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Por qué escribo, George Orwell



Por qué escribo. Verano de 1946

Egoismo puro y duro. Deseo de parecer inteligente, de que se hable de uno, de que a uno se le recuerde después de muerto, de resarcirse de los adultos que abusaron de uno en su niñez, etcétera. Es una paparruchada fingir que este no es un motivo, porque además es de los más potentes. Los escritores tienen en común esta característica con los científicos, los artistas, los políticos, los abogados, los soldados, los empresarios de éxito, es decir, con lo más granado del género humano. La gran mayoría de los seres humanos no exhiben un egoísmo muy acentuado. Pasados los treinta, más o menos, renuncian a la ambición personal -en muchos casos, abandonan casi del todo la idea de ser individuos- y viven sobre todo para los demás, o bien quedan aplastados por el tedio y la monotonía. Pero hay, además, una minoría de personas dotadas, voluntariosas, obstinadas incluso, decididas a vivir la vida hasta el final, y a esta categoría pertenecen los escritores. Los escritores serios, debiera decir, son en conjunto más vanidosos y egocéntricos que los periodistas, aunque el dinero les interesa menos. 

Impulso histórico. Deseo de ver la cosas como son, de hallar cuál es la verdad, de almacenarla para su buen uso en la posteridad. 

Propósito político. No hay un solo libro que sea ajeno al sesgo político….En una época de paz, podría haberme dedicado a escribir libros recargados o meramente descriptivos, y podría haber seguido siendo ajeno a mis lealtades políticas. Pero tal como están las cosas, me he visto obligado a convertirme en una especie de panfletista. Primero pasé cinco años dedicado a una profesión totalmente inapropiada (la Policía Imperial de la India, en Birmania), y luego experimenté la pobreza y el fracaso. Esto acentuó mi odio natural por la autoridad, y me llevó a tener conciencia plena de la existencia de la clase obrera. Mi trabajo en Birmania me había dado cierta capacidad de comprensión de la naturaleza del imperialismo, pero esas experiencias no fueron suficientes para dotarme de una orientación política precisa. Llegaron entonces Hitler, la Guerra Civil española, etcétera. A finales de 1935 todavía no había tomado una decisión en firme. 

La guerra de España y otros sucesos de 1936-1937 cambiaron la escala de valores y me permitieron ver las cosas con mayor claridad. Cada renglón que he escrito en serio desde 1936 lo he creado, directa o indirectamente, en contra del totalitarismo y a favor del socialismo democrático, tal como yo lo entiendo…. Cuanto más consciente es uno de su sesgo político, mayores posibilidades tiene de actuar políticamente sin sacrificar su estética ni su integridad.

Mi mayor aspiración durante los últimos años ha sido convertir la escritura política en un arte. Mi punto de partida es siempre un sentimiento de parcialidad, una sensación de injusticia. Cuando me pongo a escribir un libro no me digo: “Voy a hacer una obra de arte”. Lo escribo porque existe alguna mentira que aspiro a denunciar, algún hecho sobre el cual quiero llamar la atención, y mi preocupación inicial es hacerme oír. 

Mi libro acerca de la Guerra Civil española, Homenaje a Cataluña, es una obra de corte francamente político, por descontado, pero en conjunto está escrito con cierto desapego, y con cierta atención por la forma. Intenté por todos los medios contar la verdad sin traicionar mi instinto literario pero, entre otras cosas, incluye un largo capítulo lleno de citas tomadas de los periódicos y demás, en las que se defiende a los trotskistas que estaban entonces acusados de haber tramado un complot contra Franco. Está claro que semejante capítulo, que al cabo de uno o dos años perdería su interés para cualquier lector normal, podía arruinar un libro entero. Un crítico por el que siento un gran respeto me dio una lección en lo tocante a eso. “¿Por qué has metido todo eso? -me dijo-. Has convertido lo que podría ser un buen libro en mero periodismo.” Lo que me dijo era verdad, pero yo no supe hacerlo de otro modo. No pude. Me enteré por casualidad de algo que poca gente conocía en Inglaterra, y no por no querer, sino porque no se les permitió, y es que se estaba acusando falsamente a hombres inocentes. Si aquello no me hubiera indignado, jamás habría escrito el libro. 

Rebelión en la granja fue el primer libro en el que intenté, con conciencia plena de lo que estaba haciendo, fundir la intención política  el propósito artístico. 

Todos los escritores son vanidosos, egoístas y perezosos. 

Al repasar mi obra, veo que de manera invariable, cuando he carecido de un objetivo político, he escrito libros exánimes, y me han traicionado en general los pasajes grandilocuentes, las frases sin sentido, los epítetos y los disparates. 

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