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El Valle de los Caídos


                                        
                       
El vigésimo aniversario de su victoria –1 de abril de 1959- Franco inauguró el gran mausoleo el Valle de los Caídos, en Cuelgamuros, cerca de El Escorial, a 50 kilómetros al noroeste de Madrid. Había costado algo más de 1.000 millones de pesetas, que se invirtieron a lo largo de dos décadas, y parte de ese dinero procedía de donaciones privadas, como los fondos que Gil Robles y la CEDA habían entregado para la insurgencia militar de 1936, justo antes de que esta comenzara. El monumento se excavó en granito, y se construyó una basílica de 262 metros de largo y 41 de alto. La gran cruz que domina la colina sobre la basílica es visible desde muchos kilómetros a la redonda, tiene 150 metros de alto, sus brazos miden 46 metros y pesa 181.000 toneladas. Cuenta con tallas de los cuatro evangelistas y otras muchas figuras del famoso escultor figurativo Juan de Avalós, que consiguió una combinación única de austeridad y grandiosidad. Sobre la basílica, cerca de la base de la gran cruz, se construyó una abadía u una hospedería de la orden benedictina. El propósito del monumento era conmemorar a los caídos de ambos bandos durante la Guerra Civil y enterrar los restos de las miles de víctimas que murieron en el campo de batalla o fueron ejecutadas. Sin embargo, la idea de Franco  era que solo los católicos republicanos pudieran ser enterrados en dicho lugar (Nota: Su primo lo cita así: “Hubo muchos muertos en el bando rojo que lucharon porque creían cumplir con un deber con la República, y otros por haber sido movidos forzosamente. El monumento no se hizo para seguir dividiendo a los españoles en dos bandos irreconciliables. Se hizo, y ésta fue siempre mi intención, como recuerdo, como una victoria sobre el comunismo que trataba de dominar a España. Así se justifica mi deseo de que se pueda enterrar a los caídos políticos de ambos bandos”, Conversaciones privadas, página 239)  ,  aunque no está claro qué tipo de comprobaciones se realizaron para esto. La víspera  de la inauguración grupos de falangistas portaron los restos de José Antonio Primo de Rivera desde el monasterio de El Escorial hasta el Valle de los Caídos, donde fueron enterrados frete al altar mayor de la basílica. Años después, cuando se produjo la muerte de Franco, el gobierno y el rey Juan Carlos decidieron que fuera enterrado frente a la tumba de José Antonio, en la parte posterior del altar, fuera o no esa la intención del Caudillo. (Nota: No existe ninguna certeza en este punto. Carmen nunca oyó que su padre expresara ese deseo: “No, el único que dijo que mi padre deseaba estar enterrado allí fue el arquitecto. Los demás no teníamos, yo no tenía ni idea de dónde quería ser enterrado, pero por lo visto al arquitecto sí se lo dijo, porque mi padre visitaba muchas veces el Valle de los Caídos cuando estaba en obras”. Puede que Franco también se lo comentara a su sucesor, el rey Juan Carlos. “Yo creo que sí. Como estuvo mucho tiempo enfermo, porque fue muy larga su agonía, pues seguramente hablarían unas personas y otras, y les pareció que era el lugar apropiado”).  Franco se había implicado en la planificación y desarrollo del monumento, puesto que en esencia era una idea suya, como también fue el responsable de algunas de sus principales características.
                          
                Tan extraordinario monumento, quizá el mayor de su clase construido en el siglo XX, sería años después motivo de controversia, ya que los críticos de izquierdas de la siguiente generación han propalado que constituye otro más de los crímenes del franquismo.  Para ello han afirmado que se utilizaron prisioneros para trabajar en su construcción, asegurando que fue edificado por esclavos. Tales acusaciones son exageradas. Entre 1943 y 1950 trabajaron allí algo más de 2.000 prisioneros condenados por tribunales militares, pero recibieron pagas –aunque modestas-, algunos beneficios para sus familias y una buena reducción de las condenas, que iban de dos a seis días por día trabajado. Todos fueron voluntarios y rara vez hubo más de 300 o 400 prisioneros trabajando al mismo tiempo. Lo hacían en las mismas condiciones que los trabajadores normales, y algunos, después de cumplir sus condenas, regresaron para formar parte de las cuadrillas de trabajo. Algunos prisioneros huyeron, lo cual resultaba bastante sencillo, pues la vigilancia era mínima. El grueso de la construcción corrió a cargo de trabajadores asalariados externos. Durante los veinte años que tardó en construirse, murieron catorce trabajadores en accidentes, la gran mayoría obreros regulares con salario.

La muerte de Franco

                Concluida la misa, el armón con los restos de Franco fue trasladado hasta Cuelgamuros, en el Valle de los Caídos, donde le esperaban varios miles de excombatientes con José Antonio Girón a la cabeza. En la puerta de la basílica recibió el féretro el abad Luis María de Lojendio.  El sepulcro se había abierto entre el altar mayor y el coro de la basílica, frente a la tumba de José Antonio Primo de Rivera. El de Franco tenía unos tres metros de profundidad. En su interior las paredes habían sido revestidas en bronce con relieves del escudo nacional, de jefe nacional del Movimiento, de capitán general de los ejércitos y con el distintivo de su Casa. De ese modo los símbolos de su poder  quedaban bajo tierra cubiertos por una sencilla losa de granito de 1.500 kilos. Y sobre la lápida, simplemente, “Francisco Franco”. Allí quedó el último gran representante de la ideología nacional-católica tradicional española. Y con él se enterraba una milenaria tradición que hundía sus raíces en un pasado de trece siglos.

                Carmen afirma que la familia no sabía dónde quería ser enterrado Franco, pero que el primer arquitecto del Valle de los Caídos, Diego Méndez, había comentado que Franco había dicho en alguna ocasión que quería ser enterrado allí, y el gobierno estuvo de acuerdo. Fran Anselmo, prior del monasterio benedictino que hay en la parte posterior del monumento, dijo en 2012 que no se habían hecho preparativos para el enterramiento y que hubo que excavar la tumba precipitadamente entre el día 20 y el día 22.

                “Pronto empiezan a recibirse en la Abadía del Valle (…) numerosas cartas, tanto de España como del extranjero, que proclaman santo al que quedó allí enterrado y piden objetos que haya tocado su tumba para guardarlos a modo de reliquias” (D.Sueiro, La verdadera historia del Valle de los Caídos, Madrid, 1976)

                Siguió siendo un lugar de interés para los admiradores más fervientes de Franco, pero en general quedó como atractivo turístico para gentes de España y del extranjero. El gobierno socialista de Zapatero (2004-2012) finalmente restringió el acceso a la basílica. Aunque, como lugar de culto, pertenecía a la Iglesia católica, oficialmente la estructura formaba parte el Patrimonio Nacional de España.

                El rey Juan Carlos, casi de inmediato, concedió a Carmen Polo de Martínez-Bordiú el título hereditario de duquesa de Franco, con la categoría de Grande de España, y un título menor se le entregó también a su madre. Doña Carmen no abandonó El Pardo hasta el 31 de enero de 1976. Entonces el lugar fue declarado lugar histórico nacional y ella misma sería enterrada allí tras su muerte, acaecida en 1988. Su gran pena de los últimos años fue que ella y su marido no pudieran ser enterrados juntos. El epitafio más sencillo y apropiado, redactado por su cuñado Serrano Súñer, decía así: “Fue la mujer más absolutamente incondicional, más adicta a su marido”.


Fuente, Franco, una biografía personal y política, Stanley G. Payne - Jesús Palacios

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