajadores”, o “padre de los pueblos”. Lo encuentro absurdo; protesto que Stalin está por encima de tales zalamerías. Forcejeo en vano. No hay nada que hacer. Mi despacho será aceptado solo si acepto el añadido.

- Otro temor que recorre la URSS, el del “trotskismo” y del actualmente llamado “espíritu contrarrevolucionario”. Hay hombres, en efecto, que se niegan a pensar que esa transigencia fue necesaria; consideran todos esos amoldamiento como otras tantas derrotas. Tal vez la desviación de las primeras directrices tenga sus explicaciones, sus excusas: pero a ellos lo único que les importa es la desviación en sí. Hoy día, sin embargo, el espíritu de sumisión, el conformismo, eso es lo que se exige. Serán tachados de “trotskistas” todos aquello que no se dan por satisfechos. Tanto es así que uno acaba preguntándose qué ocurriría si resucitara hoy el propio Lenin… Afirmar que Stalin tiene razón en todo equivale a decir que Stalin acaba con todo. 

- Dictadura del proletariado, nos prometían. Nada más lejos de la realidad. Sí, dictadura, por supuesto; pero la de un hombre, no ya la de los proletarios unidos, de los sóviets. Es capital no dejarse ilusionar, y no hay más salida que reconocer muy claramente: no es esto lo queríamos. Un poco más y hasta diremos: es exactamente esto lo que no queríamos. 

- No cabe duda de que si todos los ciudadanos de un Estado pensaran lo mismo resultaría más cómodo para los gobernantes. Ahora bien, ¿quién, ante semejante empobrecimiento, se atrevería aún a hablar de “cultura”? Sin contrapeso, ¿cómo no iba a caer el espíritu en un sentido único? Es dar prueba de gran sabiduría, considero yo, el escuchar a los partidos contrarios; cuidarlos incluso si es preciso, a la vez que se les impide hacer daño: luchar contra ellos, pero no suprimirlos. 

- En la URSS, una obra, por hermosa que llegue a ser, se ve denigrada si no está en la línea. Se considera la belleza como un valor burgués. Por más genio que demuestre un artista, la atención es derivada, de su trabajo, si este no sigue la línea: conformidad es lo que se le pide al artista, al escritor; todo lo demás le será dado por añadidura. 


- Como siempre resulta, además, que no reconocemos el valor de determinadas ventajas hasta no haberlas perdido, nada mejor que una estancia en la URSS (o en Alemania, desde luego) para ayudarnos a apreciar la inapreciable libertad de pensamiento de la que gozamos aún en Francia y de la que abusamos a veces. 

Notas sobre el nacionalismo. George Orwell, octubre 1945



- Cuando digo “nacionalismo” me refiero antes que nada al hábito de pensar que los seres humanos pueden clasificarse como si fueran insectos y que masas enteras integradas por millones o decenas de millones de personas pueden etiquetarse sin problema alguno como “buenas” o “malas”. 

- El nacionalismo es inseparable del deseo de poder; el propósito constante de todo nacionalista es obtener más poder y más prestigio, no para sí mismo, sino para la nación o entidad que haya escogido para diluir en ella su propia individualidad. 

- El nacionalismo, en el sentido amplio que le doy al término, incluyo movimientos y tendencias como el comunismo, el catolicismo político, el sionismo, el antisemitismo, el trotskismo y el pacifismo. No necesariamente implica lealtad a un gobierno o a un país -y mucho menos a la nación en la que uno haya nacido-, y ni siquiera es estrictamente necesario que las entidades a las que alude existan en realidad. Por nombrar unos cuantos ejemplos obvios, el judaísmo, el islam, la cristiandad, el proletariado y la raza blanca son todos ellos objeto de apasionados sentimientos nacionalistas, pero su existencia puede ser seriamente cuestionada y ninguno posee una definición aceptada universalmente. 

- El nacionalista no sigue el elemental principio de aliarse con el más fuerte. Por el contrario, una vez elegido el bando, se auto convence de que este es el más fuerte, y es capaz de aferrarse a esa creencia incluso cuando los hechos lo contradicen abrumadamente. El nacionalismo es sed de poder mitigada con autoengaño. Todo nacionalista es capaz de incurrir en la falsedad más flagrante, pero, al ser consciente de que está al servicio de algo más grande que él mismo, también tiene la certeza inquebrantable de estar en lo cierto. 

- Los  comentaristas políticos o militares, al igual que los astrólogos, son capaces de sobrevivir a cualquier error, porque sus seguidores más devotos no acuden a ellos en busca de una apreciación de los hechos, sino para estimular sus lealtades nacionalistas. 

- Hace diez o veinte años, la forma de nacionalismo más afín al comunismo de hoy era el catolicismo político. 

- A veces son extranjeros, y más a menudo provienen de zonas periféricas donde la nacionalidad es dudosa. Ejemplos de lo anterior son Stalin, Hitler, Napoleón, De Valera, Disraeli, Poincaré o Beaverbrook. El movimiento pangermánico fue, en parte, creación de un inglés, Houston Chamberlain. 

- El espectáculo del comunista fanático que se transforma en unas pocas semanas, o incluso días, en un trotskista igualmente fanático es de lo más común. En la Europa continental, los miembros de los movimientos fascistas eran con frecuencia reclutados entre los comunistas, y el proceso contrario podría tener lugar en los próximos años. Lo que permanece constante entre los nacionalistas es su estado mental; el objeto de su apego es cambiante, y puede ser incluso imaginario. 

- Cuando uno observa la servil o jactanciosa basura que gente a todas luces inteligente escribe sobre Stalin, el Ejército Rojo, etcétera, se da cuenta de que algo así solo es posible mediante una suerte de dislocación. 

- Todos los nacionalistas tienen la capacidad de ignorar las semejanzas entre conjuntos de hechos similares. Un tory inglés defenderá la autodeterminación en Europa y se opondrá a ésta en la India sin sensación alguna de incoherencia. Las acciones se consideran buenas o malas no por sus méritos, sino según quién las lleve a cabo, y parece que no haya ultraje -la tortura, la toma de rehenes, los trabajos forzados, las deportaciones en masa, el encarcelamiento sin juicio, la falsificación, el asesinato, el bombardeo de civiles- que no cambie de color moral cuando ha sido cometido por “nuestro” bando. El Liberal News Chronicle publicó, como muestra de un espantoso acto de barbarie, unas fotografías de rusos colgados por los alemanes, y uno o dos años después dio a conocer, con aprobación general, unas instantáneas casi iguales, esta vez de alemanes colgados por los rusos. Y lo mismo sucede con los hechos históricos; desde el punto de vista nacionalista, la historia es el pensamiento de la mayoría.

- El nacionalista no solo no reprueba las atrocidades cometidas por su propio bando, sino que tiene una notable capacidad para no oír siquiera hablar de ellas. Durante casi seis años, los admiradores ingleses de Hitler se las ingeniaron para no darse por enterados de la existencia de Dachau y Buchenwald. Y quienes se aprestan a denunciar los campos de concentración alemanes ignoran, o a duras penas saben, que también los hay en Rusia. Acontecimientos de gran magnitud, como la hambruna que Ucrania padeció en 1933 y que supuso la muerte de millones de personas, han escapado a la atención de la mayoría de rusófilos ingleses. 

- Un hecho bien conocido puede resultar tan insoportable que sea dejado de lado y no se le permita formar parte de los procesos lógicos; o, por el contrario, puede formar parte de todos los cálculos y, a pesar de eso, no ser admitido jamás como un hecho, ni siquiera en la propia mente. 

- Todo nacionalista acaricia la idea de que el pasado puede ser alterado. Pasa la mayor parte del tiempo en un mundo fantástico en el que las cosas suceden como deberían suceder -en el que, por ejemplo, la Armada Invencible triunfó o la Revolución rusa fue aplastada en 1918-, y, cuando es posible, no duda en transferir fragmentos de su mundo a los libros de historia. Mucha propaganda de nuestra época no es más que mera falsificación. Se suprimen los hechos materiales, se alteran las fechas, las citas se sacan de su contexto y se manipulan para que digan lo contrario de su intención real. Acontecimientos que se cree que no deberían haber tenido lugar no se mencionan, y más tarde se niegan. En 1927, Chiang Kai Shek mandó hervir vivos a cientos de comunistas, y, sin embargo, diez años después se le ha convertido en uno de los héroes de la izquierda. El realineamiento de la política mundial lo ha situado en el campo antifascista y, así, se cree que el asesinato de los comunistas “no cuenta”, o quizá que ni siquiera ocurrió. El principal objetivo de la propaganda es, por supuesto, influir en la opinión contemporánea, pero aquellos que reescriben la historia probablemente  creen, cuando menos en parte, que pueden introducir datos en el pasado. Cuando uno tiene en cuenta las elaboradas falsificaciones que se han graduado con el fin de mostrar que Trotski no desempeñó un papel importante en la guerra civil rusa, resulta muy difícil pensar que los responsables simplemente estén mintiendo. 

- Aunque el nacionalista se pasa la vida obsesionado con el poder, la victoria, la derrota o la venganza, a menudo permanece ajeno a lo que sucede en el mundo real. Lo que quiere es sentir que su entidad ha conseguido superar a otra, lo cual se logra más fácilmente denostando al adversario que examinando los hechos para comprobar si estos le dan la razón. Toda controversia nacionalista está al nivel del debate social. Nunca se llega a ninguna conclusión, puesto que cada participante cree invariablemente que ha derrotado al otro. Algunos nacionalistas no están lejos de la esquizofrenia; viven alegremente entre sueños de poder y conquista que no tienen conexión con el mundo físico. 


- El sionismo. Posee las características usuales de los movimientos nacionalistas, pero su variante estadounidense parece ser más violenta y maligna que la británica. Si lo clasifico como nacionalismo directo y no como transferido es porque florece casi exclusivamente entre los propios judíos. En Inglaterra, por razones tan variadas como incongruentes, la intelectualidad es en su mayoría projudía en lo tocante a Palestina, pero no de un modo particularmente intenso. Además, todos los ingleses de buena voluntad son projudíos, en el sentido de que desaprueban la persecución nazi, pero cualquier lealtad nacionalista auténtica en este terreno, o cualquier creencia en la superioridad innata de los judíos, es difícil de encontrar entre gentiles. 

- Casi cualquier intelectual inglés se escandalizaría ante la afirmación de que la raza blanca es superior a las otras, mientras que afirmar lo contrario sería irrecusable, incluso sin estar de acuerdo con ello. 

- Los escritores pacifistas han dedicado elogios a Carlyle, uno de los padres intelectuales del fascismo. En general, resulta difícil no tener la impresión de que el pacifismo, tal como se da entre una parte de la intelectualidad, se inspira secretamente en una admiración por el poder y la crueldad que obtiene los resultados buscados. El error fue vincular esta emoción a Hitler, pero puede ser transferida fácilmente. 


- El antisemitismo parece estar muy extendido, incluso entre los intelectuales, y el acuerdo tácito de silenciarlo probablemente contribuya a exacerbarlo. La gente con opiniones de izquierdas no es inmune a él, y su actitud está muchas veces influid por el hecho de que los trotskistas y anarquistas suelen ser judíos. 

- El hecho de que los trotskistas sean en todas partes una minoría perseguida y de que la acusación que pesa sobre ellos - que colaboran con los fascistas- sea obviamente falsa, crea la impresión de que el trotskismo es intelectual y moralmente superior al comunismo, per resulta dudoso que exista mucha diferencia entre ambos. 

- En cuanto pinchamos el nervio del nacionalismo, la razón puede desvanecerse y el pasado alterarse, y pueden negarse hechos sobre los que cabe la menor duda. 

- Creo que es justo decir que la intelectualidad se ha equivocado más  que la gente corriente en relación con el progreso e la guerra, y que sus opiniones han adoptado más a menudo  un sesgo partidista. 

- He oído decir confiadamente que las tropas estadounidenses habían llegado a Europa no para combatir a los alemanes, sino para aplastar una revolución en Inglaterra. Hay que pertenecer a la clase intelectual para creerse algo así; ninguna persona normal puede ser tan estúpida. 



- Tan pronto como aparecen el miedo, el odio, los celos y el culto al poder, se pierde el sentido de la realidad.