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Josep Pla - Crónicas (Octubre 1934) Revolución de Asturias


La ciudad destrozada: Oviedo (25 de octubre de 1934)

Contrasta el optimismo de los comunicados oficiales de militares con el escepticismo de la gente del país. Los asturianos conocen a sus mineros. Saben que son muy duros. Por otra parte, el movimiento ha sido protagonizado por los mineros más jóvenes, que son los más exaltados y los más resistentes. Estos elementos tienen siempre el recurso de echarse al monte y resistir tanto tiempo como quieran. Es Asturias, lo más fácil es lanzarle al campo, porque la puerta delantera de las casas de la zona minera suele dar casi siempre a una carretera y la trasera linda con el monte lleno de castaños y robles. En general , cuando las tropas llegan a algún punto de esta zona solo encuentran a las mujeres y a los hijos de los mineros. Los hombres ya han volado. En las zonas más peligrosas del País Vasco ha sucedido lo mismo. 

Ahora bien, un hecho acelerón la pacificación -me lo dice todo el mundo en Asturias-: el movimiento ha carecido de líder. Ha sido un movimiento gregario, espontáneo, un alzamiento en masa de los mineros. Unos comités endebles como una hoja que se lleva el viento han tratado sucesivamente de controlarlo. Ha sido imposible. Lo que se decía al principio de que las tropas revolucionarias iban uniformadas y estaban encuadradas no se ha confirmado. Los mineros bajaban de las minas simplemente armados. Después, al producirse el saqueo de tiendas y almacenes, se vistieron un poco mejor con los impermeables, abrigos y zapatos robados. Lo que tuvieron y tienen en abundancia son las municiones y la dinamita. 

El primero comité de Alianza Obrera que funcionó en Asturias estuvo integrado casi exclusivamente por socialistas; dicho comité al cabo de pocas horas de haberse iniciado la huelga, ya se había tenido que ocultar. El segundo lo formaron los socialistas y comunistas, y duró un par de días. El tercero fue simplemente comunista. Firmó las órdenes y requisó toda clase de cosas en nombre del comité revolucionario de la Alianza Obrera y Campesina de Asturias. Este comité, según me dicen algunos oficiales que tomaron parte en la toma de Oviedo, dio muestras de un cierto sentido estratégico: la retirada de los revolucionarios fue llevada a cabo defendiendo las posiciones palmo a palmo. 

Regreso a Oviedo aterrorizado por el aspecto que presenta la ciudad. No creo que la lucha civil entre ciudadanos de un mismo pueblo haya llegado nunca al extremo a que llegó aquí. Son los mismos espectáculos de la guerra europea. En el terreno de la lucha política, hay que remontarse a las escenas de la Commune de París para encontrar algo parecido. Y aún más: hay que condimentar estas escenas con la ferocidad de las de las de la guerra civil que vivieron nuestros antepasados. 

Entramos en Oviedo, y en la primera calle encontramos un suelo centelleante de partículas de vidrio. Se tome la calle que se quiera, inmediatamente aparecen casas reventadas, tejados derrumbados, montañas de material humeante derribado, hierros retorcidos. La ciudad desprende un olor insoportable a causa del hundimiento de las cloacas. La gente del país no sabe aún lo que le pasa. Camina errabunda por las calles y parece buscar algo extraño -los cabellos desordenados, sin afeitar-. La gente, cuando se encuentra por las calles, se abraza llorando. Casi todo el mundo se despidió de la vida durante los nueve días de dominio de las turbas y de bombardeos de la aviación. 

El instituto había sido dinamitado y quemado. Del Teatro Campoamor -que era un pequeño teatro provinciano delicioso, con asientos de terciopelo rojo y molduras de oro- solo queda la fachada, desde cuyas ventanas se ve el cielo. Del Palacio Episcopal no queda sino un montón de ceniza. La Delegación de Hacienda ha desaparecido. No pudieron derrumbar la Catedral porque sus bloques de piedra resistieron. Pero incendiaron y chamuscaron las torres -gótico florido- de la basílica. Del magnífico edificio de la Audiencia, del edificio del Banco Asturiano, del Banco Español de Crédito, solo queda el recuerdo. El Banco de España fue atacado y parece que se llevaron, en efectivo y con documentos de las cajas, unos dieciséis millones de pesetas, pero yo personalmente no lo he podido confirmar. 

Todo el barrio comercial moderno de Oviedo ha quedado destruido. Hay manzanas enteras de casas de cinco y seis pisos que no conservan si no las paredes exteriores. Tanta destrucción produce una enorme impresión. Del magnífico hotel Covadonga, del Inglés, del Flora, queda lo mismo que del edificio del Automóvil Club. La visión de estos bloques hendidos, que han sido volados con dinamita, después de ser saqueados, es inolvidable, horroriza. No ha quedado ni un café céntrico en pie. El café Niza, los bares Dragón y Riesgo han desaparecido bajo una montaña de escombros. Todo lo de Oviedo impresiona, pero la destrucción de los cafés debe destacarse, porque no creo que hubiera ocurrido algo semejante en ninguna revolución anterior. Un café, ¿no es la casa de todos, no es el lugar de confluencia de las más diversas ideologías, de los pensamientos más opuestos? La destrucción de estos cafés es un hecho de un sadismo y de una anormalidad total

Pasaran muchas semanas hasta que la vida se normalice; pasarán años hasta que Oviedo vuelva a ser lo que fue. En esta ciudad existe un espléndido espíritu regional y local, y lo que ha caído será otra vez levantado. Pero hay cosas que han desaparecido para siempre, como la universidad y el teatro. 

Esta es la obra del socialismo y del comunismo en comandita con los hombres de Esquerra Catalana. Han sembrado por doquier la destrucción, las lágrimas y el cieno. Cuando se ve Oviedo -como yo acabo de verla- en el estado en que se encuentra, no hay justificación posible de la política que ha provocado semejantes estragos. A la salida de la ciudad me detiene la guardia del cuartel. Me instan a que entre en el edificio, que en parte es hospital de sangre. Mientras arreglo los documentos, siento los alaridos de los heridos, algunos de los cuales yacen esposados. Entran, mientras tanto, sobre una litera llena de sangre, a una niña de doce años, rubia y guapa como un sol, con un pulmón atravesado. Salgo de Oviedo llevándome las manos a la cabeza. 

La rendición de la zona minera - Anomalías asturianas (26 de octubre de 1934)

Los sucesos de Asturias no se explican. Superan todo esfuerzo racional, cualquier explicación lógica. La ultima huelga o tiene explicación en el campo societario. No había parados en Asturias. Todo funcionaba -me dice aquí todo el mundo- a pleno rendimiento. El jornal mínimo en las minas era de nueve pesetas. El ordinario oscilaba entre doce y quince pesetas. La jornada era de siete horas. El jornal mínimo se aplicaba a los trabajadores al aire libre, o sea fuera de las minas. Asturias ofrece un indudable aspecto de prosperidad. Es un país de clase media elevada a todas las categorías del confort, de un capitalismo activo y moderno, de una clase obrera abierta a todas las perspectivas. Viniendo de Castilla, Asturias es un oasis lleno de vida, de actividad, de salud y de agitación. El país dispone de una cocina abundante, un poco tosca, muy popular, alta en calorías. 

Contrastando con estos hechos, ha de observarse que Asturias es un país literalmente saturado de comunismo y socialismo. Las paredes están llenas de rótulos truculentos, en las librerías no hay sino literatura roja, la palabra revolución es la que más se ha repetido en Asturias en estos últimos años. Basta decir que el señor Melquíades y el reformismo son considerados los fascistas del país para comprender la transformación que han experimentado las ideas. Desde la República, Asturias ha tenido una serie de gobernadores a cual peor. No ha habido principio de autoridad de ninguna clase. Las huelgas -como la de Duro Felguera- han durado meses y meses y se han cometido impunemente toda clase de atentados y de acciones violentas; ha habido una suerte de frivolidad que ha acabado trágicamente. Creo que Asturias ha sido la región de España que con la República ha sufrido más la anarquía instaurada en las mentes y en los brazos de la gente. Los sucesos de ahora no son sino la consecuencia naturalísima de un larguísimo proceso.

Los asturianos sensibles están desolados, porque el Día de la Raza, precisamente el Día de la Raza, entraron los moros en esta antigua y tradicional provincia -patria de don Pelayo- para solucionar los problemas del país. La paradoja es enorme, evidentemente, y el hecho tiene un aspecto simbólico muy curioso. Pero, en fin, no hay que apurarse. Si persistimos en los procedimientos y en el espíritu de la Península en estos tres últimos años y medio, otras cosas veremos, si vivimos

Quince días de socialismo puro en la zona minera asturiana - La lucha de Oviedo (27 de octubre de 1934)

Las poblaciones de la zona minera asturiana han vivido, durante quince días, en régimen de socialización absoluta. 

El día 6, por la mañana, los revolucionarios se habían apoderado de toda la zona. La batalla por apoderare de las poblaciones se producía en la noche del 5 al 6. Los ayuntamientos opusieron poca resistencia. Los cuarteles de la Guardia Civil y de los guardias de Asalto resistieron como leones. Se puede decir que, de dichas fuerzas, no ha quedado ninguna persona con vida. En Sama hay enterrados 87 guardias civiles y de Asalto. Los oficiales fueron fusilados. Las personas civiles opusieron una resistencia nula. Las más significadas fueron hechas prisioneras y, en general, bien tratadas. Se cometieron algunos actos siniestros contra sacerdotes: pocos casos. El rector de Mieres, señor Hermógenes, a quien la prensa de Madrid ha degollado varias veces, esta fresco como una rosa en medio de estas montañas. Las monjas han sido respetadas. 

El día 6 por la mañana, tras haber caído ya toda la zona en poder de los revolucionarios, los mineros jóvenes se trasladaron a Oviedo a presentar batalla. En cada pueblo se constituyó un comité central revolucionario que se subdividió en diversos subcomités: el subcomité de guerra; el subcomité de higiene, etc. Se constituyó, en una palabra, un enorme aparato burocrático. Al hacerse cargo de la dirección del pueblo, el comité central de cada pueblo lanzó un manifiesto uniforme -que había sido impreso con mucha anticipación- decretando la abolición de la propiedad privada y otorgando a los obreros la propiedad y el derecho de la gestión de los negocios en que trabajaban y recordando a todas las personas que estaban de alquiler que las cosas que usufructuaban -casa o tierra- pasaban a ser de su propiedad. Al mismo tiempo, quedaba abolida la moneda y se iniciaba el régimen de vales. En dichos manifiestos se dice, también, que serán condenadas a muerte todas las personas que propalen noticias falsas -o sea, contrarias a la revolución-. Al mismo tiempo, se ordenaba que los cafés y tabernas cerraran definitivamente a fin de luchas contra el alcoholismo, y su consecuencia natural, el analfabetismo

Mientras tanto, se dieron las órdenes oportunas para evitar destrucciones. Los equipos de conservación de las minas fueron mantenidos y funcionaron perfectamente. Los desagües de las minas se realizaron normalmente. Los hornos continuaron encendidos. Las bancas fueron totalmente respetadas. He visto las sucursales del Crédito Minero y de la Banca Herrero en Sama de Langreo, La Felguera y Mieres. Están intactas. El deber sagrado de la objetividad y de la verdad siempre ha primado en mí por encima de todo lo demás. En la zona minera de Asturias, la superestructura económica está intacta y ha sido respetada. Esto demuestra una cosa, y es que en la zona minera los socialistas, que no pudieron ser desbordados, demostraron tener una organización enorme, formidable. 

Los comités centrales revolucionarios dieron dos clases de vales: individuales y de familias. Los primeros daban derecho a gastar por valor de 2,40 pesetas al día. Los vales de familia eran calculados en progresión descendente, según el número de individuos que la formaban. Una familia de siete personas tenía derecho a gastar doce pesetas diarias. Con estos papeles se cometieron abusos y se decretó la pena de muerte para quienes cometieran fraudes. La gente -pobres y ricos- iba con dichos papeles a las tiendas y recibía alimentos, ropa o servicios -como los servicios de barbería- ; los comercios tomaban nota del saqueo que podríamos llamar legal y encima tenían que poner buena cara al camarada. Ahora, como los comerciantes debían ser pagados por los comités y estos no pagaron, se presentaron a las autoridades militares exigiendo el pago de lo que entregaban. En una palabra: en esta zona se ha vivido gratis durante quince días. Las tiendas han quedado vacías, y los boticarios, médicos y toda clase de profesionales han trabajado gratis. 

Cuando las tropas han entrado en estas poblaciones, han encontrado destruidos los cuarteles de la Guardia Civil y la Guardia de Asalto. Aparte de esto, todo se ha encontrado intacto. Cuando se llega a estos pueblos, se siente una sensación que hiela la sangre; se siente que el noventa por ciento de los hombres ha tomado parte directa en la revolución. Excepto los burgueses, los comerciantes, los frailes y curas y las mujeres, niños y viejos, ¿quién no ha participado? El movimiento socialista de Asturias es profundísimo y producirá muchos quebraderos de cabeza. 

Para ir desalojando poco a poco al puñado de hombres que defendía la ciudad, los revolucionarios tuvieron que ir dinamitando literalmente las posiciones ocupadas por defensores. Cuando no pudieron acercarse lo suficiente para volar un punto determinado, prendieron fuego al grupo de casas en el que estaba concentrado el punto de resistencia. A veces, incendiaron una casa para tomar la que estaba situada cinco números más arriba o más abajo de la que quemaban. Por eso hay, en las ruinas de Oviedo, tantas casas incenciadas. 

Los revolucionarios, una vez se hubieron apoderado de los suburbios, rompieron todos los medios de comunicación de la ciudad con el mundo: volaron los puentes, hicieron añicos toda la organización telefónica, las construcciones eléctricas y las del agua. Por ello, Oviedo estuvo dos días, al menos, desconectada de Madrid y el Gobierno no tuvo absolutamente ninguna noticia durante todo este tiempo. Hasta que los primeros aviones no sobrevolaron la ciudad, no se pudo saber exactamente qué pasaba en la capital de Asturias. 

La resistencia, pues, fue enorme, pero la inmensa superioridad numérica de los asaltantes obligó a los defensores de la ciudad a replegarse, al cabo de cinco días de lucha, en el mismo centro comercial y vital de Oviedo; es decir, en los alrededores del parque denominado el Campo de San Francisco. Llegó un momento en que los defensores sufrieron la presión de los asaltantes por los cuatro costados. Fue algo épico, las mismas escenas de la guerra europea agravadas por el vandalismo de la guerra civil. 

Los revolucionarios, a medida que se apoderaban de la ciudad, la sometían a un saqueo sistemático. No quedó en nada en ningún almacén, en ningún comercio, en ninguna casa. Se veían escenas terribles. La gente de la ciudad se escondió, naturalmente, donde pudo. Hubo familias que se refugiaron en ocho casas sucesivas, abriendo agujeros en las paredes medianeras. La gente se tuvo que alimentar del aire del cielo durante nueve días -¡nueve días mortales!-. Los revolucionarios hicieron una enorme cantidad de prisioneros. Fueron robados de la sucursal del Banco de España documentos por valor de catorce millones de pesetas. ¡Las mismas escenas de la primera guerra civil las hemos visto repetirse en Oviedo en el año 1934 de este siglo! Que tomen nota los del progreso indefinido y continuado. 

Los defensores, reducidos a un puñado de fantasmas chamuscados, aun se defendían cuando López Ochoa, con el Tercio y los regulares, entró en la ciudad. Entonces se produjeron las escenas, medio enloquecidos, hambrientos, sucios, de las cuevas, los subterráneos, las cloacas y los escondrijos más absurdos. Se produjeron imponentes escenas de humanidad. 

Los revolucionarios desalojaron las posiciones de Oviedo lentamente, camino de la carretera que va a Mieres y Sama, pasando por el barrio de San Esteban. Por eso, las casas de este barrio han sido destrozadas por la artillería. Pero los revolucionarios aguantaron menos que los defensores de las posiciones: el Tercio y los marroquíes de la mía atacaron a pecho descubierto y asediaron los alrededores de Oviedo con las puntas de las bayonetas.

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