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Soy Yo, Édichka - Eduard Limónov




  • Amenizo la ingesta de alimentos con música, y prefiero la emisora española. 
  • Un gran retrato de Mao Tse Tung, motivo de espanto de todo aquel que pasa por mi casa. 
  • Recibo una prestación social. Vivo a vuestra costa, vosotros pagáis impuestos y yo no hago una mierda, voy un par de veces al mes a una oficina espaciosa y limpia en Broadway 1515 y me dan mis cheques. Me considero un canalla, un despojo de la sociedad, no tengo vergüenza ni conciencia porque no me martiriza, no tengo intención de buscar trabajo, quiero recibir vuestro dinero hasta el fin de mis días. 
  • ¿Que no os gusto? ¿Que no queréis pagar? Es muy poco dinero: 278 dólares al mes. No queréis pagar. ¿Y para qué mierda me habéis llamado, para qué me habéis arrancado de Rusia para venir aquí junto con un montón de judíos? Presentad vuestras reclamaciones ante vuestra propaganda, porque es demasiado fuerte. Es ella, y no yo, la que os vacía los bolsillos. 
  • Yo no divido a las personas procedentes de la URSS en rusos y judíos. Todos somos rusos. Las costumbres, los hábitos tan dispares de mi pueblo han arraigado en ellos, y tal vez los han destrozado. En cualquier caso, tristemente sé por experiencia que las costumbres rusas no dan la felicidad. 
  • Cuando uno se encuentra en una situación de mierda no tiene muchas ganas de tener amigos y desconocidos desgraciados, y casi todos los rusos llevan marcado el sello de la infelicidad. Se les reconoce de espaldas por una especie de abatimiento reprimido que impregna toda su figura. Sin apenas tener trato con ellos, siempre los reconozco en el ascensor. El abatimiento es su principal seña de identidad. Entre la primera y la decimosexta planta aprovechan para hablar contigo, para enterarse de si esa América de doscientos años de historia dará la nacionalidad estadounidense a todos los nuevos emigrantes; tal vez exijan redactar una solicitud al presidente. Ni ellos mismos saben para qué necesitan la nacionalidad. 
  • Durante un tiempo trabajé en el periódico Russkoe Rielo de Nueva York, por aquel entonces me interesaban los problemas de la inmigración. Después de un artículo titulado “Desengaño” me despidieron del periódico: del mal, cuanto más lejos, mejor. 
  • Me aburrían esas comidas familiares judías a las que me invitaban, no me convenían. Me encanta el pescado relleno y el picadillo de arenque, pero soy más de explosivos, congresos y emblemas rellenos, como veréis más adelante. A Édichka le aburre la vida normal, ya se apartó de ella en Rusia, no iba a dejarme llevar aquí por el sueño y el trabajo. Y una mierda. 
  • Un día comprendí que no llegaría más lejos que eso, está bien, en Moscú me leen, y en Leningrado, y mis poemarios llegaron a una decena más de ciudades grandes, la gente me aceptó, pero no el gobierno. Lo que yo hago se puede difundir por todos los medios artesanos que quieras pero así nunca se llega al pueblo. 
  • Ahora veo que aquí o allá es la misma mierda, cada sitio tiene sus pandillas. Pero aquí pierdo por partida doble porque soy escritor ruso, escribo palabras en ruso, y resulta que estoy malacostumbrado a la fama en la clandestinidad, a la atención del Moscú clandestino, a la Rusia creativa donde el poeta no es un poeta como en Nueva York. En Rusia, desde tiempos inmemoriales, un poeta es una especia de líder espiritual; allí, por ejemplo, conocer a un poeta es un gran honor. Aquí el poeta es una mierda, por eso incluso Joseph Brodsky se entristece en vuestro país. 
  • Los otros chicos, mis amigos, los que se fueron a Israel, eran unos nacionalistas, cuando se fueron pensaban que en Israel encontrarían el modo de aplicar su inteligencia, su talento, sus ideas, pues lo consideraban su Estado. ¡Pero qué iba a serlo! No es su Estado. Israel no necesita sus ideas, su talento o su capacidad de razonamiento, no, Israel necesita soldados, lo mismo que en la URSS, ¡uno, dos y a callar! Pero si eres judío tienes que defender tu patria. Ya estamos hartos de defender vuestras viejas banderas descoloridas, vuestros valores que hace tiempo dejaron de serlo, estamos hartos de defender “lo vuestro”. 
  • El ser humano no tiene tranquilidad en este mundo. Tiran de él por todas partes y le obligan a ganar dinero.
  • No tengo madera de esclavo, no sé servir bien. 
  • En general, esta huída a otro país no me ha aportado nada bueno de momento; en la URSS me relacionaba con poetas, pintores, académicos, embajadores y mujeres rusas fascinantes, mientras que aquí, como veis, mis amigos son bocones, auxiliares de camarero, electricistas, porteros y friegaplatos. Aunque ya no me jode pensar en mi vida anterior, me esfuerzo tanto en olvidarla que creo que al final lo conseguiré. Tiene que ser así, si no uno está siempre en decadencia. 
  • En mi país los homosexuales son muy infelices, les pueden espiar si quieren y enviarlos a la cárcel por amor antinatural, según la ley soviética… yo era poeta, y me deleitaba con las Canciones alejandrinas de Mijaíl Kuzmin, donde elogiaba a un amante varón y se hablaba del amor masculino. 
  • Los jóvenes vivían con los viejos, aprendían de ellos, cuando un joven y un viejo se quieren y viven juntos es algo noble. El joven a menudo necesita un sostén, el apoyo de una mente experimentada y madura. Era una buena tradición. Por desgracia, ahora ya no es así. Ahora los jóvenes prefieren vivir con otros jóvenes, y de ahí no sale nada más que un folleteo brutal. 
  • Los hechos hablan por sí solos, estábamos igual que en Rusia, no podíamos publicar nuestros artículos en America, es decir, expresar nuestra opinión, solo que aquí teníamos prohibida otra cosa: escribir en tono crítico sobre el mundo occidental. 
  • El ser humano es débil, así que a menudo lo aderezábamos con cerveza y vodka. Pero mientras que un hombre de Estado trajeado no se atreve a decir que ha tomado esta o aquella decisión gubernamental en el intervalo que media entre dos vasos de vodka o de whisky, o estando en el lavabo, a mí esa especia de extemporaneidad, de inoportunidad de la manifestación del talento y el genio humanos siempre me ha admirado.  No pretendo ocultarlo. Esconder significa torcer y permitir que se tuerza la naturaleza humana. 
  • En algún lugar está escrito que El pensador de Rodin es una falacia. Estoy de acuerdo. La idea de esa frente alta y los músculos faciales en tensión, ese desprendimiento ajado de todos los pliegues del rostro, la inclinación de la cara hacia abajo, cuando en realidad debería reflejar la debilidad y el absurdo. Cualquiera que sea un poco observador lo habrá notado más de una vez en sí mismo. Así que Rodin es un capullo. En el arte hay muchos capullos, como en todos los ámbitos. Si hubiera llamado a su escultura “Idea”, todo hubiera sido fidedigno: en el interior del ser humano el pensamiento está en tensión, pero precisamente por eso externamente el aspecto es de descuido. La persona que sabe pensar, durante el proceso de desarrollo del pensamiento parece una ameba amorfa. 
  • Tengo debilidad por la ropa excéntrica y circense, y aunque por mi extrema pobreza no puedo permitirme nada especial, todas mis camisas son de encaje, tengo una chaqueta de terciopelo lila, un maravilloso traje blanco (mi orgullo), mis zapatos son siempre de tacón alto, tengo hasta unos rosas, los compro en el mismo sitio que todos esos chicos, en dos de las mejores tiendas de Broadway, en la esquina de la Cuarenta y cinco con la Cuarenta y seis, unas tiendecitas adorables muy atrevidas donde todo lleva tacones y es provocador y absurdo para la gente gris. Quiero que incluso mis zapatos sean una fiesta, ¿por qué no?
  • Llevo en la sangre el amor por las armas, recuerdo que desde niño me quedaba helado al ver la pistola de mi padre. Aquel metal oscuro tenía un halo sagrado. De hecho, todavía hoy un arma me parece un símbolo sagrado y misterioso, un objeto que se utiliza para quitar la vida a las personas no puede dejar de ser sagrado y misterioso. El propio contorno del revólver, con todos los detalles, trasmite cierto terror wagneriano, aunque las armas frías con otro contorno tampoco son una excepción. Sin embargo, mi cuchillo parecía amodorrado y perezoso. Era evidente que sabía que no le esperaba nada interesante en un futuro próximo, no tenía un buen trabajo en perspectiva, así que estaba aburrido y apático. 
  • Yo vivía en Rusia, como escritor en ruso, ¿y qué tenía? Durante diez años no me publicaron ni una obra. La cuestión no es conseguir la independencia de todos los pueblos, sino refundar las bases de la vida humana para liberar al mundo de las guerras, evitar la desigualdad de propiedades, impedir la matanza universal de la vida laboral, instruir al mundo en el amor y no en la maldad y el odio, que es a lo que conducen inevitablemente las separaciones nacionales. 
  • Utilizaban mi artículo para sus propios fines, pero así es como funciona, todo el mundo nos utiliza para su propio interés. En cambio nosotros, las personas, no los utilizamos a ellos, los gobiernos. Entonces no se para qué los necesitamos, si no solo no escuchan a las personas sino que actúan en su contra. 
  • Con mi temperamento no tenía nada que elegir. Automáticamente acabé en el bando de los que protestaban, los insatisfechos, los insurgentes, los guerrilleros, los sublevados, los rojos, los homosexuales, los árabes, los comunistas, los negros, los puertorriqueños. 
  • Siento aversión hacia las organizaciones de intelectuales, los viejos partidos que considero faltos de sangre. Yo sigo buscando, quiero algo vivo, no burocracia y recolectas de dinero en una canastilla pata luego publicar los importes, a ver quién da más. No quiero asistir a reuniones y que luego todos se dispersen a sus casas y por la mañana vayan tranquilamente al trabajo. 
  • Lo que se compara con la infancia no puede ser mentira. 
  • ¡Qué repugnante es el pasado, y cuánto espacio ocupa. Yo especialmente tengo mucho, pero no he acumulado objetos. Tampoco preveo cosas materiales en un futuro. Nunca tendré todas esas cajitas, pegatinas, etiquetas… estoy seguro, nunca. Yo acumulo lo inmaterial. 
  • Desde el punto de vista del amor en este mundo, en Rusia hay más que aquí, por supuesto. Se ve a simple vista. Que me perdonen, a mí, a Édichka, que digan que conozco poco América, pero aquí hay menos amor, caballeros, mucho menos…
  • Me habría gustado mucho más estudiar español. Me resulta más pintoresco y cercano, igual que siento más próximo a todos los hispanohablantes que esos estirados oficinistas de corbata o esas flacas secretarias con tacones.
  • ¿Y qué pasa con Rusia?, os preguntaréis. Pues que Rusia y sus sistema social son también un producto de esta civilización, y aunque allí se han introducido algunos cambios, no sirven de mucho. El amor también huye de Rusia. Y este mundo necesita amor, lo pide a gritos. Yo veo que lo que el mundo necesita no es la autodeterminación nacional, ni gobiernos de esta u otra índole, ni el cambio de una burocracia por otra, la capitalista por la socialista, ni a los poderosos capitalistas o comunistas, unos y otros vestidos de traje, el mundo necesita destruir los cimientos de esta civilización misantrópica, crear nuevas normas de conducta y relaciones sociales, el mundo necesita una auténtica igualdad en la propiedad, igualdad de una vez, y no esa mentira que en su momento escribieron en las banderas de la revolución francesa. Se necesita amor entre las personas para que todos vivamos queridos por otros, y para tener sosiego y felicidad en el alma. Y el amor llegará al mundo si se eliminan las causas del desamor. Entonces no habrá una Elena horrible porque Édichka no esperará nada de Elena, la naturaleza de Édichka será otra, y Elena será otra, y nadie podrá compara ninguna Elena porque no tendrá nada con que comprarla, unas personas no tendrán propiedades materiales por encima de otras…
  • Los americanos, con sangre fría, putos listos, nos aconsejan a la gente como yo que cambiemos de profesión. Lo que no entiendo es por qué no lo hacen ellos. Los hombres de negocios que han perdido media fortuna se tiran de la planta 45 de su oficina, pero no se ponen a trabajar de guardia. En la URSS también podía deslomarme trabajando, para eso no tenía ninguna puta necesidad de venir aquí. Lo único que quería de mí el poder soviético era que cambiara de profesión. 
  • A nosotros también ya nos vale, sigo pensando, somos la emigración más frívola. Normalmente es el miedo al hambre o a la muerte lo que impulsa a la gente a cambiar de lugar, a abandonar su país a sabiendas de que probablemente nunca podrán volver. El yugoslavo que se va a América para ganarse la vida puede regresar a su país, nosotros no. Yo jamás volveré a ver a mi padre y a mi madre, yo, Édichka, soy consciente de ello, con firmeza y serenidad.
  • Nuestros propios cabecillas nos pusieron en contra del mundo soviético, los señores Sájarov, Solzhenitsyn y sus esbirros, que no han visto con sus ojos el mundo occidental. Los impulsaban causas concretas, la intelectualidad exigía participar en la administración del país, reclamaba su parte, llevada por la soberbia, por el deseo de darse importancia. Como siempre en Rusia, no había respeto por la moderación. Probablemente se sentían sinceramente engañados, Sájarov y Solzhenitsyn, pero también nos estaban engañando a nosotros. En cierto modo eran los que “dictaban la conciencia”. Era tan poderoso el movimiento de la intelectualidad contra su país y sus reglas que ni siquiera los fuertes pudieron resistirse, ellos también se vieron arrastrados. Nosotros también nos largamos al mundo occidental en cuanto se presentó la posibilidad. Vinimos, pero cuando vimos qué tipo de vida había aquí muchos habríamos vuelto, si no todos, pero no podemos. El gobierno soviético está plagado de mala gente…
  • Me eduqué en el culto a la locura. “Esquizo”, “esquiz” son abreviaturas de esquizofrénico, así llamábamos a la gente rara, y se consideraba un elogio, la más alta valoración que se podía hacer de una persona. La rareza era un estímulo. Decir de una persona que era normal significaba ofenderla. Marcábamos una distancia radical con los montones de gente “normal”. ¿De dónde sacamos nosotros, unos jóvenes rusos de provincias, ese culto surrealista a la locura? Por supuesto, del arte. En aquella época alguien que no hubiera estado en un manicomio no se consideraba una persona digna. Mis antecedentes por ejemplo eran mi tentativa de suicidio en el pasado, casi en la infancia, y gracias a eso podía entrar en ese grupo. Era la mejor recomendación posible. 
  • Racista es un insulto para un profesor liberal americano, pero para una persona del campo bielorruso, marino de un pesquero, racista no es un insulto. 
  • ¿Qué busco? Tal vez la hermandad de los rudos hombres revolucionarios y terroristas, para que por fin mi alma pueda descansar en el amor y devoción hacia ellos, o tal vez busco una secta religiosa, un amor que me adoctrine, el amor de ellas personas entre sí, pero cueste lo que cueste: amor. 
  • Aquellos a los que se ama siempre se van. 
  • Los rusos dirigentes han aprendido de sus colegas americanos el arte de matar con medios más modernos, a saber: si quieres matar a un artista, cómpralo…
  • En quedes ha convertido Salvador Dalí. Antes era un pintor con talento, ahora es un viejo bufón que solo es capaz de decorar con su momia los salones ricos. Lo conocí en uno de esos salones. 
  • Las litografías y aguafuertes que se vendían en todas las tiendas de viejos chochos como Picasso, Miró, el propio Dalí y otros han convertido el arte en un enorme bazar sucio. 
  • Dinero, el dinero y la codicia de dinero es lo que mueve a esos viejos. Han pasado de ser traviesos a ser sucios hombres de negocios. Lo mismo les espera a los jóvenes de hoy en día, por eso he dejado de amar el arte. 


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