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Unamuno y Millán Astray

"Millán Astray. Legionario. Luis E. Togores
La Esfera de los Libros.

¡Muera la intelectualidad traidora!

La imperturbable clase universitaria de la ciudad, en cuyo claustro de profesores se encontraban algunos de los nombres más prestigiosos de la intelectualidad española, se veía en la obligación de tomar partido en la Guerra Civil que había comenzado. El Rector de la Universidad, Miguel de Unamuno, se inclinó desde un principio por el bando sublevado, y con él una gran parte de sus profesores, como quedó demostrado al ser la primera persona que salió de su casa, nada más declararse el estado de guerra, el 19 de julio, para ir a sentarse ostensiblemente en una mesa de la terraza del café Novelty y así proclamar la tranquilidad que le inspiraba el nuevo estado de cosas. El 26 se incorporaba al nuevo ayuntamiento salmantino del que era concejal. Pronunció varios discursos y declaraciones a la prensa nacional e internacional a favor de los alzados, en los que demandaba la necesidad de luchar contra lo que se había convertido la II República, pues "hay que salvar la civilización occidental, la civilización cristiana".

En las visitas que los corresponsales extranjeros le hacían en Salamanca se manifestaba abiertamente en contra de la República: "Esta lucha no es una lucha contra una República liberal, es una lucha por la civilización". Estas declaraciones y su toma de postura provocaron su destitución de todos los cargos, incluido el de rector perpetuo por parte del gobierno Azaña, actuación administrativa carente de todo efecto al encontrarse Salamanca en manos de los nacionales.

El 20 de septiembre de 1936 se reúne bajo su dirección el claustro de la Universidad, que redacta un escrito en español y latín para todas las universidades del mundo bajo el título Mensaje de la Universidad de Salamanca a las Universidades y Academias del Mundo, acerca de la Guerra Civil Española, en el que se habla de cómo la civilización cristiana occidental, constructora de Europa, está en peligro de desaparecer a manos de un ideario oriental aniquilador. En esos mismos días, Unamuno preside una comisión depuradora del profesorado de la universidad por la que pasan docenas de expedientes que son solucionados, en algunos casos, de forma nada favorable al interesado.

Su actitud no dejaba de sorprender a muchos, y así declaró al corresponsal de Le Matin: "Yo mismo me admiro de estar de acuerdo con los militares. Antes yo decía: primero un canónigo que un teniente coronel. No lo repetiré. El Ejército es la única cosa fundamental con que puede contar España." En agosto de 1936 declaraba al International News: "Yo no estoy ni a la derecha ni a la izquierda. Yo no he cambiado. Cuando todo pase estoy seguro de que yo, como siempre, me enfrentaré a los vencedores."

A principios de siglo Unamuno es un socialista convencido, admitiendo, en 1918, haber roto con el materialismo marxista, aunque cuando se proclama la República admite, sin ser marxista, ciertas afinidades con el socialismo. En 1923 fue recluido en Fuerteventura por llamar a Primo de Rivera "fantoche real y peliculero tragicómico". Perseguido por la Dictadura, no tendrá reparos en asistir, el 10 de febrero de 1935, a un mitin falangista y luego comer con los organizadores y entrevistarse en su propia casa con el hijo del Dictador, José Antonio Primo de Rivera, mostrando su simpatía por el joven y recién nacido fascismo español, lo que, según algunos, le costó el premio Nobel de literatura, que quedó desierto en 1936.

El 18 de julio se sumó sin ningún tipo de matices al alzamiento como rector de la Universidad de Salamanca, mediante un texto redactado por Ramos Loscertales y corregido por él. Nada más llegar Franco a Salamanca, una de sus primeras audiencias fue recibir con todo afecto a Unamuno en su cuartel general, dada su calidad de máximo representante del mundo cultural salmantino y español.

Las versiones que se encuentran en los múltiples libros que reconstruyen el incidente son aparentemente coincidentes y, sin embargo, analizadas con detalle, muy distintas entre sí. Lo primero que llama la atención sobre las diversas versiones existentes dadas por historiadores radica en que prácticamente en ninguna se especifica su fuente de procedencia, el testimonio comprobado de un testigo presencial sobre la que se sustenta la misma. Así, nos encontramos que sobre algo tan aparentemente sencillo como la colocación de la mesa presidencial, existe abundante disparidad de versiones, alguna tan imaginativa como la de Paul Preston que, en su libro plagado de errores Franco Caudillo de España, sostiene en solitario que "Franco no estaba presente, pero lo representaban Varela y doña Carmen". Está claro que la mesa estaba ocupada por Carmen Polo, Unamuno, Millán Astray, el obispo Pla y Deniel y Pemán. Carmen Polo de Franco llegó tarde y, al parecer, Peman le cedió su sitio en la presidencia, y se sentó en un banco de la primera fila.

El primero que habló fue el catedrático de Historia José María Ramos Loscertales, citando El Criticón de Gracián y afirmando que los vascos eran "corpulentos sin sustancia" y los catalanes "bárbaros" por su habla. En estos momentos parece que Unamuno comienza a escribir a lápiz notas sobre esta intervención. Lo hace en el reverso de la carta sin firmar que le había enviado la mujer de Coco que llevaba dese hacía unos días en el bolsillo de su chaqueta. Mientras Pemán hablaba, siguió tomando notas, por lo que no le prestó la menor atención, como indica Vegas Latapié, gran admirador de Pemán. Las palabras que, al parecer, hicieron saltar y llevarona Unamuno a hacer uso  de la palabra fueron las del catedrático de literatura Francisco Maldonado.

Unamuno toma la palabra. En las notas que ha ido tomando se puede leer:

GUERRA INTERNACIONAL
OCCIDENTAL CRISTIANA; INDEPENDENCIA
VENCER Y CONVENCER
ODIO Y COMPASIÓN. Odio inteligencia que es crítica, y diferenciadora. 
Inquisitiva no inquisidora, que es ex...
LUCHA, UNIDAD, CATALANES Y VASCOS
CÓNCAVO Y CONVEXO
IMPERIALISMO DE LA LENGUA

Llega el momento de intentar saber qué es lo que verdaderamente dijeron cada uno de los protagonistas y valorar el ambiente en que se produjeron las palabras allí pronunciadas. De todos los testimonios existentes dejados por testigos presenciales comprobados, Carmen Polo, Unamuno, Millán Astray, Pemán, etc., el que resulta más fiable a nuestro criterio es el aportado por Eugenio Vegas.

El testimonio de Vegas resulta doblemente fiable: en primer lugar porque está probada su asistencia al acto en un lugar destacado, y, por tanto, próximo a la tribuna en la que ocurrió todo; en segundo, por ser abiertamente contrario a la figura de Millán Astray como encarnación del militarismo autoritario que impediría el regreso de la monarquía a España, encarnada en la figura de Juan de Borbón.

Salcedo, con reservas, sostiene que el discurso de Unamuno fue más o menos el siguiente:

Dije que no quería, porque me conozco; pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo he hecho otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra civil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión; el odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, más no de inquisición. Se ha hablado también de los catalanes y los vascos, llamándoles anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo, catalán, para enseñarnos la doctrina cristiana que no queréis conocer, y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis. Ese sí es Imperio el de la lengua española.

Vegas señala cómo en su interior estaba en casi todo de acuerdo con Unamuno, pero en aquel ambiente sus palabras eran explosivas. Asegura, sin la menor duda, Vegas que en la reconstrucción de Salcedo faltan dos partes de la intervención de Unamuno fundamentales. La primera referida a la fiereza y brutalidad de las masas populares en las dos zonas, con la única diferencia de que, en una de ellas, "las mujeres se ensañaban matando, mientras que en la otra acudían sólo a ver matar". La segunda, la cita al poeta y nacionalista filipino Rizal, hablando de su brutal e incivil fusilamiento por los militares en 1896. Sobre lo que acontenció, seguidamente recuerda una vez más Vegas:

Sobre todo, cuando de manera inesperada, en su característico juego de ideas y de palabras, sacó a colación el fusilamiento de Rizal, héroe de la independencia de Filipinas, como ejemplo de la brutalidad agresiva e incivil de los militares. Yo mismo sentí un cierto desasosiego al oír pronunciar con elogio el nombre de quien había luchado ferozmente contra España. Y fue exactamente en ese momento cuando Millán Astray se puso en pie y lanzó un grito, ahogado en parte por la gran ovación con que fue acogido. Pero yo le oí perfectamente decir:

- ¡MUERA LA INTELECTUALIDAD TRAIDORA!

Admito que muchos no pudieran oír la última palabra de la frase por el tumulto que se desencadenó. Entre las imprecaciones, las amenazas y los insultos, llegó a percibirse el ruido característico de algún arma que se montaba. Insisto en que me encontraba muy cerca de Millán Astray; puedo por ello negar, rotundamente, que lanzase después ningún otro grito similar, ni mucho menos el famoso ¡Viva la muerte!, que es el grito de la Legión. ¿Lo lanzó, en medio del alboroto, dirigiéndose a los legionarios de los que siempre se hacía acompañar y que se hallaban también en el paraninfo? No tengo razones para ponerlo en duda. Lo que afirmo es que, después de que lanzó aquel primer grito suyo, como réplica a ciertas palabras de Unamuno, tras unos instantes de angustiosa indecisión, él mismo, en voz muy alta y con tono imperativo, se dirigió al rector, que se mantenía erguido en pie detrás de la mesa, para ordenarle:

- ¡Unamuno, dé el brazo a la señora del jefe del Estado!

Es muy posible que esto salvara la vida del rector. Del brazo de doña Carmen salió del paraninfo, entre insultos y amenazas de muchos de los allí presentes.

El incidente es recordado por el propio Millán Astray en un texto inédito y creo que absolutamente desconocido para los historiadores, depositado en su archivo en los siguientes términos:
Conducta observada por D. Miguel de Unamuno, en su calidad de Rector Honorario de la Universidad de Salamanca, con motivo de la fiesta del día de la Raza de 12 de octubre de 1936.

 
Presenciaron el acto muchas personas que podrán corroborar lo que en este escrito se dice; entre ellas, que yo recuerde, el poeta señor Pemán. Los otros oradores figurarán en los periódicos de Salamanca de aquellos días.

  Las manifestaciones que hago de Don Víctor Ruiz Albéniz, que usa para escribir el pseudónimo de El Tebib Arrumi, están corroboradas por él ciertamente y me manifestó que estaba dispuesto, en cualquier momento y ocasión, a manifestarlo así ante quien hubiera que hacerlo. El relato es el siguiente: 


 Al acto asistió la Exma. Señora esposa del Jefe del Estado. Al entrar en el Paraninfo, el señor Unamuno, que presidía, no salió a recibirla y ella hubo de ir a ocupar un sillón en la Presidencia sin ser el señor Unamuno el que la condujese a su puesto. 

 
 El señor Unamuno, al proceder a la apertura de la sesión, dijo literalmente: "Vengo en representación del Jefe del Gobierno del Estado." Esto era la negación de que el Generalísimo Franco había sido nombrado Jefe del Estado, ya que le llamaba "Jefe del Gobierno del Estado". 

Después de hablar los oradores, tomó él la palabra y entre otras cosas dijo las siguientes (sin que yo pueda precisar el orden en que fueron dichas, pero sí afirmarme rotundamente en las que dijo). Y dijo: 
 

"Que no había antipatria" lo que quería decir que los rojos no eran antipatriotas.  


 Entonó un canto a "Vasconia y a Cataluña", regiones separatistas en aquellos momentos en poder de los rojos.  


 También dijo "que una cosa era vencer y otra convencer". Y yo estimo que con esta insidia quería seguramente decir: que venciendo con las armas no se gana la razón. 

 
 Después nombró con elogio al cabecilla filipino "RIZAL", fusilado en Filipinas en 1896, de lo que se sacó en aquel tiempo gran partido en las campañas de la masonería en contra de España y del Ejército, tomando como víctima al general Polavieja. Esto, creo yo que muy pocos alcanzarían la perversa intención del señor Unamuno al nombrar al cabecilla Rizal en el momento en el que la guerra contra España estaba dirigida por los comunistas ruso-soviéticos-judíos-masónicos. 

 
 Y terminó diciendo: "que tenía que protestar porque las mujeres españolas que estaban en nuestra zona, se recreaban asistiendo a los fusilamientos de los rojos, a pesar de llevar sobre su pecho emblemas religiosos que demostraban sentimientos bien contrarios a aquel recreo." 
 

Cuando yo quise hacer uso de la palabra no me lo concedió. entonces, me dirigí al público diciendo que quería hablar y, naturalmente, por un consentimiento natural, hablé. Pero en atención a las circunstancias, a la presencia de la alta Dama y a otros muchos razonamientos que no son del caso, me limité -a pesar de mi indignación- a decir, simplemente, a los estudiantes: 


 "Estudiantes: Cuando volváis purificados de la guerra y entréis a estudiar en las aulas, tened mucho cuidado con los hombres sutiles y engañosos que con palabras rebuscadas y falsas llevarán el veneno a vuestras almas." 


 No recuerdo exactamente mis palabras, pero el concepto fue éste.

 Al terminar, la Señora del Jefe del Estado, salía sola y entonces me dirigí al señor Unamuno y le dije: "Señor Rector: dé Vd. el brazo a la Señora del Jefe del Estado y acompáñela hasta la puerta a despedirla." Él así lo hizo. Yo fui detrás. Luego supe que los estudiantes jóvenes y principalmente falangistas, si no hubiese sido por haber ido dando el brazo a la Señora del Caudillo e ir yo detrás de ellos, quizás hubiesen tomado alguna medida violenta contra el señor Unamuno. 

 
 Mi amigo el médico y periodista D. Víctor Ruiz Albéniz me manifestó hace tiempo y recientemente me volvió a repetir: Que al terminar el acto que he relatado, salía Unamuno solo por la calle inmediata a la Universidad; que se encontró con Ruiz Albéniz y le dijo: "Acompáñeme VD., Ruiz Albéniz -¿Qué le pasa a Vd. Don Miguel? -Qué va a pasar: que llevaba dos bombas guardadas, las he tirado y han estallado." 


 Y lo dicho es la verdad. 
 

Madrid, doce de enero de mil novecientos cuarenta y dos. 


No podemos olvidar que Millán Astray era un antiguo oficial que había luchado en Filipinas durante la sublevación tagala de 1896-1897 por lo que las alusiones al independentista Rizal, que hoy nos pueden parecer carentes de importancia, se clavaron como un hierro rojo en su corazón, lo que terminó por hacerle estallar. Recordemos que el barco que le llevó a Filipinas era el mismo en que iba preso Rizal camino de Manila para ser sometido a un consejo de guerra, por lo que el tema le resultaba especialmente próximo.

A lo largo de toda su vida Millán Astray estuvo rodeado de intelectuales y artistas, muchos de ellos íntimos amigos suyos, al igual que siempre que había podido se había rodeado de hombres inteligentes y bien preparados, lo que demuestra su admiración y simpatía por la cultura, el arte y la intelectualidad.

Al salir del acto, en la puerta Millán Astray y Unamuno, dos hombres que se parecían en muchas cosas y que formaban parte de un mundo que con ellos había de desaparecer, se despidieron dándose la mano y deseándose buenas noches.

Para el rector y el general el incidente terminó en las puertas de la Universidad pues ambos compartían el mismo sentimiento trágico de la vida. Se ha querido representar en las palabras que ambos pronunciaron aquel 12 de octubre la lucha de la barbarie -el soldado-contra la inteligencia-el profesor universitario-, siendo así Millán Astray representación viva de la imagen tópica del militar bárbaro e inculto, como paradigma de la violencia y la incultura, por lo que muchos autores han sacralizado y siguen sacralizando el incidente. La disputa cobró interés e importancia años después al encarnarse curiosamente en Unamuno a los intelectuales contrarios al Régimen de Franco, atribuyéndole un supuesto antifranquismo cronológicamente imposible y falso, frente a un Millán Astray representante de la triunfante y longeva dictadura franquista. Se le atribuía al fundador de la Legión el papel de ser la encarnación del antihéroe, de la brutalidad, la incultura y el militarismo en sus peores afecciones y, en cierta forma, del fascismo, una ideología con la que compartía muchas cosas pero que indudablemente no seguía, lo que convertía a su figura en blanco perfecto de todo tipo de insultos, denostaciones y falsificaciones por la pseudointelectualidad de izquierdas de los años setenta y ochenta. Imagen conscientemente manipulada que en ciertos ambientes perdura en la actualidad.

A partir de finales de los años sesenta del siglo pasado es cuando se comienza a dar importancia al enfrentamiento de Unamuno con Millán Astray sometiéndole a una lectura e interpretación muy distinta a la realidad de lo acontecido. El incidente carece de verdadera importancia en el remolino de la Guerra Civil, salvo por su simbolismo a posteriori. No podemos olvidar que estamos en las primeras semanas de una guerra que había de durar tres años. Lo ánimos estaban exaltados y resulta incluso sorprendente la escasa represalia que recayó sobre Unamuno pues en aquellos tiempos, en los que ambos bandos hacían una represión política muy dura, sin que de la misma se librasen los intelectuales de uno u otro bando, ya que era una guerra civil intrínsecamente ideológica, nadie quedaba excluido.

El intento de muchos historiadores de rehacer la Historia resulta evidente en este caso, ya que se ha querido utilizar la pluma como arma de combate ideológico de una guerra ya terminada. Las versiones "libres" han sido muchas, en algunos casos bien intencionadas y otras conscientemente manipuladas, dándose en ocasiones como buenas las versiones de personajes que ni siquiera estaban en Salamanca cuando ocurrió todo. Por ejemplo, la versión de Serrano Súñer es una de las más citadas por los historiadores, cuando él mismo reconoce que no llegó a Salamanca hasta mucho tiempo después del incidente , lo que agrava el hecho de que cite literalmente las palabras de Unamuno, cuando ni siquiera estaba presente.

Tte. General Francisco Franco Salgado-Araujo. Mis conversaciones privadas con Franco. 

Después comentamos un artículo de Pemán publicado en el ABC de hoy y titulado "La verdad de aquel día". Se relata el episodio ocurrido en la celebración del día de la Hispanidad, el 12 de octubre de 1936, en la Universidad de Salamanca y cuyo protagonista fue don Miguel de Unamuno. Pemán contesta a un periódico americano, Prensa libre, que da una versión distinta a la realidad, asegurando que el glorioso general Millán Astray dio mueras a la inteligencia. Pemán asegura que el muera fue a los intelectuales, y luego añadió con ademán tranquilo: "Los falsos intelectuales, traidores, señores..." A Franco le ha agradado el artículo de Pemán y ha dicho:

"Se ajusta a la realidad de los hechos. Todo fue una réplica del general a la actitud bastante molesta del señor Unamuno, que no se justificaba en un acto patriótico, en un día tan señalado y en la España nacionalista que luchaba en el campo de batalla con un feroz enemigo y con grandes dificultades para vencerlo. Millán se creyó obligado a reaccionar en la forma que lo hizo a lo que consideró una provocación del ilustre catedrático." (26 de noviembre de 1964)

Eternamente Franco.  Pedro Fernández Barbadillo

Azaña destituyó a Unamuno antes que Franco

Entre los tópicos historiográficos está el de la destitución de Miguel de Unamuno del rectorado de la Universidad de Salamanca por los facciosos a finales de 1936. Es verdad, pero también lo es que el primer Gobierno que le destituyó fue el de José Giral, y lo hizo por el delito de apoyar a los alzados.

Desde joven, a Unamuno sus opiniones le causaron constantes problemas, no sólo con políticos, como los abertzales del PNV, sino también con las autoridades. En 1914, fue destituido de su cátedra; pero el Gobierno al que más combatió fue a la Dictadura de Miguel Primo de Rivera.

En 1936 Unamuno se sintió conmocionado por el comportamiento del Frente Popular y de sus masas. En junio, describió una manifestación de izquierdas en Salamanca contra los magistrados de la Audiencia Provincial y calificó a las mujeres que participaron en ella de "tiorras desgreñadas, desdentadas y desaseadas". El ABC le recordó que él fue "uno de los mayores responsables de la revolución que ahora le asquea".

Un mes más tarde, se produjo la sublevación del 18 de julio, que triunfó en Salamanca, y Unamuno la apoyó desde el primer momento. El 26 de julio participó en el nuevo Ayuntamiento constituido por los sublevados. A los periodistas extranjeros que le visitaban, dada su fama mundial, les decía que la guerra "no era una lucha contra una República liberal, sino por la civilización". También donó 5.000 pesetas, casi el sueldo anual de un catedrático de universidad, a los militares. Sus actos y sus declaraciones preocuparon al Frente Popular, cuyos dirigentes comprendieron que se trataba de un golpe propagandístico brutal para ellos.

De modo que en la Gaceta de Madrid (23-8-1936) se publicó un decreto, firmado por el presidente de la República, Manuel Azaña, y el ministro de Instrucción Pública, Francisco Barnés Salinas, por el que se destituía a Unamuno de todos sus cargos y se le reprochaba su traición, incumpliendo los deberes de "lealtad, a la que estaba obligado", con un régimen que le había reservado "siempre las máximas expresiones de respeto y devoción". También se anulaban su nombramiento como rector vitalicio de la Universidad de Salamanca y la creación en ésta de la cátedra que llevaba su nombre; y se retiraba su nombre al Instituto de Enseñanza Media de Bilbao al que se le había dado en 1934, con protesta entonces del siempre simpático Partido Nacionalista Vasco.

Pocos días después, los concejales del Ayuntamiento de Bilbao, compuesto por concejales republicanos, socialistas y peneuvistas, retiraron el busto de su paisano del salón de plenos y  los honores concedidos, por su "conducta desleal" que le hacía "indigno" de ellos.

A comienzos de octubre, hizo las siguientes declaraciones al periodista francés G. Sadoul:

"Tan pronto como se produjo el movimiento salvador del general Franco, me he unido a él... El Gobierno de Madrid  me destituyó de mi cargo de rector, pero el Gobierno de Burgos me restableció mi función... El salvajismo inaudito de las hordas marxistas sobrepasa toda descripción... bandas de malhechores, de criminales natos, sin ninguna ideología... Es el régimen del terror. España está, literalmente, espantada de sí misma... Si el miserable gobierno de Madrid no ha podido, ni ha querido resistir el empuje de la barbarie marxista, debemos tener la esperanza que el gobierno de Burgos tendrá el valor de oponerse a aquellos que quieren establecer otro régimen de terror... Insisto en el hecho de que el movimiento a cuya cabeza se encuentra el general Franco tiende a salvar la civilización occidental cristiana y a la independencia nacional."

Sin embargo, su "condición paradójica", como la definieron sus contemporáneos, y la violencia que giraba a su alrededor estallaron en el famoso acto del 12 de octubre en el paraninfo de la Universidad, al que acudió en representación de Franco y en el que se enfrentó a parte de los asistentes por un discurso especialmente virulento del general José Millán Astray -la reconstrucción más fiel del incidente la ha hecho Luis Togores en su biografía del fundador de la Legión-.

En los días siguientes, la miseria humana hizo que los mismos que le habían aplaudido le expulsasen de las instituciones en las que tenía un puesto: el Ayuntamiento, la Universidad y el Ateneo. Se trató de civiles, algunos de ellos antiguos votantes de los partidos republicanos, no de militares ni de falangistas. Sus colegas universitarios propusieron al Gobierno la expulsión de Unamuno. El 26 de octubre, le tocó ser destituido de su rectorado, en este caso por el general Francisco Franco.



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