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Millán Astray, Legionario - Un superviviente de sí mismo. Luis E. Togores


Millán Astray :Un superviviente de sí mismo

Por Luis E. Togores

La pérdida de importancia y responsabilidad no supuso un descenso de su fama y popularidad. Millán Astray era muy conocido por los madrileños y por todos los españoles. Su simpatía le había granjeado la amistad de muchos de los intelectuales, artistas, toreros… de su tiempo. Entre éstos se encontraba la cantante argentina Celia Gámez, a la que había conocido en los primeros días de Radio Nacional Española, y que seguramente ya conocía de sus visitas a Argentina, pues fue novia de los aviadores Ramón Franco y de Durán. 

Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, también tuvo algún papel, aunque mucho menos relevante que en los años de la recién Guerra Civil. Su adscripción de boquilla al fascismo no le convertía en una de las figuras más idóneas para estrechar lazos fundamentalmente con la Alemania nazi. 


Su actuación, sin embargo, sí tuvo alguna relevancia con respecto al Japón y su nuevo papel como gran potencia hegemónica en Extremo Oriente. Su declarada admiración por la figura y espíritu de los samuráis facilitó su contacto con la representación e intereses japoneses en España. 

Lo que sí es cierto es que Millán Astray se pronunció abiertamente a favor de la ocupación japonesa de Filipinas, ya que así la ex colonia española era arrebatada a la soberanía norteamericana. Recordemos que era un ex combatiente de Filipinas. Consideró la llegada de los nipones -como de hecho pensaban muchos españoles franquistas- como una cierta recuperación de la presencia e intereses de los españoles en las islas. El 17 de diciembre de 1943, Informaciones publicaba unas declaraciones de Millán Astray a Gaspar Tato Cumming al respecto:

La primera medida de Japón en Filipinas ha sido nombrar al alcalde filipino,ardiente filipino, en Manila y desterrar la enseñanza del inglés y la cultura anglosajona en el archipiélago. Dos síntesis de dos teorías sobre Filipinas, que apuntan un futuro que puede resumirse así: cooperación con el pueblo filipino y respeto a la cultura hispana. Dos deducciones: manifestación de que en un futuro el pueblo filipino será independiente, actuando con este sentido en el espacio vital del nuevo orden asiático; y el nombramiento de una Embajada en el Estado del Vaticano. Sintonía política, pues no olvidemos que los filipinos constituyen un pueblo esencialmente católico, en el que sobrenadan masones y salvajes. 

Al conocer como al mariscal Graziani, combatiente de tres guerras, mutilado y perseguido por el entonces ministro de Defensa italiano Pacciardi, en un gobierno presidido por De Gasperi, se le había privado de todas sus condecoraciones, incluso la medalla de mutilado, Millán Astray reaccionó iracundo. Envió al heroico Graziani su propia medalla de mutilado, que el mariscal italiano aceptó; hecho que fue recogido por la revista Dígame: 

Hace poco más de un año, cuando el general Millán Astray supo que el mariscal Rodolfo Graziani, después de haber combatido durante cincuenta años por su patria, se veía desposeído de todas sus condecoraciones, incluso de la medalla de mutilado, le envió su propia medalla de mutilado, ofreciéndosela en una cariñosa carta. 

En los últimos años de su vida, dedicó buena parte de las escasas fuerzas que le quedaban a temas de caridad. Su interés y conocimiento de las clases populares, fruto de un permanente trato con los sectores más desprotegidos de la sociedad, le llevó a colaborar con las obras sociales de la parroquia del padre Medina -futuro fundador de la Ciudad de los Muchachos-, con los pobres del barrio de Las Latas, en el Puente de Vallecas, y del barrio de Doña Carlota. 

Era un pedigüeño nato, aunque nunca pedía dinero para sí mismo, pero sí para los demás. Llegó a recaudar en una ocasión la importante cantidad de 75.000 pesetas. La mayor parte entregada por su amiga Leonor March Ordinas, cuya partida más importante de gastos se invirtió en que cerca de cien niños hicieran la primera comunión. Son muy conocidas las anécdotas en que perseguía a alguna amistad para lograr algún puesto de trabajo para tal o cual pilluelo que había quedado huérfano o abandonado por sus padres por causa de la guerra o para buscarles plaza en el Colegio de Huérfanos de las Mercedes o en el Asilo de San Rafael. 


Sufrió ocho operaciones quirúrgicas, cuatro heridas de bala graves y otras muchas insignificantes, sufrió de tétanos y de gangrena gaseosa, y le dolía el brazo amputado “siempre, siempre… todas las horas y todos los días”, teniendo en el oído izquierdo un zumbido constante, así como algunos vértigos que llegaban a hacerle perder el equilibrio y desmayarse súbitamente si giraba la cabeza a derecha o izquierda, lo que le obligaba a ir siempre acompañado por un legionario de escolta pues en ocasiones olvidaba esta incapacidad:

Soy muy aprensivo. Creo que tengo todas las enfermedades, además de las que tengo, y me visitan constantemente y fraternalmente -nunca podré pagarlos- don Carlos Jiménez Díaz, don Antonio García Tapia y Marciano Gómez Ulla. Además, todos los días, por la mañana, tiene la bondad de venir a visitarme el capitán médico asesor de la Dirección General, que es mi médico de cabecera y entrañable amigo el doctor Azpeitia. Llevo siempre en el bolsillo cinco o seis medicinas que afortunadamente no suelo tomar, y en mi coche llevo un botiquín con más de veinte, que no tomo tampoco; creo que me traen buena suerte, porque, por mi torpeza soy muy supersticioso; sé que es una tontería…

La valoración que de sí mismo hace el propio Millán Astray resulta curiosa, pues “presume” de defectos que siempre combatió. No deja de ser ésta una postura muy en la línea de su complicado carácter. Sobre su supuesta o real aprensión, su hija solo recuerda su úlcera de estómago, que le obligaba a tomar leche y comer magdalenas y galletas al menor atisbo de hambre. 

Era muy besucón -como él mismo decía- de hombres y, sobre todo, de mujeres. Tenía entrada libre, por invitación, en todos los espectáculos de Madrid, incluidos los toros, por voluntad expresa de los empresarios, aunque los mutilados tenían derecho gratis a la silla de acomodador y taquillero. 

Manifestaba que de todos los militares que conoció a lo largo de su vida, incluido el propio Franco, al que le unió una estrecha y entrañable amistad, su preferido, era Sanjurjo, a pesar de ser él en buena medida el autor del mito del Caudillo victorioso creado durante los años de la Guerra Civil. 

Destacaba, entre los hechos más curiosos de su vida, su visita en 1930 a West Point, haciendo una entrada estilo Hollywood, parándose la circulación de la Quinta Avenida para que pasase con su escolta de motoristas. Recuerdo potenciado, sin lugar a dudas, por la nueva imagen que Estados Unidos proyectaba en España a partir de 1950 y que poco tenía que ver con el Millán Astray pro francés de sus primeros años, o el estrechamente por Eje de los años de la Guerra Civil en inmediata posguerra. 

Tres veces visitó América, la última casi como exiliado, trató personalmente a quince o veinte jefes de Gobierno. Presumía de haber entrado en todos los conventos de clausura de España y de no haber tenido nunca apego al dinero. 

No he ganado más dinero en mi vida que con mi carrera y dos libros que he escrito: ‘La Legión y Franco’, ‘el Caudillo’, porque los demás que he escrito jamás me los han pagado, ni los he cobrado, y cuando me los han querido pagar o lo he declinado o lo he enviado a alguna asociación benéfica. Fui locutor en Radio Buenos Aires, porque cuando estuve allí últimamente, en el año 1936, no me mandaban la paga desde España en tiempos de la República y tuve que hablar por radio para ganarme la vida. Soy muy pobre en dinero, como todos los legionarios, pero muy rico en cariños y en regalos que me hacen los artistas españoles. 

Los miembros de la familia Millán Astray sobrevivieron a la guerra en su inmensa mayoría. Las hermanas del general, a pesar de haber sido encarceladas en la zona roja, salieron indemnes del conflicto, de tal forma que la mayor parte de ellas se pudo de nuevo reunir en 1939.

Le encantaba jugar con sus sobrinos y luego con su hija. Pala recuerda cómo le iba a buscar al colegio para ir luego de paseo al Retiro, a la Casa de Fieras, donde visitaban a los camellos que le regaló el sultán de Marruecos. En aquellos paseos, Pala se comía las galletas que siempre llevaba su padre en el bolsillo para la úlcera de estómago que padecía, y se divertía con los juegos que Millán Astray hacía a los niños que siempre le seguían. Su número fuerte consistía en sacarse el ojo de cristal de su cuenca, entre el horror de su público infantil novato y la alegría y diversión de los que ya conocían el truco. 

No bebía, como ninguno de los varones de su familia. Comía poco, torturado por la úlcera, tomando constantemente su medicina, Beyergal. Era en muchas cosas ascético, acentuada exteriormente esta cualidad por causa de su deteriorado aspecto físico, que con los años fue poco a poco agravándose y haciéndose muy visible por su delgadez. 

En relación a su vida privada fue, como todo en su existencia, singular. Se casó en 1905 con Elvira Gutiérrez de la Torre, nacida en Cuba, hija de un general español. Después de la boda, Elvirita, como la llamaban todos, puso en su conocimiento que había hecho voto de castidad. Millán Astray pudo anular su matrimonio inmediatamente, pero decidió no hacerlo y continuó a lo largo de toda su vida manteniendo una relación “fraternal” con ella. Además, su azarosa vida, que le llevó a estar larguísimas temporadas fuera de casa, en campaña, en Marruecos, facilitó mucho esta situación. Por lo demás, Elvirita, le cuidó primorosamente a lo largo de toda su vida. 

En 1941, en una partida de póquer en casa de su viejo amigo el escritor y abogado Natalio Rivas, Millán Astray conoció a Rita Gasset, hija del ex ministro de Fomento Rafael Gasset, dueño y directo del periódico El Imparcial, y prima carnal del filosofo Ortega y Gasset. 

Rita era una chica moderna, una pionera del feminismo, a la que su padre mandó a un internado por sus gestos libertarios, entre ellos fumar en público. Había decidido que jamás se casaría en las condiciones de sumisión que la mujer tenía respecto al hombre en el matrimonio de la época, que hacía que la mujer pasase de la patria potestad del padre a la del marido. 

A Rita, mujer decidida y de mucho carácter, le impactó Millán Astray. Un hombre que por edad podía ser su padre. Rita era muy distinta de Elvirita. Era alegre, inteligente, emancipada y mucho más joven que Millán Astray. De hecho Elvirita había sido compañera de colegio de la madre de Rita. La verdad es que el General, como recuerdan todos los que le conocieron, tenía un encanto y simpatía especial que le hacía ser objeto de atenciones y cariño por parte de todos los que le conocían. Surgió inmediatamente la amistad entre Rita y Millán Astray. En sus abundantes charlas Rita comentó que quería tener un hijo, pero que debía ser fuera del matrimonio. El General se brindó a ser el padre, tras solicitar permiso a Elvirita. 

En abril de 1941, Rita quedó encinta y Millán Astray decidió anular su matrimonio. El cardenal Leopoldo Eijo Garay le dijo que, dada la no consumación del mismo, no tenía el menor problema. El problema fue otro. Millán Astray tenía con Franco la confianza de dos viejos y entrañables amigos. Cuando le comunicó al Caudillo su decisión, estaban los dos solos, y Franco le dijo: “No me darás este escándalo. Te prohíbo que lo hagas.” La escena fue muy dura. Millán Astray volvió a ser víctima de su prestigio y renunció a la anulación. Franco sabía muy bien el impacto que esa anulación podía tener. Pero el fundador de la Legión quería legitimar a su descendencia. La prohibición de su íntimo amigo suponía que en la España de Franco su futura hija no podría llevar el apellido Millán Astray. Como buen soldado Millán Astray acató la orden de su superior. 

Millán Astray siguió viviendo con Elvirita en Velázquez 99, pero visitaba a diario a Rita y a Palita. Elvira, se convirtió en tía Elvirita. Hasta su muerte, en agosto de 1966, Elvirita -por voluntad expresa de su marido- trató con cariño y cordialidad a su “sobrina”. A Pala le dejó sus joyas y todos sus recuerdos personales; el día que se casó Pala, tía Elvirita le regaló su pulsera de pedida. Rita murió el 2 de agosto de 1985. 

Millán Astray vivió sus últimos años de vida en la sede del Cuerpo de Mutilados, donde hallará la muerte. Fallece el 1 de enero de 1954 a las 10 de la noche. Hacía cinco meses que un problema cardíaco le retenía en casa. Su enfermedad era casi un secreto, no aceptaba que la gente pudiese verle vencido por ella. Él, que siempre se había resistido a todas la debilidades propias del cuerpo humano. En aquellos días están con él su mujer Elvira, su oficial ayudante Armiño y los legionarios de su escolta. Sólo recibía a sus íntimos amigos, a su hija, a Rita y a sus hermanas. Cuando falleció tenía 74 años. 

Su muerte hizo recordar a toda España, al mundo entero, su figura. En los últimos años había sido en buena medida olvidado, pasando a un plano más que secundario, fruto de la nueva España en la que cada vez tenía menos cabida una figura ochocentista y romántica como era la suya. 

Durante los dos últimos meses de convalecencia dictó numerosas instrucciones para cuando llegase su muerte. En ellas decía:

Tengo dicho siempre, y por escrito, que soy católico, apostólico y romano, y que siempre he procurado seguir el camino del amor a Dios, culto a la Patria, al honor, al valor, a la cortesía, al espíritu de sacrificio, a la caridad, al perdón, al trabajo, y a la libertad con justicia. O sea el camino de los caballeros.

Como ya tengo dicho, deseo que no haya ningún rito funerario, sino rito legionario. Que me envuelvan en una sábana, con un pequeño crucifijo encima del pecho y la bandera puede ser la del edificio… nada de túmulos, nada de luces ni hachones. Encima de la tapa de la caja, que será muy sencilla y lo menos parecida a los vulgares ataúdes -pero que no sea de mucho valor- se pondrá mi gorro legionario y un guante blanco…

Se ocultará la hora, se procurará que no se publiquen noticias de Prensa, ni esquelas. Nadie acompañará más que los citados y los legionarios de mi escolta. 

Que sean los legionarios los que me metan en la fosa, y que le den tierra, pero sin tocarle con las manos. 

No se celebrarán funerales de ninguna clase, dedicándose el dinero que se hubiera de emplear en esto, para los niños del Colegio de San Rafael y para las niñas del Colegio de Santa Cristina…

No se dirá la hora de la despedida para que vayan sólo los citados y los legionarios, precisamente los de mi escolta, éstos en camión, los oficiales en el automóvil, y el coronel fundador de la Legión en la fargo, acompañado de dos legionarios…

Pedía a su hija, Pala, no guardase luto más de nueve días y “luego vaya al cine y donde quiera”. Dejó una lista muy detallada de a quién legaba todos sus recuerdos militares, aunque cambió varias veces de parecer. 


¡Muera la intelectualidad traidora!:



La toma de Badajoz - Yagüe El general falangista de Franco, Luis E. Togores



Antes de comenzar el ataque Yagüe arengó a sus hombres: “¡Caballeros legionarios! Los rojos afirman que no sois soldados, sino frailes disfrazados. ¡Entrad en Badajoz a decir misa!”


Yagüe resumía a Franco la toma de la ciudad en las siguientes palabras:


Mes de Agosto de 1936.
Excmo. Sr. Don Francisco Franco B.
Sevilla


Mi querido general: la toma de Badajoz ha sido una operación de mucha barba, como podrás ver por la relación de bajas. Nuestra artillería contra esas murallas servía lo mismo que los fusiles, y en vista de que los pájaros resistían, tuve que entrar a la bayoneta. 

Esta operación me ha enseñado muchas cosas. Primera, las operaciones no pueden hacerse sin la cooperación de la aviación cuando hay que ocupar varios pueblos. Si se trata de uno solo, sí, porque la marcha puede hacerse de noche o asaltar el pueblo al amanecer. Pero si se trata de varios ya el segundo hay que avanzar y combatir de día, y la aviación causa muchas bajas y sobre todo desmoraliza enormemente a la gente, y la desbandada se produce inmediatamente. Hacen falta cañones antiaéreos y caza o aviación nuestra, ante la que huyen hasta los cazas enemigos.

Segundo, los tanques son imprescindibles, porque si no el chorro de bajas hará que estas unidades se queden en cuadro, y como tú sabes, estos soldados no se improvisan. Hoy he mandado a Portugal, como te dije, dos capitanes para ver al capitán Lourenzo y a tu hermano para ver si pueden darnos tanques y cuantos más mejor. Y para levantar el banderín de enganche. 

Tengo noticias de que en Madrid tienen gran cantidad de artillería y que se están fortificando formidablemente: van a ser superiores a nosotros en artillería. Creo imprescindible adquirir seis u ocho grupos de artillería de alcance y potencia superior a la de ellos. Sé que están temerosos del cerco, que es lo único que les preocupa, porque creen que a viva fuerza no se les toma. Yo creo que como no tienen comunicaciones más que con Levante podrían primero los Savoias, volando muy bajo, en sitios que no haya tropas, inutilizar puentes de ferrocarril y carreteras para que su aprovisionamiento lo hicieran de una manera precaria. Estos puentes los arreglarían, pero al día siguiente otros. Después, y una vez sometida Málaga y restableciendo el frente único, avanza una columna a cortar por el sur y reforzar a Mola, para que prolongue su flanco izquierdo; y son nuestros. 

Estas columnas van a necesitar dos unidades más para que las agrupaciones de primera línea tengan tres unidades y la de reserva y maniobra do; y como tienen fuerzas suficientes para organizar dos columnas, mandarle a Mola cuatro o seis unidades. Somos los amos. 

Perdona esta oficiosidad, pero después de la toma de Badajoz la hemos planeado y me dicen te la trasmita. 

He organizado en Badajoz y lo estoy haciendo en la provincia, restablecer el ferrocarril. Obras Públicas ha salido hoy mismo para arreglar puentes y alcantarillas. Como del regimiento no quedan más que rastros, he movilizado las cuotas de reemplazo. Estoy organizando Falange en plan militar, y organizando los Carabineros, Guardia Civil y de Asalto que nos fueron leales. 

Esta Comandancia de la Guardia Civil está desorganizada. Pedí a Cáceres que me mandasen las fuerzas de Badajoz que se habían refugiado en aquella provincia y me dijeron que lo harían enseguida. 

Tengo noticias de que en Francia empezarán a entregarles aparatos mañana o pasado y habrá que tomar precauciones. 

Te mando a Sevilla al teniente coronel de artillería Iturzaeta y al capitán de Estado Mayor Sáez, que me dice Castellón que no los necesita y a mí me sobra gente. 

Creo que mañana podré empezar a mandarte camiones y coches, aunque por aquí no han dejado nada, todo se lo han llevado. 

La propaganda es muy necesaria. Ellos tiran periódicos y proclamas y las columnas y pueblos no ven un solo periódico nuestro. Creo que se debía repartir con profusión.

Con todo respeto y cariño te abraza tu subordinado y amigo

Juan Yagüe. Rubricado.
Badajoz, 15 de agosto de 1936.



     Para los partidarios del bando nacional la toma de Badajoz se convirtió en un hito de la justicia de su causa. Numerosas poblaciones extremeñas y de toda España pusieron calles con el nombre de Yagüe y le nombraron hijo predilecto. Muchos años después de la liberación de Badajoz le seguían llegando cartas al ya general Yagüe agradeciéndole su decidida actuación durante la Guerra Civil.


Las matanzas de Badajoz


El día que liberaron Badajoz las tropas de Yagüe había pasado casi un mes desde el alzamiento militar. En las cuatro semanas de guerra transcurridas ambos bandos se habían lanzado con encarnizamiento a la persecución y eliminación de sus enemigos ideológicos. No debemos olvidar que lo más terrible de una guerra civil respecto a otras guerras es que, en ésta, se convierten en enemigos no sólo los soldados contrarios que visten uniforme y portan armas, sino toda la población civil del bando enemigo, sin importar su edad, sexo y condición. Muy especialmente en los primeros momentos del conflicto. 

La represión roja en Extremadura es, hoy, de sobra conocida. Andalucía oriental y las provincias extremeñas de Cáceres y Badajoz habían quedado bajo el poder de los sectores más extremistas del Frente Popular al comenzar la guerra, que habían procedido, sin dilación, a una enorme limpieza social mediante la matanza indiscriminada de muchos de sus vecinos. 

Ángel David Martín Rubio, sin lugar a dudas el historiador más solvente sobre las cifras de represión en Extremadura, de ambos bandos, durante la Guerra Civil, nos da los siguientes datos contrastados en relación a Badajoz. La cifra de asesinados por el Frente Popular fue en la provincia de Badajoz de 1.461 personas, de las que 34 lo fueron en la propia capital de provincia. Cifras bajas si las comparamos con las de ciudades como Madrid o Málaga. Estos asesinados no pertenecían a las clases más pudientes y conservadoras de la sociedad extremeña, pues sólo el 15,15 por ciento eran propietarios, seguidos de un 12,46 por ciento de labradores, 11,22 por ciento de miembros de profesiones liberales y un 9,84 por ciento de artesanos. Por militancia política la mayor parte de los asesinados eran miembros de la CEDA (el 57,06 por ciento) y falangistas el 26,21 por ciento. En el caso de los falangistas, se trata de un cifra enorme, 130 miembros de FE de las JONS ejecutados, sobre todo si consideramos los pocos miles de seguidores que tenía José Antonio Primo de Rivera en toda España. 

En un mitin pronunciado en el teatro de Minayo de Badajoz, en presencia del gobernador civil, por el diputado socialista Nicolás de Pablos, éste anunció textualmente el “exterminio de las derechas”. Una línea de actuación que era defendida por Largo Caballero, Margarita Nelken y otro muchos líderes del Frente Popular, de manera pública y reiterada. Estas actitudes, nada más empezar la guerra, se convirtieron en una realidad mediante el asesinato y masacre de ciudadanos españoles de toda clase, edad y condición, como la cometida en Granja de Torrehermosa por el miliciano Zambomba y sus correligionarios sobre un anciano, varias mujeres y niñas de la familia De Llera y de sus parientes De la Gala:


Hace pocos años, Televisión Española presentó una larga serie sobre la Guerra Civil dirigida por conocidos historiadores. En uno de los capítulos transmitieron la horrible escena de una de las numerosas matanzas ocurridas durante los primeros meses de la contienda. El locutor del programa afirmó que se trataba de uno de los tristes episodios de la represión nacionalista en Salamanca. Quiso el caso que dos de los supervivientes (telespectadores en ese momento) de aquella tragedia reconocieran el lugar y los hechos. La provincia no era la de Salamanca, sino la de Badajoz; la localidad el pueblo de Granja de Torrehermosa; la fecha el 24 de septiembre de 1936. Los asesinados en este caso no eran tampoco los sublevados, sino un grupo de desalmados de pueblos cercanos a la Granja, gobernado por un ayuntamiento socialista que presidía Anselmo Martínez. Los asesinados eran familiares de los dos sorprendidos televidentes, que habían logrado sobrevivir a aquellos hechos. Lola Durán y su hijita, entonces de un año, lograron salvarse de la matanza…

Cayeron Ventura de Llera y de la Gala (un hombre anciano), sus hermanas Piedad y Felisa, mientras que la hija de esta última quedaba mutilada en la mano derecha. También murió Rosario de la Gala de Llera, de quince años, y la pequeña María de las Nieves de la Gala Durán, de tres años, cuyo cuerpo desfigurado me ha acompañado siempre en la memoria. Su padre, Felipe, había caído días antes. Las criadas Rafaela Barroso y Josefa Calero corrieron la misma suerte aquel horrible 24 de septiembre. Una chiquilla, Encarnita Rubilla, de trece años, recibió un disparo en el vientre que no consiguió matarla hasta muy entrada la madrugada. Su madre, Eloísa, moría del mismo modo en casa de unos parientes de la familia De la Gala de Llera. El Zambomba y sus compañeros de hazañas tan heroicas no se dieron cuenta de que Encarnita y Felisa estaban vivas, aunque la primera lo estuviese solamente hasta las tres y media de la madrugada. También se salvó una hermana de María de las Nieves, Lili, de cuatro años y medio, que, escondida en una tinaja de aceite de la despensa, oyó los disparos e intuyó lo que estaba ocurriendo. 

Llera, L., Historia de España: España actual, el régimen de Franco (1939-1975)

 
No nos engañemos: para unos Yagüe es un héroe y Carrillo un asesino, o viceversa, sin entrar en matices, que existen por el bando al que estaban adscritos cada uno, por su ideología y nada más. Esto es una realidad incuestionable que demuestra la existencia, aún en la actualidad, de las dos Españas. 

Hoy día sabemos que la represión de Badajoz existió y que fue muy dura, pero también sabemos que fue inteligentemente instrumentalizada por la propaganda frentepopulista, y que lo sigue siendo por aquellos sectores de izquierda que mienten, más de siete décadas después, herederos de aquellos. Badajoz fue una de las grandes bazas de la propaganda política del bando republicano, muy útil para demonización de sus enemigos, gracias a su superior sistema de comunicación política, que habían creado desde el mismo comienzo de la Guerra Civil española. Es el único capítulo, en lo relativo al arte de la guerra, en el que los frentepopulistas fueron, y lo siguen siendo sus partidarios, netamente superiores a los nacionales. 


Los medios rojos de comunicación

A las pocas semanas de empezar la guerra el Frente Popular contaba con una poderosa maquinaria de propaganda, igual o mejor que la existente en los países europeos más adelantados en esta materia. La sensibilidad hacia estos temas de las autoridades republicanas propició que el dinero no fuese un problema y por ello incorporasen los métodos y medios más avanzados de su tiempo al esfuerzo propagandístico de guerra. La República contrató a los mejores equipos de expertos nacionales y extranjeros, y su máquina de propaganda empezó a funcionar a todo tren. Así lo puso de manifiesto el corresponsal estadounidense y testigo presencial del proceso Edgard Knoblaugh: 
Máquinas de escribir, multicopistas y rotativos comenzaron la ingente tarea de moldear la opinión pública de dentro y fuera de España. En lo doméstico era sencillo, pues consistía principalmente en idear medios para levantar la moral, pero en el extranjero era más complicado, pues la España republicana era juzgada desfavorablemente en muchos países debido a la interminable serie de actos de violencia inhumana que precedieron a la guerra y a las despiadadas liquidaciones de no combatientes que le siguieron. La labor de los propagandistas era conseguir modificar la opinión mundial, muy especialmente la de los países de los que la España republicana deseaba obtener ayuda moral o material. Los Estados Unidos fueron su objetivo primordial, y solo había que echar una ojeada a los periódicos estadounidenses para darse cuenta de lo eficaz de la campaña. 
Knoblaugh E., ¡Última hora: guerra en España!

A pesar de algunos errores iniciales en sus acciones de manipulación, pronto la propaganda roja comenzó a tener un éxito verdaderamente impresionante. Los sectores culturales de la izquierda europea, así como los partidos y medios de comunicación vinculados al comunismo y al socialismo, hicieron de perfecta caja de resonancia de los infundios y manipulaciones de los departamentos dedicados a la guerra propagandística a favor de la República española:

… el grueso de la propaganda se destinaba al consumo extranjero. Su eficacia era destacable. En muy poco tiempo la prensa mundial se olvidó de los excesos lealistas, y lo que al principio fuera catalogado como “gobierno rojo”, se convirtió, tras la influencia de la hábil propaganda, en “gobierno democrático” que luchaba por mantener la democracia defendiéndola de la “horda de invasores”. 

Son de sobra conocidos los periodistas que, por no plegarse a las directrices propagandísticas republicanas, vieron en peligro sus vidas y fueron expulsados de España. El propio Knoblaugh* es un caso, junto a Willian Carney del New York Times, Roland Winn y John Allwork de Reuter, este último detenido siete veces hasta que fue expulsado. También tenemos a la corresponsal independiente estadounidense Jane Anderson, que se salvó por los pelos de ser fusilada, entre muchos otros.

*Knoblaugh, a raíz de una serie de entrevistas con miembros de las Brigadas Internacionales de origen polaco, checo y británico, fue advertido por un amigo español que trabajaba en el Ministerio de Gobernación de que existía la posibilidad de que sufriese un accidente mortal cualquier día. Eddie Neil, compañero de Knoblaugh en Associated Press, murió en el frente de Aragón junto con otros dos corresponsales cuando estalló una bomba dentro de su coche. 

Junto a estos había otros corresponsales como Yay Allen, corresponsal del Chicago Tribune, reconocido partidario del Frente Popular e íntimo amigo de Largo Caballero y Negrín, que puso su máquina de escribir descaradamente al esfuerzo de guerra republicano, olvidando su deber para con sus lectores estadounidenses de contar la verdad. 

Solo eran bien vistos por el Gobierno los representantes de los medios de prensa que se prestaban a jugar el juego que se les imponía. Algunos de ellos se convirtieron en meros agentes de propaganda -nunca se acercan al frente para evitar se capturados por los nacionales-, y sus noticias y crónicas se mostraban abiertamente inclinadas a favor del bando republicano, por lo que no estaban capacitados para informar objetivamente sobre la guerra. 

Una larga serie de mitos propagados por el Frente Popular aún perviven en la actualidad, falseando la realidad de los hechos, siempre a favor de la propaganda que en su día ampliamente difundió el Frente Popular con extraordinaria eficacia. Mentiras que el imaginario popular ha hecho suyas y que hoy resultan, en muchos casos, difíciles de cambiar, pues forman ya parte de nuestra memoria colectiva, una memoria falsificada en sus comienzos, pero que se ha convertido en “verdad incuestionable” por la reiteración y el paso del tiempo. Así, el bombardeo de Guernica, la defensa del Alcázar de Toledo por Moscardó, el enfrentamiento entre Unamuno y Millán Astray en Salamanca las matanzas de Badajoz… forman parte de este imaginario posterior a la Transición, defendido a capa y espada por los nuevos panegiristas de lo políticamente correcto y de la memoria histórica oficial, sin capacidad para cuestionar y buscar la verdad, sea cual sea ésta. 

Los testigos y sus recuerdos

  Mario Neves, corresponsal del El Diario de Lisboa, llegó a Badajoz el día 15. Los combates habían terminado el día 14. El mismo día 15 entró en la ciudad. A las doce de la mañana interrogó brevemente a Yagüe en la Comandancia Militar de la plaza sobre el número de fusilados:

Estamos de nuevo en la Comandancia, donde hemos logrado llegar hasta el teniente coronel Yagüe. Es un hombre alto, fuerte, de cabellos grises, que está visiblemente atareado, recibiendo constantemente notas que sus oficiales le entregan y dando órdenes rápidas.

Nos recibe de pie y enseguida nos confiesa que se encuentra muy satisfecho con el resultado que las fuerzas de su mando lograron ayer. Y añadió: “La acción del ejército sublevado que se llevó a cabo ayer a las puertas de Badajoz ha sido la más importante desde que estalló la revolución”. Le preguntamos si había muchos prisioneros. Nos respondió que sí y nos informó de que habían sido aprehendidos tres mil fusiles, algunas ametralladoras y una pequeña batería de cañones de infantería. “¿Y fusilamientos? -arriesgamos nosotros-. Hay quien habla de dos mil…” El comandante Yagüe nos mira sorprendido por la pregunta y declara:

- No deben de ser tantos…
- ¿Van a quedarse mucho tiempo?
- Mi deseo es partir en cuanto pueda hacia Madrid.
- ¿La campaña será larga?
Con una sonrisa, que cierra sus breves declaraciones:
- No.Ellos corren mucho…

El 14, 15 y 16 son los días en que la represión está en manos de los legionarios y los soldados de Regulares, tropas veteranas que no se andan con tonterías. Su inmediata salida para Mérida y hacia Madrid dejó muy rápidamente el control de la plaza en manos de Guardia Civil, falangistas y gentes de derechas. La mayoría de ellos encarcelados previamente por las milicias obreras y a punto de ser fusilados hasta que se produjo la liberación de la ciudad. 

A la altura del día 17 la represión ha sido mínima, ya que las cifras de cadáveres son muy bajas, encontrándose mezclados los muertos de ambos bandos habidos en los combates, a los que se suman, sin lugar a dudas, los milicianos cogidos con las armas en la mano sin tiempo para escapar. La primera represión, la ejecutada en pleno combate e inmediatamente después, es la realizada por las tropas de Yagüe. No muy grande, aunque sí difícil de cuantificar, al ser imposible de separar los muertos en combate de los fusilados. 

Para calcular las primeras cifras de la represión el testimonio de Neves resulta fundamental. Vistos sus escritos queda claro que tras su primera entrevista con Yagüe, en la que adelanta una cifra al azar, no vuelve en ninguna de sus crónicas a aportar una cantidad sobre los fusilamientos en Badajoz, salvo la de poco más de trescientos cadáveres en proceso de incineración, entre los que se encontraban al menos los cuerpos de veintitrés legionarios muertos en la brecha de la muerte, como hemos visto. Los escasos datos que aporta Neves resultan muy significativos, ya que son tomados por todos los historiadores como los de más valor. 

Otra fuente sistemáticamente citada sobre la represión de las tropas nacionales en Badajoz son los artículos del estadounidense Jay Allen, corresponsal de The Chicago Tribune. Allen reconoce que llegó a la ciudad nueve o diez días después de su liberación por las tropas de Yagüe, muchísimo tiempo en términos periodísticos para poder dar información de primera mano. No fue testigo ni de los fusilamientos, ni siquiera del enterramiento de los cadáveres. En sus crónicas y escritos insiste Allen en la cifra de cuatro mil fusilados y en la historia de las marcas de culatas en el hombro que, sin lugar a dudas, no había podido ver. Habla, como poco, de oídas. Escribió Allen:

He llegado aquí desde Badajoz, ciudad que está a varios kilómetros de distancia, en España. Subí a la azotea para mirar atrás. Vi fuego. Están quemando los cuerpos. Cuatro mil hombres y mujeres han muerto en Badajoz desde que los moros y legionarios rebeldes del general Francisco Franco treparon sobre los cuerpos de sus propios muertos para poder cruzar sus murallas tantas veces empapadas de sangre. *

*Exageración evidente, pero comprensible como licencia periodística, pues dado el tamaño de una plaza de toros y su drenaje, habría hecho falta una verdadera tromba tropical de sangre para inundar el coso. 

… Hemos realizado un experimento de campo, fácilmente realizable por cualquier aficionado al tiro, en el que se ha demostrado que las marcas de retroceso de una culta, en el caso de que se produzcan, no duran más de tres o cuatro días. Cuando llegó Allen a Badajoz era imposible que a algún combatiente le quedase alguna marca de culata provocada por los combates del día 14.

… Tenemos a otros muchos corresponsales que, como John T. Whitaker, enviado especial de The New York Herald Tribune, publicaron diversas noticias y crónicas. Nunca estuvo en Badajoz, ni lo pretende, pero pone en boca de Yagüe, al que nunca llegó a entrevistar, las siguientes palabras: “Por supuesto que los hemos matado”, me dijo. “Qué esperaba? ¿Iba yo a cargar cuatro mil rojos conmigo mientras mi columna tenía que avanzar a marchar forzadas? ¿Iba yo a dejarlos libres en mi retaguardia para que Badajoz volviera a ser rojo?”. 

Señala Moisés Domínguez Ñuñez que “Brut no llegó a filmar las famosas Matanzas de Badajoz -a pesar de lo que digan algunos historiadores- Pathé nunca cortó las escenas de las matanzas porque simplemente no hubo escenas que cortar…

Hoy tenemos claro que tras la toma de Badajoz se produjo una dura, lógica y esperable represión, pero que poco tiene que ver con las mentiras y mitos vertidos sobre enormes masacres, corridas de toros sangrientas, etc. Bastante dura fue la Guerra Civil como para que sea necesario inventarse semejantes episodios. La eficiente propaganda republicana y el deseo de titulares y noticias escalofriantes son la base sobre la que se comenta el mito de las matanzas de Badajoz. 

La gota que colma el vaso del mito propagandístico republicano sobre la represión de Badajoz nos la da el diario de La Voz de Madrid, del 27 de octubre de 1936, que afirmaba que Yagüe había presidido los fusilamientos en la plaza de toros, en un cato horrendo y festivo, al que habían asistido “venerables eclesiásticos, virtuosos frailes, monjas de blancas togas y mirada humilde”.

Para García Santa Cecilia, uno de los investigadores que ha estudiado con más independencia y rigor la documentación periodística existente, queda claro que no hubo tal fiesta -los fusilamientos masivos en la plaza de toros, ante numeroso público- pero sí que se produjo una dura represión por parte de las fuerzas nacionales tras tomar la ciudad. Tesis que coincide en muchos puntos con lo escrito por el comandante inglés Geoffrey MacNeill-Moss en The Legend of Badajoz. 

La historiografia y el mito de Badajoz

Hoy sabemos que se produjo una indudable represión tras la liberación de la ciudad por los nacionales. Yagüe nunca lo negó, aunque discrepó sobre las cifras. Agustín Carande Tovar, jefe local de Badajoz, admitió cincuenta años después que se realizaron fusilamientos en la plaza de toros, aunque afirmó que se habían exagerado mucho las cifras y que los fusilados habían sido todos soldados y milicianos apresados con las armas en la mano. Sin lugar a dudas menos de mil, y sin llegar siquiera a cientos. 

Está claro que es Yagüe, como máxima autoridad de la ciudad durante los primeros días tras su liberación, el responsable de declarar el estado de guerra, y por tanto recae en él el protagonismo y la responsabilidad histórica de los muertos por causa de la represión. Pero la realidad es que, tras los primeros fusilamientos por parte de los miembros del ejército de África, de los soldados, carabineros y milicianos cogidos con las armas en la mano, actos inmediatos a los combates, el obligado descanso de la tropa, su reorganización y su rápida salida rumbo hacia Mérida produjo que las acciones represivas quedasen en manos de falangistas -sobre todo de camisas nuevas- y de los guardias civiles y de Asalto recién liberados. 

A las bajas enormes que causó el combate entre los republicanos hasta diez veces superiores que entre los atacantes -la cifra podría estar en torno a los dos mil defensores muertos en combate-, de las que ningún historiador parece acordarse, es necesario sumar los muertos de la primera represión -la realizada de forma inmediata por los militares nada más entrar en la ciudad-. Todas estas bajas sin lugar a dudas fueron enterradas junto a los muertos de los combates, y son difícilmente separables de los anteriores. 

Se han dado numerosas cifras, en muchos casos sin base científica, disparatadas. Se ha llegado a hablar hasta de nueve mil personas fusiladas en los primeros días, lo que supondría la casi totalidad de los varones adultos de una ciudad de escasos cuarenta mil habitantes. Las cifras contrastadas más fiables de las que disponemos hasta la actualidad dicen que hasta finales de 1936 fueron fusilados medio millar de prisioneros, una cantidad nada despreciable, que junto a los muertos no registrados y los caídos en los combates elevan la cifra de muertos de Badajoz como consecuencia de la guerra, sobre todo en el mes de agosto, a una horquilla como mínimo de mil quinientas personas y como máximo de dos mil quinientas. 

También es de reseñar que, a pesar de la Ley de Memoria Histórica, no se han encontrado las enormes fosas donde algunos autores afirman que están enterrados entre cuatro y nueve mil cadáveres. 


En cualquier caso, sin caer en maniqueísmos y posiciones ideológicas “buenistas”, que nada tienen que ver con la realidad de una terrible guerra civil, los vencedores hicieron lo mismo que en otros momentos de la historia, en igual situación, habían hecho otros. Nos guste o no, la guerra es así, y decir cualquier cosa es manipular el pasado y juzgarlo con criterios ahistóricos. Roma, cuando tomó Cartago, pasó a su población a cuchillo y prendió fuego hasta sus cimentos a la ciudad, y echó sal en sus campos para que no pudiesen nunca volver a ser cultivados. 

Muñoz Grandes, Héroe de Marruecos, General de la División Azul. Luis E. Togres



Muñoz Grandes. Luis E. Togores

Conductor de Hombres



Don Agustín era fundamentalmente un general de infantería formado en la dura escuela de Marruecos y de la Guerra Civil española, lo que le hacía estar a caballo entre el modelo de general y el jefe militar característico del siglo anterior. Tenía las cualidades esenciales de un general ochocentista que tan bien había definido Henri Antoine Jomini: un carácter fuerte o valor moral para tomar grandes resoluciones y sangre fría o valor físico para dominar los peligros, ocupando el saber un tercer lugar, siendo el conocimiento un aliado poderoso pero sin necesidad de llegar a una vasta erudición. Señalaba Jomini las siguientes cualidades de carácter personal como más necesarias para un jefe militar: un hombre valiente, justo, firme, equitativo, que sepa apreciar el mérito de los demás en vez de sentir celos y ser hábil en aprovecharlo para su propia gloria, teniendo la rara cualidad de hacer justicia al mérito. Muñoz Grandes tenía estas cualidades de gran capitán que cita Jomini, era “un teórico prudente y un hombre de carácter”. 

En el frente del este fueron centenares los generales que a lo largo de los cuatro años de guerra tuvieron el mando de una división. En la lucha del III Reich contra la Unión Soviética de Stalin han pasado a la historia militar los jefes del Ejército y de Cuerpo de Ejército, siendo muy escasos los nombres de generales de brigada y división que han quedado en las páginas de los libros brillando con luz propia. Uno de estos escasos generales de división que tienen un lugar de honor en la historia militar de la Segunda Guerra Mundial es Agustín Muñoz Grandes. 

Muñoz Grandes logró desempeñar un papel destacado al mando de su división. Su actuación tuvo diversas facetas que hicieron que los ojos de España, de Alemania y también de los Aliados se fijaran en él; desempeñó un relevante papel en la política de su tiempo, fue un táctico notable, pero su fama, sobre todo, la consiguió por su papel de conductor de hombres. Como máximo responsable de la División Azul no tuvo la oportunidad de realizar hazañas en combate como las protagonizadas por algunos de sus oficiales -Huidobro, Oroquieta, Ordás, Palacios etcétera-, lo que no le impidió mostrar valor personal en ocasiones. Su papel fundamental en Rusia fue de liderar su División y dotarla de un estilo propio, de una mística con la que ha pasado a formar parte de la corta lista de unidades militares que han entrado en la Historia con nombre propio. Muñoz Grandes hizo todo esto y además se hizo querer, respetar y obedecer ciegamente por sus soldados. Su paso por la jefatura de la División Azul revalidó su prestigio de conductor de hombres como general.

Como jefe de una división de infantería valiente y esforzada supo sacar de sus hombres lo mejor que había en ellos. Su valor personal, indiscutible desde los tiempos de Marruecos, sirvió de ejemplo y de catalizador para que los dimisionarios cumpliesen  su deber más allá de lo que se les podía exigir. Las misiones que tuvo encomendadas por el mando alemán fueron cumplidas rigurosamente con un derroche de coraje en ocasiones excesivo. Los dimisionarios en Rusia dieron pruebas fehacientes de un valor temerario, siempre alentado por su general, empeñado en demostrar las cualidades del soldado español, tanto en una guerra ofensiva com defensiva y en cualquier escenario de combate. Desde los tiempos en que Napoleón intentó conquistar España y fracasó, ninguna otra nación lo había intentado ni lo debía volver a intentar, y para garantizarlo fueron los soldados de Muñoz Grandes a luchar a Rusia. 

El valor desplegado por los soldados españoles asombró a Hitler y a sus generales; además cubrió de honores al hombre que con orgullo les mandaba: el 15 de marzo de 1942 recibía Muñoz Grandes la Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro, condecoración que ofreció el general a sus hombres con las siguientes palabras: “… Alemania os admira y España está orgullosa de vosotros; y yo agradecido, muy agradecido, a cuanto me dais, os ofrezco cuanto soy. Vuestro General, Muñoz Grandes”. 

En relación a la actuación de don Agustín durante los momentos más duros de combate, cuando, sin lugar a dudas, un hombre de acción, habituado a la guerra, le resultaba más fácil lanzarse a la batalla MP 40 en mano, en vez de seguir en el puesto de mando dando con frialdad y experiencia las órdenes que debían resolver la situación, tenemos el siguiente testimonio de un divisionario:


Sobre una mesa de madera, mapas, muchos mapas, partes, órdenes, novedades. Los telegrafistas no dan abasto. La estufa apenas palia la humedad. El general Muñoz Grandes, de pie, con su bufanda al cuello, con su pitillo quemándose solo, entre sus jefes de Estado Mayor.

- ¿Algo de la 5ª del 263?
- Nada, mi general, por ahora.
- Quiero inmediatamente la novedad de la 2.ª del 269, ¿sigue presionada? Que la sección de máquinas del tercer batallón monte dos piezas aquí, en esta isba, cubriendo el paso del amunicionamento. ¿Entendido?

A su lado, hombres serios manipulan reglas, calculan distancias, leían topografías, cogían y soltaban teléfonos, repensaban los informes de los escuchas. Van midiendo al enemigo. Y se les escapan algunos tacos castizos. Saben que tienen delante al 52.º Cuerpo de Ejército ruso, que está equipado perfectamente  para los fríos, que disponen de material pesado, rodado y aéreo. Todo lo que a ellos les falta. Saben que el invierno se les ha echado encima, que ha perdido dos meses en estúpidas andaduras. Y los tacos, a su voz, crecen de calibre. 

El general calla. El general sólo exige situaciones, movimientos, órdenes cumplidas al momento. Estos hombres de su Estado Mayor miden la tragedia incipiente de aquella alma. Las páginas abiertas de esos planos hablan con elocuencia. El frente español es demasiado extenso, es de difícil fortificación, es discontinuo, tiene calvas semipasivas, encierra enigmas, sólo se comprende con tres divisiones motorizadas, como lo tenían los alemanes. Este frente, así, exigirá cambios de intensidad en algunos subsectores, exigirá despliegues iniciales con pobre organización defensiva, exigirá echar a capazos arrojo español. Y sangre, mucha sangre, a torrentes. 

- Mi general. Parte: han abierto fuego nuestros morteros de Moskit; se acercan varias compañías enemigas. Nieblas tendiendo a empeorar. 

- Que se alerte al sector de Salpoge. Dentro de 10 minutos que confirmen situación. 

El frente subía montado en la orilla izquierda del Volchov, de Sur a Norte. Caseríos incendiados, fortines pulverizados, caminos triturados…

(Adro, Xavier, Fui soldado en cuatro guerras)

Don Agustín era un soldado profesional nada sensiblero en lo tocante al campo de batalla. Se había formado en la durísima escuela de los soldados africanistas. No podemos olvidar cómo los oficiales españoles, siguiendo la estela de regulares, Legión y la harca, hacían gala de un absoluto desprecio por la muerte. Un desprecio que venía de los tiempos de los Tercios de Flandes y los soldados de los reyes de España eran los dueños de los campos de batalla. El español se jugaba alegremente la vida por una frase, por una bandera y sobre todo por mantener la propia reputación. Un estilo de ser soldados que siempre conservó Muñoz Grandes, así como sus oficiales en Rusia. Quién no conoce alguna anécdota dimisionaria como la de Huidobro antes de morir, o la del capitán Jaime Milas del Bosch fumando tranquilamente de noche sobre la trinchera, sin miedo a los francotiradores rusos, para dar ejemplo a la tropa. Un general en combate debía saber cuándo tenía que ofrecer su vida y la de sus hombres al altar de la victoria. 

Los testimonios de la actitud de Muñoz Grandes ante la muerte son abundantes. En una acción de guerra cayó herido un sobrino suyo, de nombre José Luis Muñoz Galilea. Al conocer la noticia, Muñoz Grandes adoptó una actitud fría, propia del que ha vivido mucho tiempo cerca de la muerte, en la misma línea de actuación de Moscardó durante la defensa del Alcázar de Toledo: “Comunicamos lo ocurrido al General, que no se inmutó, limitándose a felicitar a su sobrino por haber vertido la sangre por la Patria”, al tiempo que decía, “en la División no tengo sobrinos, sólo hijos”. 

Al servicio de los intereses de España ordenó la operación de la compañía de esquiadores del capitán Ordás, que supuso la casi total aniquilación de la unidad. Con la misma serenidad mantuvo la cabeza de puente al otro lado del Volchov sin importarle las consecuencias. Pero Muñoz Grandes no era un carnicero como el estadounidense Grant, Sir John French o Joffre. La guerra exigía un precio enorme en sangre de los soldados que participaban en ella. Muñoz Grandes era duro, pero no un inepto o un general al que no le importaba la vida de sus hombres, únicamente era un militar profesional que estaba dispuesto a pagar a la guerra su necesario tributo. Los oficiales al mando, que exigen a sus hombres un precio innecesario son juzgados con dureza, no sólo por la historia, sino principalmente por sus propios hombres. No es éste el caso. 

En otra ocasión, enterado Muñoz Grandes por uno de sus oficiales, Campano -Un soldado de acreditado valor y sentido común-, del alocado plan de ataque del teniente coronel Canillas, se apresuró a suspender la operación. La vida de sus soldados era muy valiosa. Un gripa que se había dormido en plena línea del frente durante una guardia fue llamado a la presencia de don Agustín. Al estar ante el jefe de la división, éste se lanzó sobre el soldado a grito limpio, señalándole la gravedad de la falta cometida, emprendiéndola a golpes con él, para luego ordenar -también a gritos- que lo quitasen inmediatamente de su presencia y lo devolviesen a su compañía. Nada más terminado el incidente, uno de los ayudantes de don Agustín se atrevió a comentar a su general lo improcedente de su actuación, a lo que contestó: “O hago esto o le tengo que fusilar”. 

Don Agustín era querido, respetado e idolatrado por sus subordinados. Por los moros de sus tiempos de regulares y de la marca, y en Rusia por los divisionarios. No existe mejor juez para un general que sus propios hombres. 

Su forma de ser y de actuar conquistaba el corazón de sus soldados. He aquí una de las claves de un capitán. Muñoz Grandes logró ganarse a los guripas en Rusia, igual que Napoleón tuvo la fidelidad ciega de su vieja guardia, de sus grognards, y Julio César de sus legiones, de la X, “la muy leal”, que cruzó el Rubicón. 

Era un soldado especial. Poseía una fuerte conciencia social y valores cristianos muy asentados. Incluso en pleno frente, en el más atroz de toda la Segunda Guerra Mundial, se dejaba sentir esta forma de pensar en las mismas trincheras:

…por eso no estoy contento. ¿De qué sirve el heroísmo que así se derrocha si no hay amor entre los españoles? ¿Para que luchar con nobleza y bravura si la generosidad en el perdón no anida en el pecho y se fomenta el odio que nuestra hidalga condición rechaza? ¿A qué sufrir y sufrir con alegría, pensando en una España mejor, si sus hijos llenos de egoísmo no atienden al que de hambre muere como la caridad cristiana exige? No, españoles, no puedo estar contento, pero lo estaré; tengo fe en mi Raza, cara al invierno ruso con toda su crudeza, hace un año os dije que teníamos frío en los huesos y mucho calor en el corazón, para remediar lo primero enviasteis generosamente vinos, dulces y tabaco, para no quitarnos lo segundo este año no queremos que nos enviéis nada. Alemania, previsora, nos ha dotado de todo, víveres y abrigos que aseguran nuestro bienestar, sólo nos falta calor en el corazón y eso sí lo tenéis que enviar vosotros diciéndonos “vuestro sacrificio no es inútil, en España ya no existe el egoísmo ni la envidia y la autoridad se respeta o se impone”. 

No os hagáis eco de los que os digan los que siempre ultrajaron a nuestra Patria, recordad del pasado la infructuosa guerra del 60 que hizo inútiles los sacrificios de los que ya entonces se rebelaron contra la suerte mezquina de España; recordad las humillaciones que en Marruecos sufrimos a través de varios Tratados que no sirvieron más que para despojarnos de lo que era vital para España. Recordad cómo se cultivó nuestra incultura para evitar nuestra grandeza y recordad que hoy, ese pedazo de tierra, el más querido de todos, ese Peñón que con bandera extraña impiden sintamos por completo el orgullo de ser españoles. No fomentéis aquellas rivalidades que tanto daño hicieron a nuestra Patria en el siglo pasado…

… Entre mis soldados aureolados por la Gloria de los 2.000 que aquí cayeron llenos de esperanza y a las órdenes de Franco os saludo. MUÑOZ GRANDES. 

Los testimonios de esta actitud de Muñoz Grandes son abundantes, no sólo por parte de sus colaboradores más próximos, sino también por parte de la simple tropa: “Era deprimente, y confortable a la vez, el ver a nuestro comandante, como sus oficiales de enlace de Estado Mayor, aguantando en la trinchera como cualquier soldado”. Su forma campechana, informal y castiza de ser le hacía ganarse a la tropa. Era sencillo en su forma de ser y de vestir. Raramente llevaba sus condecoraciones. En Rusia vestía en campaña un uniforme de dotación, lo que le hacía igual al resto de sus compañeros de armas. En las estepas soviéticas, igual que cuando estaba en el Rio, su actitud y su proximidad  le hicieron ganarse el amor de los hombres a su mando.

Por todo esto, el general era venerado por sus subordinados. A pesar de no ser muy hablador y de su carácter aparentemente frío, transmitía a sus hombres tranquilidad, pues poseía un valor sereno -algo aprendido en la dura escuela marroquí y que los jóvenes oficiales como Oroquieta, García Calvo, Milas del Bosch o Palacios imitaban con loca maestría, como si un valor ciego y temerario estuviese unido a las estrellas de teniente o de capitán-, pero siendo, sin lugar a a dudas, lo que le hacía ganarse a sus hombres su sencillez y forma de ser. Los entorchados de general, la Medalla Militar y las Cruces de Hierro no habían logrado que el general Muñoz Grandes dejara de ser una persona normal, un “chico nacido en el castizo barrio de Carabanchel”. Una cualidad habitual en los grandes soldados españoles como Valeriano Weyler, Sanjurjo o Yagüe. 

El general tenía la costumbre de irse por su cuenta, a un batallón, como si fuese un joven capitán, para mezclarse con la tropa. Cuanto más pequeña era la unidad, más a gusto se encontraba entre ellos Muñoz Grandes:

Una noche -no serían todavía las 6 de la tarde-, al socaire de los muros desportillados de una ermita, un corro cantaba los aires patrios al son de la guitarra, al amor de la fogata. De pronto se acerca un tipo muy abrigado, logra arrimarse a las brasas y se frota con satisfacción sus guantes medio helados.

- Tú, frescales, si quieres fuego, tráete tu tronco, caray, que esa es la ley de los bien nacidos. 

- ¿Qué?

- Que no e hagas el lerdo, vamos, hombre. Cada uno aquí arrima el ascua, no vale hacer el gorrón. Si quieres fuego gratis, pues ya sabes dónde lo reparten… Con que arreando. 

El extraño, alzando el cuello de su capote, dio media vuelta. No tardó en volver bajo su madero. Lo echó al fuego.

- ¿Cumplí? ¿Puedo sentarme?

Al erguirse, una voz secó las gargantas.

- ¡Mi general!… pues, eso, ¡sin novedad!… Mi general, pues… es que como estaba a oscuras, ¿sabe?, pues, eso…

- Nada, muchachos, sigamos cantando… Pero, cáspita, sentaros. ¿Qué hacéis ahí cuadrados?

Y pasó su petaca de cuero, aquella siempre con picadura negra. Porque Agustín Muñoz Grandes siempre fumó picadura, y de la barata. 

- Bueno, chicos, me voy a lo mío, pero que nadie se levante, os lo mando. Es una orden.

Ya estaban todos firmes y rectos, todos encantados y medio volados. Éste fue el espíritu que el general supo inyectar en su División. Muñoz Grandes supo echar corazón a la guerra porque supo ver en cada soldado antes un hombre que un número. Y bien sabía que cada uno de sus hombres tenía el genuino concepto de honor español. El honor para todo bien nacido es como una virtud de orden interior, espiritual. Es la dignidad consciente con que cada cual ha de presentarse, sin tacha ni menoscabo, ante Dios, ante mí mismo, ante sus compañeros de armas. 

(Adro, Xavier, Fui soldado en cuatro guerras)

Los divisionarios conquistaron a su paso por la Segunda Guerra Mundial las siguientes condecoraciones alemanas: 2 cruces de caballero, una con Hojas de Roble ganada por Muñoz Grandes; 2 cruces de oro; 2.497 cruces de hierro, de ellas 138 de primera clase; 2.216 cruces del mérito militar con espadas, de ellas 16 de primera clase. Hitler creó una medalla especial para la División, algo que no hizo con ninguna otra unidad extranjera. 

El valor de sus hombres llevó a afirmar a Muñoz Grandes que “con soldados así se va a todas partes”.