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Antisemitismo en Inglaterra, George Orwell abril de 1945

Hay aproximadamente cuatrocientos mil judíos en Inglaterra, además de algunos miles de refugiados que han ido llegando desde 1934. La población judía está concentrada casi por entero en media docena de grandes ciudades, y la mayor parte trabaja en pequeños comercios dedicados a la venta de alimentos, ropa y muebles. Algunos de los grandes monopolios, como el Imperial Chemical Industries (ICI), uno o dos de los principales diarios y por lo menos una gran cadena de gran cadena de grandes almacenes pertenecen, completamente o en parte, a judíos, pero sería exagerado sostener que en Inglaterra los negocios están controlados por ellos. Al contrario, parece que los judíos no han conseguido adaptarse satisfactoriamente a la tendencia moderna hacia las grandes fusiones y que siguen aferrados a los negocios que dependen de la pequeña escala y de los viejos métodos para salir adelante.

Los judíos ni son tantos ni son tan poderosos, y solo ejercen una influencia notable en eso que suele llamarse "los círculos intelectuales".

De los judíos puede decirse, con toda certeza, que se beneficiarán de la victoria de los aliados. Por consiguiente, la teoría de que "esta es una guerra judía" tiene cierta verosimilitud, sobre todo, porque rara vez se reconoce el esfuerzo realizado por los judíos en ella.

De nuevo, a los judíos se los encuentra justamente en los oficios que generan impopularidad entre la población civil en tiempos de guerra: por regla general se dedican a vender comida, ropa, muebles, y tabaco, precisamente los productos que escasean de manera cíclica, con el consiguiente sobreprecio. Asimismo, la acusación habitual según la cual los judíos se comportan de manera excepcionalmente cobarde durante los bombardeos adquirió tintes de verosimilitud en los de 1940. El barrio judío de Whitechapel fue una de las primeras zonas en ser bombardeadas, y esto provocó que enjambres de judíos lo abandonaran para refugiarse por todo Londres. Si uno juzgara el asunto solo a partir de estas anécdotas de guerra, se podría llegar a la conclusión, basada en premisas falsas, de que el antisemitismo es una pulsión casi racional. Y, naturalmente, el antisemita se considera a sí mismo racional. Siempre que toco este tema en un artículo periodístico, recibo numerosas respuestas, e invariablemente algunas de las cartas las envía gente normal y equilibrada  -doctores, por ejemplo- y sin motivos aparentes para plantear quejas de índole económica. Esta gente siempre dice (al igual que lo hacía Hitler en Mein Kampf) que al principio no albergaba ningún tipo de prejuicio antijudío , pero que se vio impulsada a cambiar de opinión por la mera observación de los hechos. Una de las características del antisemitismo es la capacidad para creer historias que en modo alguno pueden ser ciertas. Un buen ejemplo de esto en el extraño accidente ocurrido en Londres en 1942, cuando una multitud, atemorizada por el estallido de una bomba, corrió hacia la boca de una estación de metro, de resultas de los cual murieron por aplastamiento más de cien personas. El mismo día se oía por todo Londres que "los judíos habían sido los responsables". Desde luego, uno no puede esgrimir ningún argumento ante la gente que cree estas cosas. Lo único que puede hacerse es investigar por qué se da crédito a historias absurdas sobre este tema en particular y se permanece escéptico frente a otros temas.

Uno de los efectos de las persecuciones en Alemania fue el de impedir que el antisemitismo fuera estudiado con seriedad. En Inglaterra se realizó una encuesta, breve e inadecuada, hace un año o dos, y si se ha llevado a cabo otra investigación sobre el tema debe de haber sido de carácter secreto. Al mismo tiempo, toda la gente inteligente ha eliminado conscientemente cualquier cosa que pueda herir la susceptibilidad de los judíos. A partir de 1934 desaparecieron, como por arte de magia, los chistes sobre judíos en postales, los periódicos y los espectáculos, y quien incluyera un personaje judío poco simpático en una novela o un cuento era tachado al instante de antisemita. También en lo relativo al tema palestino, entre la gente culta, era de rigor aceptar la causa judía y desentenderse de las reclamaciones de los árabes; una decisión que era correcta en sí misma, pero que básicamente se adoptó porque los judíos eran perseguidos y existía la sensación de que no era correcto criticarlos. Así pues, fue gracias a Hitler que se creó una situación en la que la prensa favorecía a los judíos mientras en el ámbito privado, proliferaba el antisemitismo, incluso -con algunas excepciones- entre la gente sensible y culta. Esto fue particularmente notable en 1940, en la época de la llegada de los refugiados. Por supuesto, toda persona inteligente entendía que era su deber protestar contra el encierro de los infortunados extranjeros que, más que nada, estaban en Inglaterra por ser enemigos de Hitler. Sin embargo, en privado se expresaban sentimientos diferentes. Una minoría de los refugiados se comportaban sin demasiado tacto, y el sentimiento hacia ellos generaba una corriente antisemita subterránea. Una figura muy importante del Partido Laborista -no revelo su nombre porque es una de las personas más respetadas de Inglaterra- me dijo con cierta virulencia: "Nadie invitó a esta gente a venir a este país. Si han elegido hacerlo, tendrán que asumir las consecuencias". Y este hombre, por su puesto, apoyaba todas y cada una de las protestas contra el internamiento de los refugiados. Esta sensación de que el antisemitismo es un pecado y una vergüenza, algo que una persona civilizada no padece, no ayuda a la hora de abordar el tema desde un punto de vista científico, y de hecho mucha gente admitirá que le atemoriza profundamente demasiado en él. Es decir, les atemoriza descubrir que el antisemitismo se está expandiendo, y que también ellos han resultado infectados.

Ha habido una perceptible corriente antisemita de Chaucer en adelante, y sin necesidad de levantarme de esta mesa para consultar los libros, me vienen a la memoria pasajes, que hoy habrían sido tachados de prosa antisemita, en obras de Shakespeare, Smollett, Thackeray, Bernard Shaw, H.G. Wells, T.S. Eliot, Aldous Huxley y muchos otros. A bote pronto, los únicos escritores que recuerdo que, antes de la época de Hitler, hicieran un claro esfuerzo por defender a los judíos fueron Dickens y Charles Reade.

Si, como sugiero, los prejuicios contra los judíos siempre han estado ampliamente extendidos en Inglaterra, no hay razón para pensar que Hitler los ha atenuado. Lo que ha hecho es acentuar la división entre la persona políticamente consciente que estima que este no es momento para arremeter contra los judíos, y la persona inconsciente cuyo antisemitismo nato se ha intensificado por la tensión nerviosa que la guerra provoca.

Alguna vez he dicho que creo que el antisemitismo es esencialmente una neurosis, pero que tiene, desde luego, sus racionalizaciones, en las que se cree con sinceridad y que son en parte verdad.

No creo que exagere si digo que, si los intelectuales hubieran hecho su trabajo un poco más a fondo, Inglaterra se habría rendido en 1940... Puede decirse, con cierta certeza, que los judíos son enemigos de nuestra cultura autóctona y de nuestra moral nacional.

No tengo una teoría incontrovertible sobre los orígenes del antisemitismo. Las dos explicaciones habituales que lo atribuyen a causas económicas y a que se trata de un legado de la Edad Media no me satisfacen, aunque debo admitir que si uno las combina pueden servir al propósito de explicar los hechos. Todo lo que puedo decir sin temor a equivocarme es que el antisemitismo es parte del gran problema del nacionalismo, que todavía no ha sido examinado con seriedad y que el judío es a todas luces un chivo expiatorio, aunque no sepamos aún qué es exactamente lo que expía. Para escribir este ensayo me he basado casi exclusivamente en mi limitada experiencia, y, para otros observadores, mis experiencias quizá sean negativas.

La situación actual no ha conducido a una persecución abierta, pero sí que conlleva el efecto de insensibilizar a las personas ante el sufrimiento de los judíos en otros países.

Para estudiar científicamente cualquier tema se requiere distancia, lo cual es difícil cuando están involucrados los intereses y los sentimientos propios. Mucha de la gente que es capaz de ser objetiva sobre, por ejemplo, los erizos de mar o la raíz cuadrada de 2, pierde toda la objetividad cuando piensa en su propia economía.

El antisemitismo es solo una manifestación del nacionalismo, y la enfermedad no afecta a todos de la misma forma. Un judío, por ejemplo, no sería antisemita, pero me parece que algunos judíos sionistas son, sencillamente, antisemitas al revés, de la misma forma que muchos indios o negros muestran, de forma inversa, sus prejuicios contra el color.

El hecho es que puede sentir el empuje emocional de estos sentimientos y, sin embargo, estudiarlos desapasionadamente, que es lo que le confiere el estatus de intelectual. Entonces se verá que el punto de partida para cualquier investigación sobre el antisemitismo no debería ser "¿por qué esta pulsión obviamente irracional atrae a los demás?", sino "por qué me siento atraído por el antisemitismo?". Si uno se pregunta esto, cuando menos tiene la posibilidad de descubrir su manera de razonar sobre el tema, y con suerte descubrirá lo que en realidad subyace a esto. El antisemitismo debe ser investigado; no digo que directamente por antisemitas, sino por cualquier tipo de persona que sepa que no es inmune a esta emoción. Cuando Hitler desaparezca podrá llevarse a término una investigación real sobre este tema, y quizá lo mejor sea no empezar por desacreditar al antisemitismo, sino clasificar todas las justificaciones que podamos encontrar en el interior de cualquiera, o dentro de nosotros mismos. Con ello podríamos hallar pistas que nos conduzcan hasta sus raíces psicológicas. Pese a todo, el antisemitismo no va a curarse definitivamente si antes no curamos esa enfermedad más extendida que es el nacionalismo.



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