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¿Qué significa el término “fascismo”?


Fuente: El fascismo, Stanley G. Payne. Alianza Editorial.

Se dice que el fascismo era imperialista por definición, pero esto no queda totalmente claro si se hace una lectura comparada de los programas de los diversos movimientos fascistas. La mayoría eran, efectivamente, imperialistas, pero parece que todos los tipos de movimientos y sistemas políticos han producido políticas imperialistas, mientras que varios movimientos fascistas estaban poco interesados en nuevas ambiciones imperiales, o incluso las rechazaban. Todos ellos, no obstante, aspiraban a un nuevo orden en las relaciones exteriores, a una nueva relación o conjunto de alianzas con respecto a los estados y las fuerzas contemporáneas y a que su nación tuviera una posición nueva en Europa y en el mundo.

La ideología y la cultura fascistas merecen más atención de la que reciben normalmente, pues la doctrina fascista, igual que todas las demás, se derivaba de ideas, y las ideas de los fascistas tenían claras bases filosóficas y culturales, pese a frecuentes afirmaciones en contra. A menudo se dice que las ideas filosóficas fascistas derivaban de la oposición a la Ilustración o a las “ideas de 1789”, cuando de hecho son un producto directo de aspectos de la Ilustración, y derivaban directamente de los aspectos modernos, seculares y prometeicos del siglo XVIII. Es probable que la divergencia esencial de las ideas fascistas respecto de determinados aspectos de la cultura moderna se halle más exactamente en el antimaterialismo del fascismo, y en la importancia que atribuía al vitalismo y al idealismo filosóficos y a la metafísica de la voluntad. La cultura fascista, al revés que la de la derecha, era secular en la mayoría de los casos, pero al contrario de la de la izquierda y hasta cierto punto la de los liberales, se basaba en el idealismo y el vitalismo y en el rechazo del determinismo económico, tanto el de Manchester como el de Marx. El objetivo del idealismo y el vitalismo metafísicos era la creación de un hombre nuevo, un nuevo estilo de cultura que lograse la excelencia tanto física como artística y que ensalzase el valor, la osadía y la superación de los límites anteriormente establecidos mediante el desarrollo de una cultura nueva y superior que comprometiese al hombre entero. Los fascistas esperaban recuperar el verdadero sentido de lo natural y de la naturaleza humana –idea básicamente dieciochesca- en un plano más elevado y más firme de lo que había logrado hasta entonces la cultura reduccionista del materialismo moderno y del egotismo prudencial. El hombre libre natural, cuya voluntad y determinación estuvieran desarrolladas, podría reevaluarse e ir más allá de sí mismo, y no titubearía en sacrificarse en aras de esos ideales. Esas formulaciones modernas rechazaban el materialismo del siglo XIX, pero no representaban nada que pudiera calificarse de vuelta a los valores morales y espirituales tradicionales del mundo occidental antes del siglo XVIII. Representaban una tentativa específica de alcanzar una forma moderna, normalmente atea, de transcendencia, y no, como dice Nolte, una “resistencia a la transcendencia”.

Muchos observadores se sintieron impresionados por el ambiente novedoso de los mítines fascistas en los decenios de 1920 y 1930. Todos los movimientos de masas emplean símbolos y diversos efectos emotivos, y quizá fuera difícil establecer que la estructura simbólica de los mítines fascistas era completamente diferente de la de otros grupos revolucionarios. Pero lo que sí parecía claramente distinto era el gran hincapié que se hacía en mítines, marchas, símbolos visuales y rituales ceremoniales o litúrgicos, a los que en la actividad fascista se les daban un papel central y una función que iba más allá de lo que ocurría en los movimientos revolucionarios de izquierda. Con ello se trataba de envolver al participante en una mística y en una comunidad de ritual que apelaban al factor religioso, además de al meramente político.

En su mayor parte, los movimientos fascistas no lograron movilizar verdaderamente a las masas, pero sin embargo resulta característico que fuera ése su objetivo, pues siempre trataron de transcender el carácter de caramilla parlamentaria elitista de los grupos liberales poco movilizados, o el mero exclusivismo sectario y el recurso a la manipulación elitista que se solía encontrar en la derecha autoritaria. Junto a la campaña de movilización de las masas se daba uno de los rasgos más característicos del fascismo: su tentativa de militarizar la política en una medida sin precedentes. Para ello se hacía que los grupos de milicias fueran algo central en la organización del movimiento y se utilizaban insignias y terminología militares a fin de reforzar el sentimiento de nacionalismo y de combate constante. Las milicias de partido no las inventaron los fascistas, sino la extrema izquierda y la derecha radical (por ejemplo, la Action Francaise), y en un país como España, los “movimientos de camisas” predominantes que practicaban la violencia callejera eran los de la izquierda revolucionaria. Sin embargo, la oleada inicial del fascismo centroeuropeo se basó desproporcionadamente en excombatientes de la Primera Guerra Mundial y en su ethos militar. En general, la milicia del partido desempeñó un papel mayor, y se desarrolló en mayor grado, entre los fascistas que entre los grupos de izquierdas.

Esto guardaba relación con la evaluación positiva de la violencia y la lucha que se hacía en la doctrina fascista. Todos los movimientos revolucionarios de masas han iniciado y practicado la violencia en mayor o menor medida, y probablemente sea imposible llevar la violencia a mayores extremos de lo que han hecho algunos regímenes leninistas, que han practicado, como decía uno de los viejos bolcheviques, la “compulsión infinita”. El único rasgo excepcional de la relación fascista con la violencia era la evaluación teórica que hacían algunos movimientos fascistas: la violencia poseía un cierto valor positivo y terapéutico en y por sí misma, y una cierta cantidad de combate violento constante, en el sentido del darwinismo social de fines de siglo XIX, era necesaria para la buena salud de la sociedad nacional.

Esto, a su vez, guardaba relación con otra característica fundamental: la insistencia en lo que se califica actualmente de “chauvinismo masculino” y la tendencia a exagerar el principio masculino en todos los aspectos de su actividad. En la era del fascismo, todas las fuerzas políticas europeas estaban abrumadoramente dirigidas e integradas por hombres, y quienes hablaban de la igualdad de la mujer de labios para afuera, de hecho sentían muy poco interés por ella. Pero los fascistas fueron los únicos que transformaron en fetiche perpetuo la “virilidad” de su movimiento y su programa y estilo, lo cual sin duda se debía en gran medida al concepto fascista de la militarización de la política y a la necesidad de un combate constante. Al igual que los grupos derechistas y algunos de la izquierda, el concepto fascista de la sociedad era orgánico; pero en esa relación debían predominar los derechos del varón. Ningún otro tipo de movimiento manifestaba un horror tan completo a la más leve sugerencia de androginia.
Descripción tipológica del fascismo.

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