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El nacionalismo radical fraccionario como secesionismo - Gustavo Bueno

Fuente: Europa frente a Europa. Gustavo Bueno

Recapitulemos: los nacionalismos fraccionarios no proceden propiamente de una nación “étnica” previamente existente que buscase su autodeterminación como Estado; proceden de movimientos secesionistas promovidos por la voluntad de poder de una élite de políticos o de intelectuales regionales que logran canalizar, a través del fantasma nacionalista, reivindicaciones muy heterogéneas llegando a presentar como culpables de su pretendida postración u opresión al Estado del que forman parte y en el que se formaron como sociedad civilizada. Movimientos que sólo pueden salir adelante cuando cuentan con ayuda de terceras potencias que unilateralmente puedan estar interesadas en el éxito de la secesión (como es el caso de la “eclosión de los nacionalismo surgidos a raíz del desmoronamiento de la Unión Soviética en el territorio que ella cubría, impulsados por las potencias capitalistas, o el caso de los nacionalismos surgidos en los territorios de Yugoslavia). Ninguno de estos nacionalismos hubiera llegado a efecto si no hubiera sido por la cooperación de potencias extranjeras (por ejemplo, el reconocimiento de Croacia por parte de Alemania o del Vaticano; los intereses de las potencias ajenas pueden ser muy variados, pueden ser intereses económicos, religiosos, pero que ocultan siempre intereses políticos, como podría ser el caso de la eventual ayuda que pudieran esperar los nacionalistas vascos de las potencias angloparlantes en la medida en que la sustitución del español por el inglés en Euskadi beneficiaria al interés de la “comunidad angloparlante”). No se pretende aquí, en absoluto, decir que los nacionalistas no “debieran ser así”; si ellos se incrementan y alcanzan fuerza suficiente, lograrán sus objetivos. Lo que sí es conveniente es debilitar en los demás la general actitud de respeto que tales movimientos suele suscitar, es decir, refutar la visión “entusiástica” de tales movimientos como expresión de los más vivos impulsos democráticos de un pueblo en busca de su libertad. Tanto o más pudieran ser dignos de desprecio o de aversión (la aversión que suscita un cáncer que va creciendo en un organismo siguiendo las “leyes naturales”).
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Lo que se recubre con el rótulo de la autodeterminación, o bien es la decisión de una élite que actúa en el interior de un pueblo dado, apoyada de otros Estados, para segregarse del Estado del que forma parte (y, entonces, “autodeterminación” es un modo metafísico de designar un “movimiento de secesión”), o bien es la lucha de un pueblo contra el Estado invasor (y, entonces, “autodeterminación” es un modo metafísico de designar una “guerra de independencia”), o bien es la lucha de un pueblo colonizado contra el Estado o el Imperio depredador (y, entonces, es una guerra de liberación colonial o nacional). Lo que no se puede hacer es confundir todas estas situaciones, y otras más, con un nombre común, de pretensiones sublimes, el nombre de sabor teológico de “autodeterminación”, porque esto equivaldría, de hecho, a fomentar la transferencia del concepto, de algunas de estas situaciones a las otras, según convenga (como cuando ETA pretende hacer creer a sus partidarios que encabeza un “movimiento de liberación colonial”, como si el País Vasco hubiera sido alguna vez una colonia de España).
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Los fanatismos nacionalistas, vasco o catalán, se nutren de la energía hispánica, aunque toman el aspecto de ser “productos de la anti-España” (como los apostólicos se conformaban como anti-Cristos).Ni los apostólicos, ni los etarras, se explican tanto por la atracción de sus objetivos (que, en todo caso, o bien constituyen una patraña –conseguir la instauración del milenio en la Tierra-, o bien constituyen un “detalle oligrofrénico”, la constitución de la República Vasca independiente), cuanto por la repulsión que sobre él ejerce el “envolvente” .  No es el nacionalismo, sino el separatismo, lo que explica a los nacionalismos radicales;  no es el nacionalismo la raíz del separatismo, sino que es el separatismo la raíz del nacionalismo fraccionario. Lo cierto es que el pueblo, tras la predicación de Enrique, se dedicaba a apalear a sacerdotes por la calle o a tirarlos al fango (a la manera como los pistoleros etarras, tras la predicación de Sabino Arana, se dedicaron a asesinar a los que paseaban por las calles de las ciudades vascas o castellanas o andaluzas).
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Lo que no deja de producirnos asombro no es tanto la capacidad imaginativa de necedades que han demostrado los clásicos del nacionalismo vasco, cuanto la capacidad de asimilación que han demostrado, por el terror, o por congénita estupidez, sus seguidores o sus cómplices. Pero aun esta capacidad de asimilación tampoco tiene, en realidad, ningún misterio. Porque, para decirlo con palabras de Feijoo: Teatro Crítico, VI, 11, “… los males de la imaginativa son contagiosos. Un individuo solo [y eso que el padre Feijoo no conocía a Sabino Arana]  es capaz de inficionar a todo un pueblo. Ya se ha visto en más de una, y aun de dos, comunidades de mujeres, por creerse Energúmena una de ellas, y pasando sucesivamente a todas las demás la misma aprehensión y juzgarse todas poseídas”.  Añadiríamos, por nuestra parte, que el contagio se facilita por las perspectivas de ganancia que encuentran muchos de los posesos, y por el apoyo que reciben de terceras potencias, interesadas en que la nación canónica competidora se fraccione. ¿Cómo es posible que la ridiculez de los mitos propuestos comience a transformarse en algo muy serio y terrorífico? Porque han empezado a explotar las bombas o dispararse las metralletas o las pistolas. Sin la acción de ETA durante más de treinta años los mitos del nacionalismo vasco hubieran sido tomados a broma.

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