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Millán Astray, Legionario - Un superviviente de sí mismo. Luis E. Togores


Millán Astray :Un superviviente de sí mismo

Por Luis E. Togores

La pérdida de importancia y responsabilidad no supuso un descenso de su fama y popularidad. Millán Astray era muy conocido por los madrileños y por todos los españoles. Su simpatía le había granjeado la amistad de muchos de los intelectuales, artistas, toreros… de su tiempo. Entre éstos se encontraba la cantante argentina Celia Gámez, a la que había conocido en los primeros días de Radio Nacional Española, y que seguramente ya conocía de sus visitas a Argentina, pues fue novia de los aviadores Ramón Franco y de Durán. 

Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, también tuvo algún papel, aunque mucho menos relevante que en los años de la recién Guerra Civil. Su adscripción de boquilla al fascismo no le convertía en una de las figuras más idóneas para estrechar lazos fundamentalmente con la Alemania nazi. 


Su actuación, sin embargo, sí tuvo alguna relevancia con respecto al Japón y su nuevo papel como gran potencia hegemónica en Extremo Oriente. Su declarada admiración por la figura y espíritu de los samuráis facilitó su contacto con la representación e intereses japoneses en España. 

Lo que sí es cierto es que Millán Astray se pronunció abiertamente a favor de la ocupación japonesa de Filipinas, ya que así la ex colonia española era arrebatada a la soberanía norteamericana. Recordemos que era un ex combatiente de Filipinas. Consideró la llegada de los nipones -como de hecho pensaban muchos españoles franquistas- como una cierta recuperación de la presencia e intereses de los españoles en las islas. El 17 de diciembre de 1943, Informaciones publicaba unas declaraciones de Millán Astray a Gaspar Tato Cumming al respecto:

La primera medida de Japón en Filipinas ha sido nombrar al alcalde filipino,ardiente filipino, en Manila y desterrar la enseñanza del inglés y la cultura anglosajona en el archipiélago. Dos síntesis de dos teorías sobre Filipinas, que apuntan un futuro que puede resumirse así: cooperación con el pueblo filipino y respeto a la cultura hispana. Dos deducciones: manifestación de que en un futuro el pueblo filipino será independiente, actuando con este sentido en el espacio vital del nuevo orden asiático; y el nombramiento de una Embajada en el Estado del Vaticano. Sintonía política, pues no olvidemos que los filipinos constituyen un pueblo esencialmente católico, en el que sobrenadan masones y salvajes. 

Al conocer como al mariscal Graziani, combatiente de tres guerras, mutilado y perseguido por el entonces ministro de Defensa italiano Pacciardi, en un gobierno presidido por De Gasperi, se le había privado de todas sus condecoraciones, incluso la medalla de mutilado, Millán Astray reaccionó iracundo. Envió al heroico Graziani su propia medalla de mutilado, que el mariscal italiano aceptó; hecho que fue recogido por la revista Dígame: 

Hace poco más de un año, cuando el general Millán Astray supo que el mariscal Rodolfo Graziani, después de haber combatido durante cincuenta años por su patria, se veía desposeído de todas sus condecoraciones, incluso de la medalla de mutilado, le envió su propia medalla de mutilado, ofreciéndosela en una cariñosa carta. 

En los últimos años de su vida, dedicó buena parte de las escasas fuerzas que le quedaban a temas de caridad. Su interés y conocimiento de las clases populares, fruto de un permanente trato con los sectores más desprotegidos de la sociedad, le llevó a colaborar con las obras sociales de la parroquia del padre Medina -futuro fundador de la Ciudad de los Muchachos-, con los pobres del barrio de Las Latas, en el Puente de Vallecas, y del barrio de Doña Carlota. 

Era un pedigüeño nato, aunque nunca pedía dinero para sí mismo, pero sí para los demás. Llegó a recaudar en una ocasión la importante cantidad de 75.000 pesetas. La mayor parte entregada por su amiga Leonor March Ordinas, cuya partida más importante de gastos se invirtió en que cerca de cien niños hicieran la primera comunión. Son muy conocidas las anécdotas en que perseguía a alguna amistad para lograr algún puesto de trabajo para tal o cual pilluelo que había quedado huérfano o abandonado por sus padres por causa de la guerra o para buscarles plaza en el Colegio de Huérfanos de las Mercedes o en el Asilo de San Rafael. 


Sufrió ocho operaciones quirúrgicas, cuatro heridas de bala graves y otras muchas insignificantes, sufrió de tétanos y de gangrena gaseosa, y le dolía el brazo amputado “siempre, siempre… todas las horas y todos los días”, teniendo en el oído izquierdo un zumbido constante, así como algunos vértigos que llegaban a hacerle perder el equilibrio y desmayarse súbitamente si giraba la cabeza a derecha o izquierda, lo que le obligaba a ir siempre acompañado por un legionario de escolta pues en ocasiones olvidaba esta incapacidad:

Soy muy aprensivo. Creo que tengo todas las enfermedades, además de las que tengo, y me visitan constantemente y fraternalmente -nunca podré pagarlos- don Carlos Jiménez Díaz, don Antonio García Tapia y Marciano Gómez Ulla. Además, todos los días, por la mañana, tiene la bondad de venir a visitarme el capitán médico asesor de la Dirección General, que es mi médico de cabecera y entrañable amigo el doctor Azpeitia. Llevo siempre en el bolsillo cinco o seis medicinas que afortunadamente no suelo tomar, y en mi coche llevo un botiquín con más de veinte, que no tomo tampoco; creo que me traen buena suerte, porque, por mi torpeza soy muy supersticioso; sé que es una tontería…

La valoración que de sí mismo hace el propio Millán Astray resulta curiosa, pues “presume” de defectos que siempre combatió. No deja de ser ésta una postura muy en la línea de su complicado carácter. Sobre su supuesta o real aprensión, su hija solo recuerda su úlcera de estómago, que le obligaba a tomar leche y comer magdalenas y galletas al menor atisbo de hambre. 

Era muy besucón -como él mismo decía- de hombres y, sobre todo, de mujeres. Tenía entrada libre, por invitación, en todos los espectáculos de Madrid, incluidos los toros, por voluntad expresa de los empresarios, aunque los mutilados tenían derecho gratis a la silla de acomodador y taquillero. 

Manifestaba que de todos los militares que conoció a lo largo de su vida, incluido el propio Franco, al que le unió una estrecha y entrañable amistad, su preferido, era Sanjurjo, a pesar de ser él en buena medida el autor del mito del Caudillo victorioso creado durante los años de la Guerra Civil. 

Destacaba, entre los hechos más curiosos de su vida, su visita en 1930 a West Point, haciendo una entrada estilo Hollywood, parándose la circulación de la Quinta Avenida para que pasase con su escolta de motoristas. Recuerdo potenciado, sin lugar a dudas, por la nueva imagen que Estados Unidos proyectaba en España a partir de 1950 y que poco tenía que ver con el Millán Astray pro francés de sus primeros años, o el estrechamente por Eje de los años de la Guerra Civil en inmediata posguerra. 

Tres veces visitó América, la última casi como exiliado, trató personalmente a quince o veinte jefes de Gobierno. Presumía de haber entrado en todos los conventos de clausura de España y de no haber tenido nunca apego al dinero. 

No he ganado más dinero en mi vida que con mi carrera y dos libros que he escrito: ‘La Legión y Franco’, ‘el Caudillo’, porque los demás que he escrito jamás me los han pagado, ni los he cobrado, y cuando me los han querido pagar o lo he declinado o lo he enviado a alguna asociación benéfica. Fui locutor en Radio Buenos Aires, porque cuando estuve allí últimamente, en el año 1936, no me mandaban la paga desde España en tiempos de la República y tuve que hablar por radio para ganarme la vida. Soy muy pobre en dinero, como todos los legionarios, pero muy rico en cariños y en regalos que me hacen los artistas españoles. 

Los miembros de la familia Millán Astray sobrevivieron a la guerra en su inmensa mayoría. Las hermanas del general, a pesar de haber sido encarceladas en la zona roja, salieron indemnes del conflicto, de tal forma que la mayor parte de ellas se pudo de nuevo reunir en 1939.

Le encantaba jugar con sus sobrinos y luego con su hija. Pala recuerda cómo le iba a buscar al colegio para ir luego de paseo al Retiro, a la Casa de Fieras, donde visitaban a los camellos que le regaló el sultán de Marruecos. En aquellos paseos, Pala se comía las galletas que siempre llevaba su padre en el bolsillo para la úlcera de estómago que padecía, y se divertía con los juegos que Millán Astray hacía a los niños que siempre le seguían. Su número fuerte consistía en sacarse el ojo de cristal de su cuenca, entre el horror de su público infantil novato y la alegría y diversión de los que ya conocían el truco. 

No bebía, como ninguno de los varones de su familia. Comía poco, torturado por la úlcera, tomando constantemente su medicina, Beyergal. Era en muchas cosas ascético, acentuada exteriormente esta cualidad por causa de su deteriorado aspecto físico, que con los años fue poco a poco agravándose y haciéndose muy visible por su delgadez. 

En relación a su vida privada fue, como todo en su existencia, singular. Se casó en 1905 con Elvira Gutiérrez de la Torre, nacida en Cuba, hija de un general español. Después de la boda, Elvirita, como la llamaban todos, puso en su conocimiento que había hecho voto de castidad. Millán Astray pudo anular su matrimonio inmediatamente, pero decidió no hacerlo y continuó a lo largo de toda su vida manteniendo una relación “fraternal” con ella. Además, su azarosa vida, que le llevó a estar larguísimas temporadas fuera de casa, en campaña, en Marruecos, facilitó mucho esta situación. Por lo demás, Elvirita, le cuidó primorosamente a lo largo de toda su vida. 

En 1941, en una partida de póquer en casa de su viejo amigo el escritor y abogado Natalio Rivas, Millán Astray conoció a Rita Gasset, hija del ex ministro de Fomento Rafael Gasset, dueño y directo del periódico El Imparcial, y prima carnal del filosofo Ortega y Gasset. 

Rita era una chica moderna, una pionera del feminismo, a la que su padre mandó a un internado por sus gestos libertarios, entre ellos fumar en público. Había decidido que jamás se casaría en las condiciones de sumisión que la mujer tenía respecto al hombre en el matrimonio de la época, que hacía que la mujer pasase de la patria potestad del padre a la del marido. 

A Rita, mujer decidida y de mucho carácter, le impactó Millán Astray. Un hombre que por edad podía ser su padre. Rita era muy distinta de Elvirita. Era alegre, inteligente, emancipada y mucho más joven que Millán Astray. De hecho Elvirita había sido compañera de colegio de la madre de Rita. La verdad es que el General, como recuerdan todos los que le conocieron, tenía un encanto y simpatía especial que le hacía ser objeto de atenciones y cariño por parte de todos los que le conocían. Surgió inmediatamente la amistad entre Rita y Millán Astray. En sus abundantes charlas Rita comentó que quería tener un hijo, pero que debía ser fuera del matrimonio. El General se brindó a ser el padre, tras solicitar permiso a Elvirita. 

En abril de 1941, Rita quedó encinta y Millán Astray decidió anular su matrimonio. El cardenal Leopoldo Eijo Garay le dijo que, dada la no consumación del mismo, no tenía el menor problema. El problema fue otro. Millán Astray tenía con Franco la confianza de dos viejos y entrañables amigos. Cuando le comunicó al Caudillo su decisión, estaban los dos solos, y Franco le dijo: “No me darás este escándalo. Te prohíbo que lo hagas.” La escena fue muy dura. Millán Astray volvió a ser víctima de su prestigio y renunció a la anulación. Franco sabía muy bien el impacto que esa anulación podía tener. Pero el fundador de la Legión quería legitimar a su descendencia. La prohibición de su íntimo amigo suponía que en la España de Franco su futura hija no podría llevar el apellido Millán Astray. Como buen soldado Millán Astray acató la orden de su superior. 

Millán Astray siguió viviendo con Elvirita en Velázquez 99, pero visitaba a diario a Rita y a Palita. Elvira, se convirtió en tía Elvirita. Hasta su muerte, en agosto de 1966, Elvirita -por voluntad expresa de su marido- trató con cariño y cordialidad a su “sobrina”. A Pala le dejó sus joyas y todos sus recuerdos personales; el día que se casó Pala, tía Elvirita le regaló su pulsera de pedida. Rita murió el 2 de agosto de 1985. 

Millán Astray vivió sus últimos años de vida en la sede del Cuerpo de Mutilados, donde hallará la muerte. Fallece el 1 de enero de 1954 a las 10 de la noche. Hacía cinco meses que un problema cardíaco le retenía en casa. Su enfermedad era casi un secreto, no aceptaba que la gente pudiese verle vencido por ella. Él, que siempre se había resistido a todas la debilidades propias del cuerpo humano. En aquellos días están con él su mujer Elvira, su oficial ayudante Armiño y los legionarios de su escolta. Sólo recibía a sus íntimos amigos, a su hija, a Rita y a sus hermanas. Cuando falleció tenía 74 años. 

Su muerte hizo recordar a toda España, al mundo entero, su figura. En los últimos años había sido en buena medida olvidado, pasando a un plano más que secundario, fruto de la nueva España en la que cada vez tenía menos cabida una figura ochocentista y romántica como era la suya. 

Durante los dos últimos meses de convalecencia dictó numerosas instrucciones para cuando llegase su muerte. En ellas decía:

Tengo dicho siempre, y por escrito, que soy católico, apostólico y romano, y que siempre he procurado seguir el camino del amor a Dios, culto a la Patria, al honor, al valor, a la cortesía, al espíritu de sacrificio, a la caridad, al perdón, al trabajo, y a la libertad con justicia. O sea el camino de los caballeros.

Como ya tengo dicho, deseo que no haya ningún rito funerario, sino rito legionario. Que me envuelvan en una sábana, con un pequeño crucifijo encima del pecho y la bandera puede ser la del edificio… nada de túmulos, nada de luces ni hachones. Encima de la tapa de la caja, que será muy sencilla y lo menos parecida a los vulgares ataúdes -pero que no sea de mucho valor- se pondrá mi gorro legionario y un guante blanco…

Se ocultará la hora, se procurará que no se publiquen noticias de Prensa, ni esquelas. Nadie acompañará más que los citados y los legionarios de mi escolta. 

Que sean los legionarios los que me metan en la fosa, y que le den tierra, pero sin tocarle con las manos. 

No se celebrarán funerales de ninguna clase, dedicándose el dinero que se hubiera de emplear en esto, para los niños del Colegio de San Rafael y para las niñas del Colegio de Santa Cristina…

No se dirá la hora de la despedida para que vayan sólo los citados y los legionarios, precisamente los de mi escolta, éstos en camión, los oficiales en el automóvil, y el coronel fundador de la Legión en la fargo, acompañado de dos legionarios…

Pedía a su hija, Pala, no guardase luto más de nueve días y “luego vaya al cine y donde quiera”. Dejó una lista muy detallada de a quién legaba todos sus recuerdos militares, aunque cambió varias veces de parecer. 


¡Muera la intelectualidad traidora!:



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