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Reflexiones políticas sobre la crisis, Diciembre de 1938. Ensayos, George Orwell


La masa suele ser silenciosa. No firma manifiestos, ni asiste a manifestaciones, ni responde cuestionarios, ni milita en partidos políticos. Y la consecuencia es que resulta fácil confundir a unos cuantos que vociferan consignas con la nación entera. A primera vista, los cincuenta mil miembros del Left Book Club parecen una multitud. Pero ¿qué son cincuenta mil en una población de cincuenta millones? Para tener una idea real del equilibrio de fuerzas, no hay que fijarse en las cinco mil personas que hacen ruido en el Albert Hall, sino en los cinco millones que están fuera sin decir nada, pero que probablemente están sacando conclusiones y van a votar en las próximas elecciones. Esto es, precisamente, lo que la propaganda de organizaciones como el Left Book Club quiere impedir. En lugar de tratar de evaluar el estado de la opinión pública, reiteran  que ellos son la opinión pública, y ellos mismos y los que se encuentran a su alrededor terminan creyéndoselo.

Hasta hoy no sabemos lo que es un bombardeo aéreo a gran escala, y la próxima guerra podría ser bastante desagradable, incluso para los periodistas.

Nuestra civilización produce dos tipos que van al alza, el mafioso y el afeminado. Nunca se cruzan, pero uno necesita del otro. Alguien en Europa oriental liquida a un trotskista, y alguien en Bloomsbury escribe una justificación del asesinato. A causa, precisamente, de la seguridad y de la absoluta comodidad de la vida en Inglaterra, existe el anhelo de un derramamiento de sangre -derramamiento de sangre a distancia-, un anhelo común de nuestra intelectualidad. El señor Auden puede escribir sobre "la aceptación de la culpa por el asesinato necesario" porque nunca ha cometido uno, porque quizá ninguno de sus amigos haya sido asesinado y, posiblemente, porque nunca haya visto el cadáver de un hombre asesinado. La presencia de esta intelectualidad absolutamente irresponsable , que hace diez años adoptó el catolicismo romano, hoy adopta el comunismo y, dentro de unos cuantos años, adoptará una variante inglesa del fascismo, es un rasgo especial de la situación de Inglaterra. Son importantes porque, con su dinero, sus influencias y su oficio literario, son capaces de controlar gran parte de la prensa.

De no ser por algún escándalo imprevisto, o por un problema serio en el Partido Conservador, las probabilidades que tienen los laboristas de ganar las elecciones son más bien escasas. Si se constituye algún tipo de Frente Popular, sus probabilidades serían quizá menores que las que tienen sin alianzas. La esperanza que queda es que, si los laboristas pierden, la derrota los reconducirá a una "línea" más coherente.

Pero el factor tiempo es fundamental. El gobierno nacional se está preparando para la guerra. Sin duda va a fanfarronear, manipular y hacer todo tipo de concesiones para ganar un poco más de tiempo, pero seguirá preparándose para la guerra. Algunos creen que los preparativos bélicos son un farol del gobierno, o también que van dirigidos a la Rusia soviética. Se trata solo de buenos deseos. La verdadera razón es que saben que, cuando Chamberlain entre en guerra con Alemania (en defensa de la democracia, por supuesto), estará haciendo lo que piden sus oponentes y, por tanto, quitándoles el viento de las velas. Parece que la actitud de la clase gobernante inglesa la resume un comentario que le oí hace unos días a un integrante de la guarnición de Gibraltar: "Ya viene. Está claro que Hitler va  a invadir Checoslovaquia. Lo mejor será no intervenir y estar preparados para 1941". De hecho, la diferencia entre belicistas de derecha y los belicistas de izquierdas es puramente estratégica.