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El nacimiento de ETA


     El 31 de julio de 1959 nació ETA de una escisión de la rama juvenil del Partido Nacionalista Vasco (PNV). El surgimiento de Euskadi Ta Askatasuna (Patria Vasca y Libertad) fue la consecuencia directa de un proceso de varios años de encuentros y desencuentros en el seno del nacionalismo vasco, que languidecía en el exilio exterior, mientras que en el interior se debatía la inoperatividad y la decadencia más absoluta. La elección del día 31 de julio para fundar ETA no fue casual ni caprichosa. Era el día de San Ignacio, la misma fecha escogida 64 años atrás por Sabino Arana, el inventor del nacionalismo separatista vasco. Arana se basó en el sentimentalismo emocional de un ruralismo pueril, en la pulsión del romanticismo más reaccionario de la fábula de la pureza de la raza vasca, sustentada en las teorías del racismo biológico de Gobineau y Chamberlain, muy en boga en el siglo XIX, y en los conceptos fundamentalistas del integrismo católico, de la idea de pueblo y de lengua, para fundar el Partido Nacionalismo Vasco, en su afán de alcanzar la arcadia visionaria y mesiánica de la independencia del País Vasco del resto de España.

     Desde entonces, el nacionalismo vasco pasó por muchas vicisitudes. Su principal fuerza y desarrollo lo alcanzó en la Segunda República. Al grito de "¡Dios y Fueros!", arraigó en las clases medias y en el entorno rural un discurso ideológico basado en la sangre y en la tierra, en el concepto de Dios y de las leyes antiguas (JEL), artífices de la nacionalidad, de la construcción de la nación "Euskadi", que era la patria de los vasos, seres inmaculados dotados de las máximas virtudes por la singularidad de su raza aria, superior a todas, y de su peculiar lengua, el euskera, despreciando que tan propia y suya era el español. Con dicha argamasa, el nacionalismo vasco sufriría en su imaginario el "perpetuo latrocinio extranjero españolista". Su activismo fue obsesivo en el desprecio hacia los de afuera y en la doctrina antiliberal.

     La polarización y la fragmentación en la política y en la sociedad de la República elevaron la crispación hacia una progresiva radicalización. La sublevación militar de julio de 1936 introdujo al PNV en la espiral de su propia y traumática encrucijada. En el País Vasco la guerra fue más fraticida y desgarradora que en ningún otro lugar. Álava quedó en el bando nacional, en tanto que Vizcaya y Guipúzcoa estaban en el lado republicano, ante el interés "soberano" de sacar adelante su estatuto de autonomía. Al nacionalismo vasco le repugnaba la escalada de terror revolucionario del Frente Popular, y en su seno hubo importantes sectores que simpatizaban con los sublevados, además de compartir con ellos sustanciales identidades ideológicas y de religiosidad. Pero el sueño de la independencia, vía estatuto, fue el objetivo que se había impuesto. El 7 de octubre de 1936 José Antonio Aguirre, exalcalde de Guecho, fue ungido presidente del gobierno vasco bajo el roble de Guernica, en una ceremonia trufada de liturgia nacionalista. Sin embargo, la aventura del gobierno nacionalista sería de corto vuelo: apenas nueve meses. A mediados de junio de 1937, superado fácilmente el cinturón de hierro, las brigadas de Navarra tomaron Bilbao. El gobierno vasco, con Aguirre a la cabeza, y unos desmoralizados batallones de gudaris buscaron amparo en Cantabria, donde la defección de aquel gobierno rindiéndose a las fuerzas franquistas en Laredo y Santoña fue total, así como la convicción de traición en el gobierno republicano.

     Durante la Segunda Guerra Mundial, José Antonio Aguirre y varios miembros de su gobierno exiliado se marcharon a Estados Unidos, una vez superados los coqueteos que mantuvieron con los nazis, a los que aseguraban una leal colaboración en caso de tener en cuenta sus aspiraciones independentistas. En Estados Unidos, un Aguirre entusiasta y anticomunista se echó en manos del departamento de Estado, con la absoluta creencia de que Franco y su régimen serían barridos tras la victoria aliada, y que él retomaría el poder de una Euskadi libre. Pero Franco y su dictadura no cayeron, y soportó los momentos más duros del embargo de combustibles y de materias primas, las condenas internacionales, la retirada de embajadores, su marginación de los nuevos escenarios diplomáticos, la declaración tripartita norteamericana, francesa e inglesa, y la formación de un fantasmagórico gobierno republicano, en el que Aguirre también se volcó. La guerra fría movería los peones de la escena internacional, y Franco salió reforzado por su firme anticomunismo. El mismo que también alentaba en el exilio al nacionalismo vasco. José Antonio Aguirre y sus colaboradores no desfallecieron y acentuaron sus convicciones antisoviéticas y pronorteamericanas, echándose en brazos de la CIA y otros servicios de inteligencia, cuya colaboración durante más de dos décadas fue digna del más puro y radical maccarthismo antiizquierdista.

     Tras varios años de entrega absoluta al departamento de Estado y a la CIA, para quienes trabajaron como espías entre las comunidades de vascos de Sudamérica, la realidad terminó por confirmar que Estados Unidos los había abandonado. El dictador no solo no sería descabalgado del poder, sino que llegaban con él a un pacto bilateral de ayuda y defensa mutua. Aquello fue una bofetada más que el nacionalismo vasco añadió al desalojo en junio de 1951 del edificio  de la Avenue Marceau, sede del gobierno vasco en París. Aquel día Aguirre lloraría de tristeza. El nacionalismo vasco se precipitaba por el camino de la depresión y de la pasividad. Su actividad era estéril e inane, y se descomponía, incapaz de dar alguna respuesta válida para aquel momento. En el inicio de la década de los cincuenta, no existía un sentimiento nacionalista vasco arraigado en el interior de las provincias vascongadas. Se imponía un sentido de lo nacional, no un nacionalismo español que hostigase al nacionalismo vasquista, sino simplemente un concepto de nación. Franco y su régimen se encontraban con un apoyo sociológico notable, siendo ampliamente tolerado por grandes capas de la sociedad que colaboraban abiertamente con él. 

     Fue entonces cuando un grupo de jóvenes estudiantes de Vizcaya se unieron en torno a la publicación Ekin (Hacer), buscando redescubrir las señas de identidad del nacionalismo vasco. Todos procedían de familias burguesas en las que seguía vibrando el nacionalismo; eran estudiosos del fundador, Sabino Arana, y de la historia del País Vasco únicamente en clave nacionalista, además de tener muy acentuada su religiosidad católica. Desde París, Aguirre intentaba reorganizar la base juvenil del partido EGI, y la convergencia e identidad entre ambos fue total. No existían diferencias ideológicas ni sociales, y ambos grupos se fusionaron en el PNV. Pero las críticas sobre la ineficacia de la estrategia del PNV les llevaron a la ruptura en mayo de 1958, coexistiendo durante un año dos grupos casi con las mismas siglas, hasta que Ekin-EGI decidió cambiar su nombre por el de ATA (Aberri Ta askatasuna - Patria y Libertad), que sería desechado por el definitivo de ETA en su afán de referirse a una Euskadi libre e independiente. Las primeras pintadas y octavillas con los gritos de "¡Gora Euskadi! ¡Gora ETA!" aparecieron el 31 de julio de 1959. ETA surgió no como consecuencia de una ruptura ideológica con el PNV, sino por una cuestión estratégica. Y, de hecho, durante un tiempo la nueva formación alentaba la esperanza de que el PNV reconsiderase sus métodos de acción. Fue, en principio, más bien un medio de presión hacia la matriz de la casa madre. 

     A diferencia del PNV, ETA se definía como un movimiento. Su activismo inicial consistía en lanzar octavillas, colocar ikurriñas, realizar pintadas y quemar alguna bandera española, hasta que las escisiones y los cambios en su cúpula, tras varias asambleas, la conducirían a la dinámica acción-represión que determinaría su voluntad de saltar hacia el terrorismo más brutal a finales de los sesenta, impregnado de un concepto revolucionario y del marxismo leninismo maoísta. Pero la ETA fundacional era elitista, desdeñaba la acción de masas sobre los trabajadores y los obreros, a quienes veía con recelo y desprecio, y los consideraba una amenaza de invasión, pues en su  mayoría eran inmigrantes, una fuente de españolismo y un peligro para la identidad cultural y étnica vascas. Y pese a que trataba de distinguir entre estos y el inmigrante que acudía a las provincias vascongadas para mejorar su calidad de vida de forma pacífica y para integrarse plenamente en su sociedad, no dejaba de ser un instrumento político que podía llevar a la extinción del pueblo vasco. Por ello, la solución que ETA proponía en la construcción del futuro estado vasco pasaba por el despido y la expulsión masiva de los inmigrantes. Una limpieza étnica. 

     ETA modificó el racismo biológico de Arana -basado en la pureza de raza del vasco- por un concepto étnico-cultural. Seguía pensando que el vasco era superior al resto de los españoles, que eran unos ocupantes extranjeros, y buscó encerrarse en sí misma reivindicando su nacionalismo sobre la negación del otro, de lo español. La columna vertebral de su pensamiento fue la lengua. El euskera se convirtió en el motor principal, el factor determinante y simbólico de la identidad de lo vasco y de su comunidad nacional e histórica. Para ETA, Euskadi era una nación ocupada por una potencia extranjera, España (después lo será también Francia), que buscaba eliminar el euskera y sustituir a las élites autóctonas por una burguesía foránea, hasta borrar la memoria de lo vasco a través de la inmigración de obreros y de técnicos y ejecutivos españolistas. La religión fue otra de las cuestiones fundamentales para ETA. Sus fundadores eran católicos radicales, pero, a diferencia del nacionalismo integrista sabiniano, se declaraba aconfesional, ante el recelo y la repugnancia que sentía por el apoyo que la jerarquía eclesiástica prestaba al régimen franquista. Esto no le impediría, al contrario, gozar de la protección y cobijo de muchas parroquias y centros religiosos, y numerosos sacerdotes alentaron las actividades de ETA e incluso llegaron a militar en sus filas, ya en la fase del terrorismo más sangriento, hacia el que los obispos vascos mostrarían regularmente su "comprensión humana". De hecho, los primeros asesinatos de ETA vendrían precedidos de una consulta a varios sacerdotes vascos. 

     El regeneracionismo de ETA no le impidió asumir los mitos del nacionalismo vasco: igualitarismo y nobleza de origen de los vascos, un país libre e independiente en la historia -hasta la pérdida de los fueros y la invasión española-, y la ocupación de su territorio por dos potencias extranjeras: Francia y España. El mito igualitario generó en sus conciencias la idea de Euskadi, un pueblo noble y democrático, amante de la libertad, que sufría una invasión que era la causa de todos sus males y desgracias, por lo que la única solución factible era la recuperación plena de la libertad, sacudiéndose el yugo de la opresión hasta la independencia absoluta. La ruptura y el distanciamiento estratégico entre ETA y el PNV tuvo lugar después de su primera asamblea, celebrada en la primavera de 1962. Pero no sería hasta varios años después, tras la IV y V asamblea, en 1965 y 1966, cuando ETA optó por las acciones terroristas, una vez que sus fundadores desaparecieron de la organización.

Fuente: Franco, Stanley G. Payne, Jesús Palacios

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