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Notas sobre el nacionalismo. George Orwell, octubre 1945



- Cuando digo “nacionalismo” me refiero antes que nada al hábito de pensar que los seres humanos pueden clasificarse como si fueran insectos y que masas enteras integradas por millones o decenas de millones de personas pueden etiquetarse sin problema alguno como “buenas” o “malas”. 

- El nacionalismo es inseparable del deseo de poder; el propósito constante de todo nacionalista es obtener más poder y más prestigio, no para sí mismo, sino para la nación o entidad que haya escogido para diluir en ella su propia individualidad. 

- El nacionalismo, en el sentido amplio que le doy al término, incluyo movimientos y tendencias como el comunismo, el catolicismo político, el sionismo, el antisemitismo, el trotskismo y el pacifismo. No necesariamente implica lealtad a un gobierno o a un país -y mucho menos a la nación en la que uno haya nacido-, y ni siquiera es estrictamente necesario que las entidades a las que alude existan en realidad. Por nombrar unos cuantos ejemplos obvios, el judaísmo, el islam, la cristiandad, el proletariado y la raza blanca son todos ellos objeto de apasionados sentimientos nacionalistas, pero su existencia puede ser seriamente cuestionada y ninguno posee una definición aceptada universalmente. 

- El nacionalista no sigue el elemental principio de aliarse con el más fuerte. Por el contrario, una vez elegido el bando, se auto convence de que este es el más fuerte, y es capaz de aferrarse a esa creencia incluso cuando los hechos lo contradicen abrumadamente. El nacionalismo es sed de poder mitigada con autoengaño. Todo nacionalista es capaz de incurrir en la falsedad más flagrante, pero, al ser consciente de que está al servicio de algo más grande que él mismo, también tiene la certeza inquebrantable de estar en lo cierto. 

- Los  comentaristas políticos o militares, al igual que los astrólogos, son capaces de sobrevivir a cualquier error, porque sus seguidores más devotos no acuden a ellos en busca de una apreciación de los hechos, sino para estimular sus lealtades nacionalistas. 

- Hace diez o veinte años, la forma de nacionalismo más afín al comunismo de hoy era el catolicismo político. 

- A veces son extranjeros, y más a menudo provienen de zonas periféricas donde la nacionalidad es dudosa. Ejemplos de lo anterior son Stalin, Hitler, Napoleón, De Valera, Disraeli, Poincaré o Beaverbrook. El movimiento pangermánico fue, en parte, creación de un inglés, Houston Chamberlain. 

- El espectáculo del comunista fanático que se transforma en unas pocas semanas, o incluso días, en un trotskista igualmente fanático es de lo más común. En la Europa continental, los miembros de los movimientos fascistas eran con frecuencia reclutados entre los comunistas, y el proceso contrario podría tener lugar en los próximos años. Lo que permanece constante entre los nacionalistas es su estado mental; el objeto de su apego es cambiante, y puede ser incluso imaginario. 

- Cuando uno observa la servil o jactanciosa basura que gente a todas luces inteligente escribe sobre Stalin, el Ejército Rojo, etcétera, se da cuenta de que algo así solo es posible mediante una suerte de dislocación. 

- Todos los nacionalistas tienen la capacidad de ignorar las semejanzas entre conjuntos de hechos similares. Un tory inglés defenderá la autodeterminación en Europa y se opondrá a ésta en la India sin sensación alguna de incoherencia. Las acciones se consideran buenas o malas no por sus méritos, sino según quién las lleve a cabo, y parece que no haya ultraje -la tortura, la toma de rehenes, los trabajos forzados, las deportaciones en masa, el encarcelamiento sin juicio, la falsificación, el asesinato, el bombardeo de civiles- que no cambie de color moral cuando ha sido cometido por “nuestro” bando. El Liberal News Chronicle publicó, como muestra de un espantoso acto de barbarie, unas fotografías de rusos colgados por los alemanes, y uno o dos años después dio a conocer, con aprobación general, unas instantáneas casi iguales, esta vez de alemanes colgados por los rusos. Y lo mismo sucede con los hechos históricos; desde el punto de vista nacionalista, la historia es el pensamiento de la mayoría.

- El nacionalista no solo no reprueba las atrocidades cometidas por su propio bando, sino que tiene una notable capacidad para no oír siquiera hablar de ellas. Durante casi seis años, los admiradores ingleses de Hitler se las ingeniaron para no darse por enterados de la existencia de Dachau y Buchenwald. Y quienes se aprestan a denunciar los campos de concentración alemanes ignoran, o a duras penas saben, que también los hay en Rusia. Acontecimientos de gran magnitud, como la hambruna que Ucrania padeció en 1933 y que supuso la muerte de millones de personas, han escapado a la atención de la mayoría de rusófilos ingleses. 

- Un hecho bien conocido puede resultar tan insoportable que sea dejado de lado y no se le permita formar parte de los procesos lógicos; o, por el contrario, puede formar parte de todos los cálculos y, a pesar de eso, no ser admitido jamás como un hecho, ni siquiera en la propia mente. 

- Todo nacionalista acaricia la idea de que el pasado puede ser alterado. Pasa la mayor parte del tiempo en un mundo fantástico en el que las cosas suceden como deberían suceder -en el que, por ejemplo, la Armada Invencible triunfó o la Revolución rusa fue aplastada en 1918-, y, cuando es posible, no duda en transferir fragmentos de su mundo a los libros de historia. Mucha propaganda de nuestra época no es más que mera falsificación. Se suprimen los hechos materiales, se alteran las fechas, las citas se sacan de su contexto y se manipulan para que digan lo contrario de su intención real. Acontecimientos que se cree que no deberían haber tenido lugar no se mencionan, y más tarde se niegan. En 1927, Chiang Kai Shek mandó hervir vivos a cientos de comunistas, y, sin embargo, diez años después se le ha convertido en uno de los héroes de la izquierda. El realineamiento de la política mundial lo ha situado en el campo antifascista y, así, se cree que el asesinato de los comunistas “no cuenta”, o quizá que ni siquiera ocurrió. El principal objetivo de la propaganda es, por supuesto, influir en la opinión contemporánea, pero aquellos que reescriben la historia probablemente  creen, cuando menos en parte, que pueden introducir datos en el pasado. Cuando uno tiene en cuenta las elaboradas falsificaciones que se han graduado con el fin de mostrar que Trotski no desempeñó un papel importante en la guerra civil rusa, resulta muy difícil pensar que los responsables simplemente estén mintiendo. 

- Aunque el nacionalista se pasa la vida obsesionado con el poder, la victoria, la derrota o la venganza, a menudo permanece ajeno a lo que sucede en el mundo real. Lo que quiere es sentir que su entidad ha conseguido superar a otra, lo cual se logra más fácilmente denostando al adversario que examinando los hechos para comprobar si estos le dan la razón. Toda controversia nacionalista está al nivel del debate social. Nunca se llega a ninguna conclusión, puesto que cada participante cree invariablemente que ha derrotado al otro. Algunos nacionalistas no están lejos de la esquizofrenia; viven alegremente entre sueños de poder y conquista que no tienen conexión con el mundo físico. 


- El sionismo. Posee las características usuales de los movimientos nacionalistas, pero su variante estadounidense parece ser más violenta y maligna que la británica. Si lo clasifico como nacionalismo directo y no como transferido es porque florece casi exclusivamente entre los propios judíos. En Inglaterra, por razones tan variadas como incongruentes, la intelectualidad es en su mayoría projudía en lo tocante a Palestina, pero no de un modo particularmente intenso. Además, todos los ingleses de buena voluntad son projudíos, en el sentido de que desaprueban la persecución nazi, pero cualquier lealtad nacionalista auténtica en este terreno, o cualquier creencia en la superioridad innata de los judíos, es difícil de encontrar entre gentiles. 

- Casi cualquier intelectual inglés se escandalizaría ante la afirmación de que la raza blanca es superior a las otras, mientras que afirmar lo contrario sería irrecusable, incluso sin estar de acuerdo con ello. 

- Los escritores pacifistas han dedicado elogios a Carlyle, uno de los padres intelectuales del fascismo. En general, resulta difícil no tener la impresión de que el pacifismo, tal como se da entre una parte de la intelectualidad, se inspira secretamente en una admiración por el poder y la crueldad que obtiene los resultados buscados. El error fue vincular esta emoción a Hitler, pero puede ser transferida fácilmente. 


- El antisemitismo parece estar muy extendido, incluso entre los intelectuales, y el acuerdo tácito de silenciarlo probablemente contribuya a exacerbarlo. La gente con opiniones de izquierdas no es inmune a él, y su actitud está muchas veces influid por el hecho de que los trotskistas y anarquistas suelen ser judíos. 

- El hecho de que los trotskistas sean en todas partes una minoría perseguida y de que la acusación que pesa sobre ellos - que colaboran con los fascistas- sea obviamente falsa, crea la impresión de que el trotskismo es intelectual y moralmente superior al comunismo, per resulta dudoso que exista mucha diferencia entre ambos. 

- En cuanto pinchamos el nervio del nacionalismo, la razón puede desvanecerse y el pasado alterarse, y pueden negarse hechos sobre los que cabe la menor duda. 

- Creo que es justo decir que la intelectualidad se ha equivocado más  que la gente corriente en relación con el progreso e la guerra, y que sus opiniones han adoptado más a menudo  un sesgo partidista. 

- He oído decir confiadamente que las tropas estadounidenses habían llegado a Europa no para combatir a los alemanes, sino para aplastar una revolución en Inglaterra. Hay que pertenecer a la clase intelectual para creerse algo así; ninguna persona normal puede ser tan estúpida. 



- Tan pronto como aparecen el miedo, el odio, los celos y el culto al poder, se pierde el sentido de la realidad.