EL ECLIPSE DE YUKIO MISHIMA, Shintaro Ishihara
Narrativas Gallo Nero
“Con la perspectiva que me ofrece mi experiencia en este mundo, te digo que
si quieres ser excelente en el deporte, tienes que serlo también en el arte. Si
eres un deportista que escribe una novela sin ningún valor, eso significa que
profanas el deporte, la literatura y a ti mismo”. (Mishima)
Mishima firmó grandes obras, fue un escritor fascinante, un hombre fuerte y
débil a un mismo tiempo, plagado de contradicciones.
A grandes rasgos se puede afirmar que Mishima tenía una fuerte conciencia
de sí mismo y se creía superior a los demás. ¿Cuándo empezó a sentirse una
especie de elegido? ¿Cuándo nació en él esa conciencia? Es ese proceso el que
llama poderosamente mi atención.
Nadie lo dudaba. No que fuera un elegido, sino que eso era lo que pensaba
de sí mismo. De haber sido otro, no solo habría resultado ridículo sino
peligroso, pero él no toleraba que nadie se atreviera a pensar semejante cosa y
por mucho que algunos se exasperasen, nadie le llevaba la contraria.
Solo un soberano tiene derecho a proclamar ante los demás su carácter
absoluto. Si un artista hace lo mismo, solo provocará una reacción: el
aislamiento. Si uno se pone a pontificar sobre cuestiones tan grandes como la
nación o la cultura, los demás, especialmente los compañeros de profesión, no
tendrán más remedio que protestar porque al hacerlo, uno se aleja del verdadero
arte.
Mishima terminó por perder su lugar en el mundo y fue incapaz de encontrar
uno nuevo. No le quedó más remedio entonces que reunir por sus propios medios a
un grupo de inocentes aduladores que se emocionaban con sus palabras, con sus
ideas y con la aparente seguridad y orden que simbolizaban los uniformes de la
Sociedad del Escudo.
Nadie niega su talento, su brillantez, sus intuiciones acertadas sobre el
futuro del país, pero de ahí a considerarle un genio o un líder hay un gran
trecho y dependerá siempre de valoraciones subjetivas. Por mucho que sus
predicciones y temores sobre la realidad japonesa terminaran por hacerse
realidad, eso no le convirtió en absoluto en alguien infalible.
Quizá sea una forma extraña de plantearlo, pero últimamente he ojeado un
álbum de fotos suyas publicado por Shinchosha, y me ha dado por pensar que los
verdaderos genios nunca tienen cara de ello, como sí pretenden mostrar las
fotos de Mishima. Arthur Rimbaud, por ejemplo, Raymond Radiguet, Évariste
Galois o Wolfgang Amadeus Mozart, tienen una expresión en las fotos o en los
retratos más normal de lo que cabría esperar para personajes de su talla, y uno
no se cansa de mirarles. Algo muy distinto sucede con el álbum de fotos de
Mishima. Después de verlo y volver a verlo, me sentía agotado, saturado. Las
fotos del Mishima joven son excepcionales por su naturalidad, pero desde que
irrumpe en el mundo literario, su fama crece y se hace un nombre, sus fotos
empiezan a rezumar una exagerada conciencia de sí mismo, un ego desmedido. Si
se trata de gestos no intencionados o del resultado del brillo de la gloria,
dependerá del juicio de cada cual, pero a mi me dejan exhausto.
Mishima ni siquiera pasaba por alto la intrascendencia de de una simple
foto. Me aconsejó, sin que yo se lo pidiera, cómo actuar en el mundo literario,
cómo y por qué decidir el formato de las sesiones fotográficas para las revistas
a las que asistía. Para él, los redactores de los periódicos y de las revistas
eran aspirantes frustrados a escritor, y al no haberlo logrado padecían un
complejo de inferioridad respecto a los verdaderos autores. Por eso, si se
dejaba la elección de una foto en sus manos, siempre elegirían la peor. Sus
carcajadas al decírmelo no escondían que creía de verdad en lo que decía.
La foto del martirio de San Sebastián reflejó al verdadero Mishima, su
estética perversa.
Puede ser una consecuencia lógica que una persona convencida de su talento
termine por caer en el narcisismo. Mishima tuvo conciencia de ese talento desde
muy temprano, pero estoy seguro de que no se embriagó de sí mismo hasta estar
convencido de que al fin había logrado tener el cuerpo que tanto ansiaba.
Mishima era un zorro viejo, y cuando alguien le pillaba en un renuncio
sabía cómo arreglárselas para salirse con la suya.
Rintaro Hinuma, miembro del movimiento agrupado en torno a la revista Hihyo,
le dijo a Mishima después de leer El sol y el acero: “si has
escrito semejante cosa, no te queda más remedio que suicidarte. Cada vez que se
lo encontraba, le preguntaba: “¿todavía no estás muerto?”
Tengo la impresión de que las personas ajenas a la creación literaria
tienen una visión objetiva sobre las obras y son capaces de analizarlas con
mayor exactitud.
Sin embargo, Mishima hizo causa de su virilidad, confundió lo privado con
lo público, lo interesante con lo superfluo, y el porqué de todo eso constituye
un verdadero misterio. No supo mantener la distancia con algo que pertenecía a
su estricta intimidad e introdujo en su obra una parte de su experiencia vital
que no aportaba nada a la creación literaria. Por eso, como ya he afirmado al
comienzo de este libro, la mayor desgracia de sus lectores contemporáneos fue
la de tener que lidiar con su poderosa sombra.
La homosexualidad era una de sus ficciones o , en palabras de Shichiro
Fukazawa, una ficción resultado de una pulsión irracional.
El culturismo podía ser un recurso eficaz para complementar otro deporte,
pero de ningún modo se podía considerar un deporte en sí mismo. Todos los
expertos o profesionales así lo reconocen. El cuerpo que se consigue mediante
el culturismo es de una categoría inferior al que se obtiene con disciplinas
que exigen funciones y destrezas variadas. El cuerpo de los culturistas es para
ser admirado, nada más. Si ese es el objetivo, convertirse en objeto de
admiración, y nada más, en ese caso es eficaz.
El culturismo no consiste para mí más que en ejercicios aburridos y
repetitivos. No tiene ninguna de esas virtudes. Si uno aguanta las
repeticiones, obtiene un beneficio rápido, como si comparara acciones seguras
en bolsa. Hay personas como Mishima que sienten la necesidad de hacerlo, se
alegran y agradecen la rutina que les impone, pero hay otros a los que eso no
les satisface en absoluto. Sea como sea, no hay regla general. Cada cual es un
mundo, y para continuar con el símil de las acciones en bolsa diré que son diferencias
como las de las acciones con cotización oficial y las acciones de cotización no
oficial.
El deporte que requiere talento físico, de ningún modo conduce a la
soledad, sino que obliga a gestionar una relación compleja con otra gente en un
plano físico y psíquico. Todo eso no tiene nada que ver con la embriaguez que
sienten los culturistas que superan la tiranía de la repetición. A ellos, el
talento no les sirve de nada. Por eso, para los verdaderos deportivas el de los
culturistas es un mundo espantoso.
La hipocresía que Mishima cometió consigo mismo fue que se regaló un cuerpo
falso y trató de convencerse de que no lo era.
Creo recordar que cuando Mishima empezó a muscular al fin a los ojos de los
demás, me sacaron unas fotos en mi velero para una revista en las que se me
veía desnudo de cintura para arriba. Era pleno invierto, el mar estaba en calma
y para disfrutar del espléndido sol de aquel día, me quité el jersey que
llevaba puesto. Me sacaron la foto desde otro barco con un vaso en la mano. El
fotógrafo era Eikou Hosoe, autor de una famosa sesión de Mishima titulada El
castigo de las rosas.
Al día siguiente de publicarse, Mishima me llamó. Reproduzco a continuación
la conversación que tuvo lugar entre nosotros:
- He visto tus fotos -parecía divertido, pues soltó una de sus habituales
carcajadas-. Estás acabado. He sentido lástima por ti. ¿Qué querías, que todo
el mundo viera tu tripa? Me dan ganas de llorar.
- ¡Ah, esa foto! No me parece tan horrible, la verdad.
- Si ni si quiera tú te das cuenta, aún peor. ¿Por qué no entrenas un poco?
Hay una anécdota que explica cómo Mishima entendía su cuerpo. Me la contó
H., un conocido editor. Un día fue a recoger un manuscrito a casa de Mishima.
Había terminado de trabajar y se lo encontró tendido al sol boca arriba,
desnudo. Mishima no cambiaba de postura en ningún momento. H. le preguntó por
qué no se daba la vuelta para broncearse también por la espalda. “No tomo el
sol en la espalda porque no se ve”, le dijo. Pero aunque se trate de una
escultura, ¿acaso no se admira el conjunto por todos sus lados, no solo por el
frente?
Mishima me contaba divertido sobre su experiencia en el cine, que para
habituarse a ese mundo bromeaba con los técnicos, con los carpinteros y
tramoyistas y de vez en cuando les daba una gratificación. Sin embargo, también
ellos eran profesionales y comprendían lo que sucedía. No podían entrar en su
juego y le observaban sin decir nada. Al final, el ambiente terminó por
contagiarle. No sé si fue por la dedicación que Mishima ponía en el trabajo o
por su enorme sentido de la responsabilidad, pero terminó por caerse de verdad
durante la grabación de esa escena. No hizo falta comprobar si era válida o no.
No fue una interpretación. Se hirió gravemente y tuvieron que ingresarle en el hospital
con una profunda brecha en la frente. Él, que había renunciado al boxeo después
de dos combates preocupado por los golpes que le aturdían, terminó por
golpearse contra una escalera metálica más dura y peligrosa que cualquier
puñetazo.
La vida de Mishima fue una actuación de principio a fin.
Estoy seguro de que la causa última de aquel extraño suicidio suyo fue su
exceso de ego. Alguien que decide acortar su existencia, sea quien sea, no lo
hace sin la conciencia de la extrema gravedad de su acto. Visto de ese modo, el
suicidio de Mishima fue inevitable.
La leyenda de su homosexualidad terminó con su primer libro.
De no haber practicado culturismo, kendo, ni otras cosas, nunca habría
escrito una obra de teatro sobre Hitler, ni hubiera hablado de política o de
nación.
Aquella era una época en la que incluso los candidatos del Partido
Comunista de Japón visitaban en Año Nuevo el santuario de Ise, acompañados de
jóvenes comunistas. Mishima proponía un régimen imperial absolutista y la
protección a ultranza de la cultura que simbolizaba. Para lograrlo no veía otro
camino que el golpe de Estado. Aunque hubiera tenido éxito en su aventura, para
el Emperador no habría sido en realidad nada más que una molestia.
“Proteger la libertad es una cuestión secundaria. No es prioritario para
los seres humanos. Si me preguntan si moriría para defender la democracia,
diría que no, en absoluto.” (Mishima)
Reprochaba y despreciaba a las personas que no tenían un cuerpo cuidado, si
les llamaba afeminados, estaba seguro de que los que sí lo deseaban pero no
podían lograrlo por las razones que fueran, se inquietarían movidos por la
envidia. Pero él, precisamente, era el menos indicado para drogarse el derecho
a despreciar a nadie.
Mishima empezó a repetir de manera obsesiva que no quería verse a sí mismo con
cincuenta años. Quizá sea una declaración que se presta a un análisis
psicoanalítico, pero el caso es que vino a sumarse al presentimiento de su
muerte prematura que ya abrigaba desde que era un niño precoz. No obstante, me
parece conveniente señalar que si una de las causas del suicidio de Mishima fue
el miedo a la caducidad de su cuerpo, la razón de fondo era que ese cuerpo no
era funcional o, más bien, que había pasado por alto la importancia de darle
una función.
Ya fuera béisbol, boxeo o corridas de toros, ejemplos de los que Mishima se
servía para evidenciar la existencia del enemigo, no hay jugador que golpee con
el bate, luchador que propine un puñetazo o torero que agite el capote, que
tenga plena conciencia de lo que hace, que piense en el detalle concreto de lo
que tiene enfrente. No se puede devolver una pelota si uno piensa que se le
acerca a ciento cincuenta kilómetros por hora; no se puede evitar un puñetazo
si se piensa que el oponente es más fuerte, ni se puede torear a un animal de la
envergadura de un toro, si uno piensa que le va a empotran a la primera de
cambio.
Mishima dijo que llegaríamos a entenderle del todo gracias a la obra “El
sol y el acero”. Me pregunto si fue una afirmación a modo de testamento. De ser
así, resulta exagerada.
Fueran cuales fueran las consecuencias, Mishima escribió su libro justo
antes de suicidarse, pero ambas cosas no se pueden relacionar. “El sol y el
acero” puede contener insinuaciones sobre su muerte, pero deberíamos evitar sus
trampas y leerla como habríamos hecho si aun siguiera vivo.
“El sol y el acero” es un estorbo y por mucho que parezca una coartada, en
realidad es una prueba irrefutable de un delito. Para ocultar numerosas
contradicciones, falsedades y disgregaciones, Mishima entró en asuntos como la
política, la nación, la cultura y hasta el Emperador. Todo para
decorarse.
No podía imaginar lo que iba a decir. Lo que expuso a continuación fue un
plan detallado para un golpe de Estado que correría a cargo de las Fuerzas
Armadas de Autodefensa. Una división del Ejército de Tierra podría dirigirse a
no sé dónde, algunos tanques emplazarse en tal lugar, la Armada protegería los
puertos y la aviación se encargaría de llevar a cabo vuelos rasantes sobre el
cielo de las ciudades para crear una sensación de amenaza. El parlamento se
disolvería, Sato asumiría el cargo de Comandante en Jefe del Ejército
Revolucionario, cambiaría la Constitución y redefiniría las funciones del
Emperador. Mencionó otras cuestiones importantes para él, los objetivos que se
alcanzarían al controlar determinadas cosas y al final detalló un plan para
futuro inmediato de Japón.
Me doy cuenta de que siempre nos divirtieron sus extravagancias e imagino
que también disfrutaba. Con el paso del tiempo, en cambio, me doy cuenta de lo
irresponsables que fuimos. No quisimos llegar hasta el fondo de él para
comprender hasta qué punto iba en serio. Nadie le ofreció un salvavidas ni le
preparó una red que le salvara en su caída mortal. De todos modos, si alguien
se hubiera tomado la molestia de hacerlo, le habría rechazado de plano. ¿Cómo
pretendía participar en política vestido con aquel uniforme deslumbrante?
Cuanto más leo sus textos, menos le entiendo.
Todos sus argumentos no eran sino conexiones entre opuestos que habitaban en
el interior del excelente escritor que era: Oriente y Occidente, idea y
emoción, clasicismo y futuro. Como dijo Oswald Spengler, al superar ese tipo de
oposiciones y disgregaciones, se insinuaba una inevitable dialéctica histórica
consecuencia del roce entre culturas distintas. En ese sentido, lamento
profundamente no tener cerca a una persona como Mishima en esta época para
poder discutir con él sobre lo que nos ocurre.
Imagino que siempre temió que pudiera convertirse en un viejo escritor
homosexual como el de El color prohibido, en un extraterrestre como
el de su relato El planeta hermoso.
“Casi no puedo decir “he vivido”. Es como si me hubiera pasado el tiempo
tapándome la nariz. No tengo esperanza en el futuro de nuestro país. Cada día
siento con más fuerza que de seguir así, Japón desaparecerá. En su lugar
quedará un país irreconocible perdido en un rincón de Extremo Oriente, sin
vitalidad, vacío, neutral, de color tenue, acomodado, astuto solo cuando se
trate de defender sus intereses. Ni siquiera soy capaz de hablar a estas
alturas con gente que se desentiende de lo que ocurre a nuestro alrededor.”
(Mishima, “Mis veinticinco años”)
“Alguien incapaz de convertirse en un fanático no vale.” (Mishima)
Me pregunto si sabrá, allá donde esté, que una de las razones de nuestro
irremediable aburrimiento en nuestra prosperidad es su ausencia.
El materialismo cobra cada vez más importancia, pone en primer plano el cuerpo,
los sonidos de la música. ¿Sabías que existía una cosa que se llama la “música
concreta”? A mí me gusta la música electrónica, pero no deja de ser algo muy
materialista. Ni siquiera son sonidos que tengan un sentido concreto o un
significado. En esa música solo existen los producidos por máquinas. Puede que
al arte le pase lo mismo y empiece a adoptar esa misma tendencia. No obstante,
la esencia de una obra de arte no creo que haya cambiado. (Mishima)
Los seres humanos no podemos vivir sin creer en algún valor. Para eso
sería mejor morir cuanto antes. (Mishima)
Debemos convencernos de que los seres humanos perduran. De eso trata la
literatura. No es una cuestión mediocre. (Mishima)
He tenido un hijo. No sé lo que te parecerá a ti, pero esta época en la que
vivimos me resulta especialmente aburrida. Un tiempo verdaderamente aburrido.
(Mishima)
Desde que escribí Confesiones de una máscara, no se me va la idea de la
cabeza de que la novela es como la cocina de la vida. Por mucho que parezca
estética, es acción; la acción de un escritor, su interpretación del mundo.
Como la vida misma, vamos. La pura objetividad es inalcanzable. (Mishima)
Cuando escribo algo e intento alejarme de los márgenes del purismo,
enseguida me critican. (Mishima)
Los japoneses carecemos de metodología, pero tenemos un apego inconsciente
por lo novedoso. Como tendemos al formalismo, reproducimos esa novedad, la
adaptamos y la llevamos a un grado de perfección. (Mishima)
El teatro occidental buscó la originalidad y eso significó su fin.
(Mishima)
Proteger la libertad es una cuestión secundaria. No es prioritario para los
seres humanos. Si me preguntan si moriría para defender la democracia, diría
que no, en absoluto. (Mishima)
El único camino que conduce a la libertad es la aceptación del destino.
(Mishima)
Los seres humanos siempre intentamos trascender nuestros límites. En eso
hay cierta insolencia que nos conduce hasta la democracia. Tenemos que destruir
eso. (Mishima)
Luchar contra el destino implica un destino. Un destino de rebeldía.
(Mishima)
El régimen imperial me parece el fundamento que garantiza la totalidad del
sistema cultural de nuestro país. Es decir, sin el régimen imperial como eje
central de nuestra cultura, no sabemos hacia qué lado nos moveríamos. Es una
especificidad nuestra que sobrevive desde la antigüedad. Lo que se desplazaba
hacia la derecha o hacia la izquierda tradicionalmente, terminaba siempre por
volver al centro equilibrado por la figura del Emperador. La nefasta
influencia, por ejemplo, que supuso el contagio con Occidente trajo
consigo, sin ir más lejos, la desaparición del erotismo en la cultura japonesa.
Más tarde reapareció un erotismo endeble, prestado, que nada tenía que ver con nuestra
tradición. Era en realidad una forma de hedonismo, ese concepto de disfrutar de
un momento. (Mishima)
No creo que la democracia al estilo de los Estados Unidos resucitara
nuestra cultura. Solo una parte. Por razones así no me gusta la política.
(Mishima)
Mi idea es que debemos garantizar la permanencia de un principio que
sostenga nuestra identidad cultural. Por algo así, yo entregaría mi vida. De
todos modos, una garantía así no la ofrece la política. (Mishima)
El hombre no es un animal, sino un principio. Si dices hombre, todo el
mundo piensa en un animal. Para las mujeres, por ejemplo, los hombres somos un
pene. Más grande o más pequeño dependerá de su punto de vista. Sin embargo, el
hombre es un principio total. Las mujeres no. Las mujeres no son más que una
existencia. Los hombres tenemos que proteger a menudo nuestros principios… si
se trata de uno mismo, no hay que sufrir para proteger ningún principio. En ese
caso, es mejor no decir nada, no pelear, no actuar aunque te escupan en plena
calle o te humillen. Es mas fácil esconderse en casa. Pero si un hombre lo es
de verdad, es porque debe proteger el principio que representa. (Mishima)
Hemos ofrecido buenos alimentos a la izquierda. Les hemos servido platos
cocinados por nosotros y se los han comido. Son cuervos que se han colado por
las ventanas abiertas y han acabado con las sobras. Primero se comieron el
nacionalismo, después el anticapitalismo, tercero las acciones contra el
sistema. Ya es un problema que nos hayan arrebatado esas tres cosas. El cuarto
plato aún no nos lo han quitado. Se trata del régimen imperial. Se lo han
comido todo atraídos pos su sabor. (Mishima)