Todavía en las trincheras
Entraba en Alemania por la frontera del Sarre y Francia tiene la puerilidad de no haber puesto allí su aduana, acaso pensando que así, sin solución de continuidad, el Sarre iría acostumbrándose a la idea de ser francés. Pero precisamente por eso, acaso porque no hay señales claras y terminantes de que unías acabe y otro empiece la continuidad de unos hombres que creen ser franceses y otros que creen ser alemanes han forjado una línea divisoria abisal, espantosa, inhumana. No creo que en ninguna parte del mundo haya una división tan hondamente marcada entre unos hombres y otros como la que se advierte en los veintiocho kilómetros de carretera que separa Saint Avoid de Forbach; Francia de Alemania. Cada cual en su trinchera y las dos inexpugnables. Como hace quince años.
El camisa parda, descamisado
Colocado el territorio del Sarre bajo el control de la Sociedad de Naciones, en virtud del Tratado de Versalles y gobernado por un consejo formado por un delegado francés, otro nativo del país y tres extranjeros, se ha desarrollado allí un furioso nacionalismo alemán, como reacción contra el intento francés de desgermanización. No necesitamos esperar al plebiscito que, cándidamente, proyectaron los franceses para 1935, si queremos saber cuál es la voluntad de los ochocientos mil habitantes del Sarre. Basta entrar por Saarbrücken, recorrer dos calles, meterse en una cervecería. Más furiosos nacionalistas que los del Sarre no creo que los haya en toda Alemania.
- ¿Y los nazis? ¿Aquí, donde el nacionalismo está tan en carne viva, habrá muchos nazis? -he preguntado.
- No; Francia no los consiente. Pero a falta de nazis, aparatosos, con camisas pardas y atalajes guerreros, nos contentamos con sencillos y descamisados deportistas.
- ¿Deportistas?
- Sí; un nazi, cuando se quieta la camisa parda, se convierte en un joven deportista y una patrulla de nazis puede parecer muy bien un equipo de fútbol o un grupo de montañeros. Tenga usted en cuenta que lo característico del nazi, lo que le distingue de todos los demás militantes políticos, es que el nazi no tiene barriga; es un hombre joven, fuerte, sano, que practica el deporte y que haya ahora ha comido poco.
De momento sólo se trata de deportistas descamisados. Así, pues, los primeros camisa parda que he visto, no la llevaban. Algún día se la pondrán, sin embargo, y pasarán la frontera. Ese día mis oraciones y mis pensamientos, todos, serán para un pobre gendarme catalán -de Perpiñán, precisamente- que allá en el confín del Sarre representa dignamente a Francia sentado a la puerta de una barraquita, que dice: “Douane Francaise”.
El Schupo y el Nazi
Desde la ventana de mi cuarto de hotel estoy hace ya largo rato viendo pasear con aire solemne, calle arriba, calle abajo, a un imponente schupo, con su guerrera bien entallada y su casco puntiagudo. A su costado, guardando cuidadosamente la distancia, va un nazi de altas botas claveteadas, camisa parda y pistola al cinto. Paso a paso, sin cambiar palabra, el schupo y su sombra parda llegan por el centro del arroyo hasta el límite de la demarcación, giran lentos y ceremoniosos y vuelven a recorrer la calle. Así una vez y otra durante todas las horas de servicio. ¿Qué hacen juntos el policía y el nazi? Nosotros, españoles, es difícil que lo comprendamos. El schupo es el guardia y todo el mundo sabe qué es lo que tiene que hacer un guardia. ¿Pero y el otro? ¡Ah, el otro! El otro responde a un problema nuevo, un problema que se planteó Hitler antes de tomar el Poder y que ha resuelto con la aparición de este doble del schupo. ¿Quién guarda a los guardias?
Imaginemos que el 14 de abril, cuando los republicanos españoles entraron en Gobernación y unas docenas de ellos dijeron que se habían puesto a gobernar se hubiesen planteado este problema que Hitler ha visto con tanta lucidez y no contentos con que los guardias hubiesen hecho acto de acatamiento a la República a cada guardia le hubiesen puesto un guardián: un joven republicano sin trabajo; uno de aquellos voluntarios del brazal rojo, que nosotros utilizamos sólo durante unas semanas para que guardasen los árboles de la Casa de Campo, y que después licenciamos por superfluos, diciéndoles: “Gracias por vuestro auxilio, camaradas; id ahora a seguir vuestro destino de obreros parados, de mendigos, de pistoleros, o de albiñanistas, si os place”.
Porque si el nazi es nazi más nazi es el schupo. Basta pensar que esta duplicidad no puede ser definitiva y que a la larga será schupo en propiedad el más nazi de los dos. ¿Está claro?
Ahora bien, ¿quién tiene razón? ¿Hitler? ¿Los republicanos españoles?
¡Jude! ¡Jude!
Esto salta a la vista. Frente a cada comercio marcado con la palabra infamante ¡Jude! -he llegado a Alemania pocos días después del boicot- hay una tiendecita pobre, con menos luz en el escaparate, los géneros un poco desteñidos y los precios un poco más altos. Esta tiendecita que no vende es de un ario puro, raza noble de héroes que, por lo visto, no saben comprar y vender.
Antes, el ario puro, convencido de su incapacidad para este menester, dejaba libre al judío el campo del comercio y se iba a arar la tierra o a barrer las calles a sueldo, metido en un impresionante uniforme. Pero cada vez hay menos uniformes de barrendero municipal y menos tierras que labrar y el ario puro, cuando se pone a hacer la competencia al judío con su pobre tiendecita cubierta de polvo y visitada sólo por las moscas, está perdido. Hitler ha venido a resolver a favor de este ario puro el problema de la competencia comercial, que él, por sí solo, era incapaz de salvar. Hitler ha dado al ario puro que no vende un talismán maravilloso para que su tiendecita se llene de clientes capaces de cargar con géneros manidos. Este talismán es la cruz gamada, la svástica de los arios.
¿Puede dudar alguien de que todo hombre que tiene una tiendecita en Alemania y no es judío adora a Hitler?
Los maestros de artes y oficios
El Gasthof alemán es una entidad sin par en España. Viene a ser como la vieja hospedería española, nuestro desaparecido hostal, entre fonda y posada; taberna y casino al mismo tiempo. Lo más importante del Gasthof es que la vida de relación, la política y la sociología de las pequeñas ciudades alemanas se hace tradicionalmente en su ámbito, como en otro tiempo fueron en España las tertulias de las rebatidas las que forjaban eso que llamamos opinión. Tiene el Gasthof alemán más ambiente casero y familiar que nuestro café y más dignidad que nuestra taberna. Viejos y grandes muebles de ricas maderas; un gato arisco o un perro grande y quieto; un reloj tic tac; un buen fuego, y un acertado punto para la presión y la temperatura de la cerveza.
Los hombres del Gasthof, todos, absolutamente todos, están hoy con Adolf Hitler. Han llegado a esta conclusión después de un largo proceso, pero hoy su resolución es definitiva. Sería estúpido equivocarse. No hay más que Adolf Hitler. Antes de que los hombres del Gasthof se decidieran por él, pudo Hitler tener recientas mil camisas pardas y pudo haber en Alemania -como indudablemente ha habido- trescientos agitadores del tipo de Hitler. Nada tendría importancia. Lo que la ha tenido decisiva para los destinos del pueblo alemán y del Mundo es que estos hombres del Gasthof, estos maestros de artes y oficios de las pequeñas ciudades alemanas, hayan llegado a la conclusión de que hay que jugar la carta de Hitler. La jugarán a todo evento. Tengo la convicción de que ya hoy no esperan más que el momento en que Hitler les mande la papeleta de movilización.
En Kaiserlautern yo he visto a estos graves hombres -hombres que han hecho la guerra ellos mismos- precipitarse con el brazo levantado hacia las ventanas del Gasthof porque en el silencio de la noche avanzaba un cortejo de nazis, que tras las llamaradas de sus antorchas y el redoble de sus tambores arrastraban a una masa de adolescentes, niños casi, que iban marcando el paso con las mandíbulas apretadas y los ojos encendidos.
-¿Adónde van estos hombres? ¿Qué va a hacer Alemania?- he preguntado
- La guerra; Alemania va a hacer la guerra- me han contestado unánimemente.
(Ahora, Madrid, 14-5-1933)
Antes de tres años otra vez la guerra
¿Qué por qué este juicio temerario de que Alemania hará la guerra? ¿Qué por qué va a surgir la guerra antes de tres años?
Como no tiene ningún valor el hecho de que un periodista crea que va a producirse una guerra ni tiene importancia alguna el que este periodista se dedique a sensacionales profecías, no he considerado demasiado imprudente estampar estas impresionantes afirmaciones, que espero tengan la virtud de despertar la atención del público español hacia un estado de conciencia que indiscutiblemente existe hoy en toda Europa y cuya expresión gráfica, terminante, son estas dos terribles conclusiones: guerra; antes de tres años.
Cómo piensa el alemán medio
A los quince días de estar en Alemania se oye hablar así y no se escandaliza uno:
- Queremos armarnos porque es el único modo de defender nuestro territorio nacional y nuestra independencia. Nuestro destino histórico es la Gran Alemania, el Imperio. No renunciamos, ni hemos renunciado nunca, a un solo alemán de Alsacia, Lorena, Polonia, Austria o Checoslovaquia. Reconquistaremos los territorios perdidos en 1918, incluso contra la voluntad de sus habitantes si la independencia de la patria alemana y las necesidades de su poder político lo reclamasen. Es más; no tenemos por qué poner nuestras aspiraciones el límite de las fronteras de 1914.
- Todo esto no se puede intentar más que por la guerra.
- Desde que Hitler ha subido al Poder, todas las energías espirituales de la nación se aplican a preparar la guerra de mañana. El pueblo alemán ha llegado al convencimiento de que la misión providencial que le está reservada no se puede cumplir más que con la espada en la mano; forjar esa espada es la única tarea del nacionalsocialismo en la política interior; proteger ese trabajo será toda nuestra política exterior.
- Inglaterra ha de ser tarde o temprano nuestro asidero en el Mundo. Hitler ha predicado toda su vida que el gran error de Hohenzollern fue colocar a Alemania frente a Inglaterra. De aquí en adelante nuestra política exterior será anglófila. La expansión territorial alemana por el este no puede despertar recelos en Inglaterra, sino al contrario; será vista con simpatía, porque vamos a ser la fuerza de choque de Europa contra el bolchevismo.
- Si Francia, país de escasa natalidad, continua teniendo en sus manos la hegemonía de Europa, terminará por convertir a Occidente, desde el Rhin hasta el Níger, en una gran imperio negro o mestizo. Su pobreza de sangre le obliga a tener que pedirla prestada a sus coloniales. Como se ve obligada a tener un ejército negro, tendrá que tener un arte negro y una política negra y una ciencia negra. Pero Alemania salvará Europa. Esta es nuestra misión providencial. Para cumplir este destino histórico pelearemos. Tarde o temprano, el Mundo se volverá contra Francia.
La primera derrota
Pero Alemania ha sufrido precisamente en estos días su primera derrota. Para iniciar su política de acercamiento a Inglaterra, Hitler había enviado a Londres a uno de los doctrinarios del nacionalsocialismo, Rosenberg, quien había comenzado a sondear la opinión de las principales figuras de la política británica. Pero en la vieja Inglaterra hay unos tipos insobornables, con lo que no cuenta el ciudadano alemán medio.
Rosenberg comenzó a adorar el santo por la peana, y se fue a colocar solemnemente una corona con la cruz gamada en el cenotafio de White Hall. A la mañana siguiente la corona del nazi no estaba allí. Un capitán del Ejército británico la había arrojado al Támesis y la había sustituido por otra cuya inscripción rezaba: “Han combatido por la Libertad. Dios guarde al rey”. Acto seguido se denunció a las autoridades.
Los nazis no desesperarán, sin embargo. Hitler, que tantas cosas ha tomado prestadas al comunismo, conoce bien la táctica leninista de “un paso atrás, dos adelante” -lo que llaman realismo genial de Lenin-, y volverá al ataque cuando las circunstancias sean más favorables. De momento el clamor universal contra el despertar del imperialismo germánico y las extorsiones hechas a los judíos han puesto a la opinión frente al nacionalsocialismo, y hay que ser prudentes. Días atrás, el bizarro Hitler proclamaba en Kiel: “No queremos guerra ni efusión de sangre; queremos solo el derecho a vivir y ser libres”.
(Ahora. Madrid, 16-5-1933)
¿Cuántos soldados tiene Alemania?
Quiéranlo o no el Tratado de Versalles y la Sociedad de Naciones, Alemania no tiene cien mil soldados, ni doscientos mil, ni un millón: tiene sesenta millones de soldados.
La pistola que lleva el nazi es española; quizá de Éibar.
(Ahora. Madrid, 17-5-1933)
Una visita a un campamento de trabajadores voluntarios
El Ministerio de Trabajo, regido por Seldte, está todavía en poder de los cascos de acero; y digo todavía, porque tengo la impresión de que estos infelices cascos de acero no tardarán en desalojarlos de aquí, como de todas partes, los arrolladores nazis, dispuestos a tomar el Poder de modo tan absoluto que no quede un resquicio de la administración alemana al que no llegue su ojo avizor.
Viéndolos remover el terreno, no puedo resistir la sugestión de que estos hombres están aquí adiestrándose para hacer la guerra. Efectivamente todos los trabajos que hacen los obreros voluntarios son útiles para un ejército en operaciones.
El alemán tiene que trabajar siempre. Tener trabajo es ser hombre.
En España, estos muchachos, antes de meterse en este cuartel, se convertirían en mendigos o pondrían bombas.
Eso que en Alemania se llama discretamente gimnasia no es más que la instrucción militar que se da a los reclutas, pura y simple. A la distancia de trescientos metros podía verse perfectamente el movimiento rígido de los reclutas y su marcha acompasada; se oía claro y distinto el silbato de los suboficiales y el desgarrón de las voces de mando. Esto era todo. No les parecía oportuno que hiciésemos fotos.
En contra de todo lo que por táctica digan los partidos democráticos y marxistas, la verdad es que el proletariado alemán se ha puesto unánimemente al lado de Hitler. En Alemania no hay más que nacionalsocialismo. La eliminación de todas las demás fuerzas políticas y sociales ha sido absoluta y fulminante, merced, de una parte, a la eficacia indiscutible de un instrumento de acción tan contundente como las tropas de asalto, y de otra, a las esperanzas que el nacionalsocialismo, por su raíz demagógica y sus afirmaciones socializantes, ha hecho concebir a los obreros.
Hitler, para combatir el socialismo, ha vacunado con virus socialista la burguesía alemana.
Hitler ha mantenido hasta ahora sus postulados revolucionarios en materia social.
Hoy, el triunfo de Hitler es absoluto. La fiesta del Primero de Mayo en el campo de Tempelhof fue apoteósica: trescientas mil almas le aclamaron delirantes. Al día siguiente, Hitler se incautaba de los sindicatos. Los líderes obreristas que iban a pactar su sumisión eran enviados a la cárcel, y las masas que hasta hace poco les habían seguido acataban sin discusión las órdenes del Führer.
Ante quinientos representantes de los sindicatos, reunidos en la Casa de los Señores, Hitler ha declarado constituido el frente obrero de la revolución nacionalsocialista y se ha proclamado protector.
“Vamos -ha dicho- a restablecer las relaciones patriarcales entre patronos y obreros.”
Y se acabó el marxismo.
(Ahora. Madrid 18-5-1933)
La conquista de la juventud
El niño nazi
Ya no habrá en Alemania más que niños nazis. A los alemanes que Hitler ha cogido de adultos y barbados no ha habido más remedio que molestarse en convertirlos al nacionalsocialismo, y a los que eran incapaces de la conversión, el Führer ha tenido que tomarse el trabajo de extirparlos -es su expresión favorita-; pero con los que nazcan de aquí en adelante no está dispuesto a tomarse esos penosos trabajos. Nacerán ya como convenga.
A partir de ahora, el niño alemán vendrá al Mundo con el convencimiento indestructible de que es un niño privilegiado que pertenece a la mejor raza de la tierra; antes que a enderezarse sobre sus extremidades abdominales y a salir marcando el paso de oca, habrá aprendido que es miembro de un Estado totalitario que tiene una misión providencial que cumplir; estará convencido de que no todos los hombres son iguales ni todos los pueblos tienen los mismos derechos, y sentirá gravitar sobre sus hombros todo el peso de la herencia del heroísmo de los hermanos; considerados subversivos los conceptos de Paz, Libertad y Humanidad.
Los grandes almacenes están llenos de juguetes nacionalsocialistas; todos los juegos infantiles en boga tienen un sentido nazi, y lo mismo ocurre con los deportes. Las chaquetillas bávaras, las insignias, los uniformes, las banderas, las armas, las estampas, todo lleva al chico hacia el nacionalsocialismo.
Es la misma táctica del partido comunista. Cuando en los primeros tiempos del bolchevismo las doctrinas soviéticas fracasaban y el régimen estaba a punto de perecer, Lenin seguía imperturbable, consagrando sus mayores esfuerzos a la propaganda infantil, y afirmaba: “Por mal que vaya todo, si me dejan a los chicos en mis manos durante unos años, no habrá nada después que derribe el régimen soviético”.
Si durante los años que tuvo el poder en sus manos Primo de Rivera se hubiese dedicado como Lenin, Mussolini e Hitler a la corrupción de menores con fines políticos, no hubiese sido tan fácil la tarea de implantar un régimen democrático en España.
(Ahora. Madrid, 23-5-1933)
¿Por qué son nazis las mujeres?
A la cocina
Uno de los más fuertes apoyos de Hitler son las mujeres, a las que precisamente Hitler ha metido en la cocina de un manotazo. “Se acabaron los derechos políticos de las mujeres -dijo el Führer-; no tienen nada que hacer en política; el nacionalsocialismo donde necesita a las mujeres es en el fogón o criando a los hijos”. Y apenas había dicho esto, las mujeres, en las primeras elecciones que hubo, se fueron como corderitas a votar a Hitler. Ellas han sido las que le han dado su gran triunfo electoral.
En cualquier parte, esta desconsiderada actitud del Führer para con las mujeres bastaría para que se alzase un clamor universal de condenación. “¡Qué bárbaro!” -diría la gente-. Pero aquí, en España, tengo el temor de que al contrario estoy haciendo, sin quererlo, muchos prosélitos para el hitlerismo. Y no es lo malo que estos prosélitos salgan de entre los filofascistas españoles, sino que van a salir también de entre los más puros demócratas y los más fervorosos republicanos, porque si alguien tiene una dolorosa experiencia y un justificado temor acerca de la intervención de la mujer en la política deben ser, precisamente, los republicanos españoles. Todavía no se han tocado todas las consecuencias del lío que ha armado Clarita Campoamor con esto del voto femenino. Sin que esto quiera decir que deban alegrarse las derechas y los monárquicos. ¡Quién sabe si, al final, van a ser los que más deploran la intervención de las mujeres españolas en la política!
Nada menos que el fogón
Piensen que todas las andanzas sociales y políticas de la mujer alemana tienen esta única y exclusiva causa: que no había fogones, que no había hogares, que no había casas, que no había hombres. Cuando esto ocurre en un país con la intensidad con que había venido sucediendo en Alemania a partir del armisticio, se plantea una serie de problemas sociales a base del feminismo verdaderamente pavorosos. Las mujeres, a las que la crisis ha echado a la calle, tienen que patear y luchar a brazo partido con los hombres en medio del arroyo. Las pobres, en esta lucha, llevan la peor parte, naturalmente, y si de pronto aparece un guardia que dice autoritariamente: “¡Basta; a la cocina!”, la mujer se va muy contenta, porque supone que, efectivamente, hay una cocina a la cual se puede ir a cocinar.
(Ahora. Madrid, 24-5-1933)
La vida cotidiana; usos y costumbres
No he visto a nadie descalzo en toda Alemania.
A pesar de la fecundidad germana, el número de natalicios había decrecido considerablemente… los matrimonios iban también en baja: en 1932 hubo tres mil menos que en 1931.
Por todo esto, Hitler ahora, y antes von Papen, se propusieron moralizar las costumbres a golpe de decreto. Se ha organizado una verdadera persecución de la propaganda anticonceptiva; se han cerrado todos los cabarets perniciosos, y se ha llegado incluso a la supresión de aquellos tangos que por la letra o por su cadencia pueden contribuir a la relajación de las costumbres; en cambio, se está provocando artificialmente la resurrección del vals. Los que quieren oír música de negros tienen que buscar en sus aparatos radiorreceptores las ondas de París o de Londres. Es exactamente lo mismo que hacen los bolcheviques. Sólo en Moscú he visto un celo moralizador equivalente.
A los nazis no les divierten demasiado los desnudistas. El desnudista suele ser un tipo que cae en una órbita de preocupaciones nada gratas al histerismo; es una línea ideológica que va del naturismo al internacionalismo y el pacifismo; el hombre que prescinde de la ropa suele tener algo de socialista, pacifista, vegetariano y, acaso, esperantista. No, no; los nazis no están para monsergas de este tipo; para ser revolucionarios no hay que quitarse tanta ropa; basta con prescindir de la chaqueta y quedarse con camisa parda. Creo, pues, que terminarán dando la batalla a los millares de desnudistas que hoy pueblan gozosos los bosques de Alemania. Y va a ser un conflicto; porque de todas las libertades que los nazis puedan inculcar, acaso la que más sientan perder los alemanes sea ésta de poder quedarse en cueros vivos cuando se les antoja.
Empiezan a subir los precios. Los nazis sostienen que estas subidas son artificiales y están provocadas por los explotadores del pueblo. En Munich han sido detenidos recientemente doscientos comerciantes, a los que se les han cerrado las tiendas y se les ha colgado este letrero: “Cerrado por precios ilícitos. El dueño de esta tienda está en el campo de concentración de prisioneros de Dachau”.
Hemos venido -ha dicho Hitler-, porque desde el armisticio habían tenido que suicidarse doscientos veinticuatro mil novecientos alemanes.
(Ahora. Madrid, 25-5-1933)
Reivindicación
Vamos nada menos que a reivindicar a los Reyes Católicos. Cuando les molestaron los judíos, no se anduvieron en contemplaciones y los expulsaron. Con el decreto de expulsión de los judíos, España sufrió un grave quebranto; pero la catolicidad de sus reyes exigía esa amputación dolorosa. Ahora bien; si los Reyes Católicos, en vez de católicos hubiesen sido arios, y en vez de la cruz hubiesen llevado en su pendón la svástica, habrían encontrado un arbitrio menos heroico y más beneficioso que sólo su catolicidad les vedaba. No los habrían expulsado, no. La expulsión ocasionaba un daño demasiado grave a la economía general del país. Hubiesen hecho algo más sencillo; no los hubiesen dejado vivir y no los hubiese dejado marcharse. La barbarie medieval no permitió entonces el alumbramiento de esta fórmula genial del racismo, que estaba reservada a la mayor gloria del siglo XX.
Los que querían venir a España
Durante todo el mes de abril nuestro Consulado en Berlín estuvo sitiado por millares de judíos que querían venir a vivir a España. Se había difundido el rumor de que necesitábamos judíos. Un periódico alemán publicó incluso la noticia de que el Gobierno español necesitaba trescientos mil judíos, a los que pagaría el viaje -en segunda clase- y los gastos de hospedaje durante dos meses, a más de facilitarle los medios para que montasen fábricas e industrias en nuestro territorio.
Acudieron como moscas. Nuestro cónsul, asediado por aquella muchedumbre de desesperados, que veían el cielo abierto, no sabía cómo quitárselos de encima. A la puerta del Consulado tuvo que fijar un aviso que decía: “Emigrantes: leed. Todos los rumores que han circulado sobre las supuestas facilidades o preferencias del Gobierno Español para establecerse en España y sobre concesiones de terrenos para su colonización, así como sobre viajes gratuitos y demás ventajas, son completamente fantásticos En España hay también falta de trabajo, y se dejan sentir, como en todo el mundo, los efectos de la crisis”.
Se presentaron muchos casos curiosos. Hombres de negocios que proyectaban instalar formidables hoteles en Palma de Mallorca; dueños de establecimientos de modas que querían trasladar sus negocios a Barcelona; una gran empresa dedicada a la fabricación de óptica de precisión que quería montar su industria en Madrid, y así varias docenas. Hubo también algunos que, con esa suavidad de modales del judío, planteaban en seguida el problema de la exportación clandestina de capitales; como cosa hacedera y dentro perfectamente de la moral al uso, pretendían que los representantes oficiales de España les ayudasen a sacar el dinero de Alemania burlando las restricciones de Hitler.
(Ahora. Madrid, 26-5-1933)
Lo cierto es que un día no lejano Alemania se vestirá de luto por su glorioso mariscal. Ese día, lo más lógico es que el canciller Hitler sea proclamado regente el Imperio. Y ya está.
No hay comentarios:
Publicar un comentario