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Ensayos, George Orwell


El arte de Donald Mcgill (Septiembre 1941)

El impulso de aferrarse a la juventud a toda costa, de mantener intacto el propio atractivo sexual, de ver incluso en la edad madura un futuro para sí mismo, y no solo un futuro para los hijos, es algo de reciente invención y desarrollo, que se ha establecido aún de un modo muy precario. Probablemente desaparezca cuando nuestro nivel de vida se reduzca, cuando aumente la tasa de natalidad.

La sociedad tiene siempre que demandar de los seres humanos un poco más de lo que obtendrá en la práctica.

Cuando la cosa se pone fea, el ser humano demuestra su heroísmo. Las mujeres afrontan el parto y las tareas del hogar, los revolucionarios callan en las cámaras de tortura, los barcos se van a pique sin dejar de disparar contra el enemigo cuando el puente de mando está anegado. Pero el otro elemento que está presente en el hombre, ese perezoso, cobarde, adúltero y moroso que reside en todos nosotros, nunca será suprimido del todo, y en ocasiones necesita que se le escuche.



Dinero y armas (Enero de 1942)

Nos reíamos del mariscal Goering cuando decía, unos años antes de la guerra, que Alemania tendría que elegir entre armas o mantequilla, pero solo se equivocaba en el sentido de que su país no necesitaba preparar una agresión contra sus vecinos y, por tanto, arrastrar al mundo entero a la guerra.

Leer es una de las diversiones más baratas que existen y no genera desperdicios. La publicación de diez mil ejemplares de un libro no usa más papel, ni más mano de obra, que la impresión del periódico del día, y cada ejemplar puede ir pasando por cientos de manos antes de llegar a la trituradora para reciclar el papel.

Antes de la guerra, el pueblo tenía muchos incentivos para derrochar, al menos hasta donde se lo permitían sus medios económicos. Todos trataban de venderle algo a alguien y el hombre de éxito, tal como se lo concebía entonces, era el que vendía más bienes y recibía a cambio más dinero. Sin embargo, ahora hemos aprendido que el dinero en sí carece de valor y que solo los bienes cuentan. Al aprender esto hemos tenido que simplificar nuestras vidas y recurrir cada vez más a los recursos de nuestra imaginación, en lugar de a los placeres sintéticos manufacturados para nosotros en Hollywood o por los fabricantes de prendas de seda, alcohol y chocolate. Y, bajo la presión de esta necesidad, hemos redescubierto los placeres simples -leer, caminar, la jardinería, nadar, bailar, cantar- que casi habíamos olvidado antes de la guerra, durante los años del dispendio.

Rudyrad Kipling (Febrero de 1942)

Como Kipling se identifica plenamente con la clase oficial, posee una cualidad que las personas "ilustradas" rara vez poseen, y es el sentido de la responsabilidad. La izquierda de la clase media lo odiaba tanto por esto como por su crueldad y su vulgaridad. Todos los partidos de izquierdas de los países altamente industrializados son en el fondo una falacia, ya que se dedican a luchar contra algo que en realidad no desean destruir. Tienen objetivos internacionalistas y, al mismo tiempo, pugnan por mantener un nivel de vida con el cual esos objetivos son incompatibles. Todos nosotros vivimos de robar a los culis asiáticos, y quienes son "ilustrados" entre nosotros sostienen que habría que concederles la libertad a esos culis, si bien nuestro nivel de vida, y por tanto nuestra "ilustración", exigen que esos robos no dejen de producirse. Una persona humanitaria es siempre un hipócrita, y el modo en que Kipling entendía esta realidad es tal vez el secreto central de su poderosa capacidad para crear frases reveladoras. Sería difícil dar en el clavo del pacifismo tuerto de los ingleses con menos palabras: "Burlándoos de los uniformes que velan por nuestro descanso". Es cierto que Kipling no comprende los aspectos económicos de la relación entre los culis y los reaccionarios.... Capta con toda claridad que los hombres solo pueden ser sumamente civilizados mientras otros hombres, ineludiblemente menos civilizados, velen por su descanso y les den de comer.

Es aleccionador tomar un mapa de Asia y comparar la red de ferrocarriles de la India con la de los países vecinos.

Resulta extraño, por ejemplo, oír a los locutores de las emisoras de radio nazis referirse a los soldados rusos llamándolos "robots", tomando de ese modo prestada, de manera inconsciente, una palabra acuñada por un demócrata checoslovaco al que hubieran matado sin dudarlo en caso de haber podido echarle el guante.

También es posible que fuera Kipling quien por vez primera pusiera en circulación el uso de la palabra "hunos" para hacer referencia a los alemanes.


George Orwell o el horror a la política, Simon Leys


Orwell aceptó "llevar el ascetismo" hasta un punto algunas veces rayano en el masoquismo y que, si no provocó exactamente la huida de sus amigos, sí contribuyó al menos a terminar con su propia vida.

Pese a algunos altibajos, Sin blanca en París y Londres tiene una importancia capital. Orwell creó en ella una nueva forma que llevaría más adelante a su perfección (en dos libros, El camino de Wigan Pier y Homenaje a Cataluña, así como en ensayos cortos como Matar a un elefante y Un ahorcamiento) y que sigue siendo, en el plano puramente literario, su contribución estilística más original: la transmutación del periodismo en arte, la recreación de la realidad bajo el disfraz de un reportaje objetivo, minuciosamente apegado a los hechos (un buen cuarto de siglo después, Truman Capote y Norman Mailer malgastaron mucho tiempo peleándose por saber quién de los dos había creado la novela sin ficción: ¡olvidaban que Orwell inventó el género mucho antes que ellos!)

No ahorró nunca sarcasmos hacia cierta mística socialista que, según sus palabras, tenía el don de atraer "con fuerza magnética a todo bebedor de zumos de fruta, nudista, maníaco sexual, cuáquero, curandero naturista, pacifista y feminista de Inglaterra.

Parece ser que Orwell resolvió de una vez para siempre el problema religioso en su adolescencia optando por un ateísmo tranquilo y categórico. Pero si bien negaba los artículos de la fe cristiana, también seguía profundamente apegado a los valores éticos de la religión: "La actitud del creyente que considera esa existencia como una simple preparación para la vida eterna es una solución de facilidad. Pero pocos hombres razonables siguen creyendo hoy en una vida después de la muerte. Probablemente las Iglesias cristianas no podrían sobrevivir por sí mismas si se destruyese su base económica. El verdadero problema es cómo restablecer una actitud de vida religiosa al mismo tiempo que se acepta el hecho definitivo de la muerte.

En el campo socialista, Orwell fue una de las rarísimas cabezas que rechazó desde el principio el dogma simplificador que quería ver en el fascismo "una forma avanzada de capitalismo". Él había percibido claramente que el fascismo era, bien al contrario, una perversión del socialismo y que pese al elitismo de su ideología se trataba de un auténtico movimiento de masas que contaba con una vasta audiencia popular. Es más, en el ámbito psicológico llegó a decir: "Sólo hay dos tipos de personas que comprenden verdaderamente el fascismo: las que lo han sufrido y las que poseen en sí mismas una fibra fascista".

Orwell todo lo llevaba a la política. No podía sonarse la nariz sin hacer un discurso sobre las condiciones laborales en la industria del pañuelo.

Fue en España donde Orwell descubrió toda la ferocidad de la bestia: después de haber sido gravemente herido por una bala fascista, apenas había sido retirado de la retaguardia cuando empezó a verse acorralado por los asesinos estalinistas, menos deseosos de defender la república contra el enemigo fascista que de aniquilar a sus aliados anarquistas. De vuelta a Inglaterra, cuando quiso dar testimonio de la forma en que los comunistas habían traicionado la causa republicana en España, se tuvo que enfrentar inmediatamente, y de forma duradera, con la conspiración del silencio y la calumnia.

"Lo que vi en España y lo que he visto desde entonces del funcionamiento interno de los partidos de izquierda me han provocado HORROR A LA POLÍTICA".  (George Orwell)

Vivir en un régimen totalitario es una experiencia orwelliana; vivir, a secas, una experiencia kafkiana.

Autorretrato

Solo se puede crear cuando uno se siente afectado.

Desde la guerra de España no puedo decir, honestamente, que haya hecho gran cosa, salvo escribir libros, criar gallinas y cultivar legumbres. Lo que vi en España y lo que he visto desde entonces del funcionamiento interno de los partidos de izquierda me ha provocado horror a la política... Desde un punto de vista sentimental soy definitivamente de "izquierdas", pero estoy convencido de que un escritor solo puede seguir siendo honesto si se preserva de cualquier etiqueta partidaria.

Aparte de mi trabajo, la cosa que más en serio me tomo es la jardinería y, sobre todo, el cuidado de mi huerto. Amo la cocina y la cerveza inglesas, los vinos rojos franceses y los blancos españoles, el té indio, el tabaco negro, las estufas de carbón, la luz de las velas y los sillones confortables. Detesto las ciudades grandes, el ruido, los coches, la radio, la comida enlatada, la calefacción central y el mobiliario "moderno". Los gustos de mi mujer están en una armonía casi perfecta con los míos. Mi salud es muy mala, lo cual no me impide en absoluto hacer lo que quiero.

Literatura

Lo que la gente espera de un novelista famoso es que reescriba indefinidamente el mismo libro. Lo que olvidan es que un hombre capaz de escribir dos veces el mismo libro no habría sido ni siquiera capaz de escribirlo una primera vez.

Mi punto de partida siempre es una necesidad de tomar partido, un sentimiento de injusticia. Cuando me dispongo a escribir un libro no me digo: "Voy a crear una obra de arte". Escribo un libro porque quiero denunciar una mentira, quiero llamar la atención sobre un problema y mi prioridad es hacerme entender. Pero me sería imposible proseguir la redacción de un libro, o simplemente la de un artículo largo, si esta tarea no constituyese asimismo una experiencia estética. Mi deseo más preciado siempre ha sido llegar a transformar el ensayo político en una forma de arte. Y soy consciente de que cuando no he estado motivado políticamente he escrito libros carentes de vida.

Uno no puede aceptar una disciplina política, sea la que fuere, y conservar su integridad como escritor.

Cuando un escritor se compromete políticamente debe hacerlo en calidad de ciudadano, de ser humano, y no en calidad de escritor.

El pecado mortal es decir: "X... es un enemigo político y, por lo tanto, un mal escritor".

Psicología

Hay personas, como los vegetarianos o los comunistas, con las que es imposible discutir.

A los cincuenta años uno tiene la cara que se merece.

La muerte no tiene nada de espantoso cuando las cosas a las que tenemos apego nos van a sobrevivir.

La actitud del creyente que considera esta existencia como una simple preparación para la vida eterna es una solución de facilidad. Pero pocos hombres razonables siguen creyendo hoy en una vida después de la muerte. El verdadero problema es cómo restablecer una actitud de vida religiosa al mismo tiempo que se acepta el hecho definitivo de la muerte.

Siempre he pensado que es mejor morir de muerte violenta y no demasiado viejo. Se habla de los horrores de la guerra, pero ¿qué arma cabría concebir que igualara en crueldad a algunas de las enfermedades más corrientes? Una muerte "natural" significa, casi por definición, algo lento, nauseabundo y atroz.

Política

Recuerden que la deshonestidad y la vileza siempre terminan pagándose. No imaginen poder hacer de propagandistas lameculos del régimen soviético o de cualquier otro régimen durante años, y poder recuperar después, de repente, un estado de decencia mental. Puta un día, puta toda la vida.

La mayoría de nosotros persistimos en creer que todas las elecciones, incluso las elecciones políticas, se hacen entre el bien y el mal, y que desde el momento en que una cosa es necesaria también debe de ser buena. A mi juicio sería preciso analizar esta creencia más propia de un jardín de infancia.

Pacifismo

Es un hecho que el pacifismo sólo existe en comunidades cuyos miembros no creen en la posibilidad real de una invasión y una conquista extranjeras... Ningún gobierno podría operar conforme a unos principios puramente pacifistas, ya que un gobierno que se niegue a recurrir a la fuerza en cualquier circunstancia puede ser derribado por quienquiera esté dispuesto a utilizar la fuerza.

Algunas actitudes como el pacifismo o el anarquismo que deberían implicar una voluntad de renuncia completa al poder sólo sirven, por el contrario, para fomentar el gusto por el mismo. En efecto, si os adherís a una causa exenta, en apariencia, de la cuidad habitual de la política, a una fe de la que no saquéis ningún beneficio material, esto os confirmará, seguramente, como poseedores de la verdad. Y si poseéis la verdad os parecerá muy natural forzar a los demás a pensar como vosotros.

Si alguien deja caer una bomba sobre vuestra madre, dejad caer dos bombas sobre la suya. No hay otra alternativa: o bien pulverizáis viviendas, destripáis gente y quemáis niños, o bien os dejáis someter como esclavos por un adversario más dispuesto aún que vosotros a cometer ese tipo de actos. Hasta el momento, nadie ha sugerido ninguna solución concreta capaz de superar este dilema.

Totalitarismo

Los intelectuales son mucho más propensos al totalitarismo que la gente ordinaria.

Sería perfectamente posible que, de la misma forma que podríamos crear una raza de vacas sin cuernos, llegáramos a producir una nueva raza de hombres despojada de toda aspiración de libertad.






Literatura y totalitarismo, George Orwell

(Emisión, 21 de mayo de 1941)

Si el totalitarismo se convierte en algo mundial y permanente, lo que conocemos como literatura desaparecerá.

La buena literatura puede crearse dentro un marco rígido de pensamiento.

La peculiaridad del Estado totalitario es que, si bien controla el pensamiento, no lo fija. Establece dogmas, pues precisa una obediencia absoluta por parte de sus súbditos, pero no puede evitar los cambios, que vienen dictados por las necesidades de la política del poder. Se afirma infalible y, al mismo tiempo, ataca el propio concepto de verdad objetiva. Por poner un ejemplo obvio y radical, hasta septiembre de 1939 todo alemán tenía que contemplar el bolchevismo ruso con horror y aversión, y desde septiembre de 1939 tiene que contemplarlo con admiración y afecto. Si Rusia y Alemania entran en guerra, como bien podría ocurrir en los próximos años, tendrá lugar otro cambio igualmente violento. La vida emocional de los alemanes, sus afinidades y odios, tiene que revertirse de la noche a la mañana cuando ello sea necesario. No hace falta señalar el efecto que tienen este tipo de cosas en la literatura. Y es que escribir es en gran medida una cuestión de sentimiento, el cual no siempre se puede controlar desde fuera. Es fácil defender de boquilla la ortodoxia del momento, pero la escritura de cierta trascendencia solo es posible cuando un hombre siente la verdad de lo que está diciendo; sin eso, falta el impulso creativo. Todas las pruebas que tenemos indican que los repentinos cambios emocionales que el totalitarismo exige a su seguidores son psicológicamente imposibles. Y ese es el motivo principal por el que sugiero que, en caso de que el totalitarismo triunfe en todo el mundo, la literatura tal como la conocemos estará a un paso del fin. Y, de hecho, parece que el totalitarismo ha tenido ya ese efecto. En Italia la literatura ha quedado imposibilitada, y en Alemania parece casi haberse detenido.

Cualquiera que sienta el valor de la literatura, que sea consciente del papel central que desempeña en el desarrollo de la historia humana, debe ver también que es una cuestión de vida o muerte oponerse al totalitarismo, tanto si nos viene impuesto desde fuera como desde dentro. 

Diario de un exquisito, Pierre Drieu La Rochelle

Un hombre cobarde piensa que podría ser valiente. ¿Piensa un hombre valiente -al menos a partir del día en que se ha dado al vicio del valor- que podría ser cobarde? No, y esto es todo cuanto les diferencia.

Cada mañana, cuando despierto, sonrío forzadamente, asegurándome a mí mismo que aquélla será mi última jornada de trabajo. Me repito: "No es posible, yo no soy un trabajador, un hombre que va a su oficina, por hermosa que sea." Pues mi oficina es hermosa.

Nuestros cristianos permanecen atrapados para siempre en la trampa que tanto tiempo atrás les tendieron los judíos y según la cual todo cuanto creen proviene de los judíos. Mientras que los dos tercios de cuanto creen  los mismos judíos les viene de los arios. Los judíos se desarrollaron entre los egipcios, los sumerios, que no eran semitas, los asirios y los caldeos, que eran semitas muy distintos a los que ahora conocemos, así como entre los fenicios, que tal vez, no eran semitas, filisteos, hititas, egeos, asiánicos de todas las especies.

El cristianismo proviene del pensamiento ario, como todo lo indio y, de rebote, todo lo chino, lo japonés. Y también a que los arios de hoy, que han debido volverse antisemitas, no tienen motivos para rechazar el cristianismo por semita.

Mi soledad se hace miedo, y el miedo angustia. Sin ningún motivo una angustia repentina me hiere como si me cerrara lentamente una puerta sobre un dedo; yo soy quien cierra la puerta. Busco esa angustia. Cuando más avanzo en mis días, más sé que las causas inmediatas que elijo para mi angustia son absurdas, risibles: recoger en mi carne la palabra de un enemigo, sentirme sin ganas de pensar, tener miedo a morir viejo.

Voy a encarar mi vejez con un vivo deseo de goce espiritual. Y es sin duda porque estoy saturado de voluptuosidad.

El hijo, aunque más tarde sea una persona fea y estúpida, es la vida renaciente que justifica el común suicidio de los padres.

Un hijo es un monumento de carne que, aun fracasado, puede engendrar otro monumento más feliz. Si eso no es un partenón, es una promesa de partenón. Es la matriz renovada de la arquitectura sempiterna que es ahora el Partenón, mañana será Chartres, pasado mañana aquel palacio florentino, aquella música de Bach y Mozart (pues los alemanes son por su música tan grandes arquitectos como los griegos, los italianos y los franceses).

No puedo evitar mirar continuamente la gente que me rodea y eso es un gran pecado, pues cuanto más la miro más odio. Con un odio tranquilo, dulce, jovial, que tal vez no les hiera nunca pero que sin duda me hiere. ¿No sería más sano odiarles activamente, invadiéndoles, explotándoles?

¿Si no tengo hijos, qué diferencia hay entre un pederasta y yo? ¿Qué diferencia entre mis amores y los de un pederasta? Además, tengo amigos pederastas que tienen hijos.

He entrado en la iglesia, que es moderna y, por tanto, tan fea por dentro como por fuera. ¿Cómo nos hiere todo en nuestro tiempo! Y, sin embargo, existe la belleza de las máquinas. Intenté una vez recogerme y -me atreveré a decirlo- rogar en la paz de una central eléctrica en la que había más orden y armonía que en una iglesia llena de sillas y de grotescos San José, con los labios pintados, la barba rizada y teatralmente togados, cuando deberían llevar pantalones como todo el mundo.

En verdad el paso por la tierra es efímero, el mundo es sólo una pequeña polvareda. Pero la fealdad sigue siendo un crimen a los ojos del instante como lo es a los ojos de la eternidad. Sólo algunos santos tienen derecho a ser feos.

¿Por qué se dice historia del arte o historia de las religiones? No hay, sin embargo, más que una religión, la misma en Egipto y en la América precolombina, la misma en la India y en China, la misma en Grecia y en la Europa medieval. Siempre un Dios por encima de los dioses, los héroes, los santos, los demonios. Siempre el misterio de la creación del mundo. Siempre un alma inmortal. Siempre la redención de esa alma. Siempre un dios salvador que muere y renace.  Siempre un paraíso y un infierno. Siempre el Espíritu Santo que envuelve, aniquila y lo sobrepasa todo e incluso la noción del Dios creador y la del Dios salvador.

Antes de escribir no reflexiono bastante y siempre me ha parecido que sólo pienso con la pluma en la mano.

El ateísmo no ha logrado nada: expulsad a san Pablo por la puerta y Freud entra por la ventana. Expulsad a Freud, quedan Esquilo y Sófocles. 

Oscar Wilde, De profundis


¿Que eras “muy joven” cuando empezó nuestra amistad? Tu defecto no era que conocieras poco de la vida, sino que conocías demasiado. 

No es lo mismo ser un loco para los dioses que serlo para los hombres.

El verdadero loco, aquel de quien se burlan o al que echan a perder los dioses, es quien no se conoce a sí mismo. 

Todo lo que llega a comprenderse está bien.

Mi vida, cuando estabas a mi lado, fue totalmente estéril y en absoluto creativa. 

Cuando comparo mi amistad contigo con la que profesé a hombres aún más jóvenes, como John Gray y Pierre Louÿs, siento vergüenza. Mi vida verdadera estaba con ellos y con otros parecidos. 

Cuando no estabas, todo iba bien.

Mientras estuviste conmigo echaste a perder mi arte por completo, y me avergüenzo y me culpo de haber permitido que te interpusieras de manera tan persistente entre el arte y yo. 

Tus intereses se reducían a las comidas y tus caprichos. Solo deseabas diversión y placeres más o menos vulgares. 

Me culpo sin reservas por mi debilidad.

Media hora en compañía del arte significó siempre más para mí que un día contigo. 

En el caso de un artista, la debilidad es un crimen cuando paraliza la imaginación. 

Las virtudes del ahorro y la parquedad no son típicos de mi naturaleza ni de mi estirpe. 

De vez en cuando es agradable cubrir la mesa de vino y rosas, pero tú no tenías ni gusto ni templanza. Exigías sin elegancia y tomabas sin agradecimiento. 

La base del carácter es la fuerza de la voluntad y mi voluntad quedó totalmente sometida a la tuya. Parece grotesco, pero no por eso es menos cierto. Esas escenas incesantes que en tu caso parecían una necesidad física y en las que tu cuerpo y tu espíritu se deformaban hasta que resultaba terrible mirarte o escucharte. 

Tras haberte adueñado de mi genio, mi voluntad y mi fortuna, deseabas, en la ceguera de tu inagotable codicia, apoderarte también de toda mi existencia.

La carta que recibí la mañana del día que permití que me llevaras a comisaría con la ridícula pretensión de pedir una orden de detención contra tu padre fue la peor que me escribiste jamás por la razón más vergonzosa. Entre los dos me hicisteis perder la cabeza. Me abandonó la sensatez.

En la vida no hay cosas grandes o pequeñas. Todas tienen el mismo tamaño y el mismo valor. 

Te interesaba más cualquier marca nueva de champan que alguien pudiera recomendarnos. 

La conversación debe tener una base común, y entre dos personas de nivel cultural muy diferente la única base posible se encuentra a niveles muy bajos. Lo trivial en el pensamiento y en la acción resulta encantador. 

Por muy fascinante y terrible que fuese el único tema del que hablabas siempre, al final terminaba resultándome monótono. 

La devoción me parecía, y sigue pareciéndome, algo maravilloso que no debe despreciarse a la ligera. 

El sufrimiento -por extraño que parezca- es nuestro medio de existencia, porque es la única forma que tenemos de saber que existimos, y el recuerdo del sufrimiento pasado nos resulta necesario como prueba y garantía de la persistencia de nuestra identidad. 

Los dioses son extraños. No solo nos fustigan con nuestros vicios. También aprovechan lo que hay de bueno, amable y humano en nosotros para buscar nuestra ruina. De no haber sido por la piedad y el afecto que yo sentía por ti y los tuyos, no lloraría ahora en este terrible lugar. 

Pensaba que la vida iba a ser una comedia brillante, y que tú serías uno de sus muchos personajes encantadores. Resultó ser una tragedia repulsiva y repelente. 

En ti, el odio siempre ha sido más fuerte que el amor. 

El amor se alimenta de la imaginación, nos hace más sabios de lo que nos sabemos, mejores de lo que nos sentimos y más nobles de lo que somos, nos permite ver la vida como un todo y entender a los demás tanto en sus relaciones reales como ideales. . Solo puede nutrirse de lo bello y bien concebido. En cambio, el odio se alimenta de cualquier cosa. 

Los errores más funestos de la vida no los cometemos al actuar de forma poco razonable. Un momento poco razonable puede ser la mejor de nuestra vida. Los cometemos al actuar de manera lógica. 

Ahora hace más de cuatro años que nos conocemos. La mitad de ese tiempo lo hemos pasado juntos, la otra mitad he tenido que pasarla en la cárcel a consecuencia de nuestra amistad. 

El vicio supremo es la superficialidad. Todo lo que llega a comprenderse está bien. 

Todo debe emanar de nuestra propia naturaleza. De nada sirve decirle a alguien algo que no siente y no puede entender. 

Desde el punto de vista intelectual, el odio es la negación eterna. Desde el punto de vista de las emociones, es una forma de atrofia y lo mata todo, menos a sí mismo. Escribir a los periódicos para decir que uno odia a alguien es como escribir para contar que padece una enfermedad venérea. 

Los pecados de la carne no son nada. Son enfermedades que, en todo caso, deben curar los médicos. Solo los pecados del alma son vergonzosos. 

Tú fuiste mi enemigo. Un enemigo como nadie ha tenido jamás. 

El sufrimiento es un instante muy largo. 

Pasan tres meses y muere mi madre. Sabes mejor que nadie cuánto la amaba y reverenciaba. Su muerte fue tan terrible que, aunque fui un maestro del lenguaje, me faltan las palabras para expresar mi sufrimiento y mi vergüenza. 

Las hojas del laurel se marchitan si las arranca una mano envejecida. Solo los jóvenes tienen derecho a coronar a un artista. 

Ese hermoso mundo irreal del arte donde una vez reiné y donde hoy seguiría reinando de no haberme dejado tentar por el mundo imperfecto de las pasiones vulgares e incompletas. 

Los pobres son más sabios, más caritativos, más amables y más sensibles que nosotros. Para ellos la cárcel es una tragedia de la vida, una desgracia, un contratiempo, algo que inspira compasión. Cuando hablan de alguien que está en la cárcel dicen que “se ha metido en un aprieto”. Siempre usan esa frase, que encierra una perfecta comprensión del amor. Entre la gente de nuestro rango las cosas son distintas. Entre nosotros la cárcel convierte a un hombre en un paria. Yo y los que son como yo apenas tenemos derecho al aire y el sol. Nuestra presencia contamina a los demás. Cuando regresamos, no somos bien recibidos. 

Solo quienes llevan una vida intachable pueden perdonar los pecados. 

Por terrible que sea lo que hiciste, más lo fue el daño que me causé a mí mismo. 

Me dejé tentar por la insensatez y la sensualidad. 

Cansado de estar en las alturas bajé adrede a las profundidades en busca de nuevas sensaciones.

Dejaron de importarme las vidas ajenas. 

Lo que uno hace en secreto acaba teniendo que proclamarlo un día desde las azoteas. 

Permití que me dominaras. 

Quienes tienen mucho suelen ser codiciosos. Quienes tienen poco siempre están dispuestos a compartir. 

La religión no me ayuda. La fe que los demás tienen en lo invisible yo la tengo en lo que puedo ver y tocar. Mis dioses habitan en templos construidos con las manos. 

Cualquier cosa, para ser cierta, necesita convertirse en religión. Y el agnosticismo tendría que tener sus rituales igual que la fe. 

Los dos momentos cruciales de mi vida fueron cuando mi padre me envió a estudiar a Oxford y cuando la sociedad me envió a la cárcel. 

La superficialidad es el vicio supremo. Todo lo que llega a comprenderse está bien. 

Por mi parte, exijo que, si llego a comprender lo que he sufrido, la sociedad comprenda el daño que me ha causado, y que ambas partes renunciemos a cualquier odio o amargura. 

La gente tendrá que adoptar alguna actitud conmigo y emitir un juicio sobre mí y sobre ella misma. No hace falta que te diga que no hablo de personas concretas. Solo frecuentaré a artistas y a gente que haya sufrido: a quienes saben lo que es la belleza y a quienes conocen el dolor; nadie más me interesa. 

Soy muy imperfecto. 

Tengo verdaderas ganas de vivir. 

Me queda tanto por hacer que me parecería una tragedia morir antes de haber podido completar siquiera una pequeña parte. 

Detrás de la risa y de la alegría puede haber un temperamento insensible, vulgar y endurecido. En cambio, detrás del dolor siempre hay dolor. El sufrimiento, a diferencia del placer, no lleva máscara. 

Recuerdo haberle dicho a André Gide en un café parisino que, aunque la metafísica no me interesaba demasiado y la moralidad no me interesaba lo más mínimo, no había nada que hubieran dicho Platón o Cristo que no pudiera trasladarse directamente a la esfera del arte para encontrar allí su plenitud más completa. 

Cuando uno entra en contacto con el alma se vuelve sencillo como un niño, como Cristo dijo que debíamos ser. 

Últimamente he estado estudiando con detalle los cuatro poemas en prosa sobre Cristo. En Navidad logré hacerme con un Nuevo Testamento en griego, y cada mañana, después de limpiar la celda y lustrar mi plato y mi vaso, leo un poco los Evangelios, apenas una docena de versículos tomados al azar. Es una manera deliciosa de empezar el día. 

Siempre se pensó que Cristo hablaba en arameo. Incluso Renan lo creyó. Pero ahora sabemos que los campesinos galileos, igual que los campesinos irlandeses de nuestra época, eran bilingües, y que el griego era el idioma corriente en toda Palestina y, de hecho, en todo el mundo oriental. Nunca me había gustado la idea de que solo conociéramos las palabras de Cristo a través de la traducción de una traducción. 

Cada vez que alguien nos demuestre su amor deberíamos darnos cuenta de que no nos lo merecemos. 

“¿Acaso no es más el alma que el alimento? ¿No es el cuerpo más que el vestido?”. Esta última frase podría haberla dicho un griego. Pero solo Cristo podría haber dicho las dos, y así resumió perfectamente la vida para nosotros. 

El judío de Jerusalén en época de Cristo era, en su obtusa inaccesibilidad a las ideas, su tediosa ortodoxia, su adoración del éxito vulgar, su preocupación por el aspecto más grosero y materialista de la vida y su ridícula apreciación de su propia importancia, el paralelo exacto de filisteo británico de nuestros días. 

Considero el pecado y el sufrimiento como si fueran bellos en sí mismos, cosas sagradas y modos de perfección. 

El pecador debe arrepentirse. Pero ¿por qué? Sencillamente porque de otro modo no podría comprender lo que ha hecho. El momento del arrepentimiento es el momento de la iniciación. Más aún. Es el modo en que uno altera su pasado. Los griegos pensaban que era imposible. Cristo demostró que hasta el más vulgar de los pecadores podía hacerlo. Era lo único que podía hacer. 

Quienes eligen llevar una máscara luego tienen que ponérsela. 

La gente cuyo único deseo es realizarse nunca sabe adónde va. Es imposible saberlo. 

Dos de las vidas más perfectas que he conocido son las de Verlain y el príncipe Kropotkin y ambos pasaron años en la cárcel. 

He tenido que pasar en la cárcel un año más, pero la humanidad nos ha acompañado a todos, y ahora cuando salga recordaré la bondad con que me ha tratado aquí casi todo el mundo, y el día en que recupere mi libertad daré gracias a mucha gente y les pediré que me recuerden. 

El sistema de prisiones es totalmente injusto. Daría cualquier cosa por poder cambiarlo cuando salga. Tengo pensando intentarlo. Pero no hay nada tan injusto como que el espíritu de la humanidad -que es el espíritu del amor, el espíritu de Cristo que no está en las Iglesias- no pueda, si no enderezar, al menos ayudar a sobrellevarlo sin demasiada amargura en el corazón. 

Si hiciera una lista de todo lo que me queda un, no sé cuándo acabaría, pues Dios hizo el mundo tanto para mí como para cualquiera. Es posible que salga de aquí con algo que antes no poseía. 

Soy totalmente feliz cuando estoy solo. ¿Cómo no serlo teniendo libertad, libros, flores y la luna? Además, las fiestas ya no son para mi. He dado demasiadas para que sigan interesándome. Esta faceta de la vida se ha terminado, por suerte diría yo. 

Hoy media un abismo entre mi arte y el mundo, pero entre mi arte y yo no hay ninguno. 

Todo lo que ha rodeado mi tragedia ha sido feo, mezquino, repulsivo y sin estilo. Nuestro propio uniforme nos vuelve grotescos. Somos los bufones del dolor, payasos con el corazón destrozado. Estamos especialmente concebidos para mover a risa. El 13 de noviembre de 1895 me trasladaron aquí desde Londres. Desde las dos en punto hasta las dos y media de ese día, tuve que esperar en el andén principal de Clapham Junction, esposado y con el uniforme de preso, a la vista de todos. Me habían sacado de la enfermería sin previo aviso. No cabe imaginar nada más grotesco. Cuando la gente me veía, se reía. Cada vez que llegaba un tren, aumentaba el público. Su diversión no tenía límites. Eso, claro, fue antes de que supusieran que era yo. En cuando les informaron, aún se rieron más. Pasé media hora bajo la lluvia gris de noviembre rodeado de una turba burlona. 

El año siguiente lloré todos los días a la misma hora y por ese mismo espacio de tiempo. No creas que es tan trágico. Para quienes estamos en la cárcel, las lágrimas forman parte de la vida cotidiana. El día en que no lloramos es porque nuestro corazón se ha endurecido, no porque haya sido feliz. 

Hay que ser muy poco imaginativo para interesarse solo por la gente cuando está en un pedestal. 

El único acto deshonroso, imperdonable y despreciable de mi vida fue dejar que me convencieras de que pidiese ayuda y protección a la sociedad contra tu padre. 

¿Has vivido todo este tiempo desafiando mis leyes y ahora apelas a ellas para que te protejan?

El modo en que me apremiase y me obligaste a pedir auxilio a la sociedad es uno de los motivos por los que te desprecio tanto y por los que me desprecio a mi mismo por hacerte caso. 

El peligro formaba parte de la diversión. 

En el arte, las buenas intenciones no sirven para nada. Todo arte malo es producto de las buenas intenciones. 

El primer deber de una madre es no tener miedo de hablar seriamente con su hijo. 

Todos los días yo tenía que pagar hasta la última cosa que hacías. Solo una persona con una naturaleza absurdamente bondadosa o dominado por una estupidez sin límites lo habría hecho. Por desgracia, en mi se daba la combinación de las dos cosas. 

Los sentimentales son sencillamente gente que quiere disfrutar del lujo de las emociones sin tener que pagar por ello. 

El sentimentalismo no es más que el cinismo que se ha tomado un día de vacaciones. 


Las grandes pasiones están reservadas a quienes tienen grandeza en el alma, y los grandes acontecimientos solo los ven quienes están a su misma altura.