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Leni Riefenstahl, Conversaciones - Recopilación prensa


- Mientras practico alpinismo en las Dolomitas, comienza la guerra. Como reportera de guerra sigo a la Wehrmacht a Polonia. Después de cinco días en el frente, asisto a una masacre de civiles cerca de Konskie y abandono mi destino. Gran parte de la guerra estuve trabajando en la película Tiefland, una ópera ambientada en España y en la rebelión de un pueblo contra un tirano local. Este proyecto no es del interés de Hitler y no me ayudará en su realización. Hacia el final de la guerra, me caso con el coronel Peter Jacob. Adolf Hitler nos invita a Berghof, su residencia en los Alpes bávaros. Allí descubro a un hombre que vive un naufragio mental y físico. 

- Al terminar la guerra, los norteamericanos me arrestan y "desnazifican" en un campo. Finalmente me liberan, aunque poco después vuelvo a ser detenida y "desnazificada" una segunda vez, en esta ocasión por los franceses. Me divorcio de mi marido al salir del campo. 

- Visito por primera vez a los nuba, una tribu del sur del Sudán. Les hago cientos de fotografías , que serán publicadas en dos libros. Son hombres de otro planeta, extraordinariamente bellos, generosos, valientes. Hasta el año 2000 los visitaré decenas de veces. 

- Vivo con los nuba en un pueblo de las montañas, en Tador. Soy consciente de la presión a la que se ven sometidos estos pueblos. El Gobierno de Jartum lleva a cabo una guerra étnica para erradicar su cultura. 80.000 personas están en peligro. Pueblos enteros han sido desnutridos, sus hombres asesinados, sus mujeres violadas y casadas a la fuerza con soldados. El ejército dispara contra los aviones que les llevan ayuda contra la sequía. El gobierno del  general Al-Bashir hace todo lo posible para matarlos de hambre. Esto no es una catástrofe natural, es un exterminio. 

- Hitler no era un dios. Iba en un aeroplano, volando a Núremberg, en un avión absolutamente normal. Él no es un dios. ¿Quién dice que es un dios? Los periodistas lo dicen. No la película. ¿La película dice eso? En ella se ve un aeroplano; todavía no vemos a Hitler, nos imaginamos que él vuela a Núremberg en un avión. 

- Yo no tengo ideales, lo único que hice fue cumplir con mi deber. Sólo era eso. No embellecí las cosas de ninguna manera. Yo quería hacer un documental tan bueno como fuera posible, lo que significa filmar las imágenes con una dinámica cinematográfica pero sin un objetivo concreto; sólo lo que vi. No importa la clase de ideas que se tengan ni lo que se quiere expresar en la película. Es cuestión de presentar lo que se desarrolla frente a tu cámara, más que de trasladar ideas. 

- Yo siempre veo en la vida más lo positivo que lo negativo. La belleza atrae mi atención más que las cosas que no son bellas. Por eso me dedico más a las cosas bellas que a las feas, y por eso la belleza es siempre más visible en mis obras. 

- No soy una clarividente. No podía suponer en 1934 lo que iba a ocurrir durante la guerra, ni que habría tantas muertes. Es un sinsentido suponer que en el año 1934 se pudiera saber que cuatro años más tarde la gente estaría muriéndose. 

- La primera moneda cambió el carácter de los nuba. Desde ese momento, podían comprar cualquier cosa en el mercado. Empezaron a cultivar algodón y lo vendían en el mercado; obtenían dinero con el que compraban otras cosas. Todos quisieron tener dinero. Antes no había ninguna diferencia entre ellos. Sin dinero, todos eran iguales. Pero con la llegada del dinero, unos tenían más y otros menos, y de esta forma, de repente, algo que no conocían antes se levantó entre ellos; una cierta competitividad y una cierta envidia. Y eso cambió su carácter. 

- Donde la sombra de la civilización se extiende, la felicidad humana desaparece. 

- Cuando les enseñé las fotos de cómo eran antes, cuando iban desnudos, de repente se mostraron avergonzados. Les habían convencido de que era malo. 

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Recopilación en prensa:
























op.cero:


Muy Historia, Biografías:

Federico García Lorca, Conversaciones


- Mi infancia es aprender letras y música con mi madre, ser un niño rico en el pueblo, un mandón.

- Un día nos quedamos sin dinero Dalí y yo. Un día como tantos otros. Hicimos en nuestro cuarto de la Residencia un desierto. Con una cabaña y un ángel maravilloso (trípode fotográfico, cabeza angélica y alas de cuellos almidonados). Abrimos la ventana y pedimos socorro a las gentes, ¡perdidos como estábamos en el desierto! Dos días sin afeitarnos, sin salir de la habitación. Medio Madrid desfiló por nuestra cabaña.

- Considero que el teatro puede ser muy atrevido; pero con una norma: que sea para todo el mundo. Está bien algo de laboratorio de teatro experimental; pero toda obra de teatro no debe buscar limitaciones, sino ser ampliamente para todos.

- Yo siempre haré el teatro que me guste, el que siento; y lo haré como me de la gana.

- En Cuba di, más tarde, un curso de conferencias en la Sociedad Hispanoamericana de Cultura, que es la entidad que organiza los cursos más importantes a cargo de españoles capacitados en la especialidad de sus estudios. Allí las conferencias se pagan muy bien.

- Nadie es profeta en su tierra. Tengo un grupo de amigos, si es cierto, que toman con el cariño de las cosas propias mis triunfos en escena. Pero Granada, que es ciudad inteligente, es una ciudad muy fría... Lo que vale allí es el pueblo, son las afueras, el Albaicín, todo lo que hay de secular en la entraña de las gentes del pueblo. Es el pueblo ése de las calles. La ciudad es una ciudad acolchada, muerta... Ahora bien: todo carácter del pueblo vierte a raudales la simpatía...

- Yo creo que en el ocio surge la poesía más pura. Unos días escribo mucho, otros nada.

- Sería horroroso que saliera a la calle, al café, al casino, y hablara de literatura. Trabajar en casa y en la calle... ¡Ah no! Prefiero hablar de toros y de fútbol.

- El artista debe ser única y exclusivamente eso, artista. Con dar todo lo que tenga dentro de sí, como poeta, como pintor... ya hace bastante. Lo contrario es prostituir el arte. Ahí tienen ustedes el caso de Alberti, uno de nuestros mejores poetas jóvenes que, ahora, luego de su viaje a Rusia, ha vuelto comunista y ya no hace poesía, aunque él lo crea, sino mala literatura de periódico. ¡Qué es eso de artistas, de arte, de teatro proletario!... El artista, y particularmente el poeta, es siempre anarquista, sin que sepa escuchar otras voces que las que afluyen dentro de sí mismo, tres fuertes voces: la VOZ de la muerte, con todos sus presagios; la VOZ del amor y la VOZ del arte...

- Ahora nos ha venido fascista de Italia. Algo así como para arrastrarlo de las barbas... ¡Ya tenemos otro Azorín! (en referencia a Valle-Inclán).

- Azorín merecía la horca por voluble.

- No puedo tolerar a los viejos. No es que los odie. Ni que los tema. Es que me inquietan. No puedo hablar con ellos. No sé qué decirles. Sobre todo aquellos viejos que piensan que, por sólo serlo, están en todos los secretos de la vida. Eso que llaman experiencia y que tanto nombran los viejos, no la concibo. En una reunión de ancianos, yo no sabría decir una palabra. Me aterrorizan esos ojillos grises, lacrimosos, esos labios en continuo rictus, esas sonrisas paternales, ese afecto tan indeseado como puede serlo una cuerda que tire de nosotros hacia un abismo... Porque eso son los viejos. La cuerda, la ligazón que hay entre la vida joven y el abismo de la muerte.

- La muerte... ¡Ah!... En cada cosa hay una insinuación de la muerte. La quietud, el silencio, la serenidad, son aprendizajes. La muerte está en todas partes. Es la dominadora... Hay un comienzo de muerte en los ratos que estamos quietos. Cuando estamos en una reunión, hablando serenamente, mirad a los botines de los presentes. Los veréis quietos, horriblemente quietos. Son piezas sin gestos, mudas y sombrías, que en esos momentos no sirven para nada. Están comenzando a morir... Los botines, los pies, cuando están quietos, tienen un obsesionante aspecto de muerte. Al ver unos pies quietos, con esa quietud trágica que solamente los pies saben adquirir, uno piensa: diez, veinte, cuarenta años más, y su quietud será absoluta. Tal vez unos minutos. Quizá una hora. La muerte está en ellos.

- No puedo estar con los zapatos puestos, en la cama, como suelen hacer los tofos cuando se echan a descansar. En cuanto me miro los pies, me ahoga la sensación de la muerte. Los pies así, apoyados en sus talones, con las plantillas hacia el frente, me hacen recordar a los pies de los muertos que vi cuando niño. Todos estaban en esa posición. Con los pies quietos, juntos, con zapatos sin estrenar... Y eso es la muerte.

- De repente mis amigos dejaran de serlo, si estuviera rodeado de odios o de envidias, no podría triunfar. No lucharía siquiera. Poco o nada me importa de que a la gente le guste o no le guste mi obra. No me importa por mí, pero me importa por mis amigos, por esa barra de muchachos que dejé en Madrid y por los que tengo en Buenos Aires. Sé que ellos se disgustarían si una de mis obras fuera silbada. Yo sufriría por su disgusto, y no por mi obra. Son mis amigos los que me han creado la obligación de triunfar. Y yo triunfo porque quiero que mis amigos no me pierdan el cariño ni la fe que depositaron en mí. De los otros, de quienes no me quieren o que yo no conozco, no me preocupo artísticamente.

- No puede imaginarse la vergüenza que me da el ver mi nombre así, en grande, expuesto al público. Tengo la sensación de estar desnudo ante la curiosidad de las gentes. No puedo soportar la exhibición de mi nombre. Pero debo tolerarla porque así lo exigen las necesidades del teatro. La primera vez que vi mi nombre así, en las calles, fue en Madrid. Mis amigos me llamaban alegremente, anunciándome que ya estaba en vías de fama. Pero a mí no me hizo gracia. Mi nombre estaba en las esquinas, ante la curiosidad de unos y la indiferencia de otros. ¡Y era mi nombre!... Eso, tan mío, puesto así, para que todos se sirvan de él. Y esto, que a otros daría tanta alegría, a mi me dio una pena profundísima. Era como si dejara de ser yo. Como si dentro mío se desdoblara una segunda persona, enemiga mía, para burlarse de mi timidez desde todos esos cartelones.

- La creación poética es un misterio indescifrable, como el misterio del nacimiento del hombre. Se oyen voces no se sabe dónde, y es inútil preocuparse de dónde vienen. Como no me he preocupado de nacer, no me preocupo de morir. Escucho a la Naturaleza y al hombre con asombro, y copio lo que me enseñan sin pedantería y sin dar a las cosas un sentido que no sé si lo tienen.Ni el poeta ni nadie tienen la clave y el secreto del mundo.

- En el trágico fin sólo desearía una perduración: que mi cuerpo fuera enterrado en una huerta; que por lo menos mi más allá fuese un más allá de abono.

- El toreo es probablemente la riqueza poética y vital mayor de España, increíblemente desaprovechada por los escritores y artistas, debido principalmente a una falsa educación pedagógica que nos han dado y que hemos sido los hombres de mi generación los primeros en rechazar. Creo que los toros es la fiesta más culta que hay hoy en el mundo.







El Espíritu deportivo, George Orwell 1945


A escala internacional, el deporte es realmente un simulacro de guerra. Pero lo más significativo no es el comportamiento de los jugadores sino la actitud del público y, tras este, la de los países, que enloquecen con esas competiciones absurdas y creen de verdad, aunque les dure solo un rato, que corriendo, saltando y dando patadas a una pelota se demuestra la valía de la nación.

Uno de los espectáculos más terribles del mundo es un combate entre un boxeador blanco y otro de color ante un público mixto. Pero el público del boxeo siempre es repugnante, y las mujeres en concreto se comportan de tal modo que creo que el ejército no les permite asistir a sus campeonatos.

El primer partido de fútbol importante que se jugó en España, hará unos quince años, terminó en unos disturbios incontrolables. Siempre que surge un fuerte sentimiento de rivalidad, la idea de jugar según las reglas se desvanece. La gente quiere ver a un equipo en lo más alto y al otro humillado, y se olvida de que una victoria lograda con malas artes o por la intervención de la muchedumbre no significa nada. Aunque no intervenga físicamente, el público intenta influir en el partido animando a su equipo y "picando" a los jugadores contrarios con abucheos e insultos. El deporte de élite no tiene nada que ver con el juego limpio. Su vínculo es con el odio, la envidia, la bravuconada, el desprecio de cualquier norma y un gusto sádico por contemplar la violencia; en otras palabras, es como la guerra pero sin disparos.

Los que mayor difusión han tenido han sido los deportes de confrontación más violentos, el fútbol y el boxeo. Está bastante claro que todo esto guarda relación con el ascenso del nacionalismo, es decir, con esa lunática costumbre moderna de identificarnos con amplios grupos de poder y verlo todo en términos de competición por el prestigio.

Al deporte se lo toma en serio en Londres y Nueva York, como se tomaba en serio en Roma y Bizancio; por el contrario, aunque en la Edad Media se practicaba, y probablemente con gran brutalidad, no se mezclaba con la política ni generaba odios entre grupos.

Alguien que quisiera acrecentar el cúmulo ingente de sentimientos hostiles que hay en el mundo hoy en día, difícilmente encontraría mejor manera que organizar una serie de partidos de fútbol entre judíos y árabes, alemanes y checos, indios y británicos, rusos y polacos e italianos y yugoslavos, a los que asistieran cincuenta mil hinchas por cada bando. No estoy insinuando, por supuesto, que el deporte sea una de las principales causas de la rivalidad entre países; el deporte a gran escala creo que es, sencillamente, una secuela más de las causas que han producido el nacionalismo. Pero enviando un equipo de once hombres con el cartel de campeones nacionales a presentar batalla a un equipo rival, y permitiendo que en ambos lados se perciba que el país que resulte derrotado "perderá prestigio", uno solo consigue empeorar las cosas. 

Bastante causas reales de problemas tenemos ya, y no necesitamos agravarlas animando a unos muchachos a pegarse patadas en la espinilla entre los rugidos de un público fuera de sí. 

Palabras nuevas, 1940, Mi país, a derechas o a izquierdas, George Orwell


PALABRAS NUEVAS, 1940

- ¿Cómo describes un sueño? Está claro que nunca lo haces, porque no existen palabras en nuestro lenguaje que transmitan la atmósfera de los sueños.

- Si los sueños fueran indescriptibles, quizá no valdría la pena darle vueltas al asunto. Sin embargo, como se ha señalado una y otra vez, la mente en estado de vigilia no es tan diferente de la mente durante el sueño como parece, o como nos gusta hacer creer. Es cierto que la mayoría de nuestros pensamientos conscientes son "razonables"; es decir, en nuestras mentes existe una especie de tablero de ajedrez en el que los pensamientos se mueven lógica y verbalmente. Empleamos esta parte de nuestras mentes para cualquier problema intelectual básico, y adquirimos la costumbre de pensar (esto es, de pensar en nuestros momentos ajedrecísticos) que eso es toda la mente. Pero, obviamente, no lo es. El mundo desordenado y no verbal de los sueños nunca se ausenta del todo en nuestras mentes, y si fuera posible efectuar algún cálculo, me atrevería a decir que nos encontraríamos con que la mitad del volumen de nuestros pensamientos conscientes es de este orden. No cabe duda de que los pensamientos oníricos intervienen incluso cuando tratamos de pensar verbalmente, influyen en nuestros pensamientos verbales y son en gran medida ellos los que hacen que nuestra vida interior sea valiosa. Examinemos nuestros pensamientos en cualquier momento escogido al azar. El movimiento principal será una corriente de cosas difusas; tan difusas que uno apenas sabe si llamarlas "pensamientos", "imágenes" o "sensaciones".

- Supongo que si un hombre no se ríe cuando está solo su vida interior debe de ser relativamente estéril.

- La solución que propongo es inventar palabras nuevas con la misma intencionalidad con la que inventaríamos componentes nuevos para un motor de coche.

MI PAÍS, A DERECHAS O A IZQUIERDAS, 1940

- Contrariamente a lo que suele creerse, el pasado no estuvo más lleno de acontecimientos que el presente. Si produce esa impresión es porque, cuando echamos la vista atrás, vemos solapadas cosas que ocurrieron con años de diferencia, y porque pocos de nuestros recuerdos nos llegan en un estado genuinamente puro. Es en gran parte a causa de los libros, películas y relatos surgidos tras la guerra de 1914-1918 que le suponemos ahora a esta un carácter épico y formidable del que carece la guerra actual.

- Si organizo con honestidad y hago caso omiso de lo que he ido sabiendo desde entonces, debo admitir que nada en toda la guerra me conmovió tan profundamente como lo había hecho el hundimiento del Titanic unos años antes. Este desastre, nimio en comparación, estremeció al mundo entero, y la conmoción aún no se ha disipado del todo. Recuerdo las terribles y detalladas crónicas que leíamos en torno a la mesa del desayuno (en aquellos tiempos era costumbre leer el periódico en voz alta), y recuerdo que, de toda la larga lista de horrores, el que más me impresionó fue que, en el último momento, el Titanic se irguió en vertical y se hundió por la proa, de modo que la gente que se aferraba a la popa fue impulsada hasta no menos de noventa metros por los aires antes de zambullirse en el abismo. Me provocaba un nudo en el estómago que casi puedo sentir todavía. Nada durante la guerra me provocó esa misma sensación.

- Estoy convencido de que parte de la fascinación por la Guerra Civil española que tenía la gente de mi edad se debía a que era muy parecida a la Gran Guerra. En ciertos momentos, Franco consiguió juntar los aviones suficientes como para librar una guerra de tipo moderno, y estos fueron los puntos de inflexión. Pero por lo demás fue una copia mala de la guerra de 1914-1918, el pedazo de frente de Aragón en el que estaba yo debía parecerse mucho a un sector tranquilo de la Francia de 1915. La artillería era lo único que faltaba. Incluso en raras ocasiones en que todos los cañones de Huesca y de las afueras disparaban simultáneamente, solo alcanzaban a hacer un ruido intermitente y poco impresionante, como el final de una tormenta. Los proyectiles de los cañones de 150 mm de Franco caían con bastante estruendo, pero nunca eran más de una docena a la vez. Sé que lo que sentí cuando oí por primera vez la artillería disparando "con rabia", como suele decirse, fue, al menos en parte, decepción. Era tan diferente del rugido formidable, ininterrumpido, que había estado esperando durante veinte años...

- No acabo de recordar en qué año estuve por primera vez seguro de que se acercaba la guerra actual. Después de 1936, claro está, era evidente para cualquiera que no fuese idiota.

- La noche antes de que se anunciara el pacto germano-soviético soñé que la guerra había estallado.

- Me encontré en el periódico la noticia del vuelo de Ribbentrop a Moscú. De modo que la guerra se avecinaba, y el gobierno, incluso el de Chamberlain, tenía asegurada mi lealtad. Ni que decir que tiene que esa lealtad era y sigue siendo un mero gesto. Al igual que con casi toda la gente que conozco, el gobierno ha rechazado de plano emplearme en ningún puesto, ni siquiera como oficinista o soldado raso. Pero eso no cambia los sentimientos de uno. Además, se verán obligados a hacer uso de nosotros tarde o temprano.

- No hay en realidad ninguna alternativa entre oponer resistencia a Hitler y rendirse a él, y desde una perspectiva socialista diría que es mejor lo primero.

- El patriotismo no tiene nada que ver con el conservadurismo.

- Solo la revolución puede salvar a Inglaterra, eso es obvio desde hace años, pero ahora la revolución ha comenzado, y podría avanzar bastante rápido si conseguimos que Hitler no nos invada. En dos años, tal vez uno, si conseguimos tan solo aguantar, veremos cambios que sorprenderán a esos idiotas incapaces de ver más allá. Me atrevo a decir que la sangre correrá por los sumideros de Londres. Muy bien, que así sea si es necesario. Pero cuando las milicias rojas estén acuarteladas en el Ritz, sentiré todavía que la Inglaterra que me enseñaron a amar hace tanto tiempo y por motivos tan diferentes persiste de algún modo.

- Aún hoy noto una ligera sensación de sacrilegio por no ponerme en posición de firmes durante el "Dios salve al Rey". Es infantil, por supuesto, pero prefiero hacer recibido ese tipo de educación que ser como esos intelectuales de la izquierda, tan "progresistas" que son incapaces de comprender las emociones más normales y corrientes. Es precisamente esa gente a la que nunca le ha dado un vuelco al corazón al contemplar la Union Jack, la que se acobardará cuando llegué el momento. Que cualquiera compare el poema que escribió John Cornford no mucho antes de que lo mataran ("Antes del asalto a Huesca") con el "There's a breathless hush in the Close tonight" de sir Henry Newbolt. Si dejamos a un lado las diferencias técnicas, que no son más que una cuestión de su época, veremos que el contenido emocional de los dos poemas es casi exactamente el mismo. El joven comunista que murió heroicamente en las Brigadas Internacionales era obra de la escuela privada hasta la médula. Había transformado sus lealtades, pero no sus sentimientos. ¿Qué prueba eso? Simplemente, la posibilidad de construir un socialista sobre el armazón de un Blimp, la capacidad de un tipo de lealtad para transmutarse en otro, la necesidad espiritual del patriotismo y las virtudes militares, para las cuales, por poco que les gusten a los blandengues de izquierda, no se ha encontrado todavía ningún sustituto.