Mentir y engañar, engañar y mentir es la forma que, en el ámbito de la mal llamada Ley de Memoria Histórica, ha adoptado el impulso criminoso de la guillotina y de la cheka. Lo esgrime una harka de historiadores cuya intención no es solo la de exculpar los crímenes rojos de ayer, pese a la autocrítica sincera de muchos de los que en su día los cometieron, sino la de volver al comunismo como canon de la izquierda de hoy. Y lo hacen a través de una prosa panfletaria, entre etarra y podemita, más propia de un Dzerhinski que del funcionario -suelen serlo- de un régimen democrático, que cobra un sueldo de todos los españoles para enseñar, se supone, nuestra historia.
No es así. En los últimos tiempos, la tergiversación de las razones del alzamiento y la grotesca manipulación de la figura militar de Franco, al que se presenta como un memo integral que, no se sabe cómo, derrotó a los genios de la guerra republicanos y soviéticos (mucho más tontos que Franco, porque no le ganaron una sola batalla importante en tres años), ha dado paso a algo mucho peor, que coincide, y no por casualidad, con la bolchevización del PSOE de Zapatero y la hegemonía ideológica de Podemos. Se trata de una reivindicación de la Guerra Civil suscribiendo las mismas razones que, en la línea de Marx y Bakunin, Lenin y Stalin, esgrimían Largo Caballero, Prieto, Araquistáin, Nelken, Álvarez del Vayo, José Díaz o García Oliver.
Esta siembra deliberada del odio a una derecha intemporal, eterna, que era franquista antes de que naciera Franco y que para cierta izquierda sigue siéndolo cuarenta años después de enterrarlo y de que sus sucesores trajeran la democracia, es el fenómeno más terrible y letalmente liberticida en España desde 2004. La manipulación de la masacre del 11-M de ese año, cuya autoría nadie ha querido investigar, fue posible gracias a lo que García Oliver, y ahora Pablo Iglesias, llaman "gimnasia revolucionaria", la violencia callejera que, al estilo de la kale borroka de la ETA, readmitida con honores en el bloque antifascista, desarrolló la izquierda desde 2002 contra el gobierno de Aznar, acusado, cómo no, de fascista, franquista o, simplemente, nazi. Para qué matizar.
Pero tras ella estaba ya el discurso guerracivilista que El País y, a su rebufo, los medios de izquierda y nacionalistas habían actualizado desde 1989 para evitar la llegada al poder del PP de Aznar, que lo dirigió desde otoño de 1987. La formula de la izquierda para no perder el gobierno frente a los infinitos casos de corrupción que cercaban al cuasi régimen felipista, fue crear la leyenda que la Komintern ideó al servicio de Stalin en 1936. La misma que viene justificando los crímenes del comunismo hasta hoy: un fascismo amenazante, que ya en la España de 1936 y muchísimo más en la de 1987, era absolutamente inexistente, frente a una democracia amenazada, que, para mantenerse en el poder, debía recurrir a la violencia, simbólica y real.
Si en 1936 el Frente Popular recurrió a los llamados "incontrolados", que nunca lo fueron, entre 1993 y 1998, el felipismo corrupto procedió a la relegitimación de ETA como fuerza antifascista, sucia tarea que dentro del guerracivilismo declarado desde su llegada al poder culminó Zapatero y refrendó Rajoy. Y se fueron sumando el populismo de Chávez, el narcocomunismo de La Habana y las FARC, y el nuevo comunismo bakununusta: la lucha antiglobalización. Ese nuevo antifascismo, el de Podemos, es el de hoy.
En la proa del nuevo totalitarismo en España, que es la Cataluña actual, los votantes y militantes comunistas de las CUP son jóvenes de mayor nivel social, mientras los de familias más humildes votan PP, PSC y Ciudadanos (v. Pérez Colomé, El País 21-9-2017).
Paralelamente, desde la omnipotencia mediática de El País y desde las trincheras corporativas y sectarias de los departamentos universitarios, cuyo fruto natural es Podemos, reina la manipulación, la tergiversación y la calumnia contra los historiadores que desde los años noventa del siglo pasado han actualizado y, en no pocos casos, establecido por primera vez, los datos del terror rojo. No es el propósito de este libro, pero es digna de estudio la cacería de los Juliá, Preston, Moradiellos, Viñas, Casanova y demás figurones de la Cheka historiográfica contra los Moa, Martín Rubio, Vidal, De la Cierva o Gallego en la última década del siglo XX. Y más aún, en las dos primeras del XXI contra Julius Ruiz, Aceña o Álvarez Tardío, cuyos libros han cuestionado o dejado en ridículo las renovadas versiones neoestalinistas sobre la Guerra Civil, en la línea del archisoviético Tuñon de Lara. Por cierto, su delfín en los famosos cursos de verano de Pau era Antonio Elorza, autor con Marta Bizcarrondo de Queridos camaradas, biografía canónica del PCE. ¿Habría llamado Elorza "queridos" a sus camaradas de haber sido nazis como Ribentropp y Hitler y no comunistas como Molotov o Stalin? Por supuesto que no. Como habría dicho Castro Delgado, gran cronista del Lux, el de Elorza es un título Made in Moscú.
Extractado del libro "Memoria del comunismo".
No es así. En los últimos tiempos, la tergiversación de las razones del alzamiento y la grotesca manipulación de la figura militar de Franco, al que se presenta como un memo integral que, no se sabe cómo, derrotó a los genios de la guerra republicanos y soviéticos (mucho más tontos que Franco, porque no le ganaron una sola batalla importante en tres años), ha dado paso a algo mucho peor, que coincide, y no por casualidad, con la bolchevización del PSOE de Zapatero y la hegemonía ideológica de Podemos. Se trata de una reivindicación de la Guerra Civil suscribiendo las mismas razones que, en la línea de Marx y Bakunin, Lenin y Stalin, esgrimían Largo Caballero, Prieto, Araquistáin, Nelken, Álvarez del Vayo, José Díaz o García Oliver.
Esta siembra deliberada del odio a una derecha intemporal, eterna, que era franquista antes de que naciera Franco y que para cierta izquierda sigue siéndolo cuarenta años después de enterrarlo y de que sus sucesores trajeran la democracia, es el fenómeno más terrible y letalmente liberticida en España desde 2004. La manipulación de la masacre del 11-M de ese año, cuya autoría nadie ha querido investigar, fue posible gracias a lo que García Oliver, y ahora Pablo Iglesias, llaman "gimnasia revolucionaria", la violencia callejera que, al estilo de la kale borroka de la ETA, readmitida con honores en el bloque antifascista, desarrolló la izquierda desde 2002 contra el gobierno de Aznar, acusado, cómo no, de fascista, franquista o, simplemente, nazi. Para qué matizar.
Pero tras ella estaba ya el discurso guerracivilista que El País y, a su rebufo, los medios de izquierda y nacionalistas habían actualizado desde 1989 para evitar la llegada al poder del PP de Aznar, que lo dirigió desde otoño de 1987. La formula de la izquierda para no perder el gobierno frente a los infinitos casos de corrupción que cercaban al cuasi régimen felipista, fue crear la leyenda que la Komintern ideó al servicio de Stalin en 1936. La misma que viene justificando los crímenes del comunismo hasta hoy: un fascismo amenazante, que ya en la España de 1936 y muchísimo más en la de 1987, era absolutamente inexistente, frente a una democracia amenazada, que, para mantenerse en el poder, debía recurrir a la violencia, simbólica y real.
Si en 1936 el Frente Popular recurrió a los llamados "incontrolados", que nunca lo fueron, entre 1993 y 1998, el felipismo corrupto procedió a la relegitimación de ETA como fuerza antifascista, sucia tarea que dentro del guerracivilismo declarado desde su llegada al poder culminó Zapatero y refrendó Rajoy. Y se fueron sumando el populismo de Chávez, el narcocomunismo de La Habana y las FARC, y el nuevo comunismo bakununusta: la lucha antiglobalización. Ese nuevo antifascismo, el de Podemos, es el de hoy.
En la proa del nuevo totalitarismo en España, que es la Cataluña actual, los votantes y militantes comunistas de las CUP son jóvenes de mayor nivel social, mientras los de familias más humildes votan PP, PSC y Ciudadanos (v. Pérez Colomé, El País 21-9-2017).
Paralelamente, desde la omnipotencia mediática de El País y desde las trincheras corporativas y sectarias de los departamentos universitarios, cuyo fruto natural es Podemos, reina la manipulación, la tergiversación y la calumnia contra los historiadores que desde los años noventa del siglo pasado han actualizado y, en no pocos casos, establecido por primera vez, los datos del terror rojo. No es el propósito de este libro, pero es digna de estudio la cacería de los Juliá, Preston, Moradiellos, Viñas, Casanova y demás figurones de la Cheka historiográfica contra los Moa, Martín Rubio, Vidal, De la Cierva o Gallego en la última década del siglo XX. Y más aún, en las dos primeras del XXI contra Julius Ruiz, Aceña o Álvarez Tardío, cuyos libros han cuestionado o dejado en ridículo las renovadas versiones neoestalinistas sobre la Guerra Civil, en la línea del archisoviético Tuñon de Lara. Por cierto, su delfín en los famosos cursos de verano de Pau era Antonio Elorza, autor con Marta Bizcarrondo de Queridos camaradas, biografía canónica del PCE. ¿Habría llamado Elorza "queridos" a sus camaradas de haber sido nazis como Ribentropp y Hitler y no comunistas como Molotov o Stalin? Por supuesto que no. Como habría dicho Castro Delgado, gran cronista del Lux, el de Elorza es un título Made in Moscú.
Extractado del libro "Memoria del comunismo".
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