- Cuando digo “nacionalismo” me refiero antes que nada al hábito
de pensar que los seres humanos pueden clasificarse como si fueran insectos y
que masas enteras integradas por millones o decenas de millones de personas
pueden etiquetarse sin problema alguno como “buenas” o “malas”.
- El nacionalismo es inseparable del deseo de poder; el propósito
constante de todo nacionalista es obtener más poder y más prestigio, no para sí
mismo, sino para la nación o entidad que haya escogido para diluir en ella su
propia individualidad.
- El nacionalismo, en el sentido amplio que le doy al término,
incluyo movimientos y tendencias como el comunismo, el catolicismo político, el
sionismo, el antisemitismo, el trotskismo y el pacifismo. No necesariamente
implica lealtad a un gobierno o a un país -y mucho menos a la nación en la que
uno haya nacido-, y ni siquiera es estrictamente necesario que las entidades a
las que alude existan en realidad. Por nombrar unos cuantos ejemplos obvios, el
judaísmo, el islam, la cristiandad, el proletariado y la raza blanca son todos
ellos objeto de apasionados sentimientos nacionalistas, pero su existencia
puede ser seriamente cuestionada y ninguno posee una definición aceptada
universalmente.
- El nacionalista no sigue el elemental principio de aliarse con
el más fuerte. Por el contrario, una vez elegido el bando, se auto convence de
que este es el más fuerte, y es capaz de aferrarse a esa creencia incluso
cuando los hechos lo contradicen abrumadamente. El nacionalismo es sed de poder
mitigada con autoengaño. Todo nacionalista es capaz de incurrir en la falsedad
más flagrante, pero, al ser consciente de que está al servicio de algo más
grande que él mismo, también tiene la certeza inquebrantable de estar en lo
cierto.
- Los comentaristas políticos o militares, al igual que
los astrólogos, son capaces de sobrevivir a cualquier error, porque sus
seguidores más devotos no acuden a ellos en busca de una apreciación de los
hechos, sino para estimular sus lealtades nacionalistas.
- Hace diez o veinte años, la forma de nacionalismo más afín al
comunismo de hoy era el catolicismo político.
- A veces son extranjeros, y más a menudo provienen de zonas
periféricas donde la nacionalidad es dudosa. Ejemplos de lo anterior son
Stalin, Hitler, Napoleón, De Valera, Disraeli, Poincaré o Beaverbrook. El
movimiento pangermánico fue, en parte, creación de un inglés, Houston
Chamberlain.
- El espectáculo del comunista fanático que se transforma en unas
pocas semanas, o incluso días, en un trotskista igualmente fanático es de lo
más común. En la Europa continental, los miembros de los movimientos fascistas
eran con frecuencia reclutados entre los comunistas, y el proceso contrario
podría tener lugar en los próximos años. Lo que permanece constante entre los
nacionalistas es su estado mental; el objeto de su apego es cambiante, y puede
ser incluso imaginario.
- Cuando uno observa la servil o jactanciosa basura que gente a
todas luces inteligente escribe sobre Stalin, el Ejército Rojo, etcétera, se da
cuenta de que algo así solo es posible mediante una suerte de
dislocación.
- Todos los nacionalistas tienen la capacidad de ignorar las
semejanzas entre conjuntos de hechos similares. Un tory inglés defenderá la
autodeterminación en Europa y se opondrá a ésta en la India sin sensación
alguna de incoherencia. Las acciones se consideran buenas o malas no por sus
méritos, sino según quién las lleve a cabo, y parece que no haya ultraje -la
tortura, la toma de rehenes, los trabajos forzados, las deportaciones en masa,
el encarcelamiento sin juicio, la falsificación, el asesinato, el bombardeo de
civiles- que no cambie de color moral cuando ha sido cometido por “nuestro”
bando. El Liberal News Chronicle publicó, como muestra de un
espantoso acto de barbarie, unas fotografías de rusos colgados por los
alemanes, y uno o dos años después dio a conocer, con aprobación general, unas
instantáneas casi iguales, esta vez de alemanes colgados por los rusos. Y lo
mismo sucede con los hechos históricos; desde el punto de vista nacionalista,
la historia es el pensamiento de la mayoría.
- El nacionalista no solo no reprueba las atrocidades cometidas
por su propio bando, sino que tiene una notable capacidad para no oír siquiera
hablar de ellas. Durante casi seis años, los admiradores ingleses de Hitler se
las ingeniaron para no darse por enterados de la existencia de Dachau y
Buchenwald. Y quienes se aprestan a denunciar los campos de concentración
alemanes ignoran, o a duras penas saben, que también los hay en Rusia.
Acontecimientos de gran magnitud, como la hambruna que Ucrania padeció en 1933
y que supuso la muerte de millones de personas, han escapado a la atención de
la mayoría de rusófilos ingleses.
- Un hecho bien conocido puede resultar tan insoportable que sea
dejado de lado y no se le permita formar parte de los procesos lógicos; o, por
el contrario, puede formar parte de todos los cálculos y, a pesar de eso, no
ser admitido jamás como un hecho, ni siquiera en la propia mente.
- Todo nacionalista acaricia la idea de que el pasado puede ser
alterado. Pasa la mayor parte del tiempo en un mundo fantástico en el que las
cosas suceden como deberían suceder -en el que, por ejemplo, la Armada
Invencible triunfó o la Revolución rusa fue aplastada en 1918-, y, cuando es
posible, no duda en transferir fragmentos de su mundo a los libros de historia.
Mucha propaganda de nuestra época no es más que mera falsificación. Se suprimen
los hechos materiales, se alteran las fechas, las citas se sacan de su contexto
y se manipulan para que digan lo contrario de su intención real.
Acontecimientos que se cree que no deberían haber tenido lugar no se mencionan,
y más tarde se niegan. En 1927, Chiang Kai Shek mandó hervir vivos a cientos de
comunistas, y, sin embargo, diez años después se le ha convertido en uno de los
héroes de la izquierda. El realineamiento de la política mundial lo ha situado
en el campo antifascista y, así, se cree que el asesinato de los comunistas “no
cuenta”, o quizá que ni siquiera ocurrió. El principal objetivo de la
propaganda es, por supuesto, influir en la opinión contemporánea, pero aquellos
que reescriben la historia probablemente creen, cuando menos en
parte, que pueden introducir datos en el pasado. Cuando uno tiene en cuenta las
elaboradas falsificaciones que se han graduado con el fin de mostrar que
Trotski no desempeñó un papel importante en la guerra civil rusa, resulta muy
difícil pensar que los responsables simplemente estén mintiendo.
- Aunque el nacionalista se pasa la vida obsesionado con el poder,
la victoria, la derrota o la venganza, a menudo permanece ajeno a lo que sucede
en el mundo real. Lo que quiere es sentir que su entidad ha conseguido superar
a otra, lo cual se logra más fácilmente denostando al adversario que examinando
los hechos para comprobar si estos le dan la razón. Toda controversia
nacionalista está al nivel del debate social. Nunca se llega a ninguna
conclusión, puesto que cada participante cree invariablemente que ha derrotado
al otro. Algunos nacionalistas no están lejos de la esquizofrenia; viven
alegremente entre sueños de poder y conquista que no tienen conexión con el
mundo físico.
- El sionismo. Posee las características usuales de los
movimientos nacionalistas, pero su variante estadounidense parece ser más
violenta y maligna que la británica. Si lo clasifico como nacionalismo directo
y no como transferido es porque florece casi exclusivamente entre los propios
judíos. En Inglaterra, por razones tan variadas como incongruentes, la
intelectualidad es en su mayoría projudía en lo tocante a Palestina, pero no de
un modo particularmente intenso. Además, todos los ingleses de buena voluntad
son projudíos, en el sentido de que desaprueban la persecución nazi, pero
cualquier lealtad nacionalista auténtica en este terreno, o cualquier creencia
en la superioridad innata de los judíos, es difícil de encontrar entre
gentiles.
- Casi cualquier intelectual inglés se escandalizaría ante la
afirmación de que la raza blanca es superior a las otras, mientras que afirmar
lo contrario sería irrecusable, incluso sin estar de acuerdo con ello.
- Los escritores pacifistas han dedicado elogios a Carlyle, uno de
los padres intelectuales del fascismo. En general, resulta difícil no tener la
impresión de que el pacifismo, tal como se da entre una parte de la
intelectualidad, se inspira secretamente en una admiración por el poder y la
crueldad que obtiene los resultados buscados. El error fue vincular esta
emoción a Hitler, pero puede ser transferida fácilmente.
- El antisemitismo parece estar muy extendido, incluso entre los
intelectuales, y el acuerdo tácito de silenciarlo probablemente contribuya a exacerbarlo.
La gente con opiniones de izquierdas no es inmune a él, y su actitud está
muchas veces influid por el hecho de que los trotskistas y anarquistas suelen
ser judíos.
- El hecho de que los trotskistas sean en todas partes una minoría
perseguida y de que la acusación que pesa sobre ellos - que colaboran con los
fascistas- sea obviamente falsa, crea la impresión de que el trotskismo es
intelectual y moralmente superior al comunismo, per resulta dudoso que exista
mucha diferencia entre ambos.
- En cuanto pinchamos el nervio del nacionalismo, la razón puede
desvanecerse y el pasado alterarse, y pueden negarse hechos sobre los que cabe
la menor duda.
- Creo que es justo decir que la intelectualidad se ha equivocado
más que la gente corriente en relación con el progreso e la guerra,
y que sus opiniones han adoptado más a menudo un sesgo
partidista.
- He oído decir confiadamente que las tropas estadounidenses
habían llegado a Europa no para combatir a los alemanes, sino para aplastar una
revolución en Inglaterra. Hay que pertenecer a la clase intelectual para
creerse algo así; ninguna persona normal puede ser tan estúpida.
- Tan pronto como aparecen el miedo, el odio, los celos y el culto
al poder, se pierde el sentido de la realidad.