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La lucha por la unidad - Julián Juderías

La lucha por la unidad
Cuando vencidos los españoles, pueden alardear los romanos de haber derrotado y reducido nuestra patria a la condición de dependencia, es  ésta la que los conquista y gobierna merced a su entendimiento. No solamente se asimilan los españoles la cultura latina, sino que sobresalen en ella y dan a Roma filósofos y poetas cuando ya no los tenía y hasta emperadores de gran fama y justo renombre.

Y si de la literatura pasamos a la política, ¿no merecen acaso grato recuerdo los nombres de Adriano y Trajano, Marco Aurelio y Teodosio, grandes emperadores oriundos de España? ¿Qué colonia romana facilitó al Imperio, no ya elementos de defensa y de gobierno, sino caudillos de tan justo y merecido renombre? España devolvió, pues a Roma con creces la merced recibida de ella, y el pueblo dominado y vencido por Augusto tomó el desquite convirtiendo a sus hijos en señores del mundo.

Los godos acertaron a crear una unidad política más eficaz que la de Roma, porque se fundaban en la religión, en las leyes y en la independencia nacional e imprimieron un sello propio en el alma del pueblo español. Este sello está representado por el influjo de las ideas religiosas y por el predominio del derecho. Los romanos habían creado en España la ciudad, el régimen municipal; los godos crearon el estado y auxiliados por la Iglesia le dieron formas superiores a las que revestía en los demás pueblos de Europa.

La invasión árabe, que fue un retroceso en el camino de la unidad nacional, no contribuyó menos, al fin y al cabo, a la formación del pueblo español, merced al aportamiento de nuevos importantes caracteres intelectuales y morales.

Los pueblos sometidos al yugo de los árabes disfrutaron de un sosiego mayor que los situados en los límites de las nuevas monarquías cristianas y tuvieron mayor oportunidad que éstos para enriquecerse y prosperar.

Digna de estudio es, desde muchos puntos de vista, la lucha sostenida por los godos refugiados en las montañas contra los árabes invasores. Su primer rasgo característico es haber sido una guerra esencialmente religiosa. Combatían los hispanogodos a los árabes no tanto por ser invasores como por ser musulmanes, es decir, enemigos de su religión.

El hecho mismo de que la Reconquista se inicie en la región cantábrica, en lo que fue último baluarte de la resistencia contra Roma, prueba que, además del ideal religioso, el factor étnico desempeñó en la larga y cruenta guerra un papel principal.

Hubo momentos en que el poder real significó muy poco al lado del poder de los magnates.

Otro tanto ocurría en la región dominada por los árabes. En tiempo de Mohamed I, en 852, y sobre todo bajo el reinado de Abdalá, en 886, los mozárabes y muladíes, primero, y más tarde los mismos moros, se sublevaron contra los emires y pusieron en tela de juicio la existencia del Estado musulmán. Aben-Hafsun, uno de los rebeldes, se erigió en señor de media Andalucía, organizó ejércitos, recibió embajadas, pactó con otros moros tan levantiscos como él y tuvo en jaque a los soberanos legítimos por espacio de cuarenta años.

Sin embargo, la incorporación de los reinos  cristianos se llevó a cabo sin efusión de sangre, merced a enlaces sucesivos de los monarcas. Fue una unión personal, puesto que cada uno conservó sus leyes, sus fueros, sus costumbres, su modo de ser propio, pero fue una unión que preparó la definitiva, la verdadera, la única posible. Castilla y león se unen en 1037 en cabeza de Fernando I y el nuevo Estado adquiere notable preponderancia sobre los demás Estados cristianos de la península.

Cataluña se incorpora a Aragón en 1162 en cabeza de Alfonoso II. En el siglo XIII, la historia de España, de la España cristiana, queda reducida a la historia de los dos grandes sistemas políticos determinantes de su vida moderna: Castilla y Aragón. En Castilla reina Fernando III, en Aragón Jaime I. El uno conquista Córdoba  y Sevilla, el otro Valencia y las Baleares. No solamente se ha dado ya un gran paso hacia la unidad política, sino que es un hecho la existencia de la unidad moral, de la unidad de pensamiento, no en lo que pudiéramos llamar pequeño, en los fueros, en los privilegios, en las rivalidades de comarca a comarca y de reino a reino, sino en lo fundamental, en la idea que a todos debía servir de norma, en la reconquista completa y definitiva del territorio. En las Navas de Tolosa habían peleado juntos aragoneses, catalanes y castellanos contra el enemigo común; el Cid había conquistado Valencia, perdida después y Jaime I acabó por reconocer el derecho preferente de Castilla a Murcia, conquistada por él…
… tanto las provincias como las diferentes clases que componían el reino de Aragón, tuvieron órganos de sus respectivas opiniones; así los principados de Aragón, Valencia y Cataluña concurrieron por terceras partes al nombramiento de los nueve grandes electores de la dignidad real, los cuales fueron escogidos entre el clero, la nobleza y el tercer estado, tres de cada clase, como elementos de toda asamblea parcial o general.

La unión de Castilla y de Aragón a fines del siglo XV, unión tan personal como las que habían determinado anteriormente la fusión de los diversos reinos cristianos en dos grandes sistemas políticos, tiene algo de novelesco, por no decir de maravilloso.

… se vieron Isabel y Fernando elevados a los dos primeros tronos de España, a que ni el uno ni el otro habían tenido sino un derecho eventual y remoto…. Pero ¿hubiera bastado el matrimonio de los dos príncipes para producir él solo el consorcio de los dos reinos? Obra fue ésta tal vez la más grande del talento, de la discreción y de la virtud de Isabel… Isabel, dominando el corazón de un hombre y haciéndose amar de un esposo, hizo que se identificasen dos grandes pueblos. Esta fue la base de la unidad de Aragón y Castilla.

Cuatro grandes acontecimientos cierran este período de grandeza. La transformación de Castilla, la conquista de Granada, el descubrimiento del Nuevo Mundo y el engrandecimiento de Aragón asentando sólidamente su supremacía en Italia. Lafuente caracteriza magistralmente estos grandes sucesos: “Halló Isabel cuando empezó a reinar, una nación corrompida y plagada de malhechores, una nobleza díscola, turbulenta y audaz, una corona sin rentas, un pueblo agobiado y pobre…  A los pocos años los magnates se ven sometidos, los franceses rechazados en Fuenterrabía, los portugueses vencidos y arrojados de Castilla, la competidora del trono encerrada en un claustro, el jactancioso rey de Portugal peregrinando por Europa, el ladino monarca francés firmando una paz con la reina de Castilla, los ricos malhechores castigados, los receptáculos del crimen destruidos, los soberbios próceres humillados, los prelados turbulentos pidiendo reconciliación, los alcaides rebeldes implorando indulgencia, los caminos públicos sin salteadores, los talleres llenos de laboriosos menestrales, los tribunales de justicia funcionando, las Cortes legislando pacíficamente, con rentas la Corona, el tesoro con fondos, respetada la autoridad real, establecido el esplendor del trono, el pueblo amando a su reina y la nobleza sirviendo a su soberana. Castilla había sufrido una completa transformación y esta transformación la ha obrado una mujer”.

“La conquista de Granada no representa sólo la recuperación material de un territorio más o menos vasto, más o menos importante y feraz, arrancado del poder de un usurpador. La conquista de Granada no es puramente la terminación de una lucha heroica de cerca de ocho siglos, y la muerte del imperio mahometano en la península española. La conquista de Granada no simboliza exclusivamente el triunfo de un pueblo que recobra su independencia, que lava una afrenta de centenares de años, que ha vuelto por su honra y asegura y afianza su nacionalidad. Todo esto es grande, pero no es solo, y no es lo más grande todavía. A los ojos del historiador que contempla la marcha de la humanidad, la material conquista de Granada representa otro triunfo más elevado; el triunfo de una idea civilizadora, que ha venido atravesando el espacio de muchos siglos, pugnando por vencer el mentido fulgor de otra idea que aspiraba a dominar el mundo. La idea religiosa que armó el brazo de Pelayo, el principio que puso la espada en la mano de Fernando V. La tosca cruz de roble que se cobijó en la gruta de Covadonga es la brillante cruz de plata que vio resplandecer en el torreón morisco de la Alhambra. Era el emblema del cristianismo que hace a los hombres libres, triunfante del mahometismo que los hacía esclavos…”.

Faltaba el engrandecimiento de Aragón. Castilla se había transformado. Castilla había expulsado definitivamente a los árabes. Castilla había recibido como recompensa de aquella lucha secular –así se creyó entonces- un mundo nuevo, maravilloso, con ríos anchos como mares, con montañas portentosas, cubiertas de perpetuas nieves, con selvas vírgenes de descomunales árboles, con inmensos tesoros que hablaban a la fantasía de los aventureros, con razas semisalvajes, cuya ignorancia hablaba al corazón de los misioneros. A Aragón le tocó ensanchar sus fronteras, llevarlas al otro lado del Mediterráneo, y así como Castilla había puesto fin a la reconquista de su territorio con el auxilio de Aragón, Aragón conquistó Nápoles con el auxilio de Castilla y mientas el Gran Capitán derrotaba a los franceses, el rey don Fernando adquiría el renombre político mejor ganado de su tiempo.

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